Primera aportación de Unión Proletaria a la Contracumbre «OTAN no, bases fuera», celebrada los días 24 y 25 de Junio de 2022.

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La dirección del sistema imperialista internacional por Estados Unidos, a través de la OTAN y de la Unión Europea

PROPUESTA DE INCLUSIÓN DE LA SIGUIENTE IDEA, TRAS LA PRIMERA FRASE DEL EJE TITULADO “LA OTAN Y EL IMPERIALISMO DE EE.UU. Y LA UNIÓN EUROPEA”:

“Como ha evidenciado el conflicto en Ucrania, tanto la OTAN como la UE –que es su frente económico-político- son la expresión concreta de la colusión de intereses de las potencias imperialistas bajo la dominación de los Estados Unidos”.

ARGUMENTACIÓN:

La Segunda Guerra Mundial, que fue “en sí misma producto de la desigualdad del desarrollo capitalista en los diferentes países- intensificó aún más esta desigualdad. De todas las potencias capitalistas, solo una -Estados Unidos- salió de la guerra no solo no debilitada, sino incluso considerablemente más fuerte económica y militarmente. La guerra enriqueció enormemente a los capitalistas estadounidenses”.

El final de la guerra “enfrentó a Estados Unidos con una serie de nuevos problemas. Los monopolios capitalistas estaban ansiosos por mantener sus ganancias en el alto nivel anterior y, en consecuencia, presionaron mucho para evitar una reducción del volumen de entregas de los tiempos de guerra. Pero esto significaba que Estados Unidos debía retener los mercados extranjeros que habían absorbido los productos estadounidenses durante la guerra y, además, adquirir nuevos mercados, en la medida en que la guerra había reducido sustancialmente el poder adquisitivo de la mayoría de los países. La dependencia financiera y económica de estos países con los Estados Unidos también había aumentado”.

Estados Unidos utilizó su poderío militar y económico, “no solo para retener y consolidar las posiciones ganadas en el extranjero durante la guerra, sino también para expandirlas al máximo y reemplazar a Alemania, Japón e Italia en el mercado mundial”.

“El fuerte declive del poder económico de los otros estados capitalistas” permitió a Washington “especular sobre sus dificultades económicas posbélicas” y “someter a estos países al control estadounidense”.

Estados Unidos emprendió un “curso francamente depredador y expansionista”, realizando un “amplio programa de medidas militares, económicas y políticas, diseñado para establecer la dominación política y económica de los Estados Unidos en todos los países destinados a la expansión estadounidense, para reducir estos países al estado de satélites de los Estados Unidos”.

Este programa francamente expansionista de los Estados Unidos era el sucesor del programa de las potencias “fascistas, que, como sabemos, también pujaron por hacerse con la supremacía mundial”.

Washington justificaban su “acumulación febril de armamentos, la construcción de nuevas bases militares y la creación de cabezas de puente para las fuerzas armadas estadounidenses en todas partes del mundo… por los motivos falsos y farisaicos de la ‘defensa’ contra una imaginaria amenaza de guerra por parte de la URSS”; al igual que hace hoy en día con Rusia y China.

Desde antes incluso de la finalización “de la Segunda Guerra Mundial, se pusieron a trabajar para construir un frente hostil contra la URSS y la democracia mundial, y para alentar a las fuerzas reaccionarias antipopulares”, así como para proteger y utilizar para sus fines a los cuadros de las potencias nazi-fascistas derrotadas.

La campaña anticomunista de la Guerra Fría condujo “a los ataques a los derechos e intereses fundamentales del pueblo trabajador estadounidense, a la fascistización de la vida política de Estados Unidos y a la difusión de las “teorías” y visiones más salvajes y misantrópicas” (maccarthismo).

“Obsesionados con la idea de prepararse para una nueva, una tercera guerra mundial, los círculos expansionistas estadounidenses” hicieron todo lo posible por sofocar toda resistencia posible a las aventuras militares en el extranjero, envenenando las mentes políticamente atrasadas e ignorantes “con el virus del chovinismo y del militarismo”, y aturdiendo al ciudadano medio con la ayuda de todos los diversos medios de propaganda: el cine, la radio, la iglesia y la prensa.

“La política exterior expansionista inspirada y dirigida por los reaccionarios estadounidenses prevé una acción simultánea en todos los frentes:

  1. Medidas militares estratégicas,
  2. Expansión económica, y
  3. Lucha ideológica. (defensa de la pseudo-democracia burguesa y en la condena del comunismo como totalitario)

Así, el “gasto en el ejército y la armada norteamericanas” en 1947-48 fue once veces mayor que en 1937-38. “Al estallar la Segunda Guerra Mundial, el ejército estadounidense era el decimoséptimo más grande del mundo capitalista”; en 1947, ya era el primero”. Estados Unidos no solo acumulaba reservas de bombas atómicas, sino que estaban preparando ya armas bacteriológicas.

La expansión económica fue “un complemento importante para la realización del plan estratégico de Estados Unidos”.

Aprovechó “las dificultades de la posguerra de los países europeos, en particular por la escasez de materias primas, combustible y alimentos en los países aliados que más sufrieron la guerra, para imponerles términos exorbitantes en cualquier asistencia prestada”.

Empujado por la crisis económica de 1947-50, Estados Unidos tenía prisa por encontrar nuevas esferas monopolistas de inversión de capital y mercados para sus bienes. La “asistencia” económica estadounidense perseguía “el objetivo general de convertir a Europa en esclava del capital norteamericano. Cuanto más drástica es la situación económica de un país, más duros son los términos que los monopolios estadounidenses se empeñan en dictarle”.

Inspirados por la rentabilidad que les proporcionó el Plan Dawes (1924-29), tras la II Guerra Mundial, los imperialistas estadounidenses se han acostumbrado a “ayudar” a países en dificultades a cambio de despojarlos “de todo vestigio de independencia. La ‘asistencia’ estadounidense casi automáticamente implica un cambio en la línea política del país al que presta: los partidos y los individuos que llegan al poder están preparados, siguiendo las instrucciones de Washington, para llevar a cabo un programa de política doméstica y exterior adecuado a los Estados Unidos”.

En este sentido, una de las líneas tomadas por su campaña ideológica “es un ataque al principio de soberanía nacional, un llamamiento a la renuncia a los derechos soberanos de las naciones, a los que se opone la idea de un ‘gobierno mundial’. El propósito de esta campaña es enmascarar la expansión desenfrenada del imperialismo estadounidense, que viola despiadadamente los derechos soberanos de las naciones, para presentar a los Estados Unidos como un defensor de las leyes universales y, a aquéllos que ofrecen resistencia a la penetración estadounidense, como partidarios de un nacionalismo obsoleto y ‘egoísta’. La idea de un ‘gobierno mundial’ ha sido adoptada por los intelectuales burgueses y los pacifistas, y está siendo explotada … como un medio de presión para desarmar ideológicamente a las naciones que defienden su independencia contra las invasiones del imperialismo norteamericano”.

Al terminar la II Guerra Mundial, las ambiciones expansionistas de los Estados Unidos encuentran su expresión concreta en la “doctrina Truman” –bases militares en el extranjero, apoyo a regímenes reaccionarios e injerencia en los países no controlados- y el “plan Marshall”. “Aunque difieren en su forma de presentación, ambos son una expresión de una política única, ambos son una encarnación del proyecto estadounidense para esclavizar a Europa”.

La acogida desfavorable que encontró la “doctrina Truman” explica la necesidad de la aparición del “plan Marshall”, que era “un intento más cuidadosamente velado de llevar a cabo la misma política expansionista”.

“Las formulaciones vagas y cautelosamente reservadas del ‘plan Marshall’ equivalen a un esquema para crear un bloque de Estados sujetos a obligaciones con los Estados Unidos, y para otorgar créditos estadounidenses a los países europeos como recompensa por su renuncia a la independencia económica y luego política. Además, la piedra angular del ‘plan Marshall’ es la restauración de las zonas industriales de Alemania Occidental bajo control de los monopolios americanos”.

Se trata de “poner bajo control estadounidense las principales fuentes de carbón y hierro que necesitan Europa y Alemania, y hacer que los países que necesitan carbón y hierro dependan del poder económico restaurado de Alemania”, donde se encuentra hasta hoy el grueso de la presencia estadounidense en Europa.

“Mientras que el plan Truman fue diseñado para aterrorizar e intimidar a estos países, el ‘plan Marshall’ fue diseñado para poner a prueba su firmeza económica, atraerlos a una trampa y luego encadenarlos con los grilletes de la ‘asistencia’ en dólares”.

Desde entonces, por medio del Plan Marshall y de su posterior versión europea sólo en apariencia, Estados Unidos construye “un ‘bloque occidental’,… como un protectorado estadounidense”, que “ataca esencialmente los intereses vitales de los pueblos de Europa, y representa un plan para el cautiverio y la esclavitud de Europa por parte de los Estados Unidos”.

El “plan Marshall” y la CEE-UE atacan “a la industrialización de los países democráticos de Europa y, por lo tanto, a los cimientos de su integridad e independencia”.

Las anteriores expresiones entrecomilladas han sido extraídas del Informe leído por Andréi Zhdánov en nombre del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS en la Primera Conferencia de la Komintern de 1947. Explican el origen y esencia de las actuales instituciones euro-atlánticas.

En este diseño, los Estados Unidos no sólo toman inspiración de su experiencia pública (Plan Dawes), sino también de la simultánea experiencia de colusión de los monopolios privados de ambas orillas del Océano Atlántico: por una parte, el Movimiento Pan-Europa creado en 1924 frente al avance del comunismo, promovido por banqueros alemanes y estadounidenses; y, por otra parte, los trusts alemanes (los “konzern”) que perseguían organizar una explotación y dominación del mundo euro-americana, cumpliendo un papel clave en el ascenso de Hitler al poder. Fueron incluso los nazis, fervientes partidarios del europeísmo, quienes acuñaron el nombre de Comunidad Económica Europea. Los EE.UU. no hicieron más que apropiarse del proyecto nazi, regarlo con su “democracia” de dólares y ponerlo a su servicio.

Uno de los “padres fundadores” de la UE (en aquella época Comunidad Económica Europea – CEE) fue Walter Hallstein, presidente de la Comisión Europea entre 1958 y 1967 después de ser reeducado en Estados Unidos como prisionero de guerra alemán. Este personaje había declarado en 1935 formar parte de la Asociación de Juristas Alemanes Nacional-Socialistas (Bund Nationalsozialistischer Deutscher Jurister – BNSDJ) y de la Asociación Nacional-Socialista de Enseñantes (Nationalsozialistischer Lehrerbund – NSLB)[1]. En 1936 fue elegido decano de la Facultad de Rostock. Fue el encargado de representar en Roma al gobierno nazi entre el 21 y el 25 de junio de 1938 durante las negociaciones con la Italia fascista para el establecimiento del marco jurídico de la Nueva Europa.

El origen de la Unión Europea se encuentra en la “declaración Schuman” que daría a luz a la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA). Esta declaración le fue entregada a Robert Schuman -miembro del gobierno colaboracionista de Vichy- por Monnet después de que fuera redactado por los servicios del Departamento de Estado de los EE.UU.[2] Monnet fue acusado en reiteradas ocasiones, por el general De Gaulle, por el PCF y por otros, de ser un agente encubierto que trabajaba para los intereses de los Estados Unidos.

Es significativo que el premio Carlomagno –que se otorga anualmente a distinguidos europeístas- se entregara en 1959, dos años después de la firma del Tratado de Roma constitutivo de la CEE, al general norteamericano George Marshall, promotor del Plan homónimo.

En 1965, los servicios estadounidenses aconsejaron al vicepresidente de la Comunidad Económica Europea, Robert Marjolin, “perseguir de manera subrepticia el objetivo de la una unión monetaria”, según documentos desclasificados del Departamento de Estado de los EE.UU[3]. Los yanquis inclinaron la balanza a favor de que Alemania aceptara el euro en contra de sus intereses, a cambio de que ésta impusiera determinadas condiciones.

En el presente, la supeditación de la “política común de seguridad y defensa” de la UE a los intereses de la OTAN dirigida militarmente por los EE.UU. está refrendada por el artículo 42.2 del Tratado de la Unión Europea, el cual garantiza: “La política común de seguridad y defensa incluirá la definición progresiva de una política común de defensa de la Unión (…) La política de la Unión con arreglo a la presente sección no afectará al carácter específico de la política de seguridad y defensa de determinados Estados miembros, respetará las obligaciones derivadas del Tratado del Atlántico Norte para determinados Estados miembros [¡22 de 27 países!] que consideran que su defensa común se realiza dentro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y será compatible con la política común de seguridad y de defensa establecida en dicho marco”.

Además, el lema del “ejército europeo” o Eurocuerpo es: “Cuerpo europeo: una fuerza para la Unión Europea y la Alianza Atlántica”.

Desde Eisenhower hasta G. W. Bush, los presidentes de EE.UU. han respaldado con entusiasmo la unión europea occidental. Las instituciones europeas están trufadas de agentes de influencia norteamericana, como miembros de la CIA o representantes de entidades financieras trasatlánticas: Monnet, Durao Barroso, Sutherland, Draghi, Monti, etc.

Hasta el lobby de los grandes patronos de Europa, la European Round Table, toma su nombre del equivalente yanqui Business Round Table.

EE.UU. se asegura su dominación mediante los agentes de influencia que tiene infiltrados en los Estados, empresas, medios de comunicación, universidades, ONGs, etc.; por si esto no bastara, mayor aun es la presencia de aquéllos en la burocracia de las instituciones comunitarias a las que los Estados nacionales deben someterse; además, el mecanismo de toma de decisiones por unanimidad facilita la estabilidad de la dominación yanqui sobre la Europa centro-occidental.

Por supuesto que hay contradicciones entre los monopolios europeos y los estadounidenses, pero la tendencia todavía dominante es a la colusión de intereses de unos y otros, frente a las potencias independientes (Rusia y China) y con el objeto organizar mancomunadamente la explotación y dominación del resto del mundo. Las grandes burguesías centro-occidentales de Europa someten a sus naciones a la dependencia de los EE.UU.

Unión Proletaria.

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[1] Thomas Freiberger, Der friedliche Revolutionär: Walter Hallsteins Epochenbewusstsein, en Entscheidung für Europa: Erfahrung, Zeitgeist und politische Herausforderungen am Beginn der europäischen Integration, de Gruyter, 2010

[2] Ambrose Evans-Pritchard, Euro-federalists financed by US spy chiefs, Daily Telegraph, 19 de septiembre de 2000.

[3] Ibíd.