Por Gavroche.
Miles de personas, sobre todo jóvenes, han salido a manifestarse contra el encarcelamiento de Pablo Hasél, un comunista y cantante de rap. ¿Por qué le privan de libertad? Por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la corona, actuaciones tipificadas como delitos por el artículo 578 del Código Penal. Mientras quienes sumieron a España en el terror fascista son amnistiados, este artista es condenado y encerrado en prisión por denunciar lo que es conocido por todos y repudiado por la mayoría: la corrupción de la máxima representación del Estado y los abusos de autoridad. La ley no protege al pueblo sino a los poderosos, aumentando así la arbitrariedad de éstos. Esto es lo que ellos consideran igualdad y democracia plena.
Y esto, que es cada día más evidente, es lo que enciende la indignación popular, sobre todo de las generaciones en la flor de la vida que quieren un futuro, su futuro. El caso de Hasél ha sido una de esas gotas que hacen rebosar el vaso de la indignación.
La mayoría de la juventud está en paro u ocupando empleos precarios y agotadores bajo el chantaje despótico de los patronos. Y estudiar se está convirtiendo en artículo de lujo. Las restricciones sanitarias por la pandemia les roban no sólo su derecho al ocio, sino toda socialización directa. Únicamente tienen derecho a relacionarse a través del teletrabajo, de la televisión y las redes sociales que están controlados por sus explotadores. Lejos de ser momentáneas, las restricciones se alargan por un año ya y amenazan con prolongarse, porque la voracidad del capital impide contener la propagación del virus (como sí ha conseguido el socialismo en China, Cuba, Vietnam,…). Para mayor escarnio, los grandes medios de comunicación culpan a la juventud de los repuntes de contagios que llevan a sus ascendientes -de quienes dependen económicamente- a enfermar o fallecer en residencias y hospitales carentes de medios porque éstos fueron reconvertidos de servicios públicos a negocios lucrativos. Mientras, los trabajadores de todas las generaciones se ven obligados a hacinarse en talleres, oficinas, transportes colectivos, centros comerciales, etc., para mayor gloria del becerro de oro.
Pero las injusticias no son sólo económicas. Los derechos civiles y las libertades son pisoteados por las autoridades. Permiten proclamas golpistas y genocidas, así como manifestaciones negacionistas y fascistas, como el reciente homenaje a aquella División Azul que ayudó a los bárbaros hitlerianos a masacrar a 27 millones de ciudadanos de la URSS (afortunadamente salieron de allí con el rabo trasquilado). En cambio, escudándose en el riesgo sanitario, prohíben las movilizaciones democráticas, dando rienda suelta a lo más retrógrado de los cuerpos policiales para maltratar al pueblo, como en Linares. La salud pública les sirve de pretexto para imponer un cordón sanitario a las ideas progresistas, como el que las grandes potencias aplicaron contra la Rusia revolucionaria. “Cordón sanitario”, restricciones y merma de derechos democráticos que pueden sobrevivir a la pandemia si no lo evitamos.
Y los poderes fácticos, conscientes de su superior fuerza, se ensañan todavía más con el pueblo digno para comprometer y desprestigiar al gobierno elegido por él y cuya ala izquierda intenta aliviar la situación de la mayoría. Buscan obligar a Unidas Podemos a comprometerse con la represión o a que deje el gobierno a merced de lo más reaccionario. La condena y encarcelamiento del rapero es una clara provocación en este sentido. Unidas Podemos no es nada revolucionaria pero sí les resulta molesta para cargar el coste de la crisis económica a los trabajadores y para allanar el camino al fascismo y a la guerra con los que aspiran a deshacerse de sus competidores en un capitalismo internacional en profunda crisis.
El abuso de autoridad comenzó mucho antes de la pandemia y ésta ha sido la ocasión perfecta para darle otra vuelta de tuerca. Se fue armando una legislación restrictiva de libertades individuales y colectivas con el pretexto del terrorismo, el separatismo e incluso el movimiento pacífico del 15-M. Curiosamente, lejos de derogarse después de desaparecer ETA y los Grapo, estas leyes se han desarrollado y aplicado más que cuando éstos actuaban. En los años 80, los músicos de rock radical expresaban ideas tanto o más subversivas que Hasel, Valtònyc o Strawberry y no acababan en la cárcel o exiliados. Entonces, la correlación de fuerzas no era tan favorable a la burguesía y a la reacción como ahora.
En este retroceso, los grandes medios de comunicación han jugado un papel principal, haciendo de su sesgada información una propaganda de guerra de los opresores contra los oprimidos. Ocultan o justifican la brutalidad policial que acaba de costarle un ojo a una manifestante, culpando a los activistas de toda violencia porque arden contenedores de basura. Se pasan el tiempo remachando las conciencias con su concepto filisteo de patria, democracia, Constitución, etc., y atacando fanáticamente a cualquiera que lo cuestione, como se ha vuelto a comprobar en este 40º aniversario de la intentona del 23-F.
Por todo ello, desde un amplio punto de vista democrático, las manifestaciones vividas en los días pasados son legítimas, puesto que estamos ante una deriva reaccionaria del Estado y de sus servidores. Y tales manifestaciones han permitido poner en evidencia la urgente necesidad de reformas democráticas que siente nuestro país.
El trecho que va de la justa lucha a la victoria
Sin embargo, a pesar de varios días de protestas, resistencia y detenciones, Pablo Hasél sigue en prisión, las leyes represivas no han sido derogadas y los responsables de su sádica aplicación siguen en sus puestos de mando. La razón estriba en que las movilizaciones no han crecido suficientemente en número de participantes, en duración, en conciencia y en organización. Si se lograra un movimiento sostenido y creciente, la oligarquía temería por su hegemonía política y habría alguna posibilidad de forzarla a liberar presos políticos, a aplazar sus objetivos explotadores y opresores inmediatos e incluso a conceder reformas democráticas.
Por tanto, el problema más acuciante de este y de otros movimientos democráticos es conseguir que se vuelvan masivos. Para este caso, se contaba con el respaldo de muchas personalidades del mundo de la cultura, incluso con el de algunos diputados y ministros. Pero los enfrentamientos con la policía, los destrozos y los saqueos no ayudan a que este movimiento conquiste la simpatía de masas más amplias que todavía no son conscientes de lo que esconde la fachada democrática del Estado o que todavía no aceptan otra lucha que no sea pacífica. Una parte del movimiento no entiende este problema y cae en la trampa de las provocaciones policiales (cargas contra manifestaciones pacíficas, infiltrados violentos, incorporación de bandas fascistas, etc.), sirviendo en bandeja al oligopolio mediático el relato de un conflicto entre la policía y grupúsculos radicales ajenos al pueblo. La mayoría de los manifestantes y de sus organizaciones no participa en los enfrentamientos, pero no se atreve a criticar su conveniencia ni a intentar prevenirlos mediante servicios de orden y demás medidas de protección de la masa.
La clave radica pues en la táctica correcta a seguir por parte de las organizaciones comunistas y revolucionarias. La táctica está subordinada a la estrategia, al análisis de la situación y, en última instancia, a la concepción del mundo de los promotores del movimiento. Aunque dejaremos para otra ocasión este último aspecto –el filosófico-, adelantamos que se trata del problema de cómo se forma la conciencia: ¿únicamente a través de los sentidos y la práctica, o también interviene el pensamiento con sus leyes propias, como sostiene el materialismo dialéctico y, en particular, su teoría del conocimiento? Por ahora, nos limitaremos a tocar brevemente el aspecto político de la cuestión.
Todos los comunistas somos conscientes de que las actuales carencias democráticas se deben a que el Estado vigente es democrático solamente para la burguesía. Es, en esencia, su aparato de dominación mediante el cual defiende las relaciones de producción y de cambio capitalistas respecto de otros países y de la clase obrera. Pero es también democrático como forma engañosa de enmascarar su esencia capitalista mediante elecciones por sufragio universal, porque la burguesía ha aprendido que ya no puede sostener exclusivamente por la fuerza su dominación sobre un proletariado mayoritario y aglomerado en los centros de poder. Necesita combinar la violencia con el engaño dirigido a dividir a las masas obreras y populares. De este modo, consigue que sólo una minoría más consciente de obreros luche contra el capitalismo o, al menos, contra sus excesos. En la práctica, esto significa que dispone de una fuerza de cientos de miles de profesionales entrenados, organizados, disciplinados y pertrechados con los medios más modernos para enfrentar a unos pocos miles casi inermes. Un enfrentamiento así equivale a unas «bandas de campesinos armados de garrotes contra un ejército moderno»[1]. Hay que modificar pues la correlación de fuerzas, convencer a masas más amplias de que se sumen a las manifestaciones, elevar su conciencia y organizarlas.
En definitiva, hay que acumular fuerzas. Pero, ¿cómo hacer que se sumen masas crecientes a la lucha? A lo largo de la historia, ha habido revolucionarios que pretendieron estimular esta incorporación mediante acciones heroicas de minorías (Blanqui, Tkachov, Nechayev, Bakunin, los populistas rusos, etc.). En la convulsa España de la llamada Transición, este tipo de acciones volvió a ponerse de moda en un contexto en que 1º) el PCE hacía dejación de la labor marxista-leninista para predicar la «vía pacífica y parlamentaria al socialismo»; 2º) en que la lucha guerrillera alcanzaba la victoria en países oprimidos como China, Cuba, Argelia, etc.; y 3º) en el que la intuición socialista de millones de obreros todavía no había sufrido las consecuencias del descalabro de la Unión Soviética.
La lucha callejera con la policía es parte del movimiento espontáneo de los oprimidos, sobre todo desde el momento en que la protesta es prohibida y reprimida. Pero Marx, Engels y Lenin enseñaron a los revolucionarios proletarios que su tarea no consiste en ir a la zaga del movimiento espontáneo, sino combatir precisamente su espontaneidad aportando a las masas la conciencia que les permita organizarse eficazmente para satisfacer sus necesidades. Hartos del reformismo, de su impotente batallar en las instituciones burguesas y de sus traiciones a la clase obrera, muchos camaradas están confundiendo el papel decisivo de la violencia en la revolución con su conveniencia en todas las etapas de preparación de la misma. A fin de cuentas, pasan de un espontaneísmo a otro, sin tomar conciencia de cuál es la labor verdaderamente necesaria[2].
Un vistazo a la experiencia de los bolcheviques rusos
Para valorar en su justa medida esta supuesta alternativa al reformismo, los comunistas haríamos bien en examinar, al menos[3], la opinión que le merecía a Lenin (por supuesto, teniendo en cuenta el contexto de la Rusia zarista cuya violencia era mucho más explícita y aguda).
Al formular el programa por el habría de guiarse el naciente partido revolucionario, señalaba a finales de 1899 que «los medios de lucha deben ser justamente … agitación, organización revolucionaria y paso, en el ‘momento oportuno’, a la ofensiva resuelta… en los momentos actuales el terror es un medio de lucha inadecuado, que el partido (como partido) debe rechazarlo (mientras no se produzca un cambio de la situación que exija un cambio de táctica) y concentrar todos sus esfuerzos en el fortalecimiento de la organización y la distribución sistemática de materiales políticos».[4]
En mayo de 1901, al anunciar la futura publicación de un trabajo que explicará con todo detalle la táctica-plan que defiende para la revolución rusa, Lenin rechaza el método de los atentados, de la violencia minoritaria, porque «no se propugna como una de las operaciones de un ejército en acción, como una operación estrechamente ligada a todo el sistema de lucha y coordinada con él, sino como un medio de ataque individual, independiente y aislado de todo ejército. Por otra parte, careciendo de una organización revolucionaria central y siendo débiles las organizaciones locales, el terror no puede ser otra cosa. Ésta es la razón que nos lleva a declarar, con toda energía, que semejante medio de lucha, en las circunstancias actuales, no es oportuno, ni adecuado a su fin; que sólo sirve para apartar a los militantes más activos de su verdadera tarea, de la tarea más importante desde el punto de vista de los intereses de todo el movimiento; que no contribuye a desorganizar las fuerzas gubernamentales, sino las revolucionarias.
(…) nuestra consigna en el momento actual no puede ser ‘ir al asalto’, sino ‘organizar debidamente el asedio de la fortaleza enemiga’. En otras palabras: la tarea inmediata de nuestro partido no debe ser la de llamar al ataque, ahora mismo, a todas las fuerzas con que cuenta, sino llamarlas a constituir una organización revolucionaria capaz de unificar todas las fuerzas y de dirigir el movimiento no sólo de palabra, sino de hecho, es decir, que esté lista para apoyar toda protesta y toda explosión, aprovechándolas para multiplicar y fortalecer los efectivos que han de utilizarse para el combate decisivo».[5]
Ya en ese trabajo que Lenin anunciaba y que publicaría a finales del año con el título de ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento, justifica la táctica que propugna partiendo del estado en que se encuentra la relación entre los revolucionarios y las masas: «Precisamente porque ‘la multitud no es nuestra’, es insensato e indecoroso dar gritos de ‘asalto’ inmediato, ya que el asalto es un ataque de un ejército regular y no una explosión espontánea de la multitud».[6]
En 1902, mientras el movimiento obrero de Rusia se está desarrollando a base de manifestaciones y huelgas, Lenin critica al partido campesino no marxista de los populistas, entre otras razones, «Porque los socialistas revolucionarios, al preconizar en su programa el terrorismo y difundirlo como medio de lucha política en su forma actual, causan un daño gravísimo al movimiento, destruyendo los nexos indisolubles entre la labor socialista y la masa de la clase revolucionaria».[7]
También lanza la siguiente advertencia: «… al gobierno le resulta ventajoso provocar a los mejores revolucionarios para que se lancen a perseguir a los mediocres cabecillas de la más escandalosa violencia. Pero no debemos dejarnos provocar. No debemos perder la cabeza ante los primeros estallidos del estruendo verdaderamente revolucionario del pueblo, ni entregarnos a todos los excesos y arrojar por la borda, para aliviar nuestra mente y nuestra conciencia, toda la experiencia de Europa y de Rusia, todas las convicciones socialistas más o menos definidas, toda pretensión de una táctica basada en los principios, y no aventurera. (…) Nuestra respuesta a los intentos de pervertir a las masas y provocar a los revolucionarios no debe darse en un ‘programa’ que abriría las puertas de par en par a los más funestos errores anteriores y a nuevas vacilaciones ideológicas, o en una táctica que acentuaría el aislamiento de los revolucionarios con respecto a las masas, que es la fuente principal de nuestra debilidad, de nuestra incapacidad para iniciar desde ahora una lucha revolucionaria. Debemos contestar afianzando los vínculos entre los revolucionarios y el pueblo; y en nuestro tiempo tales vínculos no pueden crearse de otro modo que desarrollando y fortaleciendo el movimiento obrero socialdemócrata. Sólo el movimiento de la clase obrera levanta a la clase realmente revolucionaria y de vanguardia…”.[8]
A finales de aquel año, Lenin escribe: «Vemos la auténtica resistencia de las masas, y el grado de desorganización y de improvisación, el carácter espontáneo de esta resistencia, nos recuerdan cuán poco juicioso es empeñarse en exagerar las propias fuerzas revolucionarias, cuán criminal el menospreciar la tarea de mejorar cada vez más la organización y preparación de esa masa que realmente está luchando ante nuestros propios ojos».
Y sostiene que el verdadero efecto estimulante y educativo lo proporciona «la participación de decenas de miles de obreros en concentraciones para discutir sus intereses vitales y la relación de éstos con la política»; que esta participación en la lucha es la «que de veras pone en pie a nuevas y nuevas capas ‘vírgenes’ del proletariado, elevándolas a una vida política más consciente, a una lucha revolucionaria más amplia. (…) Creemos que lo que verdaderamente desorganiza al gobierno son sólo aquellos casos en que las amplias masas verdaderamente organizadas por la misma lucha hacen que el gobierno se desconcierte, en que la gente de la calle comprende la legitimidad de las reivindicaciones presentadas por la vanguardia de la clase obrera, y en que comienza a comprenderlas inclusive una parte de las tropas llamadas a ‘pacificar’ a los revolucionarios; en que las acciones militares contra decenas de miles de hombres del pueblo van precedidas por vacilaciones de las autoridades, quienes carecen de posibilidades efectivas de saber a dónde conducirán esas acciones militares; …».[9]
A principios de 1905, con la revolución a punto de estallar, Lenin advierte que «En la sociedad capitalista un movimiento de masas sólo es posible como movimiento de clase de los obreros»; y que los intelectuales revolucionarios se entusiasman con la violencia de minorías porque «no creen en la vitalidad y la fuerza del proletariado ni en la lucha de clase del proletariado”.[10]
Ya en plena revolución, se refiere a los medios de lucha que convienen en la Alemania que no ha llegado aún al punto de efervescencia: «Fíjese… en cualquier mitin de los obreros alemanes; vea qué odio, digamos contra la policía, enciende los rostros, qué sarcasmos henchidos de ira menudean, cómo se cierran los puños. Pues bien, ¿cuál es la fuerza que refrena a esta ardiente necesidad de acabar inmediatamente con los burgueses y sus lacayos, que se burlan del pueblo? Es la fuerza de la organización y de la disciplina, la fuerza de la conciencia, la conciencia de que los asesinatos individuales carecen de sentido, de que aún no ha sonado la hora de la lucha popular revolucionaria seria, de que no se da todavía la coyuntura política propicia».[11]
En el mismo contexto político, Lenin advierte de lo esencial, de lo que más nos falta hoy: que cualquier medio de lucha debe ser «ennoblecido por la influencia educadora y organizadora del socialismo. Sin esta última condición, todos, absolutamente todos los procedimientos de lucha, en la sociedad burguesa, aproximan al proletariado a las diversas capas no proletarias, situadas por encima o por debajo de él, y, abandonados al curso espontáneo de los acontecimientos, se desgastan, se pervierten, se prostituyen. Las huelgas, abandonadas al censo espontáneo de los acontecimientos, degeneran en Alliances, en acuerdos entre obreros y patronos contra los consumidores. El parlamento degenera en un burdel, donde una banda de politicastros burgueses comercia al por mayor y al por menor con la ‘libertad popular’, el ‘liberalismo’, la ‘democracia’, el republicanismo, el anticlericalismo, el socialismo y demás mercancías de fácil colocación. La prensa se transforma en alcahueta barata, en instrumento de corrupción de las masas, de adulación grosera de los bajos instintos de la muchedumbre, etc., etc. La socialdemocracia no conoce procedimientos de lucha universales que separen al proletariado con una muralla china de las capas situadas un poco más arriba o un poco más abajo de él. La socialdemocracia emplea, en diversas épocas, diversos procedimientos, rodeando siempre su aplicación de condiciones ideológicas y de organización rigurosamente determinadas».[12]
Después de la derrota de la primera revolución rusa, vino un oscuro período de represión y abatimiento del movimiento obrero, el cual se reanimó a finales de 1910: «Ese mismo comienzo de la lucha -explica Lenin- vuelve a mostrarnos el significado del movimiento de masas. No hay persecución ni represalia que pueda detener el movimiento, una vez que las masas se han levantado, que comienzan a moverse millones de seres. Las persecuciones sólo avivan la lucha e incorporan a ella nuevas y nuevas filas de combatientes. No hay actos terroristas que puedan ayudar a las masas oprimidas, y no hay poder en la tierra que pueda detener a las masas cuando se hayan levantado. (…) ¡A trabajar, pues, camaradas! Pónganse en todas partes a estructurar organizaciones, a crear y consolidar células de obreros socialdemócratas, a intensificar la agitación económica y política».[13]
Al inicio de la Primera Guerra Mundial, el líder bolchevique señala lo que no se debe hacer y lo que sí se debe hacer: “No sabotear la guerra, no lanzarse a acciones individuales, aisladas, en ese espíritu, sino una propaganda de masas (no sólo entre los ‘civiles’) que conduzca a la transformación de la guerra en guerra civil. (…) debemos preparar la acción de masas (o por lo menos colectiva) entre las tropas —no sólo de una nación— y desarrollar en ese sentido todo el trabajo de propaganda y agitación».[14]
Una vez victoriosa la Revolución de Octubre de 1917, Lenin recapitula la rica experiencia del bolchevismo: «Cualquiera que se preocupe por pensar un poco, o recordar siquiera la historia del movimiento revolucionario en Rusia, comprenderá fácilmente que sólo una adecuada resistencia a la reacción ayuda a la revolución. Durante medio siglo del movimiento revolucionario en Rusia hemos presenciado y conocido innumerables ejemplos de inadecuada resistencia a la reacción. Nosotros, los marxistas, nos hemos enorgullecido siempre de saber determinar, por medio de un riguroso análisis de la fuerza de las masas y las relaciones de clases, si tal o cual forma de lucha es adecuada».[15] Sostiene que «pensar en la correlación de fuerzas,… tomar en consideración la correlación de fuerzas. En eso reside la médula del marxismo y de la táctica marxista».[16] Y concluye explicando que «el bolchevismo ha crecido, se ha formado y se ha templado en largos años de lucha contra el revolucionarismo pequeñoburgués, parecido al anarquismo o que ha tomado algo de él y que se aparta en todo lo esencial de las condiciones y exigencias de una consecuente lucha de clase del proletariado».[17]
A modo de propuesta
1º) La participación de los comunistas en las protestas por la libertad de expresión es necesaria porque la causa es justa para la democracia y el socialismo, además de que la gran mayoría de los manifestantes pertenece a la masa obrera.
2º) Sólo una participación multitudinaria en las mismas puede garantizar su éxito. Sin embargo, la actual correlación de fuerzas de clase impide sumar amplias masas a la lucha política por las libertades democráticas y protegerlas eficazmente de la violencia de los provocadores policiales y de la réplica espontánea a éstos.
3º) Para resolver esta contradicción, debemos analizar sus causas y modificarlas con las acciones pertinentes.
4º) A estas alturas del desarrollo capitalista, una protesta sólo puede ser amplia, de masas, además de seguir una orientación antifascista y radicalmente democrática, si la clase obrera participa en ella, no de manera individual, sino como tal clase[18]. Los demás sectores sociales oscilan permanentemente entre el reformismo y el “izquierdismo”, estériles cuando no contraproducentes. Para que amplias masas obreras se movilicen, deben adquirir conciencia de que es necesario.
5º) No es cierto que el desarrollo de la conciencia de los obreros siga mansamente (como regla general, es decir, para la mayoría) al incremento de su explotación y de su opresión por los capitalistas. Si así fuera, éstos se ahorrarían -por inútil- la actividad cada vez más extensa e intensa que despliegan a través de los poderosos medios de que disponen: prensa, radio, televisión, algoritmos en internet, sistema educativo, religiones,… Tampoco se puede esperar que las acciones violentas minoritarias puedan constituir ni una fuerza suficiente para arrancar concesiones sustanciales a la burguesía, ni tampoco un estímulo para movilizar a masas más amplias.
6º) Además de la crecida hegemonía ideológica de los capitalistas y sus agentes reaccionarios sobre la población trabajadora, una parte de ésta la comparte con convicción porque depende económicamente del sistema de opresión imperialista español sobre los pueblos del llamado tercer mundo.[19]
7º) Debido al cáncer revisionista que ha corroído a muchos partidos comunistas, desde el PCUS hasta el PCE, las masas obreras llevan decenios huérfanas y abandonadas de la orientación revolucionaria y del cauce organizativo de su partido político, quedando a merced de la propaganda anticomunista.
8º) Superar todos estos enormes inconvenientes exige convocar a toda la minoría revolucionaria a concentrar su acción en elevar con paciencia y perseverancia la conciencia de la población principalmente obrera por medio de su educación económica y política, tanto democrática como socialista. Es el camino más directo hacia la victoria, además de ser el menos doloroso para el pueblo. Las pautas a seguir fueron detalladas por Lenin para la Rusia zarista[20], siendo tarea obligada de los comunistas de hoy estudiarlas y aplicarlas dialécticamente. En el transcurso de la ejecución de esta labor, es preciso superar progresivamente la división de los comunistas, unificando su acción de masas mediante el diálogo, la reducción racional de las discrepancias y la simultánea puesta en práctica conjunta de los acuerdos alcanzados. Entre las acciones concretas a emprender, destaca la necesidad de poner en pie un medio de difusión comunista unitario, regular y permanente que se esfuerce por cumplir los probados criterios del marxismo-leninismo para desarrollar la lucha de clase de las masas obreras hacia la revolución socialista y forjar las alianzas necesarias para derrotar al enemigo común. En definitiva, para avanzar, hay que centrarse en la tarea de reconstituir el Partido Comunista.
Gavroche
[1] ¿Qué hacer?, Lenin. Obras Completas, tomo V, Ed. Akal.
[2] «Los economistas y los terroristas -advertía Lenin- rinden culto a dos polos opuestos de la corriente espontánea: los economistas, a la espontaneidad del ‘movimiento netamente obrero’, y los terroristas, a la espontaneidad de la indignación más ardiente de los intelectuales, que no saben o no tienen la posibilidad de ligar el trabajo revolucionario al movimiento obrero para formar un todo. (…) Ambas tendencias, la oportunista y la ‘revolucionista’, capitulan ante los métodos primitivos de trabajo imperantes, no tienen fe en la posibilidad de librarse de ellos, no comprenden nuestra primera y más urgente tarea práctica: crear una organización de revolucionarios capaz de dar a la lucha política energía, firmeza y continuidad». (Ibíd., págs. 425 y 453)
[3] El joven Marx ya había señalado el nexo necesario entre la violencia revolucionaria y las masas: «Cierto, el arma de la crítica no puede sustituir la crítica por las armas; la fuerza material debe ser superada por la fuerza material. Pero también la teoría se convierte en fuerza material una vez que prende en las masas». (Introducción a la Crítica de la Filosofía Hegeliana del Derecho). También Engels exigía “la congruencia general de los medios empleados para alcanzar el fin común: la emancipación de la clase obrera por la propia clase obrera. (Los obreros europeos en 1877)
[4] Proyecto de Programa de nuestro Partido, Lenin. Obras completas, tomo IV, págs. 241 y 242)
[5] ¿Por dónde empezar?, Lenin. OO.CC., tomo V, págs. 15 y 16.
[6] ¿Qué hacer?, Lenin. OO.CC., tomo V, pág. 518.
[7] Por qué la socialdemocracia debe declarar una guerra decidida y sin cuartel a los socialistas revolucionarios, Lenin. OO.CC., tomo VI, pág. 217.
[8] Sobre las tareas del movimiento socialdemócrata, Lenin. OO.CC., tomo VI, págs. 299 y 300.
[9] Nuevos acontecimientos y viejos problemas, Lenin. OO.CC., tomo VI, págs. 308-309.
[10] La autocracia y el proletariado, Lenin. OO.CC., tomo VIII, pág. 13.
[11] ¿Debemos organizar la revolución?, Lenin. OO.CC., tomo VIII, pág. 172.
[12] La guerra de guerrillas, Lenin. OO.CC., tomo XI, pág. 229.
[13] El comienzo de las demostraciones, Lenin. OO.CC., tomo XVI, pág. 357.
[14] Carta a A. G. Shliápnikov de 17 de octubre de 1914, Lenin. OO.CC., tomo XXXIX, pág. 164 y 165.
[15] La fraseología revolucionaria, Lenin. OO.CC., tomo XXVIII, pág. 218.
[16] Acerca del infantilismo «izquierdista» y del espíritu pequeñoburgués, Lenin. OO.CC., tomo XXIX, pág. 82.
[17] La enfermedad infantil de «izquierdismo» en el comunismo, Lenin. OO.CC., tomo XXXIII, pág. 136.
[18] Esto exige independencia política en relación a otras clases o capas sociales, conciencia y organización.
[19] Véase El imperialismo y la escisión del socialismo de Lenin. https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/10-1916.htm
[20] Por lo menos, en los siguientes trabajos:
– Las tareas de los socialdemócratas rusos: https://obtienearchivo.bcn.cl/obtienearchivo?id=documentos/10221.1/13584/1/197690.pdf;
– ¿Qué hacer?: https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1900s/quehacer/index.htm;
– Carta a un camarada acerca de nuestras tareas de organización: http://archivo.juventudes.org/files/imagenes/textos/07.%20%5BAp%207.%5D%20-%20V.I.%20Lenin%20-%20Carta%20a%20un%20camarada.pdf