La experiencia de la Internacional Comunista en la construcción de partidos de tipo bolchevique (4).
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IV- La lucha por la unidad de acción de la clase obrera frente al contraataque de la burguesía
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La ofensiva del capital y la amenaza del fascismo.
Hacia fines de 1921 la crisis económica mundial empezó a transformarse en depresión. Pero la burguesía no se disponía, ni mucho menos, a debilitar la presión sobre la clase obrera en el campo económico y social, ni en el político. En algunos países donde la lucha revolucionaria había alcanzado la mayor tensión, la burguesía aprovechó y empezó a apoyar un nuevo movimiento, profundamente hostil al proletariado: el fascismo.
Empezó en Italia, donde su ofensiva contra la clase obrera tropezaba con el movimiento de ocupación de las fábricas, con la creciente lucha en el campo y con los éxitos electorales del Partido Socialista, el cual había conquistado un cuarto de los municipios y un tercio de las gobernaciones provinciales. Al igual que en Alemania, se formaron organizaciones fascistas de excombatientes de la Guerra Mundial, defraudados por las condiciones de paz y cuyo espíritu chovinista los volvía hostiles a la lucha de clase del proletariado de su nación. Se oponían al Estado democrático-burgués por su debilidad frente a éste y frente a las potencias extranjeras. Las derrotas del movimiento obrero los animaban a acciones terroristas contra las organizaciones de éste. Los partidos burgueses de Italia (todavía no los de Alemania, que juzgaban suficientemente eficaz la acción contrarrevolucionaria de los dirigentes de la socialdemocracia) vieron enseguida en los fascistas un instrumento útil para sus intereses de clase y, en muchos casos, se presentaban con ellos a las elecciones en listas únicas “nacionales”.
El terror fascista contribuyó al retroceso electoral de los partidos obreros. La resistencia a los ataques fascistas era espontánea, defensiva, no preparada, no coordinada. La empezaron los inválidos y veteranos de guerra, pero no existía apoyo recíproco entre éstos y los partidos obreros: los reformistas, por limitarse a la acción parlamentaria; los “izquierdistas” del grupo de Amadeo Bordiga en el PCI, porque rechazaban toda colaboración con otros partidos y organizaciones que no fueran puramente proletarios.
Muchos creían entonces que el fascismo era un instrumento corriente de la contrarrevolución, que pronto desaparecería, y que la burguesía retornaría a la habitual práctica parlamentaria de gobierno, apoyándose en la socialdemocracia, la cual seguiría siendo, por lo tanto, el principal obstáculo en el camino de la revolución.
En Alemania, el partido comunista retornó a la táctica de la Carta abierta, formuló un programa de exigencias inmediatas e incluso apoyó las reivindicaciones de política fiscal y económica promovidas por la Asociación de sindicatos alemanes. Pero el partido socialdemócrata rechazó la unidad de acción del proletariado y proclamó la coalición con los partidos burgueses como base de su política. Parafraseando a Marx, Kautsky llegó a escribir: “Entre la época de un Estado democrático gobernado de un modo puramente burgués y de un Estado democrático gobernado de un modo puramente proletario media un período de transformación del primero en segundo. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo gobierno tendrá, por regla general, la forma de gobierno de coalición”.[1]
En Francia, los líderes sindicales derechistas prohibieron a sus asociados adherirse a la Internacional Sindical Roja, precipitando en el sindicato CGT la salida de su izquierda mayoritariamente anarcosindicalista. En el partido comunista, además del núcleo proletario abundaban los elementos pequeñoburgueses reformistas y anarcosindicalistas.
En Gran Bretaña, se debilitaba el movimiento sindical. El Partido Comunista continuaba pugnando por su admisión en el Partido Laborista como miembro colectivo, viendo en ello el camino hacia las masas. A pesar de que las conferencias laboristas anuales de 1921, 1922 y 1923 rechazaron estas peticiones, los comunistas –sin dejar de criticar la ideología y la política reformistas dominantes en el Partido Laborista-, también ayudaban a éste en su lucha contra los partidos burgueses, intentando contribuir a su transformación en instrumento eficaz para el desarrollo del movimiento obrero y de la democracia.
En EEUU, la ofensiva de los monopolios contra la clase obrera, las continuas razzias policiales contra los “rojos”, los conflictos raciales y el linchamiento de negros, la histeria antiobrera y antisocialista, la arbitrariedad judicial y el trato cruel a que fueron sometidos los presos revolucionarios (caso de Sacco y Vanzetti, por ejemplo) hacían extraordinariamente difícil formar un partido proletario revolucionario relacionado con las masas. Los comunistas promovieron un partido obrero legal y una Liga de Propaganda Sindical.
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La táctica de frente obrero unido.
Por cuanto los partidos comunistas nacían, por lo común, en medio de una enconada lucha, muchos comunistas consideraban como sus adversarios no sólo a los dirigentes de los partidos socialistas y los sindicatos, sino también a sus miembros de filas. Sin embargo, éstos aspiraban a la unidad de acción. Los que se oponían a ella eran: 1º) ante todo, los dirigentes reformistas de derecha de la socialdemocracia y de los sindicatos asociados a ésta; 2º) en el seno del movimiento comunista, aquellos dirigentes de tendencias “izquierdistas” que no llegaron a comprender que la situación había cambiado, que la lucha por ganarse a las masas era necesaria y exigía nuevos métodos. Sin superar las exageraciones de éstos no se podía ni pensar en lograr la unidad de acción.
Lenin comprendía que ganarse a las masas, a la mayoría del proletariado para el comunismo, era un proceso largo y complejo; no veía en él una premisa o condición de formación de un frente unido, sino más bien su resultado más o menos lejano.
El Partido Comunista (bolchevique) de Rusia propuso a la Internacional Comunista llamar a la unidad de acción a los obreros de la II Internacional. Elaboró incluso unas reivindicaciones inmediatas, recomendando no desconcertarse por el carácter doble o incluso reformista de las exigencias, siempre y cuando pudieran unir a las grandes masas. Se trataba de que los sectores de la clase obrera que tendían a la izquierda en la socialdemocracia superaran las ilusiones reformistas a partir de su propia experiencia en la acción unitaria con los comunistas.
A finales de 1921, el PC(b) de Rusia aprobó los siguientes principios básicos de la política de formación del frente unido.
En todas las situaciones los comunistas procuran “lograr una unidad lo más posible amplia y completa de acción práctica” de las masas y, con este fin, conciertan acuerdos con otras organizaciones de la clase obrera, entre ellas las reformistas y las anarcosindicalistas; tanto a nivel local y nacional como internacional.
Los partidos comunistas, aunque entren en acuerdos con las organizaciones reformistas, permanecen fieles a los principios del marxismo revolucionario, permanecen independientes en lo ideológico, y no renuncian en modo alguno a exponer cabalmente sus puntos de vista ni a criticar a los adversarios del comunismo. Permanecen independientes en lo orgánico, combaten resueltamente las tendencias de disolución de los “partidos y grupos comunistas en un amorfo bloque común”, rechazan las condiciones que colocaran a los partidos comunistas en una situación desigual frente a otras organizaciones que se incorporan al frente unido.
Los partidos comunistas aceptan la idea de frente unido apoyando la aspiración de los obreros a la unidad de acción, entre otras cosas, con el fin de incrementar la resistencia de las masas obreras al capitalismo, elevar su nivel de conciencia en el curso de la lucha de clases, superar las ilusiones del reformismo y la conciliación con la burguesía y, a fin de cuentas, movilizar a las masas para la lucha por acabar con la reacción y el capitalismo. En el frente unido los partidos comunistas otorgan principal atención a la unidad de las propias masas en la lucha efectiva, ya que “sólo la unidad de las masas es el verdadero frente unido”; si los lideres reformistas se niegan al frente unido, los partidos comunistas desenmascaran a esos lideres y les explican a las masas quién es el verdadero perturbador de la unidad de los obreros.
Para lograr acuerdos sobre la unidad de acción, los comunistas promueven a primer plano las reivindicaciones inmediatas, comunes, de los obreros de todas las orientaciones políticas y capaces efectivamente de unir a los obreros en la lucha; a medida que se desarrolla el frente unido los comunistas procuran “profundizar gradualmente la lucha y elevarla al escalón superior”.
En las tesis se subraya que los comunistas deben no sólo “apoyar la consigna de frente obrero unido”, sino también tomar la iniciativa de su formación; que la táctica de los partidos comunistas debe ser concretada obligatoriamente en función de las condiciones de cada país.
Los autores de las tesis, después de examinar las posibilidades de formar un frente unido en distintos países, mencionaban especialmente a todos los partidos hermanos la experiencia rusa. Por consejo de Lenin se señaló que los bolcheviques, al combatir sin tregua a los mencheviques, más de una vez concertaron acuerdos con ellos, motivados no sólo por “las alternativas de la lucha, sino también por la presión de las bases que exigían ensayos de verificación de la propia experiencia”[2]. Fue en el proceso de esta lucha que los obreros comprobaban las acciones de sus jefes, por lo que una “inmensa parte de los mejores obreros mencheviques fue ganada gradualmente para el comunismo”. La Internacional Comunista, decían las tesis, debía concertar acuerdos también a escala internacional. Con la particularidad de que la “no aceptación de los jefes de la II Internacional, la Internacional II y 1/2 y la Internacional de Ámsterdam a una u otra proposición práctica de la Internacional Comunista no nos hará renunciar a la táctica trazada, arraigada profundamente en las masas y que debemos desarrollar sistemática y permanentemente”.
El llamamiento del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (CEIC) y del Buró Ejecutivo de la Internacional Sindical Roja del 1 de enero de 1922 titulado El frente obrero unido, se refería a la necesidad de articular un “frente unido para todos los partidos que se apoyen en el proletariado [¡no sólo partidos estrictamente obreros por su composición o su política!], independientemente de las divergencias que haya entre ellos, por cuanto desean luchar conjuntamente por satisfacer las necesidades apremiantes del proletariado”. Dirigiéndose a los obreros y a las obreras adheridos a las organizaciones reformistas y anarcosindicalistas, el llamamiento decía: “Todavía, pues, no osáis iniciar la lucha en todo el frente, no osáis aún luchar por el poder, por la dictadura con las armas en la mano, no osáis aún emprender la ofensiva decidida contra la ciudadela de la reacción mundial. Entonces uníos, por lo menos, en la lucha por la existencia habitual, en la lucha por un pedazo de pan, en la lucha por la paz. Sed un ejército unido en aras de esta lucha… Romped las barreras levantadas entre vosotros, cerrad filas independientemente de si sois comunistas, socialdemócratas o anarquistas o sindicalistas para combatir la dura miseria del día de hoy”. [3]
Las discusiones de si el frente común debe formarse desde arriba, mediante un acuerdo de los partidos, o por abajo, mediante la acentuación de la lucha de las masas obreras, fueron calificadas por el CEIC como un “verdadero doctrinarismo”: sin lo segundo es imposible lo primero, pero lo primero facilitará lo segundo.
A la duda sobre si la consigna de frente unido era una desviación del recto camino hacia la dictadura del proletariado, la respuesta de la Komintern era: “La lucha por la dictadura es inconcebible mientras las grandes masas del proletariado, su inmensa mayoría no se cohesionen, plenas de decisión férrea, para la lucha común contra la burguesía. Tal decisión puede surgir sólo si los obreros ensayan todas las vías democráticas, si emplean todas las formas de lucha parcial para terminar de convencerse de que no hay más camino que el comunismo. Para que llegue este momento, para que el Partido Comunista logre ser el jefe del proletariado, debe, luchando junto con éste, recorrer todas las etapas intermedias y serle siempre fiel, sin olvidar la bandera propia. El partido, como gobierno obrero, debe tener la valentía de asumir la responsabilidad por cuanto sea necesario a la clase obrera, incluidas las demandas temporales”.[4]
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La conferencia de las tres Internacionales.
El afán unitario del movimiento obrero llevó a los laboristas ingleses a intentar la unificación, pero no con los comunistas, sino solamente de los socialdemócratas derechistas y centristas. La propaganda comunista por el frente unido llevó a los centristas a lanzar un llamamiento a la unidad de acción, al que la Komintern respondió favorablemente.
Del 21 de febrero al 4 de marzo de 1922, se reunió en Moscú el Primer Pleno ampliado del CEIC para examinar la táctica de articulación de un frente unido de la clase obrera.
Lenin expresó cómo se podía lograr un acuerdo efectivo: al llamar a las masas a acciones prácticas, manifestar flexibilidad en las conversaciones con las “alturas” reformistas, comenzar por cosas pequeñas, someter a discusión solamente problemas “relacionados de manera directa con la unidad de acción práctica de las masas obreras en cuestiones que son consideradas indiscutibles en las declaraciones oficiales publicadas en la prensa de cada una de las tres partes”. En caso de que los reformistas planteasen cuestiones polémicas, había que responder denunciando sus actos contrarios al movimiento obrero y democrático.[5]
Lenin recomendó que se hiciera hincapié en que la unidad de acción de las masas obreras en cuestiones prácticas impostergables podía ser lograda, a pesar de divergencias políticas cardinales. En el proyecto de resolución del Pleno ampliado de la IC de marzo de 1922, propuso “tachar el párrafo donde se califica de cómplices de la burguesía mundial a los dirigentes de la II Internacional y de la Internacional II y 1/2”. Consideraba insensato correr el riesgo de “hacer fracasar un asunto práctico de enorme importancia”.[6]
En muchos partidos comunistas, abundaban las reticencias. En Francia, el CC declaró: “No marcharemos nunca junto con los traidores”. En Italia, frente a Lenin que había señalado la necesidad separarse de los reformistas para luego concertar una alianza con ellos, el grupo dirigente de Bordiga estaba de acuerdo sólo con articular un frente unido entre toda clase de sindicatos para sostener la lucha económica, rechazando toda colaboración de los partidos obreros. En Checoslovaquia, el frente unido se entendía como la unión de las masas obreras en torno al partido comunista. Votaron en contra las delegaciones de Francia, Italia y España.
Lenin insistía a los camaradas rusos que explicaran circunstanciadamente y en forma accesible (en particular a los franceses, si “no han asimilado aún la táctica marxista”) que sólo así podían los comunistas superar la influencia de los jefes de la II Internacional y de la Internacional II y 1/2 sobre los obreros. Aconsejaba que era preferible que una resolución no fuera aprobada por unanimidad “a arriesgarnos a estropear un asunto práctico importante, a causa de algunas criaturas políticas que mañana se curarán de su enfermedad infantil”.[7]
No faltaban los “izquierdistas” que, haciendo el juego de la propaganda nacionalista de los imperialistas, insinuaban que la voluntad comunista de acuerdo con los reformistas era, supuestamente, impuesta, por las dificultades económicas y políticas que atravesaba la Rusia Soviética.
La resolución del Pleno ampliado fue aprobada por 46 votos de 19 delegaciones contra 10 votos de las delegaciones de Francia, Italia y España. No obstante, tras la votación, estos tres partidos manifestaron que se subordinarían a la decisión de la mayoría absoluta.
El Pleno ampliado acordó que la Internacional Comunista tomaría parte en la proyectada conferencia de todas las organizaciones obreras del mundo, la cual debía plantearse una “sola gran tarea: organizar la lucha defensiva de la clase obrera contra el capital internacional”. Se subrayó que aquellos que, en condiciones de ofensiva del capital y de creciente peligro de una guerra imperialista, rechazaban el frente unido de todos los trabajadores, abogaban en realidad “por un frente unido con la burguesía, contra los obreros”.
En el XI Congreso del PC(b) de Rusia, se aprobó a propuesta de Lenin que el “objeto y el sentido de la táctica de frente unido” consistían en “incorporar masas de obreros cada vez más amplias a la lucha contra el capital, sin vacilar en dirigirnos reiteradamente incluso a los jefes de la II Internacional y de la Internacional II y 1/2, proponiéndoles realizar conjuntamente esa lucha”. El Congreso expresó la esperanza de que los jefes de dichas Internacionales no “harían fracasar la formación de un frente unido de los obreros de aquellos países donde la continuada dominación de la burguesía incita a los obreros a unirse contra el capital”.[8]
Se exigía a los delegados de la Komintern a la Conferencia de las Tres Internacionales que tuvieran “la máxima prudencia en las declaraciones y conversaciones sobre los mencheviques y eseristas” y, al mismo tiempo, “la máxima desconfianza hacia ellos”.[9]
Tras varias demoras, la Conferencia se inauguró en Berlín el 2 de abril de 1922. Los socialdemócratas derechistas atacaron agresivamente a los comunistas y, en respuesta, el representante de la Komintern, Karl Radek, desestimó los consejos de Lenin de mantenerse “archidiscreto”, cayó en la provocación y les lanzó ásperas expresiones. No obstante, se consiguió reanudar el encuentro y aprobar una declaración para convocar un congreso obrero mundial. Debido a unas concesiones excesivas, Lenin valoró que “una vez más la burguesía, en la persona de sus diplomáticos, fue más lista que los representantes de la Internacional Comunista”, y nosotros hicimos dos concesiones políticas a la burguesía sin recibir nada a cambio. Es una importante lección para el futuro. Sin embargo, hay que cumplir el acuerdo firmado. “Pero hubiese sido un error muchísimo mayor rechazar cualquier condición y cualquier pago para entrar en ese lugar cerrado y bastante bien guardado”, en el cual los “apoderados” de la burguesía llevan a cabo su propaganda ante una concentración bastante numerosa de obreros.
Los “comunistas no deben cocinarse en su propia salsa; tienen que aprender a penetrar en el local cerrado… sin detenerse ante ciertos sacrificios ni temer los errores inevitables al comenzar cualquier obra nueva y difícil… Los comunistas que se niegan a comprenderlo y que no quieren aprenderlo, no pueden aspirar a conquistar a la mayoría de los obreros… Y esto es absolutamente imperdonable, tanto para los comunistas como para todos los auténticos partidarios de la revolución obrera”. El frente unido, volvía a subrayar Lenin, es urgentemente necesario para convencer a los obreros de que la táctica revolucionaria es correcta, para contribuir a que las masas comprendan la “ingeniosa mecánica” de las dos actitudes diferentes en la economía internacional y en la política internacional. “En aras de ello hemos aceptado la táctica de formación de un frente unido y la llevaremos hasta el fin”. [10]
Lenin sostenía que los partidos comunistas tienen que modificar su crítica a las organizaciones reformistas; se le debe dar a la crítica un “carácter más esclarecedor” para no repulsar con palabras fuertes a los obreros miembros de los partidos socialdemócratas, sino para mostrarles pacientemente las contradicciones entre las reivindicaciones del proletariado y la política reformista.[11]
El CEIC de la Komintern exhortaba a no permitir el sabotaje de un frente proletario unido por parte de los líderes de la II Internacional que quieren ahogarlo en embrión. El frente unido se está formando no con el método de simple hermanamiento de los jefes, sino que significa la “unificación de todos los obreros: comunistas, anarquistas, socialdemócratas, independientes, sin partido e incluso obreros católicos contra la burguesía, junto con los jefes, si así lo quieren, sin los jefes, si se muestran indiferentes, contra los jefes, si sabotean el frente obrero unido”.
La Internacional Sindical amarilla se opuso al Congreso obrero mundial. La II Internacional calificó la táctica de formación de un frente unido de “pérfida intención maquiavélica” y, a la Internacional Comunista, de instrumento de política exterior del Gobierno soviético”. Aprobó una resolución rechazando no sólo el congreso obrero mundial, sino también todas las acciones conjuntas con los comunistas.
Al hacer el balance del primer intento de acciones conjuntas de las tres Internacionales para convocar el Congreso obrero mundial, el Segundo Pleno ampliado del CEIC de junio de 1922 aprobó la actividad de su delegación en Berlín y confirmó la necesidad de continuar y reforzar la política de formación de un frente unido. La oposición de los partidos comunistas de Francia, Italia y de algunos otros países, que dificultaba la puesta en práctica de dicha táctica, fue sometida a critica, como lo fueron también las tentativas en el PCF de ver «renacer el reformismo allí donde se trataba de profundizar los métodos de lucha contra el reformismo».
“El proceso de modificar el tipo de trabajo del partido en la vida diaria, de romper con la rutina, de convertir al partido en la vanguardia del proletariado revolucionario, sin que se aparte de las masas, sino por el contrario, acercándose cada vez más a ellas, elevándolas hasta que adquieran conciencia revolucionaria, incorporándolas a la lucha revolucionaria —escribió Lenin—, es el proceso más difícil, pero también el más importante”. Los comunistas no pueden prescindir de una “transformación radical, interna, profunda de toda la estructura y de toda la actividad”.[12]
Aún después del fracaso de la Conferencia de Berlín de las tres Internacionales, el movimiento comunista continuó desplegando acciones enérgicas por un frente obrero unido. La lógica de la unidad de acción a base de reivindicaciones parciales hacía tiempo que había llevado a los comunistas de algunos países, en particular de Alemania, al problema de las alianzas políticas y también a la cuestión de la posibilidad de formar un “gobierno obrero”.
Se consideraba admisible formar parte del gobierno obrero siempre que existiera la voluntad de las masas obreras de luchar y la posibilidad real de extensión del poder obrero[13]. Esto dependía de las condiciones objetivas (como la ofensiva del capital y del fascismo) y del nivel de conciencia de las grandes masas de la clase obrera que aún no estaban preparadas para una lucha directa por un poder realmente proletario. Con tal consigna, se podía extender la influencia del partido a miles de obreros a los cuales antes esa influencia aún no había podido llegar.
En Italia, la colaboración de los antifascistas no fue posible por las posiciones sectarias de Bordiga, expresadas en las tesis de Roma, que dominaban en el partido comunista. Y los fascistas se adueñaron del poder a finales de 1922, destruyendo organizaciones y periódicos obreros y asesinando a decenas de comunistas, socialistas y anarquistas.
La instauración de la dictadura fascista en Italia, que hizo realidad la amenaza del fascismo, colocó al movimiento obrero internacional ante nuevos problemas. La comunista italiana Camilla Ravera recuerda lo que Lenin afirmó al enterarse de que los obreros italianos salían a combatir al fascismo: “La clase obrera lucha siempre por conquistar y salvaguardar los derechos democráticos aun cuando se hallan limitados por el poder burgués. Y cuando la clase obrera los pierde, lucha por recuperarlos, y junto con ello se busca aliados”.
En una conversación con Clara Zetkin, el líder bolchevique pidió “confirmar, recalcar —y recalcar fuertemente— las resoluciones del III Congreso como base de la actividad de la Internacional Comunista”. Si nuestro objetivo es la revolución y la conquista del poder, debemos hacer del nuestro un partido de masas. Y para ello hoy, igual que ayer, no hay otro camino que el del frente unido. [14]
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El IV Congreso de la Komintern y la importancia de la consigna de “gobierno obrero” y “gobierno obrero-campesino”.
El IV Congreso de la Internacional Comunista se celebró del 9 de noviembre al 5 de diciembre de 1922. Las cifras de militantes comunistas, como las del resto del movimiento obrero internacional acusaban el reflujo de la ola revolucionaria y la defección de elementos inestables.
La tendencia general marcaba la necesidad de librar combates defensivos y Lenin conminaba a que “Todos los partidos que se preparan para emprender en un futuro próximo la ofensiva directa contra el capitalismo deben pensar ya ahora también en cómo asegurarse el repliegue”.[15]
No se podía saber si la fase defensiva se iba a prolongar o se abriría un nuevo período de tempestades revolucionarias, por lo que la táctica de frente unido seguía siendo necesaria. Sin embargo, los “izquierdistas” y el propio Zinóviev especulaban con que la llegada de los fascistas al poder en Italia pudiera expresar la maduración de la revolución proletaria.
El Congreso tenía en cuenta dos hechos contradictorios: por una parte, la influencia de la República Soviética de Rusia, como importantísimo factor de la revolución mundial, crecería a medida de su renacimiento y fortalecimiento económico; por otra parte, como el proletariado de otros países no supo aprovechar la debilidad del capitalismo debida a la guerra para asestarle un golpe decisivo, la burguesía pudo derrotar a los obreros revolucionarios, volver a fortalecer su dominación política y económica y luego desplegar la ofensiva que tomó proporciones gigantescas.
A partir de aquí, las resoluciones no estaban exentas de contradicciones. Así, en expresiones exageradas se hablaba del desmoronamiento progresivo de la economía capitalista, del hundimiento del capitalismo, de la imposibilidad de restablecer a Europa, del caos del sistema capitalista de Estados, que se descomponía. Frente a los “izquierdistas” que saboteaban la puesta en práctica de la táctica de frente unido (Zinóviev declaró que la tarea más importante era vencer a la socialdemocracia), para el Informe del CEIC esta táctica “no es sólo un episodio en nuestra lucha, sino todo un período, tal vez incluso toda una época”.[16]
Los “izquierdistas” y los ultraizquierdistas, sin atreverse a rechazar en principio la táctica de frente unido, la atacaban so pretexto de su ineficacia.
En algunos, el “izquierdismo” se debía a una asimilación simplista y rectilínea de las orientaciones revolucionarias iniciales, cuando se trataba de deslindar con los reformistas propugnando la lucha directa por la revolución socialista y la dictadura del proletariado. No comprendían que el cambio de situación exigía desplazar el centro de gravedad a las tareas preparatorias. Otros “izquierdistas” eran aventureros contumaces.
En consecuencia, era frecuente que los “izquierdistas” se opusieran a la necesidad de luchar por reivindicaciones parciales y transitorias. A este respecto, se aclaró que la Internacional Comunista condena en forma igualmente categórica tanto los intentos de calificar de oportunismo la incorporación de exigencias parciales al programa como cualquier tentativa de ocultar y sustituir la tarea revolucionaria fundamental por exigencias parciales.[17]
Cumpliendo la recomendación de Lenin, el IV Congreso recogió “las experiencias de los bolcheviques rusos, cuyo partido es el único que hasta ahora consiguió vencer a la burguesía y adueñarse del poder. Durante los quince años transcurridos entre el surgimiento del bolchevismo y su victoria (1903-1917), éste nunca dejó de combatir a los reformistas o, lo que es lo mismo, al menchevismo. Pero, durante el mismo lapso, los bolcheviques suscribieron acuerdos en varias oportunidades con los mencheviques. La primera escisión formal tuvo lugar en la primavera de 1905. Pero, bajo la influencia irresistible de un movimiento obrero de vasta envergadura, los bolcheviques formaron ese mismo año un frente común con los mencheviques. La segunda escisión formal se produjo en enero de 1912. Pero, desde 1905 hasta 1912, la escisión alternó con uniones y acuerdos temporales (en 1906, 1907 y 1910). Uniones y acuerdos que no se produjeron solamente luego de las peripecias de la lucha entre fracciones sino sobre todo bajo la presión de las grandes masas obreras iniciadas en la vida política y que querían comprobar por sí mismas si los caminos del menchevismo se apartaban realmente de la revolución. Poco tiempo antes de la guerra imperialista, el nuevo movimiento revolucionario que siguió a la huelga del Lena originó en las masas proletarias una poderosa aspiración a la unidad que los dirigentes del menchevismo se dedicaron a explotar en su provecho, como lo hacen actualmente los líderes de las Internacionales ‘socialistas’ y los de la Internacional de Ámsterdam. En esa época, los bolcheviques no se negaron a constituir el frente único. Lejos de ello, para contrarrestar la diplomacia de los jefes mencheviques, adoptaron la consigna de la ‘unidad en la base’, es decir de la unidad de las masas obreras en la acción revolucionaria práctica contra la burguesía. La experiencia demostró que ésa era la única táctica verdadera”.[18]
En consecuencia, a pesar del sabotaje de los reformistas a la unidad obrera, la misma tesis del IV Congreso insistía en que “la negativa opuesta a nuestras proposiciones no nos hará renunciar a la táctica que preconizamos, táctica profundamente acorde al espíritu de las masas obreras y que es preciso saber desarrollar metódicamente, sin tregua. Si nuestras propuestas de acción común son rechazadas, habrá que informar de ello al mundo obrero para que sepa cuáles son los reales destructores de la unidad del frente proletario. Si nuestras propuestas son aceptadas, nuestro deber consistirá en acentuar y profundizar las luchas emprendidas. En los dos casos, es importante lograr que las conversaciones de los comunistas con las otras organizaciones despierten y atraigan la atención de las masas trabajadoras, pues es preciso interesar a éstas últimas en todas las peripecias del combate por la unidad del frente revolucionario de los trabajadores”.
De toda la táctica de frente unido, como conclusión necesaria, el Congreso promovió la consigna de gobierno obrero. Se señaló que como “consigna de agitación general”, ésta podía aplicarse casi en todas partes; como “consigna política actual del día” podía aplicarse en aquellos países donde la situación de la sociedad burguesa no era sólida: “Los comunistas oponen a la coalición socialdemócrata burguesa abierta o enmascarada el frente unido de todos los obreros y la coalición de todos los partidos obreros en el campo económico y político para luchar contra el poder burgués y para derrocarlo definitivamente”.[19]
Junto con el gobierno de dictadura proletaria al que puede dar vida sólo la lucha de las masas en una situación revolucionaria, decían las tesis, el “gobierno obrero salido de la agrupación parlamentaria de fuerzas, es decir, un gobierno de origen puramente parlamentario, también puede llevar a la reanimación del movimiento obrero revolucionario”. De ahí que en ciertos casos los comunistas deban estar preparados para apoyar tal gobierno o incluso para “formar un gobierno obrero conjuntamente con partidos obreros y con organizaciones obreras no comunistas”. Esta nueva conclusión ensanchaba sustancialmente los límites de la posible cooperación con los partidos socialistas, incluyendo por primera vez en ésta acuerdos a nivel gubernamental.
Las medidas de tal gobierno obrero deben consistir, ante todo, en “armar al proletariado y desarmar a las organizaciones contrarrevolucionarias burguesas, introducir el control sobre la producción, hacer recaer el principal fardo de cargas fiscales en las clases pudientes y romper la resistencia de la burguesía contrarrevolucionaria”. Eran tareas democrático-revolucionarias cuyo cumplimiento llevaba al proletariado a la lucha por el poder político. El gobierno de este tipo no era dictadura del proletariado, ni tampoco una forma transitoria históricamente obligatoria de llegar a ella. Pero tal gobierno, como decían las tesis, podía “llegar a ser el punto de partida” para la conquista del poder por el proletariado.
Pasando a formar parte de tal gobierno, los comunistas tienen que encontrarse obligatoriamente bajo el rigurosísimo control de su partido, mantener el vínculo más estrecho con las organizaciones revolucionarias de masas, procurando por todos los medios impulsar su actividad. El Partido Comunista tiene, en tal caso, que conservar su plena independencia en la agitación y la libertad de criticar a sus aliados o socios.
En consecuencia con lo avanzado en el Congreso acerca del programa de acción agrario, el Tercer Pleno ampliado del Comité Ejecutivo de la IC dio otro paso adelante con la fórmula del gobierno obrero-campesino. Puede reportar el éxito solamente una sólida alianza de los obreros y los campesinos dirigida por la clase obrera. Por lo tanto, la consigna de “gobierno obrero-campesino” debe llegar a ser la consigna general de los partidos comunistas para que esta alianza, sin limitarse a la lucha económica, abarque también la lucha política, incluso las cuestiones relativas a la formación del gobierno. Esta consigna, “ampliando la base de la táctica de frente unido, la única justa en condiciones de la época actual, es el camino hacia la dictadura del proletariado”. A la lucha por formar tal gobierno de transición pueden ser incorporadas masas mucho más grandes de trabajadores que por la realización directa de la revolución socialista.
En primer lugar, en muchos países capitalistas, incluso en los desarrollados, todavía no se habían cumplido tareas democráticas generales tales como la completa eliminación de las supervivencias del feudalismo, una reforma agraria radical. En segundo lugar, era necesario luchar en la práctica por la realización de las libertades proclamadas por la democracia burguesa y limitar la omnipotencia del gran capital, situando los partidos comunistas en primer plano las tareas democráticas generales que interesaban a todo el pueblo. El punto de partida de la agitación por un gobierno obrero-campesino debía ser la defensa de los intereses económicos elementales de la clase obrera y del campesinado trabajador.
Al discutir la cuestión del fascismo, el Tercer Pleno ampliado consideró la posibilidad de incorporar a un frente antifascista único también a los sectores no proletarios. El Congreso obligó a los partidos comunistas a marchar “a la cabeza de la clase obrera en la lucha contra las bandas fascistas, aplicando enérgicamente también aquí la táctica de frente unido y recurriendo obligatoriamente a métodos ilegales de organización”.
En el informe La lucha contra el fascismo presentado al Pleno por Clara Zetkin, se habló del fascismo como de un enemigo peligroso y grave. Zetkin lo definió como «la expresión más fuerte, concentrada, clásica de la ofensiva realizada en toda la línea por la burguesía mundial». Para combatir con buen éxito el fascismo «hay que calar en los motivos de la atracción que ejerce en las grandes masas sociales». Uno de ellos radica en la profunda desilusión en el capitalismo no sólo del proletariado, sino también de las grandes masas de la pequeña y mediana burguesía, de la intelectualidad. Otra raíz está en la pausa, en el curso lento de la revolución mundial, en la desilusión respecto del socialismo reformista y la vía «democrática» recomendada por éste. Clara Zetkin endosaba parte de la responsabilidad también a los partidos comunistas, los cuales no supieron establecer vínculos lo suficientemente estrechos con las grandes masas.
La burguesía considera a los fascistas corno sus aliados, los nutre y los apoya. «En dependencia de las condiciones concretas de uno u otro país, el fascismo tiene rasgos diferentes. Pero, dos de ellos le son inherentes en todas partes: es, primero, el programa seudorrevolucionario adaptado con extraordinaria habilidad al estado de ánimo, los intereses y las exigencias de las grandes masas sociales, y, segundo, el recurso al más burdo y feroz terror».[20]
Una posición expectante, pasiva con relación al fascismo sería un error fatal, y Zetkin llamó a la más enérgica lucha contra éste en todos los países, incluida Alemania. Esto exigía que se reforzara la lucha ideológica y política por ganarse a las masas. Había que ganarse o, por lo menos, neutralizar “no sólo a los proletarios que picaron el anzuelo del fascismo, sino también a los burgueses pequeños y medios, los pequeños campesinos, los intelectuales, en pocas palabras, a todos aquellos sectores cuya situación económica y social los colocaba en relaciones hostiles con el gran capital». Al mismo tiempo, no se podía menospreciar ni por un instante la autodefensa armada del proletariado contra el terror fascista. Por cuanto el «fascismo no pregunta cuál es el color y el tono del alma proletaria”, la lucha y la autodefensa de los obreros contra el fascismo “presuponen un frente proletario unido». La consigna de gobierno obrero- campesino es un eslabón necesario e importante en la lucha contra el fascismo.
El Llamamiento del III Pleno del CEIC recomendó que los partidos obreros y las organizaciones de todas las orientaciones en todos los países formaran organismos unificados para dirigir la lucha antifascista. Sin limitarse a la agitación y la propaganda, había que formar centurias armadas, comités de control, contrarrestar todos los intentos de amedrentar a los obreros y reforzar, a la vez, la denuncia del fascismo en los sindicatos, los parlamentos, etc. «El mejor medio para combatir el fascismo en Italia y en todo el mundo es la lucha más enérgica contra él en el país propio».
Muchos comunistas opinaban entonces que, por cuanto el fascismo era instrumento del gran capital, sólo se lo podía combatir mediante la revolución socialista. En aquel período, la posibilidad de un movimiento antifascista amplio no fue comprendida oportunamente. Los comunistas debían aún superar estas debilidades. Pero lo principal fue que el IV Congreso y el III Pleno de CEIC trazaran una orientación clara: también en la lucha contra el fascismo era necesario un frente unido de todos los trabajadores.
En cuanto a la cuestión de si el frente unido por abajo o también por arriba, el IV Congreso había privilegiado el primero, debido a la cerrazón anticomunista de los socialdemócratas, al consiguiente reforzamiento de los “izquierdistas” en la Komintern y, finalmente, a la comprensión insuficiente de la situación objetiva y de las perspectivas de desarrollo de la revolución mundial.
Finalmente, con respecto al movimiento sindical, el IV Congreso subrayó la necesidad de contrarrestar la escisión llevada a cabo por los líderes reformistas y de luchar por restablecer la unidad allí donde había sido alterada, rechazando la proposición de formar sindicatos revolucionarios paralelos. Al escisionismo de los reformistas en unos sindicatos debilitados, se sumó el de los anarcosindicalistas que, a finales de 1922, “resucitaron” la AIT, como heredera de la Primera Internacional. El IV Congreso dirigió una carta abierta a todas las organizaciones proletarias del mundo donde les decía: “Acaso quieren permanecer inactivos y ser testigos de cómo se suprime la jornada de ocho horas… cómo baja el nivel de vida de los obreros de los más viejos países industriales… cómo se anulan las libertades más elementales de la clase obrera… cómo el capital victorioso, liberado de toda traba, desencadena de modo dictatorial una nueva guerra”.
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Lenin acerca de la revolución mundial y la construcción del socialismo en la URSS.
Lenin centró sus últimas fuerzas en orientar el desarrollo inmediato de la URSS como parte y acicate de la revolución proletaria mundial. Hablaba de combinar el apasionamiento revolucionario con el cálculo sensato y la consideración real de la situación, con la comprensión de la imposibilidad de saltarse las tareas sin cumplir, las condiciones no maduras en el campo de la economía, la civilización y la cultura. En estas cuestiones “lo que más perjudica es tener prisa y querer abarcarlo todo”, señaló Lenin, aquí “hay que impregnarse de salvadora desconfianza hacia un movimiento de avance atropellado, hacia toda jactancia, etc.”[21]
Al referirse a las perspectivas de desarrollo de la revolución mundial, Lenin subrayó que la inevitabilidad de la victoria universal del socialismo será asegurada en definitiva por el hecho de que la gigantesca mayoría de la población de la Tierra –Rusia, la India, China, etc.-, se incorpora con extraordinaria rapidez a la lucha revolucionaria por su liberación. El desarrollo de los países de Oriente marcha definitivamente “por la vía general del capitalismo europeo”. Mas para que su lucha sea socialista, dichos Estados mucho más atrasados que Rusia, atrasados a la oriental, donde no se ha formado aún el proletariado industrial, tienen que civilizarse.
Sin minimizar el papel de la lucha del proletariado desarrollado de Occidente, oponía al “eurocentrismo” de Kautsky y otros reformistas -ya socavado por la victoria de la revolución rusa- una clara perspectiva de una revolución verdaderamente mundial, global. De ahí, la consigna de frente antiimperialista unido. Para un enfoque correcto, Lenin consideraba que era necesario distinguir entre “el nacionalismo de la nación opresora y el nacionalismo de la nación oprimida”.[22]
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El declive temporal del movimiento obrero.
Con la derrota de la lucha revolucionaria en Alemania, Bulgaria y Polonia en el otoño de 1923, la clase obrera de Europa pasó de los intentos de asalto directo al régimen capitalista al asedio. En 1923 la clase obrera de la mayoría de los países libraba sólo una lucha limitada, repeliendo la continuada ofensiva de los patronos, los fascistas y los gobernantes reaccionarios.
En esta situación, los partidos comunistas maduraban y se esforzaban por aplicar la táctica del frente unido, según sus condiciones particulares. Por ejemplo, los comunistas checoslovacos hacían la siguiente reflexión: “La necesidad de un gobierno obrero deriva de la situación cuando la clase obrera es todavía demasiado débil para mandar al diablo el parlamento burgués, pero tiene sus propios organismos de clase y es tan fuerte como para no tolerar la autocracia encubierta por el parlamento burgués, la dictadura de clase de la burguesía”.[23]
Las dos internacionales socialdemócratas se reunificaron en mayo de 1923, sobre la base del anticomunismo y la claudicación en toda la línea de los centristas. Sus declaraciones a favor de la unidad obrera frente a la reacción no eran sino puro verbalismo. Como decía la Komintern, “deseaban encadenar a los obreros a la burguesía con frases democráticas y socialistas como ellos mismos están encadenados”. Había que luchar contra estos engaños en la forma más concreta y popular, oponiendo al “frente unido” de los socialdemócratas y la burguesía, a su política de coalición, la lucha conjunta de todos los obreros y sus partidos por un “gobierno obrero-campesino y contra los capitalistas”. [24]
La amenaza del fascismo obligaba a profundizar en la comprensión dialéctica de la interrelación entre las tareas nacionales e internacionales, así como entre la democracia y el socialismo. En el primer caso, había que correlacionar correctamente la edificación socialista en la URSS, la coexistencia pacífica, la lucha de clases, la lucha de liberación nacional. En el segundo caso, había que modificar un tanto la actitud hacia la democracia burguesa.
Ésta tenía un valor positivo frente a los resabios feudales y absolutistas, aunque era necesario criticarla para poder independizar políticamente a la clase obrera. Inmediatamente después de la Revolución de Octubre, en el período de ascenso revolucionario, había que confrontar y oponer la democracia burguesa a la dictadura del proletariado para deslindar con los reformistas y formar partidos obreros revolucionarios, comunistas.
Pero, cuando a comienzos de la década del 20 el desarrollo del proceso revolucionario se desaceleró y la tarea de ganarse a las masas, a la mayoría, se promovió a primer plano, se apuntó el viraje a una nueva unión de la lucha de la clase obrera por la democracia con su lucha por el socialismo. Se trataba tanto de conjugar tareas democráticas generales y socialistas como de buscar formas de unidad de acción de los comunistas con los socialdemócratas y —en plano más amplio— con aquellos partidarios de la democracia pequeñoburguesa que por motivos diferentes no estaban preparados para luchar por el socialismo. Ya no era suficiente unirse a la lucha por ensanchar la democracia burguesa con el propósito de despejar de obstáculos el camino hacia el socialismo. Además, se había hecho necesario proteger la democracia burguesa (por muy limitada que fuera para los trabajadores) contra los ataques crecientes que sufría por parte del imperialismo y su sustento a todo lo reaccionario.
Por eso, los comunistas debían promover reivindicaciones transitorias y parciales, la táctica de frente obrero unido, la consigna de gobierno obrero-campesino. Los partidos comunistas habían aprendido a manifestar iniciativa revolucionaria, energía y capacidad de combate. Ahora, tenían que aprender los métodos de dirigir a las grandes masas; aprender a unir aquellas cualidades con la flexibilidad táctica.
Pero el comportamiento de los dirigentes socialdemócratas y la lucha en el partido bolchevique sobre la perspectiva del socialismo en la URSS reanimaron las tendencias sectarias en la Komintern y en los partidos comunistas.
Se necesitó la experiencia de los años posteriores para concluir que era no sólo necesario, sino posible la unidad de acción de las organizaciones obreras en la lucha contra el fascismo y la guerra.
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NOTAS:
[1] K. Kautsky. Die proletarische Revolution und ihr Programm. Berlin-Stuttgart, 1922
[2] V. I. Lenin, Observaciones a la tesis sobre el frente único. O. C. Ed. AKAL, t. XXXVI.
[3] Lenin y la Internacional Comunista. Moscú, 1970.
[4] Carta al CC del Partido Comunista de Alemania del 10 de enero de 1922, La actividad del Comité Ejecutivo y del Presídium del CE de la Internacional Comunista del 13 de julio de 1921 al 1 de febrero de 1922. Petrogrado, 1922.
[5] V.I. Lenin. Carta a N. Bujarin y G. Zinóviev. O. C., t. 44.
[6] V.I. Lenin. Carta o los miembros del Buró Político del CC del PC(b)R con observaciones al proyecto de resolución del Primer Pleno ampliado del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista sobre la participación en la Conferencia de las tres Internacionales. O. C., t. 44.
[7] Ibíd.
[8] V. I. Lenin. XI Congreso del PC(b) de Rusia. O. C., t. 45.
[9] V.I. Lenin. Carta a los miembros del Buró Político del CC del PC(b)R con proposiciones para el proyecto de instrucciones del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista para la delegación de la Internacional Comunista a la Conferencia de las tres Internacionales, O. C., t. 45.
[10] V. I. Lenin. Hemos pagado demasiado caro. O. C., t. 45.
[11] V. I. Lenin. Observaciones y proposiciones sobre el proyecto de resoluciones del CE de la Internacional Comunista con motivo de finalizar la Conferencia de las tres Internacionales. O. C., t. 45.
[12] V. I. Lenin. Notas de un publicista. O. C., t. 44.
[13] Dokumente und Materialien zur Geschichte der deutschen Arbeiterbewegung, Bd. VII/2. Berlin, 1966.
[14] Recuerdos sobre Vladímir Ilich Lenin, t. 5, Moscú, 1979.
[15] V.I. Lenin. IV Congreso de la Internacional Comunista. O.C., t. 45.
[16] IV Congreso de la Internacional Comunista, https://www.dropbox.com/s/fagywegztartqnm/LOS%204%20PRIMEROS%20CONGRESOS%20DE%20LA%20IC%2C%20III%20y%20IV.pdf?dl=0.
[17] V. I. Lenin. Apéndice. O. C., t. 54.
[18] Tesis sobre la unidad del frente proletario, https://www.dropbox.com/s/fagywegztartqnm/LOS%204%20PRIMEROS%20CONGRESOS%20DE%20LA%20IC%2C%20III%20y%20IV.pdf?dl=0.
[19] Resolución sobre la táctica de la Internacional Comunista.
[20] Pleno ampliado del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (12-23 de junio de 1923). Informe. Moscú, 1923.
[21] V. I. Lenin, Más vale poco y bueno, O. C., t. 45.
[22] V. I. Lenin. Contribución al problema de las nacionalidades o sobre la «autonomización«. O. C., t. 45.
[23] Studijní materialy k déjinám Komunisticke strany Ceskoslovenska ve letech 1921-1924. Praha, 1959.
[24] III Pleno ampliado del CEIC, junio de 1923.