Sobre la realidad y la historia de la ideología sionista en que se basa Israel
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El genocidio que el Estado de Israel comete contra el pueblo palestino se acelera y se hace todavía más evidente ahora que la resistencia crece y se fortalece. Los medios imperialistas nos inundan de una propaganda que llama terroristas a quienes se defienden y víctimas a quienes los aterrorizan: ¿cómo van a ser racistas, supremacistas y fascistas los que sufrieron el holocausto nazi? (recientemente, también han asegurado que Zelenski no puede ser nazi porque es judío). Estos argumentos son sólo una apariencia de verdad que esconde una gran mentira, y mucha gente honesta los cree porque desconoce la realidad. No se trata de un conflicto entre judíos y musulmanes, sino de la opresión de los imperialistas sobre los pueblos árabes por medio de su Estado títere sionista (igual que no hay guerra entre ucranianos y rusos, sino agresión de los imperialistas contra Rusia a través del régimen títere nazi que impusieron en Ucrania). Esto es lo que ocurre hoy en todo el planeta: una lucha entre el imperialismo y los pueblos oprimidos por él que ven acercarse el momento de su liberación.
Pero, conozcamos un poco mejor el caso del conflicto palestino-israelí a través de un artículo que publicó la revista británica LALKAR entre noviembre de 2016 y abril de 2017, titulado El sionismo, una ideología racista y antisemita (http://www.lalkar.org/article/2539/zionism-a-racist-and-anti-semitic-ideology). Prescindimos de la parte introductoria del mismo, donde denuncia a los sionistas por identificar torticeramente como “antisemita” la solidaridad con Palestina del entonces líder del Partido Laborista Jeremy Corbyn. Dado que esta acusación particular ha perdido actualidad y que el artículo ya es muy largo (se editó en tres partes), sólo recogemos la parte final de esta introducción antes de pasar al resto del artículo que contiene la crítica fundamental del sionismo:
“El único camino que les queda a los antisionistas es desenmascarar al sionismo por lo que realmente es, es decir, una ideología racista y antisemita (sí, antisemita) y una herramienta reaccionaria en manos del imperialismo.
Para ello, LALKAR ha decidido publicar dos o tres artículos. El primero de estos artículos, impreso en este número, se centra en el racismo de esta ideología y su afinidad con el nazismo en la cuestión judía.
Los lectores informados son, con toda probabilidad, muy conscientes de este hecho, pero hay otros que no saben casi nada al respecto. Es de esperar que nuestros artículos obtengan una amplia difusión y, de este modo, promuevan la causa de la lucha contra esta ideología perniciosa, que es tan perjudicial para las masas del pueblo judío como para las masas del pueblo palestino y la humanidad en general.”
Unión Proletaria.
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Parte 1: El sionismo, una ideología racista y antisemita
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El sionismo no es una consecuencia del judaísmo
El sionismo no es ahora, ni lo fue nunca, coincidente ni con el judaísmo ni con el pueblo judío. La gran mayoría de las víctimas judías de Hitler no eran sionistas.
La mayoría de los judíos polacos repudiaban el sionismo en vísperas del Holocausto y en septiembre de 1939 aborrecían la política de Menachem Begin, uno de los líderes del movimiento autodenominado “sionista revisionista” de Varsovia.
No puede haber la menor confusión entre la lucha contra el sionismo y la hostilidad hacia los judíos o el judaísmo.
En 1895 Theodor Herzl, el fundador del sionismo, publicó El Estado judío. Este libro sentó las bases del movimiento sionista.
Creyendo que el antisemitismo era imbatible y natural, el sionismo nunca lo combatió. Por el contrario, buscó acomodarse a él y utilizarlo de forma pragmática para conseguir un Estado judío.
Dominado por su propio pesimismo, Herzl malinterpretó por completo el caso Dreyfus, en el que un militar francés de origen judío, Alfred Dreyfus, fue acusado injustamente de traición. El secretismo de su juicio y la valiente insistencia de Dreyfus en su inocencia convencieron a mucha gente de que se había cometido una injusticia. Como resultado, hubo un diluvio de apoyo gentilicio [no judío] hacia él. La intelectualidad francesa se unió a su causa, al igual que el movimiento obrero. Finalmente, Dreyfus fue rehabilitado, la derecha francesa y la Iglesia desacreditadas y la cúpula del ejército mancillada. El antisemitismo en Francia perdió importancia hasta la conquista de Francia por el ejército de Hitler.
Y sin embargo, Herzl, un destacado periodista vienés, sólo podía ver el asunto Dreyfus como una derrota, y nunca como un grito de guerra en la lucha contra el antisemitismo. Era incapaz de comprender el significado de la ola de simpatía de los gentiles por la víctima judía. No consideró oportuno organizar ni una sola manifestación en defensa de Dreyfus. Tras la victoria de la lucha en defensa de Dreyfus, los judíos franceses consideraron, con razón, que el sionismo era irrelevante. Por ello, Herzl se ensañó con ellos en su diario, revelando al hacerlo sus acérrimas opiniones antisocialistas y reaccionarias”.
“Ellos [los judíos] buscan protección de los socialistas y de los destructores del actual orden civil… En verdad ya no son judíos. Por supuesto, tampoco son franceses. Probablemente se convertirán en líderes del anarquismo europeo” (Raphael Pattar, Ed., The Complete Diaries of Theodor Herzl, Vol II, pp.672-673).
Las opiniones expresadas por Herzl en su Der Judenstaat (“El Estado judío”) ya habían sido expresadas de hecho por dos judíos rusos, Perez Smolenskin (en 1873) y Leo Pinsker (1882). La contribución particular de Herzl fue la creación de una organización, la Organización Sionista Mundial, que celebró su primer Congreso en 1897 en Basilea, Suiza, para negociar con el imperialismo la creación de un Estado nacional judío. Negoció por ello sin éxito con el ultrarreaccionario sultán Abdul Hamid II de Turquía, con Guillermo II, el káiser alemán, con el régimen zarista a través del conde Sergei Witte (ministro de Finanzas) y del ministro del Interior, Vyachaslav Von Plevhe, responsable de la organización de los pogromos en Rusia.
Las propuestas de Herzl siempre se adaptaban a los oídos del autócrata o representante del imperialismo con el que se reunía. En todos los casos “…presentó su proyecto de la manera más adecuada para atraer a su oyente: Al Sultán le prometió la capital judía; al Kaiser le prometió que el territorio judío sería un puesto de avanzada de Berlín; a Chamberlain, el secretario colonial británico, le ofreció la posibilidad de que el territorio judío se convirtiera en una colonia del Imperio Británico” (Avi Shlaim, El Muro de Hierro).
Los dirigentes sionistas, empezando por Herzl, tenían claras dos cosas. En primer lugar, que su proyecto sólo podría tener éxito con el respaldo de una gran potencia dominante; en segundo lugar, que su objetivo sólo podría alcanzarse eludiendo a los palestinos, no a través de ningún entendimiento con ellos. Como la gran potencia dominante en Oriente Próximo cambió varias veces durante el siglo XX, el sionismo cambió convenientemente su lealtad en pos de su reaccionario objetivo de una patria judía en Palestina.
El sionismo ejercía una gran atracción sobre los regímenes imperialistas, reaccionarios y antisemitas. Al ser un movimiento nacionalista reaccionario, ofrecía la perspectiva de alejar a los trabajadores judíos de los movimientos democráticos y revolucionarios, al tiempo que prometía ayudarles a deshacerse de su población judía mediante la emigración. El sionismo veía en el marxismo revolucionario un enemigo asimilacionista que les obligaba a aliarse contra él con sus compañeros separatistas de los movimientos nacionalistas de derechas antisemitas de Europa del Este. Lo esencial de la doctrina sionista sobre el antisemitismo quedó claramente establecido mucho antes del Holocausto: el antisemitismo era inevitable y no podía combatirse; la solución era la emigración de los judíos no deseados a un Estado judío aún por crear.
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Declaración de Balfour
A la vista de lo anterior, no es de extrañar que el imperialismo británico, percibiendo la esencia reaccionaria del sionismo y la perspectiva que tenía de actuar como instrumento de la política británica en Oriente Próximo, consiguiera atrincherarlo en Palestina. ¿Y quién sería el instrumento elegido por la historia para dotar de contenido a lo que en aquel momento era un descabellado sueño sionista? Nada menos que el antisemita Arthur Balfour, ¡el secretario de Asuntos Exteriores británico! De ahí la infame Declaración Balfour de 1917 que favorecía “…el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío” y la promesa del gobierno británico de hacer “todo lo posible para facilitar la consecución de este objetivo”.
La Declaración de Balfour fue una bendición para los sionistas, no para los judíos. La Declaración fue un precio que Londres estaba dispuesto a pagar para conseguir que la judería estadounidense utilizara su influencia para que Estados Unidos entrara en la guerra, y para mantener a la judería rusa leal a los aliados. Además, un futuro Estado judío debía actuar como avanzada del imperialismo británico contra la creciente marea del movimiento de liberación nacional del pueblo árabe.
Los dirigentes de la Organización Sionista Mundial comprendieron que la prioridad del gobierno británico era el aplastamiento de los bolcheviques y que debían comportarse lo mejor posible en sus actividades en el turbulento escenario de Europa oriental.
Churchill consideraba que la lucha que se estaba desarrollando “entre los judíos sionistas y los bolcheviques era poco menos que una lucha por el alma del pueblo judío” (“El sionismo contra el bolchevismo”, Illustrated Sunday Herald, 8 de febrero de 1920).
El sionismo estaba dispuesto a cooperar con Gran Bretaña a pesar de la implicación británica con los pogromistas rusos blancos.
El sucesor de Herzl, Chaim Weizmann, compareció en la Conferencia de Versalles el 23 de febrero de 1919, donde pronunció la línea tradicional sobre los judíos, compartida tanto por los antisemitas como por los sionistas. No eran los judíos los que realmente tenían problemas, eran los judíos los que eran el problema.
El sionismo se ofreció a las potencias capitalistas reunidas como un movimiento antirrevolucionario. El sionismo, declaró, “transformaría la energía judía en una fuerza constructiva en lugar de disiparla en tendencias destructivas” (Leonard Stein, The Balfour Declaration, Simon and Shuster, 1961, p.348).
Weizmann compartía totalmente la mentalidad anticomunista de sus mecenas británicos. Nunca cambió de opinión. Incluso en Trial and Error, su autobiografía, seguía sonando como un alto conservador, escribiendo sobre una “época en la que los horrores de la revolución bolchevique estaban frescos en la mente de todos” (énfasis añadido, citado por Lenni Brenner, Zionism in the age of the dictators, Croom Helm, Londres, 1983), p.12).
Sólo sobre la base de una alianza con la clase obrera y los socialistas podrían obtenerse y salvaguardarse los derechos judíos. Esto es precisamente a lo que se oponían ferozmente los sionistas.
Los bolcheviques concedieron a los judíos plena igualdad e incluso crearon escuelas y, con el tiempo, tribunales en yiddish, pero se opusieron absolutamente al sionismo, como de hecho a todo nacionalismo.
El bolchevismo se oponía al sionismo por ser pro-británico y fundamentalmente anti-árabe. Así que los sionistas recurrieron a los nacionalistas locales. En Ucrania, recurrieron a la Rada (Consejo) de Simón Petliura que, al igual que los sionistas, reclutaba según criterios estrictamente étnicos: ni rusos, ni polacos, ni judíos. Los sionistas hicieron todo lo posible por conseguir apoyo judío en todas partes para la Rada antibolchevique.
Churchill perdió su apuesta ya que, tras los pogromos antijudíos que siguieron a la primera derrota ucraniana a manos del Ejército Rojo en enero de 1919, las masas judías abandonaron a los sionistas.
La afinidad ideológica entre el sionismo y el antisemitismo, la hostilidad sionista a la asimilación y al marxismo, no podían sino inclinarlo hacia una alianza con los nacionalistas antisemitas y el imperialismo. No en vano Balfour facilitó el atrincheramiento del sionismo en Palestina. De no haber sido por el apoyo de los británicos durante los primeros años del Mandato, los palestinos no habrían tenido la menor dificultad en expulsar al sionismo.
La política de la Organización Sionista Mundial continuó bajo Weizmann durante los años de Hitler.
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Blut y Boden [sangre y suelo]
Herzl no era devoto. No le interesaba especialmente Palestina: las tierras altas de Kenia servirían igual de bien para un Estado judío. No le interesaba el hebreo. Con Weizmann, sin embargo, el sionismo cosmopolita tuvo una muerte prematura. Los universitarios alemanes que se hicieron cargo del movimiento sionista tras la muerte de Herzl desarrollaron la ideología racista del separatismo judío. Estaban de acuerdo con los antisemitas alemanes: los judíos no formaban parte del Volk alemán. Judíos y alemanes no debían mezclarse sexualmente por el bien de su propio y único Blut y, al no pertenecer al Blut teutón, tenían que tener forzosamente su propio Boden: Palestina.
Incluso Einstein suscribió las concepciones raciales sionistas y reforzó así el racismo, dándole el prestigio de su reputación. Aunque suenan profundas, sus contribuciones a la discusión se basan en el mismo sinsentido:
“Las naciones con una diferencia racial parecen tener instintos que van en contra de su fusión. La asimilación de los judíos a las naciones europeas… no pudo erradicar el sentimiento de falta de parentesco entre ellos y aquellos entre los que vivían. En última instancia, el sentimiento instintivo de parentesco se remite a la ley de conservación de la energía. Por esta razón no puede ser erradicado por ninguna presión bienintencionada” (citado por Lenni Brenner, op.cit., p.21).
Los sionistas creían que, al carecer de su propio Boden, los judíos eran Untermenschen y, por tanto, para sus “anfitriones”, poco más que sanguijuelas: la peste mundial.
Si uno cree en la validez de la exclusividad racial, es difícil oponerse al racismo de cualquier otro; si es imposible que un pueblo esté sano excepto en su propia patria, entonces uno no puede oponerse a que cualquier otro excluya a los “extranjeros” de su territorio.
Los sionistas Blud und Boden proporcionaron una excelente justificación para no luchar contra el antisemitismo en su propio territorio; no era culpa de los antisemitas, sino de la propia desgracia de los judíos de estar en el exilio.
Según esta lógica, la pérdida de Palestina era la causa fundamental del antisemitismo; por tanto, en la recuperación de Palestina residía la única solución a la cuestión judía. En vista de esto, ¿es difícil entender al crédulo lector de un periódico nazi que llegó a la conclusión de que lo que decían los nazis, y con lo que estaban de acuerdo los sionistas, tenía que ser correcto?
“Cualquier movimiento judío que parloteara sobre la naturalidad del antisemitismo”, observó Lenni Brenner, “trataría, con la misma ‘naturalidad’, de llegar a un acuerdo con los nazis cuando llegaran al poder” (ibíd.).
El sionismo alemán, a través de la Federación Sionista de Alemania (ZVfD), se apartó de la sociedad en la que vivían los judíos. Sólo había dos tareas sionistas: (i) inculcar la conciencia nacionalista a cuantos judíos quisieran escuchar, y (ii) formar a los jóvenes para ocupaciones útiles para el desarrollo económico de Palestina. Todo lo demás era inútil.
En 1925, el más ferviente expositor del abstencionismo total, Jacob Klatzin, coeditor de la Encyclopedia Judaica, expresó vívidamente las ramificaciones del enfoque sionista del antisemitismo de este modo:
“Si no admitimos la legitimidad del antisemitismo, negamos la legitimidad de nuestro propio nacionalismo. Si nuestro pueblo merece y quiere vivir su propia vida nacional, entonces es un cuerpo extraño empujado a las naciones entre las que vive, un cuerpo extraño que insiste en su propia identidad distintiva, reduciendo el dominio de su vida. Es justo, por tanto, que luchen contra nosotros por su integridad nacional… En lugar de establecer sociedades para la defensa contra los antisemitas, que quieren reducir nuestros derechos, deberíamos establecer sociedades para la defensa contra nuestros amigos que desean defender nuestros derechos” (Jacob Agus, El significado de la historia judía, Ram’s Horn Books, Abelard-Schuman, 1963).
En lugar de unirse a la clase obrera antinazi en un programa de resistencia militante, la dirección de la Federación Sionista de Alemania en 1932, cuando Hitler ganaba fuerza día a día, optó por organizar reuniones anticomunistas para advertir a la juventud judía contra la “asimilación roja”.
El 18 de marzo de 1912, Weizmann dijo descaradamente ante un auditorio berlinés que “cada país sólo puede absorber un número limitado de judíos, si no quiere desórdenes en su estómago. Alemania ya tenía demasiados judíos” (citado por Benyamin Matuvo, “The Zionist wish and the Nazi deed”, Issues, invierno 1966/7).
Con opiniones como éstas, difícilmente podía esperarse que él y sus compañeros sionistas movilizaran al judaísmo mundial contra el antisemitismo y los nazis. Los sionistas no organizaron en América ni una sola manifestación contra Hitler antes de que éste llegara al poder. Nahum Goldmann no estaba dispuesto a trabajar con los asimilacionistas.
Los sionistas alemanes estaban de acuerdo con dos elementos fundamentales de la ideología nazi: que los judíos nunca formarían parte del Volk alemán y, por tanto, no pertenecían al suelo alemán. Además, la afinidad ideológica entre ellos se basaba en (i) el anticomunismo; (ii) el racismo volkista común; y (iii) la convicción mutua de que Alemania nunca podría ser la patria de sus judíos. Debido a esta afinidad ideológica entre el sionismo y el nazismo, la Federación Sionista de Alemania, creyendo que podría inducir a los nazis a apoyarlos, solicitó el patrocinio de Hitler en repetidas ocasiones después de 1933.
A principios de marzo de 1933, Julius Streicher, editor de Der Steurmer, declaró que a partir del 1 de abril se boicotearían todas las tiendas y profesionales judíos. En respuesta, el rabino Stephen Wise había planeado una contramanifestación que se celebraría en Nueva York el 27 de marzo si los nazis seguían adelante con su boicot. Esto preocupó a los capitalistas que apoyaban a Hitler, ya que los judíos ocupaban un lugar destacado en el comercio minorista de América y Europa; cualquier represalia por su parte contra las empresas alemanas resultaría muy perjudicial. Así que instaron a Hitler a suspender el boicot antijudío. Como los nazis no podían hacerlo sin quedar mal, recurrieron a los sionistas para desviar la atención del rabino Wise. Así, Herman Goering llamó a los líderes sionistas. Les dijo que la prensa extranjera estaba mintiendo sobre las atrocidades cometidas contra los judíos; a menos que cesaran las mentiras, no podría garantizar la seguridad de los judíos alemanes. Sobre todo, había que cancelar el mitin de Nueva York. Tras esta reunión, una delegación de tres personas llegó a Londres el 27 de marzo para ponerse en contacto con la judería mundial, donde se reunió con 40 líderes judíos en un encuentro presidido por Nahum Sokolov, que en aquel momento era presidente de la Organización Sionista Mundial. La delegación tenía ante sí dos tareas: (1) promover Palestina como “el lugar lógico de refugio” para los judíos y (2) acabar con todas las acciones antinazis en el extranjero. La dirección sionista se encargó de que no se produjera ninguna acción antinazi en Nueva York ni en ningún otro lugar.
El 21 de junio de 1933, la Federación Sionista de Alemania envió un memorándum al Partido Nazi que era poco menos que una traición a los judíos de Alemania. En él, los sionistas alemanes “ofrecían una colaboración calculada entre el sionismo y el nazismo, santificada por el objetivo de un Estado judío: no libraremos ninguna batalla contra ti, sólo contra los que opongan resistencia” (Brenner, op.cit., p.49).
Todo esto ocurría en completo secreto a espaldas del pueblo judío, que no sabía nada de las vergonzosas maquinaciones de los dirigentes sionistas que actuaban supuestamente en nombre de las masas judías. Pero, mantenidas en la ignorancia como estaban, las masas judías no podían obviar lo que aparecía en el Rundschau (el órgano de la Unión Sionista de Alemania) en el que se atacaba alegremente al judaísmo asimilacionista.
Su editor, Robert Weltsch, aprovechó la ocasión del boicot del 1 de abril para arremeter contra los judíos de Alemania en un editorial: “Llevad la insignia amarilla con orgullo”. Culpaba a los judíos de sus desgracias, diciendo, entre otras cosas: “…Porque los judíos no exhiben su judaísmo con orgullo, porque han querido eludir la cuestión judía, deben compartir la culpa de la degradación de la judería” (Davydowicz L, A Holocaust reader, Behrman House, Nueva Jersey, p. 148).
Justo en el momento en que los nazis se ocupaban de arrojar a los campos de concentración a comunistas, socialistas y sindicalistas, Weltsch atacaba a los periodistas judíos de izquierdas calificándolos de “bufones judíos” (Ibid. p.149).
Digamos de paso que, aunque la prensa de izquierdas había sido atacada desde el primer día de la llegada de los nazis al poder, la prensa sionista seguía siendo legal.
Con el ascenso de los nazis al poder, el racismo triunfó en Alemania y la Federación Sionista de Alemania se puso de parte del vencedor. El Rundschau del 4 de agosto de 1933 se volvió literalmente loco, instando a que “los judíos no debían limitarse a aceptar en silencio los dictados de sus nuevos amos; también ellos tenían que darse cuenta de que la separación de razas era totalmente beneficiosa” (citado en Brenner, p. 51).
Continuando decía: “La raza es sin duda un impulso muy importante, sí, decisivo. De la ‘sangre y el suelo’ se determina realmente el significado de un pueblo y sus logros”. Los judíos tendrían que compensar “las generaciones perdidas en las que se descuidó en gran medida la conciencia racial judía”.
Para demostrar que el “movimiento del renacimiento judío” siempre había sido racista, el Rundschau reimprimió dos artículos anteriores a 1914 bajo el título “Voces de la sangre”, que afirmaban con delirante alegría cómo “el judío moderno… reconoce su judaísmo a través de una experiencia interior que le enseña el lenguaje especial de su sangre de una manera mística” (citado en Brenner, pp.52-52).
La interpretación caritativa de semejante disparate es que permitía a la alta burguesía que lo vendía “reconciliarse con la existencia del antisemitismo en Alemania sin combatirlo” (ibid. p.52).
El propagandista más ferviente del racismo de la Federación Sionista de Alemania fue Joachim Prinz, que había sido votante socialdemócrata antes de 1933. Se volvió rabiosamente volkista en los primeros años del Tercer Reich. La violenta hostilidad hacia los judíos que salpica las páginas de su libro Wir Juden podría haberse insertado fácilmente en la propaganda nazi. Para él, el judío estaba hecho de “extravío, de rareza, de exhibicionismo, inferioridad, arrogancia, autoengaño, sofisticado amor a la verdad, odio, debilidad, patriotismo y cosmopolitismo desarraigado, un arsenal psicológico de rara abundancia” (citado por Kopel Pinson, ‘El espíritu judío en la Alemania nazi’, Menorah Journal, otoño de 1936).
Prinz creía firmemente, por no decir tontamente, que era posible un acomodo entre nazis y judíos sobre la base de un acuerdo sionista-nazi: “Un Estado que se construye sobre el principio de la pureza de la nación y la raza sólo puede tener respeto por aquellos judíos que se ven a sí mismos de la misma manera” (Benyamin Matuvo, ‘The Zionist wish and the Nazi Deed’, Issues, invierno de 1966-67, p.12).
Después de que Prinz fuera a Estados Unidos, abandonó sus extrañas opiniones, ya que no tenían sentido en las condiciones imperantes en América.
Ni siquiera las leyes de Nuremberg del 15 de septiembre de 1935 consiguieron cambiar la creencia de los sionistas alemanes en un modus vivendi final con los nazis.
El Rundschau publicó una declaración del jefe de la asociación de prensa de los nazis, A. I. Brandt, en la que informaba, para sorpresa del mundo entero, de que las leyes eran “beneficiosas y regeneradoras también para el judaísmo. Al dar a la minoría judía la oportunidad de llevar su propia vida y asegurar el apoyo gubernamental a esta existencia independiente, Alemania ayuda al judaísmo a fortalecer su carácter nacional y contribuye a mejorar las relaciones entre los dos pueblos” (Abraham Margaliot, ‘La reacción del público judío en Alemania a las leyes de Nuremberg’, Yad Vashen Studies, Vol XII, p.86).
La Federación Sionista de Alemania estaba obsesionada con intentar unir las instituciones judías segregadas para inculcar un espíritu nacional judío. Cuanto más presionaban los nazis a los judíos, mayor era la convicción sionista de que era posible un acuerdo con los nazis. Su razonamiento era que cuanto mayor era la exclusión de los judíos de todos los aspectos de la vida alemana, mayor era la necesidad de los nazis de contar con el sionismo para deshacerse de los judíos.
Aunque las esperanzas sionistas de llegar a un acuerdo con los nazis se desvanecieron ante la intimidación y el terror cada vez mayores, no hubo ningún intento de resistencia antinazi por parte de los dirigentes de la Federación Sionista de Alemania. Durante toda la preguerra, la participación sionista en la resistencia antinazi fue mínima. En cambio, los líderes sionistas atacaron a gritos al clandestino KPD (Partido Comunista de Alemania), que era el líder de la resistencia antinazi.
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Chacales ideológicos del nazismo
Los dirigentes sionistas mundiales dieron su aprobación a la línea general de su filial alemana. Antes de la llegada de los nazis al poder, el sionismo alemán no era más que una secta burguesa aislada. Entonces, de repente, este pequeño grupo se vio a sí mismo como destinado por la historia a negociar secretamente con el régimen nazi en oposición a la vasta masa de la humanidad y a la vasta masa de judíos por igual que querían organizar la resistencia a los hitlerianos – todo con la esperanza de ganar el apoyo del enemigo mortal de los judíos y de la humanidad en general por igual, para la construcción de su estado en Palestina. La mera cobardía de los dirigentes sionistas de la Federación Sionista de Alemania no basta para explicar la evolución prohitleriana del racismo sionista, ni tampoco el respaldo de la Organización Sionista Mundial a su postura. Los sionistas no lucharon contra la llegada de Hitler al poder “no por mera… cobardía, sino por su profunda convicción, heredada de Herzl, de que no se podía luchar contra el antisemitismo. Dado su fracaso en la resistencia durante Weimar, y dadas sus teorías raciales, era inevitable que acabaran siendo los ‘chacales ideológicos del nazismo’” (Lenni Brenner, op.cit., p.55).
La Organización Sionista Mundial vio la victoria de Hitler del mismo modo que la Federación Sionista de Alemania: no como una derrota de todos los judíos, sino como una prueba positiva de la bancarrota del asimilacionismo. Había llegado su hora… La victoria de Hitler era un mayal para llevar a los judíos tercos de vuelta a su propia especie y a su propia tierra.
Emil Ludwig, el escritor de fama mundial y entonces recién convertido al sionismo, en una entrevista concedida a un compañero sionista en su visita [de Ludwig] a América, expresó la actitud general del movimiento sionista: “Hitler será olvidado dentro de unos años, pero tendrá un hermoso monumento en Palestina”, añadiendo que “la llegada de los nazis fue más bien algo bienvenido. Muchos de nuestros judíos alemanes flotaban entre dos costas; muchos de ellos cabalgaban en la traicionera corriente entre el Escila de la asimilación y el Caribdis de un asentido conocimiento de las cosas judías. Miles de personas que parecían completamente perdidas para el judaísmo fueron devueltas al redil por Hitler, y por ello le estoy personalmente muy agradecido” (Citado por Meyer Steinglas en ‘Emil Ludwig ante el juez’, American Jewish Times, abril de 1936, p. 35).
Las opiniones de Ludwig coincidían exactamente con las de veteranos como el aclamado Chaim Nachman Bialik, considerado en su momento como el Poeta Laureado del Sionismo. Debido a su reputación, sus declaraciones gozaron de amplia difusión, tanto entre los sionistas como entre sus enemigos de izquierdas. El hitlerismo, sostenía, había salvado a los judíos alemanes de la aniquilación mediante la asimilación. Como muchos de los sionistas, Bialik consideraba a los judíos una especie de raza superior: “Yo también, como Hitler, creo en el poder de la idea de la sangre” (Chaim Bialik, ‘The present hour’, Young Zionist, Londres, mayo de 1934).
En 1934, el sionismo contaba con más de un millón de miembros en todo el mundo.
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El Ha’avara
A principios de mayo de 1935, Chaim Arlosoroff, secretario político de la Agencia Judía, llegó a un acuerdo preliminar con las autoridades nazis para permitir a los emigrantes sionistas transferir parte de su riqueza de Alemania a Palestina en forma de maquinaria agrícola. Por parte nazi, la motivación era debilitar y derrotar, mediante la disensión dentro del judaísmo mundial, cualquier resolución que boicoteara los productos alemanes en la entonces inminente Conferencia Judía de Londres y, de paso, expulsar a unos cuantos miles de judíos de Alemania. Esto coincidía con los objetivos de los sionistas de llevar a los judíos alemanes, especialmente a los jóvenes y robustos, a Palestina y conseguir fondos para el proyecto de construir un Estado judío en Palestina.
Arlosoroff visitó Berlín de nuevo en junio y regresó a Tel Aviv el 14 de junio, donde, dos noches más tarde, fue asesinado por sus tratos con los nazis. Esto, sin embargo, no retrasó en nada el acomodo de la Organización Sionista Mundial con el vil régimen nazi, que anunció la conclusión del Pacto Sionista-Nazi el 18 de junio, justo a tiempo para el XVIII Congreso Sionista de Praga.
En vista de la hostilidad judía hacia este notorio Pacto, conocido como “Ha’avara” o Acuerdo de Transferencia, la dirección de la Organización Sionista Mundial trató de protegerse recurriendo a la mentira descarada de que el ejecutivo de la Organización Sionista Mundial no había participado en las negociaciones que condujeron a este acuerdo con el gobierno nazi. Literalmente nadie creyó esta mentira descarada.
La controversia sobre este acuerdo continuó hasta 1935 entre recriminaciones. A pesar de todo, la Ha’avara creció hasta convertirse en una importante entidad bancaria y comercial, con 137 especialistas en la oficina de Jerusalén en el momento de mayor actividad. Los nazis la utilizaron como instrumento para debilitar el movimiento de boicot dañando la considerable fuerza política y económica de la comunidad judía mediante el uso de la disensión dentro de sus filas, un plan notorio que la dirección sionista compartió de buen grado, incluso con entusiasmo.
Moshe Beilenson, que en 1922 había sido miembro de una delegación que prometió la lealtad del sionismo italiano a Mussolini, presentó una encendida defensa teórica del Pacto nazi sionista, diciendo que “…en verdad, el XVIII Congreso [de la Organización Sionista Mundial] tuvo el valor de destruir la tradición asimilacionista y apela a otras … Durante generaciones hemos luchado mediante protestas. Ahora tenemos otra arma en la mano, un arma fuerte, fiable y segura: el visado a Palestina” (Moshe Beilenson, ‘The new Jewish statesmanship’, Labour Palestine, febrero de 1934, pp.8-10).
Así pues, está claro que para los sionistas la tierra de Israel había adquirido mayor importancia que las necesidades urgentes de supervivencia del pueblo judío. Para ellos, la emigración a Palestina se había convertido en el único medio para la supervivencia del pueblo judío. Los millones de judíos de todo el mundo, el verdadero pueblo judío, se redujeron a no más que una reserva de la que arrancarían algunos jóvenes judíos para construir su Estado. Los judíos de otros lugares, según su perverso pensamiento, serían expulsados, como en Alemania, o asimilados, como en Francia. No es de extrañar que con una perspectiva tan retorcida sobre la cuestión de la supervivencia del pueblo judío, los sionistas se vieran cada vez más impulsados a buscar la cooperación con los nazis en un esfuerzo por hacer realidad su visión.
Escribiendo el 3 de julio de 1935 a Arthur Ruppin, director del Departamento de Colonización en Palestina, en el contexto del entonces inminente Congreso de Lucerna de la Organización Sionista Mundial, Chaim Weizmann aconsejó que no se discutiera en él la cuestión alemana, pues tal discusión resultaría “…peligrosa para lo único positivo que tenemos en Alemania, el intensificado movimiento sionista …. Nosotros, que somos una organización sionista, debemos ocuparnos de la solución constructiva de la cuestión alemana mediante el traslado de la juventud judía de Alemania a Palestina, y no de la cuestión de la igualdad de derechos de los judíos en Alemania” (Chaim Weizmann ‘To Arthur Ruppin’, 3 de julio de 1935, en Barnett Litvinoff, Letters and Papers of Chaim Weizmann Letters Vol XVI, Transaction Publishers, New Brunswick, 1982, p. 464 ).
Lewis Namier, antiguo secretario político de la Organización Sionista Mundial e importante historiador de la aristocracia británica, había prologado el libro de Ruppin. Sionistas bien informados, entre ellos Nahum Goldman, lo consideraban correctamente un intenso antisemita judío. Tal era su devoción por la alta burguesía que despreciaba a los judíos como epítome del capitalismo, del comercio vulgar: “No todo el mundo”, escribió, “que se sienta incómodo con respecto a nosotros debe ser llamado antisemita, ni hay nada necesaria e inherentemente perverso en el antisemitismo” (Introducción al libro de Arthur Ruppin, Jews in the modern world, Macmillan, Nueva York, 1934, p.xiii).
Sin duda, el ejemplo más flagrante de la falta de voluntad de los dirigentes de la Organización Sionista Mundial para ofrecer resistencia a los nazis fue la siguiente declaración de Weizmann: “La única respuesta digna y realmente eficaz a todo lo que se está infligiendo a los judíos de Alemania es el edificio erigido por nuestra gran y hermosa obra en la Tierra de Israel… Se está creando algo que transformará el infortunio que todos sufrimos en canciones y leyendas para nuestros nietos” (Barnett Litvinoff, Weizmann – the last of the patriarchs, Hodder & Stoughton, Londres, 1976, p. 82).
El presídium del Congreso de Lucerna maniobró con éxito para mantener todo debate serio sobre la resistencia al régimen nazi fuera del hemiciclo del Congreso. Incluso los principales sionistas estadounidenses, como el rabino Stephen Wise y Abba Hillel Silver, que habían hablado mucho de boicotear los productos alemanes, pero no habían hecho nada en la práctica para organizarlo, capitularon ante Weizmann y apoyaron la Ha’avara. Como resultado, después del Congreso de Lucerna ya no hubo diferencias entre ellos y la dirección de la Organización Sionista Mundial.
Amplios sectores del judaísmo mundial estaban indignados por las decisiones tomadas en Lucerna. La revista londinense World Jewry, la mejor revista sionista en lengua inglesa de la época, condenó ferozmente su propio Congreso Mundial de la siguiente manera: “El Dr. Weizmann llegó a afirmar que la única respuesta digna que podían dar los judíos era un esfuerzo renovado para la reconstrucción de Palestina. Qué aterradora debió sonar la proclamación del Presidente del Congreso en los oídos de Herren Hitler, Streicher y Goebbels!”. (‘Kiddush Hashem’, World Jewry, 6 de septiembre de 1935, p.1).
Yendo más lejos, la dirección sionista había organizado en secreto la extensión del sistema Ha’avara a otros países: mediante la creación del Banco de la Agencia Internacional de Comercio e Inversiones (INTRIA) en Londres, se propuso organizar la venta de mercancías alemanas directamente a Gran Bretaña. El régimen nazi tuvo la satisfacción de esta mayor desmoralización de las fuerzas que abogaban por el boicot, ya que fue el principal beneficiario de la Ha’avara. No sólo ayudó a los nazis a deshacerse de algunos judíos sino que, lo que es más importante, tuvo un enorme valor, ya que proporcionó la justificación perfecta para todos aquellos que querían que continuara el comercio con la Alemania nazi. En Gran Bretaña, el periódico de Sir Oswald Mosely, el Blackshirt, apenas podía contener su delirante alegría:
“¡Habéis visto cosa igual! Nos cortamos la nariz para fastidiarnos la cara y nos negamos a comerciar con Alemania para defender a los pobres judíos. Los propios judíos, en su propio país, van a seguir haciendo ellos mismos tratos provechosos con Alemania. Los fascistas no pueden contrarrestar mejor la propaganda negativa contra las relaciones amistosas con Alemania que utilizando este hecho” (‘Blackshirts peeved at Reich-Zion trade’, Jewish Daily Bulletin, 6 de febrero de 1935, p.5).
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Bases para la colaboración sionista-nazi
Mientras la dirección burguesa de la Organización Sionista Mundial estaba ocupada haciendo tratos con los nazis, miles de alemanes, muchos judíos entre ellos, luchaban heroicamente en España contra la Legión Cóndor de Hitler y el ejército fascista de Franco. Todo lo que hizo la Ha’avara fue desmoralizar tanto a los judíos como a los no judíos y minar las fuerzas dispuestas y preparadas para resistir a los nazis. De hecho, apartó al movimiento sionista, formado por un millón de personas, de la primera línea de la resistencia antinazi, ya que la Organización Sionista Mundial, en lugar de resistir a los fascistas hitlerianos, trató de colaborar con ellos.
Después de la guerra y el Holocausto, un arrepentido Nahum Goldmann, torturado por su vergonzoso papel durante los años de Hitler, escribió sobre una dramática reunión con el ministro de Asuntos Exteriores checo, Edward Benes, en 1935. El relato gráfico de Goldmann sobre la advertencia de Benes a los judíos dice todo lo que hay que decir sobre la Ha’avara y el fracaso totalmente vergonzoso, o más bien la falta de voluntad, de la Organización Sionista Mundial para afrontar y organizar la resistencia a los nazis:
“‘¿No comprendes’, gritó, ‘que al reaccionar sólo con gestos poco entusiastas, al no despertar a la opinión pública mundial ni emprender acciones enérgicas contra los alemanes, los judíos están poniendo en peligro su futuro y sus derechos humanos en todo el mundo?’ Sabía que Benes tenía razón… en aquel contexto el éxito era irrelevante. Lo que importa en una situación de este tipo es la postura moral de un pueblo, su disposición a luchar en lugar de dejarse masacrar con impotencia” (Autobiography, Holt Rinehart and Winston, Nueva York, 1969, p.148).
El ideólogo dominante en la cuestión judía era el refugiado alemán del Báltico, Alfred Rosenberg, que había desarrollado sus teorías cuando aún estaba en su Letonia natal. Él, correctamente, era de la opinión de que la ideología sionista servía maravillosamente como justificación para privar a los judíos de Alemania de sus derechos y que, quizás, existía la posibilidad de un uso futuro del movimiento para la promoción de la emigración judía. Hitler había empezado a tocar estos temas en sus discursos: el 6 de julio de 1920 afirmó que Palestina era el lugar apropiado para los judíos, donde solos podían esperar obtener sus derechos.
Para Hitler la validez del sionismo sólo residía en su confirmación de que los judíos nunca podrían ser alemanes. No podría aducirse mejor prueba del “papel clásico del sionismo como acompañante del antisemitismo” que las propias declaraciones de Hitler sobre el tema en su Mein Kampf.
En 1939, las SS se habían convertido en el elemento más prosionista del Partido Nazi. Para conmemorar la expedición del barón Von Mildenstein a Palestina, Goebbels hizo acuñar una medalla: en una cara la cruz gamada, en la otra la estrella sionista.
Incluso las leyes de Nuremberg de septiembre de 1935, remate de la legislación antijudía alemana anterior a la Segunda Guerra Mundial, que los nazis defendían como expresión de su prosionismo, contaban con la aprobación tácita de las cabezas más sabias entre los propios judíos. Todos los oradores del Congreso Sionista Mundial de Lucerna habían reiterado que los judíos del mundo debían ser considerados correctamente como un pueblo aparte, independientemente de donde vivieran. Pues bien, escribió Alfred Berndt en un comentario en el Rundschau sobre las nuevas restricciones: todo lo que Hitler había hecho era satisfacer “las demandas del Congreso Judío Internacional convirtiendo a los judíos que viven en Alemania en una minoría nacional”.
Según las leyes de Nuremberg, en el Tercer Reich sólo se permitían dos banderas: la esvástica y la bandera sionista azul y blanca. Esto entusiasmó mucho a la Federación Sionista de Alemania, que esperaba que fuera una señal de que Hitler se acercaba a un acuerdo con ellos. En realidad, fue una humillación para el pueblo judío.
Heinrich Himmler era Reichsführer de las SS y en 1934 su séquito le presentó un “Informe de situación – la cuestión judía” en el que se afirmaba que la inmensa mayoría de los judíos se consideraban alemanes y estaban decididos a permanecer en el país. Como en aquella época, por miedo a las repercusiones internacionales, para vencer esa resistencia no se podía emplear la fuerza, los nazis, para vencer su resistencia, recurrieron al recurso de instalar entre ellos una identidad judía distintiva promoviendo sistemáticamente las escuelas judías, el hebreo, el arte y la música judías, etc., con la esperanza de que ello indujera a la masa de los judíos a abandonar su patria. Como esta fórmula distaba mucho de ser eficaz, la política nazi consistió en dar un apoyo adicional a los sionistas con vistas a persuadir a los judíos de que se unieran al movimiento sionista como medio de evitar males mayores. Todos los judíos, incluidos los sionistas, debían ser perseguidos como judíos; sin embargo, dentro de ese marco era posible relajar la presión. Así, el 28 de enero de 1935, la Gestapo bávara envió una circular a la policía regular en la que decía que, a partir de entonces, “los miembros de las organizaciones sionistas, en vista de sus actividades dirigidas a la emigración a Palestina, no serán tratados con el mismo rigor que es necesario con los miembros de las organizaciones judeo-alemanas [asimilacionistas]” (Kurt Grossman, ‘Zionists and non-Zionists under Nazi rule in the 1930s’, Herzl Yearbook, Vol VI, Herzl Press, Nueva York, 1966, p.340).
La política nazi pro sionista no dio el resultado deseado, pues la Organización Sionista Mundial tenía poco interés en la gran mayoría de los judíos alemanes, ya que éstos no eran sionistas, no hablaban hebreo, no eran lo bastante jóvenes y no poseían los “oficios” adecuados.
En noviembre de 1938 los nazis clausuraron definitivamente la sede de la Federación Sionista de Alemania tras la Noche de los Cristales. Por su espantosa conducta, los sionistas ni siquiera pudieron afirmar que habían sido engañados por Hitler, pues sus teorías y puntos de vista raciales estaban ahí, en alemán llano, desde 1926. Los sionistas ignoraron el elefante en la habitación, a saber, que Hitler y su partido odiaban a todos los judíos. Los sionistas optaron por ignorar este hecho, ya que “…eran simplemente reaccionarios que… optaron por hacer hincapié en los puntos de similitud entre ellos y Hitler. Se convencieron a sí mismos de que, puesto que ellos también eran racistas, estaban en contra de los matrimonios mixtos y creían que los judíos eran extranjeros en Alemania; puesto que ellos también se oponían a la izquierda, esas similitudes bastarían para que Adolf Hitler los viera como los únicos ‘socios honestos’ para una distensión diplomática” (Brenner, op.cit., p.89).
En lugar de acusar de antisemitismo a todo el mundo a la menor oportunidad, los sionistas deberían examinar su propia ideología y todo el curso del desarrollo del movimiento sionista.
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Parte 2: El sionismo, ¿una invención judía o una construcción imperialista?
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Génesis del sionismo
El Estado sionista de Israel y sus patrocinadores imperialistas afirman tres cosas: primero, que los judíos inventaron el sionismo; segundo, que los judíos son un pueblo semita; y tercero, que el Estado de Israel debe ser, y seguirá siendo, un Estado exclusivamente judío. Este artículo se ocupa únicamente de la primera de estas afirmaciones, dejando las otras dos para un tratamiento posterior.
Lejos de ser un “movimiento de liberación nacional” para el “restablecimiento del pueblo judío” en “su patria y la asunción de la soberanía judía en la tierra de Israel”, como afirma el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel, el sionismo es mucho más el producto de la geopolítica europea que el hijo legítimo del judaísmo europeo.
Lejos de ser una respuesta al “anhelo” judío por Sión (Jerusalén) y una respuesta al antisemitismo, la construcción sionista se remonta a la Reforma y su lucha contra la autoridad de la Iglesia católica. Más que los judíos, fueron los británicos quienes, más que nadie, persiguieron la política de sionización de los judíos y de judaización del sionismo.
Según la historiografía sionista, entre los padres fundadores del sionismo figuran el alemán Moses Hess, el ruso Leon Pinsker y el húngaro Theodor Herzl.
La principal afirmación de los sionistas es que sólo los judíos inventaron el sionismo.
Bernard Lewis, considerado el decano de los estudios sobre Oriente Próximo, sitúa a Viena como la cuna del sionismo, a Theodor Herzl como su padre fundador y la publicación del libro de Herzl El Estado judío como el comienzo de la historia del sionismo (véase Lewis, Semites and anti-Semites: an inquiry into conflict and prejudice, WW Norton & Company, Nueva York, 1986, pp.68-69).
Nahum Goldman, Presidente fundador del Congreso Judío Mundial, hizo la misma afirmación en su artículo de 1978: “La ideología sionista y la realidad de Israel”, Foreign Affairs (1) 70-82.
Y esta afirmación sigue siendo repetida por los sionistas y sus patrocinadores imperialistas y ha adquirido la fuerza de un prejuicio público. Cualquiera que cuestione esta narrativa se enfrenta a la acusación de antisemitismo por parte del campo del sionismo y de sus poderosos partidarios. El miedo a ser calificado de antisemita explica que un gran número de personas, que la entienden mejor, guarden silencio sobre esta cuestión. Sin embargo, de alguna manera hay que afirmar la verdad. Y la verdad es que, a partir de la Reforma, varios proyectos de “Restauración” colonial -la colonización sionista de Palestina- fueron ideados y desarrollados por europeos no judíos (tanto religiosos como ateos) mucho antes de la época de Theodor Herzl (1860-1904). La aparición de Herzl en escena sólo marcó el comienzo -un pequeño comienzo, por cierto- de la sionización de los propios judíos y de su participación en lo que inicial y esencialmente era una idea no judía del sionismo.
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La Reforma
La Reforma propició que la Biblia sustituyera al Papa como máxima autoridad espiritual. Antes de eso, la noción del “retorno judío” a Palestina y el concepto de una “nación judía” eran ajenos al pensamiento católico convencional. La Reforma inventó estas ideas y formuló una construcción teológica que incluía la conversión judía al cristianismo como preludio de la Segunda Venida de Cristo. Haciendo hincapié en los orígenes palestinos del cristianismo, en parte como medio de derribar las pretensiones del catolicismo romano, los protestantes pusieron mayor énfasis en el Antiguo Testamento, los israelitas bíblicos y Jerusalén, en contradicción con el Nuevo Testamento, el Papa y Roma (véase L J Epstein, Zion’s call: Christian contribution to the origins and development of Israel, University Press of America, Nueva York, 1984).
Al mismo tiempo, las principales potencias europeas competían por utilizar a los judíos y al judaísmo para dar una cobertura religiosa a los planes de colonización de Tierra Santa, que se encontraba en el corazón del podrido Imperio Otomano y del emergente mundo árabe.
El fundador de la Reforma, Martín Lutero (1483-1546), fue el primero en mostrar interés político y teológico por los judíos. En su panfleto “Que Jesucristo nació judío” (1523), caracterizó a los judíos como los verdaderos herederos de los israelitas bíblicos y los parientes consanguíneos de Jesús. En otro acto de desafío al Papa y a la Iglesia católica, provocó la eliminación del Antiguo Testamento de los libros (apócrifos protestantes) que no eran aceptados por el canon judío como parte de las Escrituras hebreas.
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Cromwell
Las tendencias judeófilas protestantes, iniciadas con Lutero en Alemania en 1523, siguieron arraigando en la Inglaterra anglicana; estas tendencias registraron un nuevo apogeo con la aparición de los puritanos. La República de Cromwell en 1655 readmitió a los judíos en Inglaterra (Eduardo I los había expulsado en 1290 tras cancelar todas las deudas contraídas con ellos). Al invitar a los judíos, Cromwell estaba motivado principalmente por su determinación de trasladar a Londres a los mercaderes judíos de Ámsterdam para reforzar a Inglaterra en su guerra comercial con Portugal, España y los Países Bajos, cuya comunidad judía era famosa por su riqueza, conocimientos comerciales y contactos empresariales.
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La Revolución Francesa y Napoleón
Con la Revolución Francesa de 1789 y el posterior ascenso de Napoleón, su invasión de Egipto y Palestina, y su Proclama Judía, el sionismo inglés y francés entraron en una nueva fase de feroz competencia por la judería europea. Antes del ascenso de Napoleón, la Revolución Francesa ya había emancipado a los judíos franceses, y la Asamblea Nacional francesa decretó el 24 de diciembre de 1789 que los no católicos eran tan elegibles para todos los cargos civiles y militares como los ciudadanos católicos. Este decreto obligó a muchos gobiernos conservadores europeos a admitir los derechos civiles de los judíos, derechos que les fueron retirados de nuevo tras la caída de Napoleón.
Napoleón estaba decidido a utilizar a los judíos de toda Europa como quinta columna. Durante su invasión de Egipto y Palestina (1798-99), y anticipando la toma de Jerusalén (algo que no ocurrió), Napoleón preparó una Proclama prometiendo Tierra Santa a los judíos, a los que caracterizó como “los legítimos herederos de Palestina”. La competencia anglo-francesa por la lealtad de los judíos europeos estaba claramente en el fondo de esta Proclama. En 1806, Napoleón convocó una Asamblea de 111 notables judíos de los países del Imperio francés e Italia. A continuación, invitó a todas las comunidades judías a enviar representantes al Gran Sanedrín que finalmente se reunió en 1807. El claro propósito de reunir a estos notables era utilizar a los judíos europeos en su guerra contra Rusia y en su batalla económica contra Gran Bretaña. Aunque acogieron con satisfacción su emancipación, los judíos rechazaron el sionismo de Napoleón. El Gran Sanedrín declaró que los judíos no formaban una nación y los judíos dijeron sin rodeos a Napoleón: “París es nuestra Jerusalén”.
Sin embargo, los esfuerzos de Napoleón con respecto a los judíos se convirtieron en los planos y precursores de la Sociedad de Londres para la Promoción del Cristianismo entre los Judíos (1809), las ideas de Leo Pinsker de un Congreso Nacional Judío y los planes de Herzl para una Sociedad de Judíos.
Desde la época de la Reforma hasta la llegada al poder de Napoleón III en Francia, no hubo líderes judíos en el movimiento sionista; todos los intentos británicos y franceses de reclutarlos fueron un completo fracaso. El origen no judío del sionismo queda aún más claro por el hecho de que las ideas de la Restauración se desarrollaron primero en Gran Bretaña (que apenas tenía población judía) y no en Alemania, Polonia o Rusia (donde vivía la mayor parte de los judíos europeos). Incluso 100 años después de Cromwell, sólo había 12.000 judíos en Gran Bretaña, y tuvieron que pasar otros 100 años para que su número alcanzara los 25.000, mientras que el censo de 1897 reveló 5.189.401 judíos en el Imperio ruso.
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El sionismo británico
En su libro La Biblia y la espada, Barbara Tuchman presenta un análisis coherente de la interacción entre las consideraciones imperiales y religiosas dentro del sionismo británico desde la época de Cromwell y los puritanos, pasando por la de Palmerston y Lord Shaftesbury, hasta la de Balfour y Weizmann. Palmerston trabajó estrechamente con lord Shaftesbury (presidente de la Sociedad para la Promoción del Cristianismo entre los judíos) en los planes sionistas británicos en una época en la que no había ningún movimiento judío dispuesto a “regresar” a Palestina. Al no haber protestantes en Palestina ni en ningún otro rincón del Imperio Otomano, Gran Bretaña se esforzó por poner a los judíos otomanos bajo su “protección” para contrarrestar los intentos similares de Rusia y Francia de poner a los otomanos ortodoxos y católicos bajo sus respectivas “protecciones”. En marzo de 1838, Gran Bretaña nombró un vicecónsul en Jerusalén, con jurisdicción sobre “todo el país dentro de los antiguos límites de Tierra Santa”. Este fue el primer paso de un plan meticulosamente elaborado por Gran Bretaña para utilizar a los judíos con fines de dominación imperial.
El sionismo británico se enfrentaba a un grave problema, a saber, la voz de los judíos antisionistas, representados en el Gabinete por Edwin Montague, Secretario de Estado para la India, y expresada en la prensa por Alexander y Montefiore, Presidente y Secretario, respectivamente, de la Junta de Diputados Judíos. Los líderes judíos británicos persistían en considerar “el sionismo como un delirio loco de un ejército de mendigos y chiflados que sólo podía servir para socavar sus derechos de ciudadanía en los países occidentales, que tanto les había costado conseguir” (Tuchman, p.333).
“Ante la dificultad de persuadir políticamente a los judíos, la London Society for Promoting Christianity among the Jews [Sociedad Londinense para la Promoción de la Cristiandad entre los Judíos] comenzó a judaizar el sionismo y a sionizar a los judíos, centrándose más en los judíos rusos y de Europa del Este” (Mohameden Ould-Mey, ‘The non-Jewish origins of Zionism’, International Journal of Humanities, Vol 1, 2003, p.603).
El objetivo de la Sociedad era enseñar “a los judíos sus propios libros sagrados: tenía la vista puesta en toda la judería del mundo, estimada en unos 6 millones en 1871”.
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George Gawler
Tras fracasar en su intento de implicar a los judíos en el proyecto sionista, Gran Bretaña recurrió a los servicios del teniente coronel George Gawler (1796-1869), un cristiano convencido que había sido gobernador de Australia Meridional de 1838 a 1841. Durante su mandato, había asentado a 180 convictos británicos al mes. Con su experiencia en asentamientos coloniales, se esperaba que facilitara el establecimiento de colonias judías en Palestina. Visitó Tierra Santa en 1849, se retiró del ejército en 1850 y fundó la Asociación para la Promoción del Asentamiento Judío en Palestina, que evolucionó hasta convertirse en el Fondo Palestino en 1852. Gawler fue el primer sionista en articular el mito sionista de que “Palestina es una tierra sin pueblo” a la espera de “los judíos, un pueblo sin tierra” (véase Mohameden Ould-Mey, op.cit., p.605). Gran Bretaña, dijo, debería obtener “protección para, y dar protección a, todos los israelitas que deseen establecerse en la despoblada Palestina” y debería “preparar a los judíos para su futura estación mediante su elevación política en Inglaterra” (G Gawler, Organised special constables, T&W Boone, Londres, 1848, p.25).
“Con el advenimiento de la navegación a vapor, dependiente de frecuentes puertos de escala para la recarga y la finalización del Canal de Suez, el sionismo y los intereses del comercio mundial comenzaron a vincular el establecimiento de depósitos y asentamientos a lo largo de la ruta hacia India y China con el establecimiento de un Estado judío en Palestina” (Ould Mey, p.606).
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El Canal de Suez y la seguridad de la India
Esta tendencia se reforzó aún más con la compra de acciones por parte de Gran Bretaña en el Canal de Suez, gracias a la hábil labor del primer ministro británico, Benjamin Disraeli. Los argumentos sionistas británicos y la idea de Gawler sobre la “elevación política” de los judíos recibieron un impulso con la publicación por George Eliot de la novela Daniel Deronda (1876), que presentaba a los judíos como héroes nacionalistas buenos y morales, en contraste con su imagen anterior de “asesinos de Cristo, apóstatas, prestamistas, extranjeros exóticos e inmigrantes pobres” (Epstein, op.cit., p.47). Al igual que el panfleto de Lutero “Que Jesucristo nació judío”, Daniel Deronda subrayaba que los judíos eran descendientes de los israelitas bíblicos y que “todo cristiano es judío en tres cuartas partes”. Algunos llegaron incluso a afirmar que Deronda creó un espíritu nacionalista judío para el sionismo y un modelo de inspiración para Herzl (Nahum Sokolow, History of Zionism 1600-1918 Vol. 1, Longmans Green & Co., Londres, 1919, pp.xxvi-xxvii).
El sionismo no judío surgió en Inglaterra mucho antes de la aparición del sionismo político judío. Algunos de los más ardientes partidarios del sionismo eran ingleses que visualizaban la creación de un Estado judío en Palestina como un instrumento al servicio de los intereses geopolíticos británicos.
El interés propio se combinó, al menos al principio, con el oscurantismo religioso. En este esquema, aunque el dogma religioso y el beneficio comercial anidaban mejilla con mejilla, el beneficio comercial tenía prioridad. Por ejemplo, al permitir la readmisión de los judíos, que habían sido expulsados por Eduardo I, Cromwell estaba motivado principalmente por su propio interés. La Guerra Civil inglesa había afectado negativamente a la posición de Inglaterra como potencia comercial y marítima. La clase empresarial y comercial británica -casi exclusivamente puritana y, por tanto, doctrinalmente muy próxima al judaísmo- estaba especialmente celosa de los holandeses, que habían aprovechado la oportunidad que ofrecía la Guerra Civil inglesa para hacerse con el control de las rutas comerciales del Próximo y Lejano Oriente. Y los judíos holandeses fueron particularmente activos en la expansión del comercio holandés durante el período de la Guerra Civil. Cromwell accedió a la readmisión de los judíos precisamente en el momento en que estaba ocupado en una serie de guerras comerciales con Portugal, España y los Países Bajos, un país que contaba con una considerable comunidad judía conocida por su riqueza, perspicacia comercial y contactos internacionales, por no mencionar las considerables cantidades de capital que los judíos traían consigo.
Con la expansión ultramarina británica durante el siglo siguiente, la cuestión de la restauración judía en Palestina se entrelazó cada vez más con consideraciones imperiales, sirviendo el dogma religioso de pantalla para los intereses imperiales británicos en Palestina.
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Shaftesbury y Palmerston
A principios del siglo XIX, Gran Bretaña experimentó un renacimiento evangélico. La clase dirigente británica, sacudida en sus cimientos por la revolución francesa que consideraba fruto del racionalismo, volvió a la Biblia y sus profecías y a la aceptación de la Biblia como palabra de Dios. El principal propagador de este dogma fue Lord Shaftesbury que se consideraba a sí mismo como el “Evangélico de los Evangélicos”. Fue él quien tuvo la visión de un Estado judío en Palestina y ocupa un lugar central en la tradición del sionismo no judío. Aunque se basaba en supuestas profecías bíblicas y en su cumplimiento, Shaftesbury predicó su dogma en un momento políticamente conveniente. El asentamiento judío en Palestina se había convertido en un objetivo deseable para Gran Bretaña. La situación estratégica de Palestina en la ruta hacia la India a través de Siria le confería la importancia que merecidamente recibía en manos británicas. Percibiendo la amenaza a la seguridad de la India por parte de Francia y Rusia, la clase dirigente británica siguió la política de colonizar Palestina con gente que viera con buenos ojos los intereses imperiales británicos. Así comenzó “la curiosa unión de la política imperial con una especie de sionismo cristiano paternalista que es evidente en la política británica de las generaciones posteriores” (William R. Polk, David M. Stamler y Edmund Asfour, Backdrop to tragedy, Beacon, Boston, 1957).
Lord Palmerston (Ministro de Asuntos Exteriores británico de 1830 a 1841 y de nuevo de 1846 a 1851, y Primer Ministro de 1855 a 1865) fue un entusiasta defensor de las ideas de Shaftesbury, pero puramente en términos de intereses imperiales británicos. Siendo la cuestión oriental su principal preocupación, Palmerston era partidario de la idea de Shaftesbury de utilizar a los judíos como palanca británica dentro del Imperio Otomano.
Con la llegada de la navegación a vapor en 1840, Oriente Próximo adquirió gran importancia en la ruta hacia la India, ya que los barcos de vapor requerían frecuentes recargas y los buques británicos utilizaban la ruta Mediterráneo-Mar Rojo con transbordo en Suez en lugar de la larga ruta del Cabo. En vista de todo ello, la implicación británica en la cuestión judía ya no era una cuestión de opción política sino de necesidad política. Así justificaba el coronel George Gawler, ex gobernador de Australia Meridional, la propuesta de un Estado judío en Palestina:
“La divina providencia ha colocado a Siria y Egipto en la misma brecha que separa a Inglaterra de las regiones más importantes de su comercio colonial y exterior, India, China… una potencia extranjera… pronto pondría en peligro el comercio británico… y ahora le corresponde a Inglaterra poner manos a la obra en la renovación de Siria, a través del único pueblo cuyas energías estarán amplia y permanentemente en la labor – los verdaderos hijos de la tierra, los hijos de Israel” (Albert Hyamson, British projects for the restoration of Jews to Palestine, American Jewish Historical Society, Philadelphia, 1918, p.37 ).
Otro destacado sionista gentil fue Charles Henry Churchill, nieto del duque de Marlborough y antecesor de Winston Churchill. Fue él, un no judío, quien llamó a los judíos a afirmarse como nación, cuatro décadas antes de que Leo Pinkser, en su Autoemancipación, anunciara a sus correligionarios judíos: “debemos establecernos como una nación viva”.
En 1875, Disraeli facilitó la compra por parte de Gran Bretaña de las acciones del Jedive [Virrey] de Egipto en la Compañía del Canal de Suez, a lo que siguió la ocupación británica de Egipto en 1882. Su proximidad a Egipto dio a Palestina una importancia añadida, tanto como medio de reforzar la posición británica en Egipto como de enlace terrestre con Oriente. Las nuevas realidades políticas hicieron surgir una nueva generación de sionistas no judíos, constructores de imperios, plenamente conscientes de los beneficios que se derivarían de una esfera de influencia británica en Oriente Próximo.
La literatura prosionista de escritores sionistas no judíos consiguió crear una ola de simpatía pública por un Estado judío en Palestina patrocinado por Gran Bretaña. En cuanto a los judíos, hasta la década de 1890 no empezó a aparecer el sionismo como un movimiento muy minoritario entre los judíos europeos. Los sionistas judíos presionaron activamente sobre los no judíos. Joseph Chamberlain, el Secretario Colonial, y Arthur Balfour, el Primer Ministro (1902-05) y más tarde Secretario de Asuntos Exteriores (1916-1919), eran ejemplares típicos de los nuevos sionistas no judíos. La principal preocupación de Chamberlain era el Imperio Británico. Ni la profecía bíblica ni el humanitarismo le preocupaban. Lloyd George, en cuyo Gabinete Balfour sirvió como Ministro de Asuntos Exteriores, fue otro destacado sionista no judío, cuyo papel en la Declaración Balfour [2 de noviembre de 1917] fue mucho mayor que el de Balfour. La Zionist Review, órgano semioficial del movimiento sionista, le asignó “el lugar más destacado dentro del Gabinete entre los arquitectos de esta gran decisión” (dic. 1917, p. 214). Después de que Lloyd George se convirtiera en primer ministro en diciembre de 1916, el sionismo no tenía nada que temer. Otros sionistas, como Mark Sykes, Leopold Amery, Lord Milner, Robert Cecil, el coronel R. Meinertzhagen, Harold Nicolson, el general Smuts y C P Scott también ocuparon puestos importantes desde los que promover la causa sionista.
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La Primera Guerra Mundial y la Declaración Balfour
A medida que avanzaba la Primera Guerra Mundial, los intereses británicos y sionistas se hicieron cada vez más complementarios. Los sionistas judíos, Weizmann en particular, identificaban sus propios intereses con los de Gran Bretaña. Para Gran Bretaña, la adquisición de Palestina se había convertido en un requisito estratégico innegociable. Pero esta adquisición no podía conseguirse mediante una conquista militar abierta. La única opción para Gran Bretaña era alinear sus objetivos de guerra con el principio de autodeterminación. Los sionistas judíos resultaron muy útiles para ejecutar ese plan. Para los británicos, los sionistas eran “los guardianes en la continuidad de las tradiciones religiosas y raciales” y una fuerza conservadora en la política mundial, y por tanto fiables. El sionismo británico no judío encontró conveniente hacer su entrada en Palestina como “fideicomisario” de sus supuestos propietarios del Antiguo Testamento. Mark Sykes escribió una vez a Lord Robert Cecil en los siguientes términos: “Deberíamos ordenar nuestra política de tal manera que sin mostrar en modo alguno ningún deseo de anexionarnos Palestina o de establecer un protectorado sobre ella, cuando llegue el momento de elegir una potencia obligatoria para su control, por consenso de opinión y deseo de sus habitantes, nosotros seremos los candidatos más probables.” (Shane Leslie, Mark Sykes. His life and letters, Cassell, Londres, 1923).
Con la Declaración Balfour proporcionando la base ideológica, cuando la Conferencia de Paz que siguió a la guerra, la derrota de Turquía y la desintegración del Imperio turco, abordó la cuestión de los Mandatos, la concesión de la Palestina a Gran Bretaña fue una mera formalidad y el reconocimiento de un hecho consumado.
Mientras propagaban el sionismo, la mayoría de los sionistas no judíos albergaban los mismos prejuicios que sus contemporáneos antisemitas. Tanto Chamberlain como Balfour se opusieron a la entrada en Gran Bretaña de judíos de Europa del Este que huían de la persecución, al igual que sus protegidos judíos-sionistas. Balfour presentó e impulsó en el parlamento el proyecto de ley de extranjería que restringía la inmigración judía de Europa del Este a Gran Bretaña, en razón de los “males indudables que habían caído sobre el país a causa de una inmigración mayoritariamente judía” (Cámara de los Comunes, 10 de julio de 1905, Registros Oficiales). Aún antes, cuando los judíos de Inglaterra luchaban por su emancipación civil, Lord Shaftesbury se pronunció en contra de la Ley de Emancipación de 1858. Así pues, puede verse claramente que el sionismo y el antisemitismo son complementarios y se refuerzan mutuamente. El ejemplo más flagrante de esta cohabitación sigue siendo sin duda la colaboración nazi-sionista esbozada en un artículo anterior de LALKAR [la primera parte de la presente publicación].
La historiografía sionista oficial difundida por el Estado de Israel ignora el papel fundamental desempeñado por Gran Bretaña en el auge del sionismo herzliano. Con ello, la narrativa sionista ha intentado que todo el mundo se centre en el Estado de Israel como algo dado y presentar el sionismo herzliano como un movimiento de liberación nacional de los judíos, por los judíos y para los judíos. Está claro que no es así.
El Imperio Británico patrocinó el proyecto político del sionismo desde principios del siglo XIX, si no antes.
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La patria histórica de los judíos
La cuestión judía (judíos viviendo entre no judíos) surgió en Rusia a finales del siglo XVIII como consecuencia de muchos factores geográficos, históricos y geopolíticos. La zona situada entre el Mar Caspio, el Mar Negro y el Mar Báltico ha sido punto de encuentro de antiguas y medievales migraciones asiáticas y europeas. Ha sido la patria histórica de la mayor parte de la judería mundial durante más de mil años, desde que el centro de gravedad de los judíos se trasladó del Imperio jázaro medieval al moderno Pale of Settlement [territorio de asentamiento] tras la invasión mongola de Rusia y Europa oriental. La concentración de la judería mundial en esta zona, y las sucesivas particiones de Polonia a finales del siglo XVIII, resultaron ser hitos significativos en el nacimiento de la cuestión judía en Rusia y el resto de Europa.
Varios geógrafos medievales e historiadores modernos han estudiado el ascenso y la caída del Imperio judío jázaro (tras la conversión masiva de los jázaros turcos al judaísmo) en el sur de Rusia entre los siglos VIII y X. El poder jázaro entró en decadencia tras la derrota del ejército jázaro a manos de Sviatoslav, duque de Kiev, en 960. Lo que quedaba del imperio jázaro acabó con la invasión de Rusia por Gengis Kan en 1218, que provocó la dispersión de los judíos jázaros entre los mares Caspio y Báltico, la verdadera patria histórica de los judíos contemporáneos. A medida que los judíos jázaros salían de sus shtetls [poblados] en las estepas rusas y de Asia central hacia los pueblos y ciudades de Europa oriental, perdieron su identidad cohesiva como jázaros, conservando únicamente su religión y otras tradiciones.
Debe de ser este hecho histórico el que llevó a Arthur Koestler (un judío asquenazí húngaro) a sostener en su libro The thirteenth tribe: the Khazar Empire and its heritage que los judíos asquenazíes son descendientes de los jázaros. Igualmente, debe de haber llevado a Paul Wexler, profesor de la Universidad de Tel Aviv, a escribir tres libros: The Ashkenazic Jews: a Slavo-Turkic people in search of a Jewish identity; The non-Jewish origins of the Sephardic Jews; y Two-tiered relexification in Yiddish: Jews, Sorbs, Khazars and the Kiev-Polessian dialect. En ellos sostiene que los judíos ashkénicos son predominantemente de estirpe eslavo-turca y no emigrantes judíos palestinos, mientras que los judíos sefardíes son principalmente de ascendencia bereber y árabe.
Sea como fuere, los sionistas consideran que estas investigaciones son tabú, incluso antisemitas. En este contexto, los sionistas desempeñaron un papel decisivo en la creación en 1980 de la Asociación Internacional de Sociedades Geneológicas Judías (AIJGS) para elevar la genealogía judía entre el pueblo judío y en la comunidad académica, con el objetivo de contener la creciente concienciación mundial sobre los orígenes no semíticos de los judíos contemporáneos y las pruebas emergentes sobre su ascendencia jázara.
La cuestión judía surgió en Rusia tras las numerosas particiones de Polonia (en 1772, 1793 y 1795) entre los imperios ruso, prusiano y austriaco. Una vez destruida Polonia, la partición supuso la transferencia de las mayores comunidades judías al dominio ruso: las zonas geográficas de lo que más tarde se conocería como el Pale of Settlement judío.
Según el censo ruso de 1857, el 95% de los 5.189.401 judíos del imperio ruso se concentraban en las 25 provincias del Pale of Settlement Judío y la Polonia rusa. La política rusa de rusificación, que imponía restricciones a las lenguas y culturas no rusas, infligió el mayor sufrimiento a los tártaros musulmanes y a los jázaros judíos. Muchas de las restricciones -residenciales y ocupacionales- impuestas a los judíos estaban inspiradas en prejuicios. Como resultado, dejando de lado a los ricos, los altamente cualificados y algunos soldados de larga duración, los judíos rusos fueron confinados en el Pale of Settlement Judío. Habitualmente se les acusaba de no dedicarse a la agricultura, explotar al campesinado mediante la práctica del préstamo de dinero, suministrar licor a campesinos borrachos, evadir el servicio militar y participar en la desafección.
La cuestión judía pasó al primer plano de la política y la geopolítica rusas tras el asesinato del zar Alejandro II en 1881, del que se culpó a los judíos. La naturaleza discriminatoria de las leyes de mayo de 1882 proporcionó a Gran Bretaña una especie de palanca moral y política para interferir directamente en los asuntos rusos en nombre de los judíos rusos mediante la organización de una serie de reuniones públicas en Londres centradas en la cuestión judía en Rusia. A lo largo de la década de 1880, los británicos mantuvieron la presión sobre los rusos en relación con la cuestión judía. A su debido tiempo, habiendo llegado a una posición que les permitía llevar el debate sobre la cuestión judía a Rusia, cambiaron la orientación de su discurso diplomático, que pasó de limitarse a expresar sus opiniones sobre las leyes de mayo de 1882 a una petición oficial directa para la anulación de esas leyes contra los judíos, a los que empezaron a llamar “israelitas”, en sintonía con una política cada vez más agresiva de sionización de los judíos y judaización del sionismo.
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Sionización británica de los judíos rusos y judaización del sionismo
El asesinato del zar Alejandro II en 1881 y la rumoreada “solución rusa” (un tercio de los judíos debían convertirse al cristianismo, un tercio emigrar y un tercio perecer) al “problema judío”, proporcionaron a los británicos un pretexto y una oportunidad para establecer contactos organizativos, misioneros y, lo que es más importante, políticos más estrechos con los judíos rusos y de Europa del Este con el fin de sionizar las aspiraciones de estos últimos y redirigir su movimiento migratorio de América a Palestina. (De todos modos, entre 1870 y 1914 unos dos millones de judíos de Europa oriental emigraron hacia el oeste, a las Américas).
Aunque la cuestión de utilizar a los judíos en interés del Imperio Británico había sido discutida por Lord Palmerston y la reina Victoria ya en 1839, una propuesta concreta para un movimiento colonial de colonos destinado a hacer de Palestina un Estado patrocinado por los británicos para la judería mundial sólo surgió con el plan del coronel Gawler. Gawler tenía experiencia en el asentamiento de convictos británicos en Australia, y su plan exigía la sionización del judaísmo y la judaización del sionismo. La persona elegida por el establishment británico para llevar esta misión a los judíos de Europa oriental y Rusia fue Wilhelm Henry Hechler (1845-1931).
Tras los acontecimientos de 1881 en Rusia y las reuniones públicas londinenses de 1882 en apoyo de los judíos rusos, Lord Temple y Lord Shaftesbury enviaron a William Hechler a reunirse con los líderes de la judería de Europa del Este y Rusia en Odessa y propagar el sionismo como la única solución al problema cuidadosamente diseñado del “antisemitismo”, en contraposición al más familiar en aquella época de la “judeofobia”. Hechler se reunió con Leo Pinsker y le dijo que había olvidado mencionar en su panfleto, La autoemancipación, “la promesa de Dios a Abraham y a sus hijos”. Así fue como el establishment británico empezó a inyectar su sionismo en un movimiento de emancipación, por lo demás local y natural, de los judíos de Europa oriental en su propia patria ancestral.
El encuentro Hechler-Pinsker fue decisivo para la fundación de la Sociedad para la Promoción del Amor a Sión y el movimiento de los Amantes de Sión. Inicialmente, el movimiento de autoemancipación de Pinsker era un movimiento no sionista que buscaba una solución para la cuestión judía en Rusia a través de la independencia del Pale of Settlement judío o la migración masiva a las Américas, no a Palestina. Consideraba la judeofobia, y no el antisemitismo, como el problema que presentaba la cuestión judía (Pinsker concluía su panfleto haciendo hincapié en que un Estado de colonos judíos requeriría una fuerza propulsora para la migración, un territorio que conquistar y el respaldo de las potencias imperiales, en particular de los británicos para patrocinarlo).
Pinsker rechazó el sionismo de Hechler, diciendo: “El objetivo de nuestros esfuerzos actuales no debe ser Tierra Santa, sino una tierra propia”.
La visita de Hechler a Odessa parece haber influido en muchos prestamistas judíos de Rusia y Europa oriental para que se replantearan su autoemancipación, así como sus planes de emigración a Norteamérica. Para continuar con su incesante intento de impregnar a los judíos rusos y de Europa del Este con las ideas del sionismo, Hechler se trasladó a Viena, donde enseñó en la Universidad de Viena y trabajó en la embajada británica de esa ciudad en 1882. Tras conocer a Hechler en Odessa, Pinsker comenzó a sentir cierta simpatía por el sionismo y se convirtió en presidente de los Amantes de Sion.
Hechler mantuvo estrechas relaciones con Theodor Herzl desde 1896, año en que Herzl publicó Der Judenstaat, hasta la muerte de éste en 1904. Tras leer el libro de Herzl, Hechler quedó extasiado y se apresuró a decir al embajador británico Monson que “¡el movimiento predestinado está aquí!”. Hechler participó activamente en el Primer Congreso Sionista celebrado en Basilea, Suiza, en agosto de 1897. No puede haber dejado de sentirse decepcionado cuando en 1903 el Sexto Congreso Sionista Mundial, bajo el liderazgo de Israel Zangwill, respaldado por Herzl, votó (295-178) en contra de Palestina y a favor de Uganda como patria para los judíos. Hechler fue uno de los últimos en ver a Herzl cuando agonizaba en el sanatorio de Edlach a principios de julio de 1904.
Además de instruir a Herzl sobre el sionismo, Hechler, un agente británico motivado por consideraciones imperiales y religiosas, era indispensable para Herzl desde el punto de vista político, ya que presentó a Herzl y al sionismo al emperador alemán, al zar ruso, al sultán otomano, al Papa y a dos ministros rusos (Plehve y Witte), y a muchas otras personas importantes.
Para asegurarse su apoyo, tanto Hechler como Herzl ofrecían al káiser alemán y al zar ruso la perspectiva de que el sionismo ayudaría a resolver la cuestión judía debilitando simultáneamente los movimientos revolucionarios y democráticos dirigidos por judíos en Europa y Rusia, así como el poder del capital judío internacional. Herzl escribió así con respecto a la posición socioeconómica de los judíos en Europa:
“Hemos alcanzado la preeminencia en las finanzas porque las condiciones medievales nos llevaron a ello. El proceso se repite ahora. De nuevo se nos obliga a entrar en las finanzas, ahora en la bolsa, al mantenernos fuera de otras ramas de la actividad económica. Al estar en la bolsa, nos exponemos de nuevo al desprecio. Al mismo tiempo, seguimos produciendo una abundancia de intelectos mediocres que no encuentran salida, y esto pone en peligro nuestra posición social tanto como nuestra creciente riqueza. Los judíos cultos y sin medios se están convirtiendo rápidamente en socialistas. Por lo tanto, es seguro que sufriremos gravemente en la lucha entre clases, ya que nos encontramos en la posición más expuesta en los campos tanto de los socialistas como de los capitalistas” (Herzl, El Estado judío).
Apenas dos décadas después, las ideas expresadas por Herzl en el párrafo anterior parecen haber sido tomadas prestadas por los viles nazis cuando retrataron y estereotiparon a los judíos como la fuerza dominante entre los comunistas “rojos” y los capitalistas “dorados”.
Además de ofrecer a sus posibles patrocinadores la tentadora perspectiva de librarse de la amenaza revolucionaria y de la competencia de los capitalistas judíos, Herzl, con un racismo y un chovinismo europeo apenas disimulados, afirmó que el Estado judío “formaría una muralla de Europa contra Asia, un puesto avanzado de la civilización frente a la barbarie”.
Herzl nunca fue una persona religiosa y una vez dijo que la religión “es una fantasía que mantiene a la gente en sus garras” (Yoram Hazoni, The Jewish states: the struggle for Israel’s soul, Basic Books, Nueva York, 2000). No tenía ninguna preferencia por un territorio concreto para los judíos, simplemente deseaba la “soberanía” judía sobre una porción del globo, como franja de territorio. En cuanto a la elección entre Palestina y Argentina, Herzl escribió: “Tomaremos lo que se nos dé”.
A la luz de lo anterior, no podemos sino estar de acuerdo con la siguiente conclusión de Mohameden Ould Mey: “Los judíos no inventaron el sionismo. Más bien el sionismo inventó a los judíos, aunque no todos los judíos son sionistas ni todos los sionistas son judíos. Durante la Reforma y la era mercantilista, los protestantes se interesaron por los judíos como munición contra los católicos y los líderes del sector capitalista en ascenso basado en intereses. Los escritos favorables a los judíos de Martín Lutero en 1523, la readmisión de los judíos en Inglaterra por Oliver Cromwell en 1655 y la cuasi judaización de los puritanos son ejemplos gráficos. Con la Revolución Industrial y la Ilustración europea, Napoleón impulsó la emancipación de los judíos en un intento de alejarlos de sus gobernantes europeos y otomanos como parte de sus planes infructuosos de destruir el poder de Inglaterra y Rusia y dominar Europa. Después de Napoleón, los británicos articularon un complejo conjunto de motivos imperialistas y religiosos destinados a encajar la Cuestión Oriental en la Cuestión Judía. Obviamente, todo esto tuvo lugar antes de que el supuesto fundador del sionismo (Herzl) naciera en 1860, así como antes de que se fomentara el antisemitismo como máquina propulsora del sionismo. Con el cambio de tutela y custodia del sionismo de Gran Bretaña a Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, el sionismo sigue siendo una configuración geopolítica (más que una realidad nacional), que facilita la hegemonía multilateral occidental sobre la ubicación estratégica del mundo árabe (estrechos y vías fluviales), el patrimonio cultural (historia antigua y bíblica), los recursos económicos (reservas de petróleo y contratos comerciales) y los posibles planes de unificación…” (Ibid. p.607).
La continua obsesión imperialista por desarmar a todos los países de Oriente Próximo mientras se preservan las armas de destrucción masiva de Israel es un ejemplo de esa continuidad.
Desde sus inicios, el sionismo ha sido una construcción geopolítica. Hoy presenta el “Holocausto nazi” contra los judíos en Europa como la explicación histórica y la justificación moral del “Holocausto sionista” contra los palestinos.
Si el sionismo fuera un auténtico movimiento de liberación nacional, como afirman los sionistas y sus patrocinadores imperialistas, es pertinente preguntarse: ¿por qué no trató de liberar el Pale of Settlement judío (hogar de la mayoría de los judíos) en Rusia? Del mismo modo, surge la pregunta de por qué, cuando el sionismo contemporáneo afirma ser exclusivamente judío, sus orígenes se remontan a debates y escritos no judíos de la Inglaterra de finales del siglo XIX. ¿Qué reivindicación puede hacer el sionismo de Palestina que los palestinos no puedan hacer con mucha más fuerza? ¿En nombre de qué puede el sionismo justificar la expulsión, desposesión, dispersión y opresión de millones de palestinos basándose en las atrocidades antiguas, medievales y modernas infligidas en Europa por algunos europeos contra sus poblaciones judías? ¿Cuáles son las perspectivas del sionismo en vista de que Israel rechaza el Derecho al Retorno de los palestinos, respaldado por la ONU, al tiempo que justifica su propia existencia en la arbitraria ley del “Retorno”?
Tal y como están las cosas, el Estado sionista de Israel, a través de su ocupación de los territorios que capturó en la guerra de 1967, su continua colonización y la construcción de asentamientos, ha echado por tierra a todos los efectos la solución de los dos Estados. Así las cosas, tendrá que imponer su dominio sobre los palestinos mediante un sistema de brutal apartheid o concederles derechos como ciudadanos iguales en un Estado binacional. En cualquier caso, acabará con el sueño sionista de un Estado exclusivamente judío, por no decir teocrático y racista. De estas dos opciones, es probable que los sionistas elijan la primera. La historia ofrece pruebas suficientes de que tal estado de cosas no puede mantenerse indefinidamente. Debe quebrarse ante la resistencia palestina y la fatiga de una guerra interminable entre opresores y oprimidos.
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Parte 3: Los orígenes no semíticos del judaísmo moderno.
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El reclamo sionista sobre el territorio de Palestina se basa en la premisa de que, según el Antiguo Testamento de la Biblia, tomado literalmente, Dios prometió esa tierra a los judíos después de que escaparon de la esclavitud en Egipto. Dios no sólo prometió la tierra a los judíos, sino que se la prometió por toda la eternidad. Y, al parecer, Dios prometió la tierra a todas las personas que eran étnicamente judías, independientemente de si realmente practicaban o no creían en la religión judía. ¡Qué extraño por Dios! Sobre esa base, según los sionistas, no sólo los judíos alemanes y de Europa del este que tomaron posesión de Palestina bajo la égida del imperialismo británico tenían perfectamente derecho a hacerlo, y las personas que profesaban ser de etnia judía de todas partes del mundo no sólo tenían derecho a establecerse en el territorio, sino también tenían derecho a desplazar a todos los habitantes no judíos –es decir, árabes– de la zona. Hay que decir que, si todos en el mundo tuvieran derecho a reclamar un territorio del que cualquiera de sus antepasados, por remoto que fuera, fue expulsado, esto conduciría al caos. ¿Cuántos ciudadanos americanos no indios estarían dispuestos a regresar a Europa para dejar los Estados Unidos a sus legítimos dueños, los indios? ¿Cuántos australianos estarían dispuestos a dejar Australia a sus habitantes aborígenes originales? Estamos seguros de que la mayoría de los estadounidenses y australianos, a quienes nunca se les ocurriría cuestionar el “derecho a existir” de Israel a expensas de los árabes a los que ha desplazado y que tiene la intención de desplazar aún más en la medida de lo posible, resistiría igualmente contra el derecho de los descendientes de los habitantes originales de esos países a recuperar la posesión de los territorios que alguna vez fueron dominio exclusivo de sus antepasados. Toda la idea es tan absurda que nadie la plantea siquiera.
De esto se deduce que la idea de que el territorio de Palestina “pertenezca” a los judíos es igualmente absurda. Sin embargo, los intereses del Todopoderoso (no nos referimos a Dios, sino al imperialismo estadounidense), respaldados por los bien pagados apologistas y propagandistas del imperialismo en el mundo académico y en los medios de comunicación, por no hablar de la fuerza financiera y militar del imperialismo, exigen el silenciamiento de todos o cualquiera que diga que el emperador está desnudo.
Sea como fuere, las investigaciones en historia, arqueología, lingüística y genética descubren constantemente que prácticamente no existe conexión entre los judíos modernos y el territorio de Palestina. Parte de esta investigación se reunió en un artículo de 2005 de Mohameden Ould Mey (seudónimo de Mohamed Elmey Elyassini), profesor asociado de geografía en el Departamento de Sistemas Terrestres y Ambientales de la Universidad Estatal de Indiana, titulado “Los orígenes no semíticos de judíos contemporáneos’ que informa considerablemente este artículo.
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Principios del sionismo
Como es bien sabido, la afirmación sionista de que “Eretz Israel”, la totalidad de la tierra limitada al norte por el río Éufrates, al este por el río Jordán, al sur por el río Nilo y al oeste por el mar Mediterráneo, es el territorio legítimo en herencia de todos los judíos se basa en la idea de que todos los judíos son descendientes del pueblo que vivió en la región en los tiempos bíblicos. Supuestamente, estos pueblos no árabes escaparon de la esclavitud en Egipto y capturaron el área de los cananeos, quienes fueron efectivamente exterminados para permitir a los judíos establecer su estado judío original. Aunque a su debido tiempo fueron abrumados por los babilonios y sus poderosas familias fueron exiliadas a Babilonia, se les permitió regresar alrededor del año 583 a.C. y permanecieron hasta que los romanos los expulsaron en el año 73 d.C. años, los judíos nunca deberían haber sido expulsados y habrían conservado el derecho a regresar a lo largo de la historia. Por supuesto, el reclamo judío sobre el área requiere la aceptación de la idea de que durante ese período, o al menos durante una parte sustancial del mismo, los judíos tenían un estado soberano y autónomo en el área, cuya capital era una próspera Jerusalén. También requiere aceptar que los judíos son todos o en su mayor parte descendientes de los judíos que supuestamente la asumieron como la Tierra Prometida después de escapar de la esclavitud en Egipto y que, después de un período de exilio en Babilonia, regresaron para dominar el área durante siglos antes de ser expulsados por los romanos. Finalmente, requiere aceptar que los judíos son una raza separada y apartada de cualquier otro pueblo que en algún momento habitó el área y que naturalmente no tiene tal “derecho de retorno” – una raza cuya membresía depende de haber nacido de una madre judía y ciertamente no de las propias creencias religiosas. Por lo tanto, no hay ningún impedimento para que los sionistas consideren a los ateos como judíos, siempre que sus madres también fueran racialmente judías.
Sin embargo, toda la narrativa sionista se expone constantemente como inconsistente con la verdad histórica como resultado de estudios históricos, arqueológicos, lingüísticos y genéticos en curso.
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La ‘historia’ bíblica
Para empezar, no hay rastros de que judíos hayan sido esclavizados en Egipto, a pesar de todos los denodados esfuerzos que se han hecho para encontrarlos. Lo que sí es cierto es que durante siglos toda o parte del área de ‘Eretz Israel’ estuvo bajo el control de los egipcios, y de hecho puede haber sido de los egipcios de quienes los primeros judíos tomaron su religión (aunque no necesariamente en Palestina – véase más abajo). Alrededor del año 1350 a. C., el faraón egipcio Akenatón intentó introducir el monoteísmo en la religión faraónica que ya durante siglos había colocado a sus diversos dioses en una jerarquía entre sí, cuyo orden seguía cambiando por cualquier motivo. Akenatón concluyó que sería mejor tener un solo Dios (con la consiguiente reducción del número y poder de los sacerdotes parásitos) en lugar de varios. Obviamente, había importantes opositores a esta idea entre los tradicionalistas e inmediatamente después de la muerte de Akenatón, su sucesor, Tutankamón, restauró el politeísmo. Sin embargo, es razonable especular que las opiniones de Akenatón contaron con cierto apoyo popular; y que estos puntos de vista se habrían vuelto actuales no sólo en el propio Egipto sino también en territorios como Palestina que controlaba y/o Arabia donde comerciaba (en 2010 una inscripción faraónica que data del siglo XII antes de Cristo fue desenterrada cerca de la antigua ciudad oasis de Tayma, evidencia de importantes redes comerciales que atravesaban la región en aquel momento). Parece muy posible que la religión judía evolucionara como una variante monoteísta de la religión faraónica que se popularizó entre algunos miembros del pueblo árabe, quienes pueden haberse unido o incluso inspirado en los seguidores egipcios de Akenatón que escapaban de la ira de los tradicionalistas. Por supuesto, todo esto son conjeturas, pero de todos modos se corresponde más con los hechos que la mitología bíblica.
Un agujero en esta conjetura es un hecho que es aún más perjudicial para la verosimilitud de la mitología sionista, a saber, que ni los historiadores ni los arqueólogos han podido encontrar ninguna evidencia que respalde la idea de que hubo una presencia judía importante en el área de Palestina en el momento de su supuesto regreso de Babilonia. La zona fue visitada por el historiador griego Heródoto a mediados del siglo V antes de Cristo y él “ no notó presencia israelita o judía en esa tierra, ni le llamó la atención la existencia de Jerusalén o Judá allí ” (ver Kamal Salibi, The historicity of Biblical Israel: Studies in 1 & 2 Samuel, NABU Publications, 1998). Kamal Salibi, al ver que los entusiastas investigadores arqueológicos bíblicos que intentaban frenéticamente desenterrar evidencia de la verdad de la Biblia no conseguían en ninguna parte encontrar el establecimiento de la presencia judía en suelo palestino, ha especulado que el área originalmente habitada por el pueblo judío no era Palestina en absoluto, sino en cambio, una región ligeramente más grande en el sur de Arabia con una costa en el Mar Rojo en lugar de en el Mediterráneo, con referencias bíblicas al Jordán como límite que en realidad no significa el río Jordán (en ninguna parte se menciona ningún río) sino las montañas Sarawat. También es probable que la zona habitada en aquella época por los cananeos (fenicios) pudiera haber sido tanto el sur de Arabia como Palestina. La Biblia afirma que los refugiados judíos de Egipto aniquilaron a los cananeos , pero las investigaciones modernas sugieren que en realidad los judíos de la época eran todos cananeos que adoptaron el monoteísmo (véase Israel Finkelstein – de la Universidad de Tel Aviv – y Neil Asher Silberman – Centro Ename de Arqueología Pública, Bélgica, The Bible unearthed, The Free Press (Simon & Schuster), Nueva York, 2002). En cualquier caso, los arqueólogos no han podido encontrar diferencias entre los artefactos que datan de antes y después de que se suponía que los judíos aniquilaran a los cananeos, como uno esperaría encontrar si una civilización reemplazara a otra en un área determinada.
Lo que está razonablemente bien establecido es que en el siglo II a. C. algunos judíos de Babilonia se establecieron en el territorio de lo que ahora se llama Eretz Israel , donde establecieron el reino asmoneo bajo Simón Macabeo. Se ha argumentado que lo hicieron como agentes de Babilonia puestos para controlar a la población local en beneficio de sus amos y que, por lo tanto, no había manera de que este estado fuera judío o soberano. Su idioma en ese momento cambió del hebreo al arameo, lo que sugiere que no eran más que una minoría en un área de habla aramea. En cualquier caso, este estado duró apenas 80 años, hasta que los romanos tomaron el poder alrededor del 63 a.C. Y aunque Palestina hubiera sido el verdadero lugar de asentamiento de los primeros pueblos que abrazaron la religión judía, cabe señalar que no la gobernaron ya que la zona estuvo sujeta a los persas desde el 539 a.C. hasta el 332 a.C. y a los griegos desde el 332 a.C. antes de Cristo hasta el 167 a.C.
Considerándolo todo, ¡el argumento histórico para afirmar que Palestina es una patria judía prometida al pueblo judío por Dios mismo es extremadamente débil!
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La mayoría de los judíos modernos ni siquiera son semitas.
Según la leyenda sionista, cuando los romanos destruyeron el templo judío en Jerusalén en el año 70 d.C., la población judía de Palestina emigró en masa, y los judíos modernos descienden de estos inmigrantes. En realidad, sin embargo, no hay evidencia de tal migración masiva. Ciertamente, la población judía de la zona disminuyó en los siglos siguientes, pero es mucho más probable que esto se debiera a la conversión de judíos al cristianismo o, más tarde, al Islam. Las poblaciones judías que surgieron en otras partes del mundo son en su mayoría conversos de entre las poblaciones locales. Hoy en día, el sionismo favorece la opinión de que los judíos constituyen una raza en la que hay que nacer para ser miembro y, por tanto, el proselitismo no tendría sentido. Sin embargo, Esto no siempre fue así y, de hecho, los textos religiosos judíos más autorizados contienen exhortaciones a los judíos a difundir la palabra por todas partes. Siendo ese el caso, se sabe que los misioneros judíos viajaron a diferentes partes del mundo para llevar lo que creían que era la palabra de Dios.
“ Historiadores y eruditos destacados nos dicen que las políticas misioneras se extendieron mucho más allá de la era bíblica. Describen una fuerte actividad misionera por parte de la comunidad judía a lo largo del período del Segundo Templo y más allá, y la literatura latina y griega lo corrobora. Los idumeos, moabitas e itureos se convirtieron en el año 140 a. C. En el último período del Segundo Templo, Josefo cita a numerosos judíos conversos en Antioquía. Según el historiador judío del siglo XX, Salo Baron, hasta el 10 por ciento de la población de la antigua Roma estaba compuesta por judíos, muchos de los cuales eran conversos…
“El proceso misional que comenzó en los tiempos de la Torá no terminó con la cristianización del Imperio Romano. Incluso en aquellos focos de paganismo rodeados por naciones cristianas o islámicas, hubo un proselitismo sin trabas. Entre los paganos conversos se encontraban los jázaros en el Cáucaso (siglo VIII) y el Reino Aksunita de Etiopía, de donde surgieron los Falashas.
“El proselitismo continuó durante las Cruzadas casi hasta la Reforma…” (Susan Perlman en el sitio web ‘Jews for Jesus’ https://jewsforjesus.org/issues-v09-n10/when-jews-were-proselytizers en un artículo titulado ‘ Cuando los judíos eran proselitistas’). Esta actividad de proselitismo judío sólo parece haber llegado a su fin como resultado de la victimización de los judíos que surgió más tarde en los estados cristianos medievales, donde las clases dominantes dependían de la observancia universal de la religión oficial del estado como medio para mantener su control ideológico sobre las masas oprimidas y no tolerarían la competencia ideológica que ofrecía el judaísmo.
Está claro, por tanto, que el número de judíos descendientes de la comunidad judía original de Oriente Medio disminuyó, mientras que los que eran conversos de comunidades completamente separadas aumentaron exponencialmente. Ésta es la razón por la que hoy en día la mayoría de los judíos no son realmente lo que se llama “semitas”.
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Significado de “semítico”
De hecho, la palabra “semita” tiene una carga extremadamente ideológica. Como palabra, fue inventada por lingüistas del siglo XVIII para describir un grupo de lenguas relacionadas habladas principalmente en el Medio y Cercano Oriente. Estos idiomas incluían tanto el hebreo bíblico (que para entonces era una lengua muerta), como el árabe y el arameo. Luego se amplió la palabra, tal como son las palabras, para cubrir un concepto algo diferente, es decir, las personas que hablaban esos idiomas como lengua materna. Si el uso del lenguaje hubiera permanecido ahí, no se habría causado ningún daño. Sin embargo, luego se adoptó la palabra para dar crédito a la idea de que aquellas personas a las que se aplicaba formaban un grupo racialmente distinto. Esta extensión fue mucho más fácil debido a la derivación de la palabra del nombre de Sem, uno de los tres hijos de Noé. Teniendo en cuenta que, según la Biblia, después del gran diluvio no quedó ningún ser humano en el mundo excepto Noé y su familia, todos los habitantes de la tierra tenían que descender de la progenie de Noé. Según la Biblia, los descendientes de Sem eran el pueblo del Medio Oriente, incluidos los judíos; los descendientes de su hermano Cam eran los africanos; y los descendientes de su hermano Jafet fueron los persas y los europeos. Esto explica todos los tipos de personas con los que probablemente se encontraron los pastores de la península arábiga en la época en que se escribió el Antiguo Testamento, y equivale a una categorización temprana de las personas en diferentes “razas” según ciertas características genéticas físicas comunes a personas de diferentes áreas geográficas. Una vez más, esto podría no haber sido perjudicial en sí mismo si el concepto de “raza” no hubiera llegado a incluir características de la cultura de personas de diferentes áreas geográficas.
Curiosamente, cualquier definición debe incluir a los árabes en el concepto de pueblos semíticos. Siendo ese el caso, no hay nadie tan antisemita como los judíos israelíes, una mayoría de los cuales está completamente convencido de que los árabes son untermenschen , seres inferiores.
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Usando el lenguaje para rastrear los orígenes reales de los judíos modernos
En general, no se sabe que el hebreo que se habla actualmente en Israel y que se utiliza en las prácticas religiosas judías actuales no es semítico. Aunque utiliza vocabulario y escritura similares a los utilizados en hebreo bíblico, es estructuralmente eslavo y no semítico, ya que se deriva del yiddish y no del hebreo bíblico. Así lo ha demostrado Paul Wexler, profesor emérito de Lingüística de la Universidad de Tel Aviv, cuyo trabajo ha sido descartado como “pseudocientífico” por el establishment académico pero cuyos argumentos, sin embargo, están firmemente respaldados por la evidencia disponible. Sostiene que los proselitistas que llevaron la religión judía a partes del mundo donde fue adoptada con avidez también trajeron el idioma y la escritura semíticos de la Biblia, todos adoptados con entusiasmo por las poblaciones locales, aunque era una lengua muerta que ya nadie sabía hablar. Sin embargo, la forma en que se escribió el idioma bíblico, usando sólo consonantes y no vocales, impidió que estas poblaciones supieran mucho sobre la gramática o incluso la sintaxis del hebreo bíblico, ya que estos no eran completamente evidentes en los textos, por lo que simplemente transfirieron a sus propias lenguas el vocabulario de la lengua semítica y no su estructura. De hecho, los estudios lingüísticos de Wexler lo convencieron de que: “Todas las formas contemporáneas de judaísmo y cultura judía están ‘judaizadas’ desde un tiempo relativamente reciente” (P Wexler, The non-Jewish origin of Sephardic Jewish, State University of New York Press, Albany, 1996).
La tesis de Wexler es que el hebreo moderno se deriva del yiddish, y que el yiddish es estructuralmente una lengua eslava que absorbió un vocabulario alemán después de la desintegración del estado jázaro, que en su apogeo era genuinamente un estado judío después de la conversión masiva de los jázaros al judaísmo. Existió aproximadamente desde 650 hasta 1048 y estaba situado entre el Mar Negro y el Mar Caspio y al norte de ellos, dentro del territorio de lo que hoy es Georgia y Armenia. Durante el período del estado jázaro, la comunidad judía de conversos eslavos y turcos llegó gradualmente a adoptar el idioma sórbico local, un idioma que todavía se habla en partes del este de Alemania hasta el día de hoy. Ésta era una lengua que formaba parte del grupo de lenguas eslavas. Cuando Jazaria fue abrumada y dividida por una alianza ruso-bizantina, muchos de los judíos turcos conversos que habitaban la zona se vieron obligados a migrar a la Zona de Asentamiento situada en gran parte en territorios habitados por hablantes nativos de alemán. En ese momento, un vocabulario alemán se fue incorporando gradualmente a la estructura eslava de la lengua hablada por los jázaros, lengua que pasó a conocerse como yiddish, que, a pesar de su vocabulario alemán, es sin embargo una lengua eslava […].
El hebreo moderno fue reconstruido artificialmente por eruditos a partir de una base yiddish a la que se incorporó un vocabulario hebreo y, por lo tanto, es en sí mismo una lengua eslava, no semítica.
En lo que respecta a Wexler, la evidencia lingüística es incontrovertible de que aquellos judíos modernos que descienden del pueblo judío que vivió durante siglos en Europa del Este ciertamente no descienden de los habitantes judíos originales del Medio Oriente.
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Investigación genética
La investigación genética también tiende a apoyar esta tesis.
Nicholas Wade informó el 27 de septiembre de 2003 en el New York Times que los genetistas habían encontrado una gran similitud genética entre los judíos asquenazíes [de Europa central y oriental] y los de las poblaciones que habitan en Asia Central: ”Un equipo de genetistas que estudian la ascendencia de las comunidades judías ha encontrado una firma genética inusual que ocurre en más de la mitad de los levitas de ascendencia asquenazí. Se cree que la firma se originó en Asia Central, no en el Cercano Oriente, que es el hogar ancestral de los judíos” (‘Genetistas informan que encuentran un vínculo en Asia Central con los levitas’).
Varios genetistas se han visto obligados a llegar a la misma conclusión.
Además, otro trabajo de investigación demostró que los genes de los judíos cuyas familias han estado radicadas en el Medio Oriente desde tiempos inmemoriales son genéticamente casi idénticos a los de los árabes palestinos (no a los de los judíos en otros lugares). Tal fue el furor causado por este hallazgo que el artículo fue retirado de su publicación en la revista líder Human Immunology porque ”desafía la afirmación de que los judíos son un pueblo especialmente elegido y que el judaísmo sólo puede ser heredado” (R McKie, ‘Una revista se centra en la investigación genética sobre judíos y palestinos’, The Observer, 25 de noviembre de 2001) .
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Conclusión
Mohameden Ould Mey ofrece hacia el final de su artículo varias conclusiones que LALKAR no puede dejar de respaldar, incluidas estas tres principales:
“En primer lugar, la afirmación judía semita hecha por los sionistas en nombre de los judíos contemporáneos sigue sin fundamento según los hallazgos académicos en historia, arqueología, lingüística y genética. En segundo lugar, la afirmación semítica se utiliza esencialmente para justificar la desposesión, el desplazamiento y la despersonalización de los palestinos por parte de colonos judíos en una de las formas más complejas de robo de identidad cultural. En tercer lugar, incluso si los judíos contemporáneos fueran en realidad ‘semitas’, esto no justificaría su desposesión de los palestinos, que no tienen nada que ver con ninguna persecución pasada, presente, real o supuesta de los judíos en Europa o en cualquier otro lugar del mundo…”