CAPÍTULO TERCERO:
LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA

¿Cómo será la sociedad comunista?

La revolución socialista tiene por objeto armonizar el modo de producción, de apropiación y de cambio con el carácter social que el capitalismo ha imprimido a las fuerzas productivas. En la sociedad comunista resultante, la propiedad privada de los medios de producción será sustituida por la posesión y dirección plenamente colectivas de éstos. De ese modo, la fuerza instintiva del mercado y de la concurrencia, el proceso ciego de la producción social será sustituido por la organización consciente de la economía, planificada para satisfacer las necesidades crecientes de todos los individuos.

Esta socialización equivale a suprimir la división de la sociedad en clases y la explotación y opresión de unas personas por otras. Como consecuencia de esto, el trabajo dejará de enriquecer al que no lo practica y se convertirá en una necesidad vital para el desarrollo armonioso de la gente. La completa supresión de las clases exigirá erradicar la base de éstas que se encuentra en la división del trabajo entre trabajadores manuales e intelectuales, entre obreros y campesinos, entre el campo y la ciudad, entre hombres y mujeres. A partir de este momento, todos los miembros de la sociedad dedicarán su tiempo a la mayor variedad de actividades manuales, intelectuales, industriales, agrícolas, de cuidado colectivo de niños, ancianos y hogares, etc. La población se repartirá territorialmente de un modo más homogéneo que bajo el capitalismo, en núcleos agro-industriales cuya producción y reproducción se ajustarán a un plan único acordado por el método del centralismo democrático. Al desaparecer los antagonismos de clase, ya no se necesitarán órganos de dominación de clase, por lo que el Estado se extinguirá quedando únicamente en pie una administración general de las cosas. La cultura se hará accesible a todos; y las ideologías, condicionadas por los intereses de clase, cederán su lugar a la concepción científica del mundo, al materialismo dialéctico.

El carácter social de los medios de producción se convertirá en la palanca más poderosa para el desarrollo de ésta, en armonía con nuestra base natural, reduciendo el tiempo consagrado a la producción material para dedicarlo al progreso vigoroso de la ciencia, del arte y del deporte. Este florecimiento cultural sin precedentes en la historia humana se apoyará en un sistema de relaciones sociales claras y diáfanas entre las personas, lo que enterrará para siempre la mística, la superstición y la religión. Todos los hombres y mujeres harán suyos los valores comunistas basados en la solidaridad, la igualdad y el respeto a sus semejantes, alcanzando la libertad plena como individuos en sociedad. Esta sociedad comunista desenvuelta ya sobre su propia base se regirá por el principio: “de cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades”.

¿Por qué es necesaria la etapa transitoria del socialismo?

Para alcanzar esta fase de desarrollo, la sociedad tendrá que recorrer una fase de transición, a partir del capitalismo, es decir, una fase inferior del comunismo a la que se conoce como socialismo. En ésta, la sociedad aparece cubierta en todos sus aspectos –económico, moral e intelectual- por las manchas de la vieja sociedad capitalista de cuyo seno ha nacido. Las fuerzas productivas del socialismo no han alcanzado aún un desarrollo suficiente para efectuar el reparto de los productos del trabajo según las necesidades y todavía es necesario hacerlo según el trabajo aportado por cada uno a la sociedad: se mantiene, por tanto, el derecho burgués para la distribución de los medios de vida -aunque ya no para la distribución de los medios de producción-, así como la necesidad de un Estado que vele por su cumplimiento. También persiste la división social del trabajo como base de la división de la sociedad en clases. Tampoco éstas y sus formas de propiedad específicas se pueden eliminar de golpe, nada más derribar la dictadura de la burguesía, sino a medida que el proletariado reúne la fuerza económica y social suficiente para hacerlo. Por consiguiente, la lucha de clases continúa hasta la fase superior del comunismo, hasta que se realice la plena posesión social de las condiciones de trabajo. Por ello es absolutamente necesario que el proletariado, tras conquistar el poder político, se organice en nuevo Estado que ejercerá su coacción, no sobre la mayoría trabajadora, sino contra la minoría poseedora que se resiste a erradicar las relaciones de explotación de unos seres humanos por otros. A medida que se desarrollen las fuerzas productivas sociales y permitan extirpar las raíces de la desigualdad social y reeducar a la humanidad en el espíritu del comunismo, el Estado socialista se extinguirá y dejará paso al comunismo completo.

Así pues, entre la sociedad capitalista y la comunista media un período de transformación revolucionaria, al que le corresponde un período político de transición, durante el cual el Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.

Para liberarse de su explotación económica por el capital, los obreros necesitan conquistar el poder político y utilizarlo como palanca de revolución económica, es decir, de transformación revolucionaria de las relaciones de producción capitalistas en relaciones socialistas, arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital y aumentando así con la mayor rapidez las fuerzas productivas. El punto de partida es la expropiación de la tierra y los
medios de producción decisivos en manos de los grandes terratenientes y capitalistas monopolistas para convertirlos en propiedad del Estado socialista. Es entonces cuando se hace posible iniciar la planificación centralizada de la economía por parte de los organismos estatales y de masas de la clase obrera y el pueblo. Gracias a esta nueva propiedad con su administración democrática, la producción ya no se desarrolla para acrecentar el capital, sino
para satisfacer las necesidades materiales y culturales de los trabajadores, principalmente crear las condiciones que les permitan liberarse de su condición de clase oprimida y explotada.

En el período inicial de la revolución socialista, la pequeña y mediana producción continúan en manos privadas porque: en el primer caso, se trata de una propiedad adquirida como fruto del trabajo personal, la cual debe atraerse voluntariamente al cauce de la edificación socialista; y, en el segundo caso, el proletariado necesita tener a la gran mayoría del pueblo de su parte para enfrentarse a la fuerza de la contrarrevolución y carece de capacidad suficiente
para sustituir el capitalismo en su totalidad por un enlace socialista entre las múltiples unidades individuales de producción. En consecuencia, siguen vigentes por un tiempo las relaciones mercantiles y monetarias, aunque ahora sometidas al sector socialista de la economía. Sobre esta base y desarrollando acertadamente las contradicciones entre las clases, el restante capital se va socializando y la masa fundamental de la pequeña burguesía –ante
todo, del campesinado- se va incorporando progresivamente al sistema socialista mediante la cooperación o colectivización voluntaria incentivada por el Estado proletario.

El proletariado se une pues con otras clases trabajadoras, principalmente organizando la alianza de los obreros y los campesinos que, bajo la hegemonía de los primeros, constituye la base de la dictadura del proletariado.

Las organizaciones de masas -principalmente los sindicatos- que sirvieron bajo el capitalismo para organizar la resistencia contra la explotación siguen cumpliendo este cometido en esta etapa inicial, pero su papel crece cualitativamente al convertirse en escuela de comunismo, donde los trabajadores aprenden a dirigir la producción y la vida social en general, a la vez que luchan contra las desviaciones burocráticas que se producen en el aparato estatal obrero como consecuencia de persistencia de las clases y de la división social del trabajo, debida a su vez a la insuficiente cultura y experiencia de las masas. Para lograr esta reorganización socialista de la sociedad, la vanguardia más consciente y abnegada del proletariado organizada en el partido comunista tiene que dirigir el sistema de la dictadura proletaria.

La dictadura del proletariado también realiza efectivamente todos los derechos democráticos, como la igualdad nacional y el derecho de las naciones a su autodeterminación; como la igualdad jurídica entre mujeres y hombres, la cual –con la erradicación de la base de la familia patriarcal consistente en la propiedad privada y con la consiguiente revolución cultural- se convierte en igualdad social real; como las libertades individuales y colectivas; etc. Tales
derechos se encuentran entre los fines revolucionarios del proletariado, pero habrán de subordinarse a ellos como la parte al todo (al igual que bajo el capitalismo se someten a los intereses de la burguesía), cuando el enemigo de clase los utilice contra el socialismo y, como consecuencia de esto, para acabar suprimiéndolos, como ha ocurrido en los Estados que dejaron de ser socialistas. Mientras la sociedad esté dividida en clases, no se podrá prescindir de la dominación de una u otra clase.

El auge de las fuerzas productivas, y la revolucionarización de las relaciones de producción y del conjunto de las relaciones sociales, proporcionará al partido proletario la base material y la autoridad política necesarias para que su labor de educación de las masas en la concepción del mundo marxista-leninista fructifique en una revolución cultural. Además de proporcionar a las capas sociales más oprimidas bajo el régimen capitalista un nivel de conocimientos suficiente para su plena incorporación a la construcción del socialismo, esta revolución cultural conducirá a la hegemonía ideológica del proletariado y, finalmente, a la adquisición de la conciencia comunista por parte de toda la población. Con ello, se extirpará la última raíz de la dominación burguesa sobre la sociedad.

¿Cómo puede la clase obrera conquistar el poder político?

Como muestra la historia en general y particularmente el levantamiento militar fascista de 1936 en España, la burguesía, al igual que las clases dominantes que la precedieron, no cede su lugar a otra más progresiva sin una lucha encarnizada y desesperada. Por más victorias electorales y parlamentarias que el proletariado consiga, sólo podrá imponerse a la violencia burguesa mediante la violencia revolucionaria, aunque perseguirá siempre el camino más corto y más pacífico. El aparato de Estado que sirve a los capitalistas para ejercer su dominación no puede ser utilizado por el proletariado como aparato de su poder, sino que debe ser destruido, desmantelando el ejército, la policía, la judicatura, la jerarquía burocrática, el parlamento, las administraciones autonómicas y municipales, etc. La burguesía ha de ser desarmada y su aparato estatal, sustituido por nuevos órganos de poder del proletariado armado, para asegurar el aplastamiento de la resistencia de los explotadores sin lo cual resulta imposible la construcción del socialismo. Estos nuevos órganos han revestido diversas formas a lo largo de la historia de la revolución proletaria: las comunas, los soviets o consejos obreros, las asambleas y comités populares, etc.

El desarrollo económico y político desigual y a saltos del capitalismo en su etapa imperialista hace que la revolución internacional del proletariado no pueda ocurrir simultáneamente en todos los países. La victoria del socialismo –y su avance hacia el comunismo- comienza en un número reducido de países capitalistas, e incluso en un solo país, como fue el caso de la Rusia Soviética durante más de veinte años. La victoria del socialismo en cada país –que se apoya ante todo en sus propias fuerzas- ensancha la base de la revolución mundial y acelera su triunfo.

Bajo el imperialismo, que ha preparado las condiciones sociales fundamentales para el socialismo, las diferencias económicas entre los países o la pervivencia en ellos de relaciones precapitalistas ya no son un impedimento a la hora de ponerse en marcha hacia el socialismo. La clase obrera puede edificar el socialismo en sociedades atrasadas y semifeudales, si empieza por dirigir una revolución democrático-burguesa y la transforma después en revolución socialista apoyándose en el potencial revolucionario del proletariado internacional, de los otros Estados socialistas, del campesinado y de los movimientos de liberación nacional, a la vez que aprovechando las fluctuantes disensiones entre los imperialistas. Los caminos, ritmos de avance y formas de edificación del socialismo son pues diversos según los países.

La transición a la dictadura mundial del proletariado comprende una etapa prolongada de lucha, de derrotas y victorias de la clase obrera; un período de guerras de liberación nacional que, aun no siendo en sí movimientos socialistas del proletariado, constituyen objetivamente una parte integrante de la revolución proletaria mundial, por cuanto minan el sistema internacional de dominación capitalista; un período que comprende la existencia simultánea de los sistemas capitalista y socialista, las relaciones “pacíficas” y la lucha armada entre ellos; un período de fundación de uniones de Estados socialistas y de lazos cada vez más estrechos con los pueblos oprimidos; etc.

¿Cuál ha sido la experiencia práctica del socialismo?

Las nuevas generaciones de obreros lucharán con ahínco por el socialismo en cuanto venzan los prejuicios anticomunistas que los ideólogos burgueses tratan de inculcarles a diario y desde la más tierna infancia. Para ello, es necesario que comprendan cómo el socialismo se ha llevado a la práctica hasta el presente, cuáles son sus logros y qué causas condujeron a su derrota parcial y temporal.

La primera experiencia de construcción del socialismo se dio en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Las nacionalidades que la formaron eran económicamente atrasadas, predominantemente agrarias, con un bajísimo nivel cultural entre la población y carentes de experiencia política democrática, a excepción de los breves momentos insurreccionales. Por medio de la Gran Revolución Socialista de Octubre de 1917, el proletariado conquistó el Poder político y lo supo defender, en alianza con el campesinado, de las agresiones militares que sufrió desde 1918 hasta 1921. Cuando falleció Lenin en 1924, Stalin se convirtió en el dirigente principal del Partido Bolchevique. Hasta 1953, la edificación socialista de la Unión Soviética se convirtió en el vivo ejemplo de que los oprimidos del mundo pueden liberarse de los capitalistas y satisfacer cada vez mejor sus necesidades. Despertó sus energías revolucionarias y los fortaleció en todos los países.

El cerco imperialista y la guerra económica contra la Unión Soviética obligaron a que ésta aumentara el presupuesto militar, lastrando así su economía y desviando recursos materiales y humanos a la autodefensa nacional que podían haberse dedicado a aumentar aún más el desarrollo económico, social y cultural de los pueblos soviéticos. A pesar del acoso imperialista, la URSS logró la industrialización del país a un ritmo sin precedentes, la colectivización y mecanización de su agricultura, el pleno empleo, el desarrollo económico sin crisis, la alfabetización general, la elevación del nivel de vida de los trabajadores, la igualdad política y económica entre mujeres y hombres, el florecimiento de sus nacionalidades antes oprimidas por el zarismo, el aplastamiento de los invasores nazis que
habían segado la vida de 25 millones de soviéticos, al tiempo que ayudaba al movimiento obrero internacional, al movimiento anticolonial y a los nuevos Estados socialistas. En tan sólo tres décadas, la Rusia zarista, reaccionaria, semifeudal y dependiente del capital extranjero se convirtió en una Unión Soviética socialista y soberana, en una gran potencia militar y económica (la segunda potencia industrial del mundo) y en el baluarte de la revolución mundial.

Sin embargo, el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética celebrado en 1956 bajo la dirección de Jruschov denigró a Stalin, fallecido tres años antes, y comenzó a cuestionar los principios políticos que habían permitido las realizaciones socialistas. Los jruschovistas consiguieron neutralizar la resistencia del proletariado soviético a esta involución y, treinta años después, sus vástagos -Gorbachov, Yeltsin y otros- desmembraron la URSS y restablecieron la explotación capitalista. A lo largo de este período, el revisionismo se había ido imponiendo también en la mayoría de los países socialistas y de los partidos comunistas del mundo, con la notable excepción de los partidos gobernantes de China, Albania, Corea, Cuba, Vietnam y Laos.

El movimiento obrero y comunista internacional de hoy está analizando todo un siglo de experiencia revolucionaria y la situación resultante, a la vez que trabaja por la reanimación de la lucha de clases por el socialismo. Como parte de este movimiento, Unión Proletaria somete a su consideración -particularmente, a la del proletariado militante de España- las siguientes reflexiones y las medidas prácticas que de ellas se desprenden.

En primer lugar, es necesario defender y difundir los innumerables aciertos del socialismo practicado, frente a la difamación burguesa y pequeñoburguesa, de derecha y de «izquierda». En segundo lugar, es necesario averiguar qué errores pudieron cometerse, lo cual exige un análisis rigurosamente científico, de acuerdo con el marxismo-leninismo y los intereses de clase del proletariado.

A diferencia del aplastamiento armado de su precedente -la Comuna de París-, la URSS y Europa centro-oriental han sufrido un proceso principalmente pacífico, paulatino e interno de restauración del capitalismo. No obstante, también en estos casos ha sido decisiva la injerencia y agresión del cerco capitalista que había exterminado a muchos de los mejores comunistas y había sostenido a la oposición interna al socialismo, obligando a la dictadura del
proletariado a reforzar su aparato coercitivo y, con ello, la propia división del trabajo dentro de la nueva sociedad. Y en los países capitalistas, las fuerzas democráticas, obreras y comunistas –que son los apoyos exteriores de los países socialistas- se veían salvajemente descabezadas por el fascismo y, después, sometidas a la corrupción del período de
prosperidad capitalista que había resultado de las dos guerras mundiales. Estas desgracias, hasta cierto punto no eran evitables, ni lo serán en un futuro, pero los revolucionarios debemos evitar que deformen nuestra perspectiva.

El paso del capitalismo a su etapa imperialista y la devastación de la Primera Guerra Mundial influyeron en la conciencia de los comunistas, por cuanto les hacían presagiar una rápida sucesión de revoluciones proletarias triunfantes después de Octubre de 1917. Pero el capitalismo internacional logró estabilizarse y pasar al contraataque. Durante más de veinte años, la URSS tuvo que sobrevivir como único Estado socialista cercado por un mundo
capitalista. Además, su atrasado punto de partida le obligaba a afrontar tareas que eran históricamente propias de revoluciones burguesas: industrializar, proporcionar una instrucción básica a los trabajadores, desarrollar un sistema político representativo, etc. El movimiento comunista internacional se desarrollaba muy desigualmente, lo cual alimentó tendencias nacionalistas centrífugas que lo irían debilitando.

En cuanto pudo, allá por los años 30, la Unión Soviética dio un gran paso hacia el comunismo con la supresión de la propiedad privada capitalista y la sustitución de la pequeña propiedad individual campesina por la propiedad colectiva. En un contexto internacional de contraataque fascista por parte del imperialismo, era además una necesidad para su supervivencia y también aportaba la demostración práctica necesaria para elevar la conciencia revolucionaria de los obreros del mundo capitalista, quienes se estaban enfrentando a la degradación de los derechos, de las libertades y de la paz. No obstante, el Partido Comunista (bolchevique) de la URSS exageró el alcance de este paso en el sentido de minimizar el significado de las contradicciones de clase subsistentes, aunque siguiera combatiendo las actitudes burguesas derivadas de éstas durante veinte años más.

A causa de este error, las masas obreras se encontraban cada vez más desarmadas, en su lucha por la completa supresión de las clases, frente a un aparato de funcionarios necesario para enfrentar la creciente agresividad externa, frente a una parte de los trabajadores intelectuales que aspiraba a perpetuar su estatus frente a los trabajadores manuales y frente a la mentalidad de propietarios privados todavía arraigada entre muchos campesinos cooperativistas.

El Partido Comunista gobernante iba perdiendo así su genuina naturaleza como unión del socialismo científico con el movimiento obrero y esta tendencia se acabó imponiendo cuando la desaparición de Stalin hizo bascular la correlación de fuerzas en su máxima dirección. La colusión de algunos de sus cuadros con los residuos de las viejas clases explotadoras liquidadas dio cuerpo a una nueva capa pequeñoburguesa capaz de desviar la edificación socialista hacia la realización de sus intereses particulares. Cuando ésta se hizo con el mando – bajo el (auto)engaño de un “marxismo-leninismo” revisado en clave triunfalista, acomodaticia, espontaneísta, ingenua y exenta de sobresaltos-, prosperó como clase burguesa a medida que sometía al proletariado, se posesionó de los medios de producción y acabó transformando las formas de propiedad y el Estado en correspondencia con las relaciones
sociales capitalistas gradualmente resucitadas bajo formas aparentemente socialistas.

Importantes dirigentes marxistas-leninistas denunciaron este proceso contrarrevolucionario. Los más destacados fueron los de China y Albania. En el aspecto positivo, defendieron muchos de los principios revolucionarios atacados por el revisionismo moderno, reconocieron la existencia de contradicciones sociales en el socialismo, abogaron por continuar la lucha revolucionaria de clases hasta el comunismo y lo intentaron en su práctica de edificación
socialista. Pero, a la vez, y ésta es la enseñanza negativa principal, bascularon hacia el extremo opuesto, hacia una revisión del marxismo-leninismo de carácter idealista, dogmático, ultraizquierdista. Perdieron de vista que el atraso de sus propias sociedades proporcionaba una base endeble para el éxito de su contraofensiva revolucionaria, a la vez que le imprimía a ésta un sesgo radical-pequeñoburgués. Exageraron el alcance de sus propias iniciativas, así como
la crítica hacia la Unión Soviética al acusarla de social-imperialista o incluso de socialfascista cuando todavía se hallaba en un proceso reversible de restauración capitalista. En la legítima lucha contra el revisionismo moderno, rechazaron la táctica leninista de frente único antiimperialista con la URSS. Esto les llevó a aislarse de las masas trabajadoras dirigidas por el PCUS y otros partidos comunistas afines, a enfrentarse luego entre sí antagónicamente, a coludirse con el imperialismo yanqui y, finalmente, a debilitar la influencia del marxismo-leninismo sobre un movimiento obrero internacional en retroceso.

¿Cuáles son las principales enseñanzas de la práctica del socialismo?

El desenlace de la lucha entre el capitalismo y el socialismo no estará decidido definitivamente mientras no hayan madurado plenamente las condiciones sociales que hagan imposible la contrarrevolución. Entre estas condiciones, está la aplicación de las enseñanzas que la edificación del socialismo hasta ahora practicada ha añadido al acervo de la teoría revolucionaria:

1º) Hay que procurar el desarrollo internacional más homogéneo posible del movimiento obrero y comunista, para reducir la influencia corruptora de los aliados en nuestras filas. Para ello, hay que desplegar simultáneamente la unidad y la lucha con los demás partidos comunistas y democráticos, tanto de los países socialistas como de los países capitalistas.

2º) En todo el período de transición entre el capitalismo y el comunismo, la lucha de clases continúa. Aunque las diferencias de clase se hayan reducido al suprimirse la propiedad privada capitalista, subsisten sus bases que se encuentran en la división social del trabajo, en la propiedad cooperativa, en el derecho burgués que rige la distribución de bienes de consumo, en el aparato del Estado que debe mantenerse para enfrentar la amenaza exterior, en los residuos activos de las viejas clases explotadoras, en las viejas ideas y costumbres, etc. Para evitar la restauración del capitalismo, el proletariado debe desplegar su lucha de clase y ejercer su dictadura a fin de ir extirpando todas estas raíces a medida que las condiciones lo permitan.

3º) El Partido Comunista sólo puede cumplir su misión como dirigente de la revolución socialista proletaria si se desarrolla como una unidad contradictoria de socialismo científico y movimiento obrero; de vanguardia portadora de la teoría revolucionaria y masas proletarias; de condiciones teóricas y prácticas para la revolución socialista. Además de luchar continuamente por atenerse al marxismo-leninismo frente a todas las desviaciones revisionistas que surjan, es necesario que las masas obreras -particularmente fabriles- conserven una capacidad de control independiente sobre la dirección del proceso revolucionario desde el nacimiento del Partido hasta el comunismo pleno, para enfrentar la eventualidad de que sus depositarios traten de ponerla al servicio de intereses pequeñoburgueses.

4º) El reto principal es superar la actual división del movimiento comunista en cada país y en el mundo –producida por sus variados y contradictorios contagios pequeñoburgueses-, partiendo de una predisposición autocrítica a la síntesis superadora de las concepciones y experiencias particulares de cada una de las corrientes en que nos fuimos separando los marxistas-leninistas: maoístas, hoxhistas, pro-soviéticos, etc. La militancia conjunta en un único partido comunista y en una única Internacional Comunista en reconstrucción permitirá atender las necesidades inmediatas de la clase obrera y de las masas populares, a la vez que hacer partícipes a éstas de la lucha concreta por desarrollar la teoría revolucionaria del marxismo-leninismo en contraposición con todas las variantes de oportunismo contrarrevolucionario. Permitirá, en conclusión, reconstituir partidos comunistas verdaderamente revolucionarios y verdaderamente de masas, unidos a escala internacional, capaces de impulsar una nueva ofensiva de la revolución proletaria mundial