La experiencia de la Internacional Comunista en la construcción de partidos de tipo bolchevique (3)

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III- La lucha contra el “izquierdismo” para desarrollar partidos revolucionarios de masas.

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La crisis económica y la lucha en los países del capital

En el contexto del “equilibrio inestable” entre los dos sistemas, en el mundo capitalista existían tendencias contradictorias: unas evidencia­ban la profundización de la crisis social y económica y la posibilidad de una agudización de las contradicciones de clase que incitase a los obre­ros a emprender un nuevo asalto revolucionario; otras tendencias, por el contrario, acreditaban que la burguesía lograba no sólo mantener sus posiciones, sino comenzar la contraofensiva.

El paso de la guerra a la paz en 1919 y 1920 se realizaba en los países capitalistas en la situación de cierto auge económico. Sin embargo, ya en 1920 empezaron a multiplicarse los síntomas de que el ascenso económico no era sino un fenómeno temporal. Precisa­mente en aquellos países donde durante la guerra la economía había al­canzado el mayor desarrollo y que no habían sufrido destrucciones -EE.UU. y Japón-, se inició una crisis económica que poco a poco arrastró a su órbita a Europa y se fue transformando en depresión hacia finales de 2021.

En la situación de la crisis iniciada, la burguesía, que ya había supe­rado el período de cierta confusión, empezó a desplegar la contraofensi­va general contra la clase obrera. Buscaba ante todo cercenar o liquidar las conquistas logradas por el proletariado en la tenaz lucha revolucio­naria de los primeros años postbélicos.

El movimiento huelguístico siguió creciendo en 1920, pero empezó a declinar en 1921. En el contexto del reflujo general de la lucha revolucionaria la huelga resultaba ser un arma me­nos eficaz que en los años anteriores.

Los mo­nopolistas utilizaban su creciente poderío para privar a la clase obrera de sus conquistas sociales, acentuar la explotación, agudizar los senti­mientos chovinistas. La experiencia mostraba que se podía detener la ofensiva del capital sólo con los esfuerzos mancomunados de todos los proletarios. Sin em­bargo, sus filas estaban divididas, las desavenencias se agravaban y no se lograba concretar la unidad de acción.

La mayoría no tenía una idea clara de cómo realizar, prácticamente, el derrocamiento del gobierno y la conquista del poder de parte de la clase obrera. Se agotaba el potencial de la huelga, de las ocupaciones de fábricas, etc. Los gobiernos militarizaban la lucha contra los sectores más combativos. La clase obrera se veía obligada a retroceder. Urgía una nueva organización consecuentemente revolucionaria del proletariado, un nuevo partido.

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La consolidación de los partidos comunistas.

En este contexto, el proceso de deslindamiento con los centristas entró en su fase decisiva en los países de mayor desarrollo del movimiento obrero. En otros, terminaban de formarse los partidos comunistas.

Un caso muy particular era el del Partido Comunista de Gran Bretaña, como ejemplo de la flexibilidad táctica propugnaba Lenin: “Comparto plenamente… el plan… de constituir inmediatamente un solo Partido Co­munista de Inglaterra… propugno la participación en el parlamento y la adhesión al ‘Partido Obrero’ (Labour Party), con la condición de con­servar libertad e independencia completas para realizar labor comunis­ta”.[1]

En España, el núcleo del Partido Comunista no fue el Partido Socialista, sino la Federación de la Juventud Socialista. Al convencerse de que el Comité Ejecutivo del Partido Socialista Obrero (PSOE) fluctuaba entre la II Internacional y la III, en diciembre de 1919, la Federación decidió adherirse a la Internacional Comunista, y el 15 de abril de 1920, en el Congreso de Madrid, se proclamó Partido Comunista Español. En el Manifiesto dirigido al proletariado del país se decía que la Internacio­nal Comunista era el único centro de unión internacional de los obreros, que había que desplegar la agitación por la revolución social, y no por reformas parciales. La dictadura del proletariado fue reconocida como el medio único de paso al comunismo, y el Gobierno soviético de Rusia, como modelo de tal poder.

En el PSOE se desplegó una lucha interna, y en junio de 1920 el par­tido declaró su adhesión convencional a la Internacional Comunista. En abril de 1921 en el III Congreso extraordinario del PSOE la proposi­ción de adherirse a la III Internacional obtuvo 6.025 votos contra 8.808. Los socialistas de izquierda, que abandonaron el Congreso, entre ellos Antonio García Quejido, uno de los fundadores del partido y de la asociación sindical, Daniel Anguiano y Nuñez de Arena, fundaron el 13 de abril de 1921 de Partido Comunista Obrero Español. En no­viembre de 1921, en una conferencia en Madrid los dos partidos se unieron, pero esta unión no condujo en seguida a su fusión orgánica: entre. los “jóvenes” del PCE y los llamados “viejos” del PSOE existió durante un período prolongado cierta enajenación; los “jóvenes” acusaban a los “viejos” de oportunismo y centrismo, y éstos condenaban a los “jóvenes” por el sectarismo y el izquierdismo, factor que dificultaba el des­pliegue del trabajo del partido entre las masas.

En muchos países, los líderes derechistas de los partidos socialistas llegaban a apoyarse en la fuerza del Estado burgués en su lucha contra los comunistas: en Checoslovaquia, por ejemplo, les quitaron la Casa del Pueblo con ayuda de la policía, lo que provocó una huelga general secundada por casi un millón de trabajadores y finalmente sofocada recurriendo a la fuerza militar.

La formación de los partidos comunistas que guardaba íntima rela­ción con el deslindamiento ideológico y orgánico entre los revoluciona­rios proletarios y los reformistas de signo derechista y centrista, obedecía a una demanda objetiva del movimiento obrero. Los partidos comunistas no se formaban en absoluto por la “indicación de Moscú”, como hasta el presente sostienen machaconamente los difamadores. No eran un “cuerpo extraño” en sus países, sino que surgían orgánicamente sobre el terreno nacional durante un período más o menos prolongado. Además de las leyes generales, en el curso de este complejo proceso, también po­nía su sello el entrelazamiento peculiar de condiciones históricas concretas de cada país.

En los países en que hubo revoluciones (Alemania, Hungría, Finlandia), los partidos comunistas surgían de la separación del ala izquierda de los partidos socialdemócratas y de su unificación con grupos radicales de izquierda e internacionalistas procedentes de la Rusia soviética. Allí, todavía había importantes sectores revolucionarios en los partidos socialdemócratas.

En otros países, los partidos socialdemócratas se transformaban poco a poco en comunistas, sin división, aunque sí depurándose de herencias oportunistas con ayuda de la Komintern.

En Francia, Italia, Checoslovaquia, etc., los partidos comunistas surgían de la mayoría de los partidos socialdemócratas con los que rompía su minoría reformista.

En España, Brasil, etc., el partido lo constituían grupos comunistas junto con sindicalistas revolucionarios que le imprimían el sello de sus tradiciones.

Finalmente, en el grupo de países donde los partidos reformistas de masas lograron conservar posiciones influyentes, los partidos comu­nistas se formaban como resultado de la unificación de varios grupos revolucionarios o de pequeños partidos de izquierda. En tales casos, ellos (por ejemplo, en Inglaterra) no lograban, por lo general, socavar seriamente la influencia del viejo partido reformista o centrista, ni con­tribuir al deslindamiento interno en sus organizaciones. A los partidos comunistas de tales países les era especialmente importante y, a la vez, extraordinariamente difícil superar el aislamiento, encontrar vías y me­dios de establecimiento de vínculos sólidos con las masas obreras organizadas.

Cualesquiera que fueran los casos, suponían la aparición en la lucha de clases de partidos que sustentaban la plataforma del comunismo (organizadores y dirigentes para la lucha revolucionaria del proletariado). Todavía tenían que perfeccionar su teoría y su práctica, pero rompían el monopolio del socialreformismo en el movimiento obrero, cambiando así la correlación de fuerzas en la lucha de clases.

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La lucha contra el peligro de “izquierda”.

La principal tarea ideológica de los comunistas en la emulación des­plegada por ganarse la influencia entre las masas de la clase obrera se­guía siendo la lucha contra el socialreformismo. Sin embargo, se hacía cada vez más evidente que los partidos comunistas no podrían encontrar formas y métodos de acción revolu­cionaria acordes con la situación política, si no superaban el “izquier­dismo” en teoría y en la táctica. El caldo de cultivo para los ánimos “iz­quierdistas” era la inestabilidad de la situación internacional y la confusión sobre las perspectivas del movimiento revolucionario.

El libro de Lenin La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo ayudó a corregir los errores de algunos “infectados”, pero no de todos. Entre los incorregibles, estaba el holandés Anton Pannekoek que declaraba[2] “innecesaria” e “imposible” la tarea de dirigir las acciones de las grandes masas que se planteaban los comunistas. Consideraba que la tarea del partido no era organizar a las masas, sino exclusivamente “enardecerlas”, “destruir las formas de organización tradicionales” (ante todo los parlamentos y los sindicatos), expulsar a todos los “viejos jefes” rechazando de manera puramente anarquista toda organización. Este autor contraponía la fase destructora de la revolu­ción a la fase creadora, sosteniendo que en Europa Occidental ambas fases serían más prolongadas y más difíciles que en Rusia, haciendo imposible trazar de antemano un programa de reconstrucción. Una perspectiva así no podía atraer a las grandes masas para la revolución.

Es cierto que, en Occidente, el prolongado dominio democrático-burgués ha condicionado las ideas y sentimientos de las masas, pero no de una manera unívoca puesto que las educa en el principio de la democracia y el afán por realizarlo las empuja a desarrollar la lucha de clases. Además, a diferencia de las atrasadas sociedades pequeñoburguesas, es en las condiciones de la sociedad burguesa altamente organizada donde se vuelve posible e imperioso cohesionar y organizar a las masas en el espíritu del socialismo.

Otro ideólogo del “izquierdismo” fue Herman Gorter, quien consideraba que el proletariado occidental está completamente solo en una lucha contra todas las demás clases.[3]

Estos y otros ultraizquierdistas no tardaron en responder a las críticas de la Komintern acusándola de traicionar la revolución mundial fraternizando con la burocracia obrera eurooccidental en beneficio de los intereses estatales de la Rusia soviética.

El Partido Comunista Unificado de Alemania fue el primero en poner en práctica la línea de masas acordada por el II Congreso de la Komintern: apoyando la iniciativa de los metalúrgicos de Stuttgart, dirigió el 7 de enero de 1921 una Carta abierta a todas las organizaciones obreras, incluidos los socialdemócratas de derecha, dejando a un lado el reconocimiento de la dictadura del proletariado y centrando la atención en las reivindicaciones inmediatas concretas de los obreros (aumento de los salarios, las pensiones y los subsidios de desempleo, abastecimiento de víveres, des­baratamiento de las alianzas burguesas y formación de la autodefensa proletaria, amnistía para los presos políticos, establecimiento de las re­laciones comerciales y diplomáticas con la Rusia Soviética). Este paso suscitó acaloradas discusiones dentro y fuera del partido. Al principio, se impuso la interpretación ultraizquierdista de la Carta abierta como una maniobra propagandística, respondiendo a una provocación armada de la burguesía con una ofensiva prematura, cuando la clase obrera del conjunto de Alemania sólo podía librar combates defensivos. En la dirección de la Komintern, Bujarin, Zinóviev, Bela Kun y Rádek conciliaban con esta desviación “izquierdista”.

Lenin salió al paso de la misma con rotundidad: “Es inadmisible sustituir el planteamiento de la necesidad de ganarse para los principios del comu­nismo a la “mayoría de la clase obrera” con las palabras: “ganarse a los sectores socialmente decisivos de la clase obrera”. No se puede con­fundir el principio y la táctica: sólo a base de la mayoría ganada ya “pa­ra los principios del comunismo” es posible “en ciertas condiciones” “el golpe, en el lugar decisivo, de la mayoría de los sectores socialmente de­cisivos de la clase obrera. (…)

“Los partidos comunistas no se han ganado todavía en ninguna parte a la mayoría (de la clase obrera) no sólo para la dirección orgánica, sino que, tampoco para los principios del comunismo. Es la base de todo. ‘Debilitar’ este fundamento de la única táctica sensata es una frivolidad criminal”. No se puede trazar toda la táctica de la Internacio­nal Comunista considerando una única posibilidad: la pronta explosión revolucionaria en Europa. La táctica debe basarse en la tarea principal de los comunistas: “Ganar permanente y sistemáticamente a la mayoría de la clase obrera, en primer lugar, dentro de los viejos sindicatos. Entonces es seguro que venceremos con cualquier giro de los acontecimientos. Y ‘vencer’ por un período con un giro extraordinaria­mente feliz de los acontecimientos lo sabría un tonto.

De ahí que la táctica de la ‘carta abierta’ sea obligatoria en todas partes. Eso hay que decirlo sin ambages, con precisión, claramente, por­que las vacilaciones en cuanto a la ‘carta abierta’ son archinocivas y archiignominiosas y están archidifundidas. No hay por qué ocultarlo”.

Lenin se pronunció por “‘Expulsar de la Internacional Comu­nista a cuantos no hayan comprendido esta táctica obligatoria de la `carta abierta’ al cabo de un mes, a más tardar, de efectuado el III Con­greso de la Internacional Comunista.”[4]

Los debates mostraron la necesidad perentoria de efectuar un análi­sis sensato y multilateral de la nueva situación, descubrir sus rasgos ca­racterísticos y las posibilidades que entrañaba. Había que trazar una orientación política que respondiera por entero a las nuevas condicio­nes, tarea que cumplió el Congreso ordinario de la Internacional Comu­nista con la participación decisiva de Lenin.

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El III Congreso de la Komintern y la consigna de los comunistas: “¡A las masas!”.

El Tercer Congreso de la Internacional Comunista se celebró en Moscú del 22 de junio al 12 de julio de 1921.

Como señaló el Congreso en las Tesis sobre la situación mundial, el período subsiguiente a la terminación de la guerra se caracterizaba por el ímpetu espontáneo de las masas y por la vaguedad de las ideas predo­minantes acerca de los métodos de consecución del socialismo. Se con­firmaban las observaciones hechas con anterioridad por Lenin sobre el desarrollo complejo y zigzagueante de la crisis revolucionaria de la post­guerra. El movimiento revolucionario alcanzó una proporción especial y la mayor agudeza en los países que habían participado en la guerra, y entre éstos, en los vencidos. A pesar de que el “proletariado de distintos países manifestó tanta energía, disposición de lucha, autosacrificio que hubieran sobrado para una revolución victoriosa”, ésta no se realizó en Europa. La principal causa del fracaso consistía en que la clase obrera no tenía un partido comunista fuerte, centralizado y presto a la acción, sino partidos de la II Internacional que se oponían a la lucha revolucionaria.[5]

Los “izquierdistas” veían una dependencia directa de la revolución con la crisis económica, afirmando incluso que el capitalismo sufriría una catástrofe “incluso sin un ataque certero de los batallones obreros”. Lenin previno en más de una oca­sión contra la aplicación del rasero histórico universal a la variada y contradictoria práctica diaria caracterizada por un brusco cambio de las condiciones de la lucha de clases, por flujos y reflujos del movimien­to revolucionario, por cambios en la psicología social y los impulsos políticos de las masas.

Se constató que el primer período del movimiento revolucionario después de la guerra, caracteriza­do por el empuje espontáneo, por los métodos y objetivos no concretados y por el extraordinario pánico de que fueron presas las clases gobernan­tes, parecía terminado en lo fundamental. Las tesis decían: “Es indiscutible en absoluto que en la actualidad en la lucha revolucionaria abierta del proletariado por el poder a escala mundial se registra una pausa, una desaceleración del ritmo. Pero en esencia, no se podía esperar que la ofensiva revolucionaria a raíz de la guerra, por cuanto no derivó inmediatamente en victoria, se desarrollara permanentemente en línea ascendente. El movimiento político también tiene sus ciclos, sus ascen­sos y declives”. Al mismo tiempo, se reconocía que las posibilidades revolucionarias no estaban agotadas y el empeoramiento económico presagiaba una agravación de los antagonismos y luchas sociales (incluso entre las burguesías de distintas naciones: “Cuanto más lento se desarrolle el movimiento revolucionario del proletariado mundial, tanto más inevitable es que las contradicciones económicas y políticas internacionales hagan que la burguesía intente un nuevo desenlace san­griento a escala mundial”).

La principal tarea de los partidos comu­nistas del mundo capitalista fue determinada en los siguientes términos: “Dirigir las luchas defensivas que libra hoy el proletariado, extender, profundizar: y unirlas y —en consonancia con el curso del desarrollo—transformarlas en luchas políticas decisivas”. Independientemente del ritmo —rápido o lento— que tenga en un período próximo el movimien­to revolucionario, en ambos casos el partido comunista “debe ser un partido de acción”, encabezar a las masas en lucha, acostumbrar a las masas a maniobras activas, pertrecharlas con nuevos métodos de lucha.

A despecho de la voluntad “izquierdista”, se estableció que no se puede desarrollar la ofensiva sin las masas y que la distancia entre la vanguardia y las masas no debe permitir al enemigo batirlas por partes.

Lenin subrayaba que era imposible vencer sin ganarse esa mayoría, sobre todo en Europa donde casi todos los proletarios estaban organizados.

En el actual capitalismo desarrollado, se podría pensar que es posible vencer por la acción resuelta de una minoría porque la mayoría de los obreros no están organizados en sindicatos y partidos obreros. Pero sería un craso error porque sí están organizados por el mecanismo de producción capitalista y también por el aparato político-mediático de la burguesía. Es indispensable ganarlos sobre este terreno.

Lenin estimaba muy importante explicar que el concepto “masas” no es absoluto, sino que cambia en dependencia del carácter y el nivel de la lucha. Si, al comenzar ésta, son suficientes varios miles de obreros revolucionarios de verdad para que se pueda hablar de masas, es distinto cuando la revolución ha comenzado: “El concepto de masas cambia en el sentido de que por él se entiende una mayoría, y además no sólo una simple mayoría de obreros, sino la mayoría de todos los explo­tados. Para un revolucionario es inadmisible otro modo de concebir es­to; cualquier otro sentido de esta palabra sería incomprensible”.

“Yo no excluyo en absoluto —decía. Lenin— que la revolución pueda ser iniciada también por un partido muy pequeño y llevada hasta la victoria, Pero es preciso conocer los métodos para ga­narse a las masas. Para ello, es necesario preparar a fondo la revolución”.

Por lo que atañe a la “teoría de la ofensiva”, continuó Lenin, los revolucionarios no pueden discutir si es admisible en general la ofensiva revolucionaria. Lo que se debate es la conveniencia de la ofensiva en un país concreto y en un periodo determinado. Lenin consideraba la actitud hacia los centristas bajo el mismo ángulo de la necesidad de concentrar todos los esfuerzos en preparar la revolución. La lucha contra los derechistas y los centristas fue la principal tarea en la primera etapa, cuando se esta­ban constituyendo los partidos comunistas y la Internacional Comunista. A los oportunistas no sólo se les condenó, sino que fueron expulsados de la IC. Pero no se puede hacer deporte de esta lucha. “Ahora de­bemos dirigir los dardos contra otra parte, que también consideramos peligrosa… Hoy tenemos planteadas cuestiones más importantes que la de acosar a los centristas202. Lenin subrayó enérgicamente que la tarea de la segunda etapa consiste precisa­mente en aprender a librar una verdadera lucha revolucionaria, en no repetir consignas revolucionarias generales, sino en tomar resoluciones “inteligentes y hábiles”, en las cuales los “principios revolucionarios fundamentales deben ser adaptados a las condiciones específicas de los distintos países”.[6]

En las Tesis sobre la táctica[7] que aprobó el III Congreso de la IC, se pun­tualizaba que el partido estaba obligado a conducir directamente a las masas obreras a la ofensiva sólo cuando se den las condiciones que con­sisten, primero, en la “agudización de la lucha en el campo de la propia burguesía a nivel nacional e internacional”. Es preciso, además, que “exis­ta una fuerte efervescencia entre los sectores más importantes de la clase obrera, efervescencia que permita esperar que la clase obrera será capaz de emprender, formando un frente único, la lucha contra el gobierno capitalista”. La lucha —defensiva u ofensiva— que tenga que sostener el partido comunista, dependerá de las circunstancias concretas.

Las Tesis emplazaban a que se “formaran grandes partidos comunistas revolucionarios de masas templados en la lucha”. La determinación de las vías de llegar a la revolución, de conducir a las masas a ella, estaba entre­lazada indisolublemente con los problemas de la lucha por la satisfacción de las reivindicaciones parciales y transitorias: que “cada exigencia de las masas se tomara como punto de partida de los combates revolucionarios, los cuales, sólo al confluir, forman el poderoso torrente de la revolución social”. Es la am­plia envergadura de la lucha por la satisfacción de las reivindicaciones inmediatas lo que debe permitir a los partidos comunistas “acentuar sus consignas y sintetizarlas hasta formular la consigna del derrocamiento directo del enemigo”. Los comunistas deben apoyar los combates parciales de capas o destacamentos aislados de la clase obrera, así como de la totalidad de la clase obrera, que tengan un objetivo restringido, por ejemplo, contra la guerra, contra las organizaciones de rompehuel­gas y asesinos, en concreto contra los fascistas. Toda “objeción al plan­teamiento de tales reivindicaciones parciales, toda acusación de refor­mismo en relación con estas luchas parciales es consecuencia de la misma incapacidad para comprender las condiciones necesarias de la acción revolucionaria”, como también la negativa de participar en, los sindicatos o utilizar el parlamentarismo. “El quid no estriba en llamar al proletariado sólo a lograr objetivos finales, sino en reforzar su lucha efectiva, que es la única capaz de conducirlo a la lucha por los objetivos finales”.

En las tesis se expresaba también la comprensión del hecho de que “cuanto más grandes sean las masas del proletariado incorpora­das a la lucha, cuanto más ancho sea el campo de batalla, tanto más tie­ne que dividir y fraccionar sus fuerzas el enemigo”. Pero todavía no eran tan consecuentes con la táctica de frente unido como la Carta abierta, particularmente en asumir la idea de que a la lucha conjunta de las masas proletarias “serían arrastrados los partidos no comunistas”.

Reconocían la necesidad de prestar permanente atención a los sectores medios de trabajadores, de aprovechar su efervescencia “incluso cuando estas capas no han perdido sus ilusiones pequeñoburguesas”. Los comunistas tienen que aprovechar las contradicciones de és­tos con los terratenientes, los capitalistas y el Estado, así como todos los acontecimientos en los cuales se exteriorice un conflicto entre la prácti­ca de la burocracia estatal y el concepto idealizado de la democracia pe­queñoburguesa sobre el “Estado de derecho”.

En las tesis sobre la estructuración orgánica de los partidos comunistas, se recomendó que se combinaran orgánicamente los principios del centralismo y de la democracia prole­taria, se asegurara la unidad interna y se observara la disciplina partida­ria por todos los comunistas.

Lenin también tuvo que rebatir las críticas “izquierdistas” contra la Nueva Política Económica (NEP) soviética: ““Europa está preñada de revolución, pero es imposible trazar de antemano el calendario de la revolución. Nosotros nos sostendremos en Rusia no sólo cinco años, sino más. La única estrategia acertada es la que hemos aprobado.”

Durante las labores del III Congreso de la Internacional Comunista, el 3 de julio de 1921 se inauguró en Moscú el Congreso internacional de los sindicatos y las uniones de producción revolucionarios, el cual fun­dó la Internacional Sindical Roja (Profintern). En él, se consignó: “no destruir, sino ganarse los sindicatos, es decir, a la masa de muchos millones de trabajadores pertenecientes a los viejos sindica­tos, es en torno a eso que debe librarse la lucha revolucionaria. La con­signa “fuera de los sindicatos” impide ganarse a las masas y nos aleja así de la revolución social”.

Hubo que combatir a los anarcosindicalistas y a los sindicalistas revolucionarios que propugnaban el “neutralismo” político como remedio frente a la dependencia del movimiento obrero respecto de los partidos reformistas.

El 17 de julio de 1921, el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista aprobó el llamamiento “¡Hacia un nuevo trabajo, hacia nuevos combates!”. Éste señaló que el Congreso fue una gran revista del ejército mundial del proletariado y subrayaba que la primera consigna combativa lanzada por los comunistas de todos los países dice: “¡A las masas!” la segunda consigna: “¡Vamos al encuentro de nuevos y grandes combates! ¡Armaos para las nuevas batallas!”; la tercera: “¡Articulad un frente combativo co­mún del proletariado!”.

La Komintern advertía del peligro de la estrategia de la burguesía mundial dirigida tanto al aplastamiento armado del proletariado como a provocarlo a lanzarse a insurrecciones prematuras. Y sostenía que, “mien­tras su vanguardia esté sola y aislada no debe dejarse provocar, arrastrar a ningunos combates decisivos, sino que, por el contrario, está obligada a evitar choques armados con el enemigo, a tener presente que la “fuente de la victoria del proletariado sobre los guardias blancos arma­dos es su masa”. Promoviendo, por lo tanto, a primer plano la tarea de “substraer a las grandes masas obreras de la influencia de los partidos so­cialdemócratas y de la traidora burocracia sindical”, el llamamiento se­ñalaba que los comunistas podían cumplirla sólo si “se acreditan como luchadores de vanguardia de la clase obrera en todas sus necesidades dia­rias”, si operan no con declaraciones hueras, “no sobre el terreno de los debates teóricos en torno a la democracia y la dictadura, sino sobre el te­rreno de la cuestión del pan, el salario, la ropa y la vivienda para los obreros. (…) Sólo en la lucha por las demandas vitales más elementales de las masas obre­ras podemos estructurar un frente unitario del proletariado contra la burguesía, podremos poner fin a la división del proletariado, base de la existencia ulterior de la burguesía… “¡Sed la vanguardia de las masas obreras que se incorporan al movimiento, sed su corazón y su cerebro!”, tal es la consigna que el III Congreso Mundial de la Internacional Co­munista dirige a los partidos comunistas. Y ser la vanguardia significa encabezar a las masas como su sector más valeroso, más perspicaz y más precavido. Sólo al llegar a ser tal vanguardia podrán los partidos comu­nistas no sólo formar un frente proletario unitario, sino que encabezar­lo y vencer al enemigo”.

Después del Congreso Lenin dijo a los delegados de los paí­ses donde las tendencias “izquierdistas” eran particularmente fuertes: “Ahora regresaréis todos a vuestros países y diréis a los obreros que nos hemos hecho más sensatos que antes del III Congreso. No os dé ver­güenza decirles que hemos cometido errores y que ahora queremos obrar con más cautela; así nos ganaremos a las masas del Partido So­cialdemócrata y del Partido Socialdemócrata Independiente, masas que el desarrollo de los acontecimientos empuja objetivamente a nuestro la­do, pero ellas nos temen”. Mostrando en el ejemplo de abril de 1917 que los bolcheviques tuvieron que combatir también las tendencias iz­quierdistas”, Lenin concluyó: “Nuestra única estrategia en la actuali­dad consiste en ser más fuertes y, por ello, más inteligentes, más sensa­tos, más ‘oportunistas’, y debemos decírselo a las masas”.[8]

No fue casual que en dicha reunión Lenin hablara no simplemente de la táctica, sino de una “nueva táctica”, cuyo sentido consiste en que “no hay que ponerse nerviosos, no podernos retrasarnos, más bien po­demos empezar demasiado pronto”. Es más, habló de la estrategia aprobada por el Congreso, usando en relación con eso un proverbio francés: il faut reculer, pour mieux sauter (“hay que recular para saltar mejor”). En los apuntes hechos durante la conferencia Lenin anotó: “el repliegue estratégico, ahora (a escala internacional)”. 240

Concluía así el primer período en la evolución hacia partidos revolucionarios de masas. Lenin dijo a Clara Zetkin en un conversación inmediatamente posterior al III Congreso que éste tenía que poner fin resueltamente a las ilusiones de izquierda de que la revolución mundial avanza ininterrumpidamente a su rápido ritmo inicial, de que nos en­contramos en la cresta de la segunda oleada revolucionaria y de que la posibilidad de asegurar la victoria a nuestra bandera depende exclusiva­mente de la voluntad y la actividad del partido. Es, a fin de cuentas, “un punto de vista ni siquiera revolucionario, sino simplemente peque­ñoburgués”. Y para terminar: “Hay que, claro, pensar siempre en las masas, y entonces ustedes realizarán la revolución como la realizamos nosotros: con las masas y a través de las masas”.

En sus cartas enviadas después del Congreso a los partidos herma­nos Lenin los llamó a comprender y reconocer en voz alta el cambio del enfoque de las masas. Al explicar a los comunistas alemanes el porqué en el III Congreso “era preciso estar en el ala derecha”, Lenin escribió que los “izquierdistas”, en particular, los alemanes, habiendo exagerado un poco el peligro de centrismo, empezaron a transformar el marxismo revolucionario en caricatura, y la lucha contra el “centrismo”, en un deporte ridículo. Ello amenazaba con desacreditar a los marxistas más re­volucionarios y salvar el centrismo. Por eso, Lenin consideraba que la “médula” del Congreso era corregir esa exageración en que incurrían “los mejores y más abnegados elementos”. Significó, como dijo Lenin, “enderezar la línea de la Internacional Comunista”.[9]

Se había hecho necesario opo­nerse a que un grupo muy numeroso (e “influyente”) de delegados, en­cabezados por muchos camaradas alemanes, húngaros e italianos, adoptaran una postura de “izquierda” desmedida, de izquierda erró­nea: agitaron con demasiada frecuencia e intensidad los banderines ro­jos en vez de analizar con serenidad la situación no muy propicia para una acción revolucionaria inmediata y directa”.[10]

A base de las resoluciones del III Congreso de la Internacional Co­munista y de la experiencia de los partidos comunistas en lo que se refie­re a llevar a la práctica la orientación “ ¡A las masas!” se pudo empezar a elaborar activamente la política de un frente obrero unitario.

El retroceso es una cosa difícil, dijo Lenin, sobre todo después de una ofensiva victo­riosa, pero fue precisamente “en dicho ataque, en la cima del entusias­mo de los obreros y campesinos, donde nos apoderamos de algo tan in­menso” que creó la posibilidad real de retroceder, “sin perder en absoluto lo principal y fundamental”. Lo más peligroso es el pánico que puede infringir la disciplina, por lo tanto, en tal momento, “es indispen­sable castigar duramente, cruelmente, sin compasión, la menor infrac­ción de la disciplina”. Ahora, subrayó Lenin, “el repliegue ha termina­do, ahora se trata de reagrupar las fuerzas. Tal es la directriz que debe aprobar el Congreso y que debe poner fin al ajetreo y el alboroto”.[11]

Evocando un símil militar, Lenin hablaba de pasar del asalto frontal al asedio. Eliminaba así la antinomia que simplificaba el asunto: ofensiva o defensiva. No se trataba de un simple paso de la ofensiva a la defensiva. Tanto en el sentido político como en el mi­litar el sitio se distingue del asalto ante todo por el ritmo. Pero por muy duradero que sea el sitio, es una acción activa, que no tiene nada que ver con estar a la defensiva. Lleva al mismo objetivo que el asalto, pero uti­liza procedimientos, medios y métodos distintos, presupone todo un sis­tema de medidas preparatorias, intermedias, la reagrupación de las fuerzas, el traer reservas, toda clase de maniobras. No se puede saber de antemano cuándo caerá la fortaleza del capitalismo, sino solamente que, a fin de cuentas, “será tomada sin falta”.[12]

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NOTAS:

[1] V.I. Lenin. Respuesta a la carta del Comité provisional unido para formar el Partido Comunista de Gran Bretaña. Obras Completas, t. 41.

[2] A. Pannekoek. Weltrevolution und kommunistische Taktik (La revolución mundial y la táctica comunista), Viena, 1920.

[3] H. Gorter. Offener Brief an den Genossen Lenin. Eine Antwort auf Lenins Broschüre: “Der Radikalismus, eine Kinderkrankheit des Kom­munismus”. Berlin, 1920

[4] V. I. Lenin, Carta a Zinóviev, O. C., t. 52, junio de 1921.

[5] III Congreso de la Internacional Comunista, Tesis sobre la situación mundial, https://www.dropbox.com/s/hcl2g1rz2u3jnjp/LOS%204%20PRIMEROS%20CONGRESOS%20DE%20LA%20IC%2C%20I%20y%20II.pdf?dl=0.

[6] V. I. Lenin, III Congreso de la Internacional Comunista, O. C., t. 44.

[7] III Congreso de la Internacional Comunista, Tesis sobre la táctica, https://www.dropbox.com/s/hcl2g1rz2u3jnjp/LOS%204%20PRIMEROS%20CONGRESOS%20DE%20LA%20IC%2C%20I%20y%20II.pdf?dl=0.

[8] V. I. Lenin, III Congreso de la Internacional Comunista, O. C., t. 44.

[9] V. I. Lenin. Carta a los comunistas alemanes. O. C., t. 44.

[10] V. I. Lenin. Notas de un publicista. O.C., t. 44.

[11] V.I. Lenin. XI Congreso del PC(b) de Rusia. O. C., t. 45.

[12] V. I. Lenin. VII Conferencia del partido de la provincia de Moscú. 29-31 de octubre de 1921. O.C., t. 44; Plan de in­forme sobre la Nueva política económica a la VII Conferencia del partido de la provincia de Moscú, t. 44.