Pepe Sánchez

“Si es un milagro, basta con un testimonio;

si es un hecho, necesita demostraciones”

Mark Twain

Nuestro país ha cambiado en el terreno político de forma considerable en los últimos años. La crisis económica, la crisis del sistema, ha provocado la indignación en grandes masas de la población que se ha saldado con la potente irrupción de nuevas fuerzas políticas. Ha cambiado, sí, mucho el panorama político con la llamada a recuperar la democracia y los servicios púbicos para la ciudadanía,  a acabar con la corrupción para gestionar mejor,  con el canto a las emociones, a la voluntad, a la alegría y los colores,… Podemos ha irrumpido con fuerza en el escenario político español aprovechando el acontecimiento de la indignación social con la pérdida de su bienestar social, la indignación hacia sus representantes, hacia la “casta” o “los de arriba”. La posibilidad se ha abierto con un estudiado análisis del marketing político, generando una marca con aliento, recogiendo inquietudes y necesidades básicas, con unas “nuevas gramáticas” de la información, la comunicación y la cultura de masas y, a la vez, construyendo micro-discursos con significantes flotantes que alcanzan el sentir de muchas singularidades que se forman en multitud y en lo común.

Principalmente Podemos ha recogido la indignación, ha situado el punto de mira hacia la oligarquía que para recomponerse manda al paro a los trabajadores, destruye los servicios públicos o los privatiza, deja a la juventud sin perspectivas, echa a la gente de sus casas,…, mientras rescata a la banca y hace oídos sordos a la corrupción política,…. La oligarquía financiera y sus partidos políticos han organizado un ataque brutal contra los derechos de la clase obrera y de las capas medias de la población y con un nuevo escenario político que se avecina, con una fuerte presencia de Podemos, de las confluencias y de la unidad popular, se abre la expectativa de poder frenar, en cierta medida, el aplastamiento de los derechos populares conseguidos tras muchos años de lucha (y que cada vez quedan menos), incluso, revertir ciertos recortes y dar algo de vida a la democracia actual.

Podemos hoy en día representa una fuerza democrática de oposición a los planes de la oligarquía financiera y puede ayudar a poner algunos cotos en el dominio de ésta, mientras la clase obrera se organiza como clase, como fuerza social y como partido. Efectivamente, esto suena a “viejuno”, como habitualmente manifiestan los intelectuales de Podemos y de otras marcas, pero no creemos que atender a los significantes vacíos sea suficiente para poder construir un discurso de cambio (aunque pueda con ellos conseguirse el gobierno), sino que la importancia de los significados es vital para hacerlo y acometer el poder; tampoco creemos que baste con separar lo político de los condicionantes económicos, sino que es necesario ver el conjunto, ver el todo, porque llevaremos en ese caso a la multitud al fracaso; al igual que creemos que no basta con observar los fenómenos en continuidad, sino que es necesario analizar y acometer la esencia de los mismos (y su entrelazamiento interno) para afrontar las causas y las necesidades para aprovechar los acontecimientos en un sentido de transformación histórica. Con esto queremos decir que si vemos solamente la superficie del sistema (la corrupción, la mala gestión, los recortes, el sufrimiento, el voto,…) y dejamos de lado la esencia, la totalidad, del sistema capitalista, podremos paliar los efectos, pero no conseguiremos derrotar sus causas. Es la histórica diatriba entre reforma y revolución. Por eso, a pesar de insistir que Podemos puede ayudar a contener la ruina económica, social y política en la que están sumiendo a las capas populares, no queda más remedio que hacer hincapié en las limitaciones de su proyecto para acabar con la opresión y la explotación, incluso, limitaciones para menoscabar en el futuro la fuerza de respuesta del bloque oligárquico en el poder.

Construyendo conspiraciones

En nuestra época de lógica ideológica posmoderna, en el que la imposición del consumo como una forma de vida ha conllevado un inmenso despliegue publicitario de imaginación y de formas; en este tiempo donde el relativismo parece que impregna la realidad, donde lo importante no son los hechos sino sus interpretaciones pues el hecho es incierto (Vattimo) o donde la realidad no existe fuera del lenguaje (el giro lingüístico de Wittgenstein). En estos tiempos de desencanto, muchas veces la explicación de los grandes problemas o acontecimientos económicos, sociales o políticos, se resuelven con teorías de la conspiración. Incluso gente aparentemente formada en el marxismo deja de analizar los procesos de manera dialéctica, de ver las esencias de los procesos sociales con la perspectiva del materialismo histórico, y de pronto explican la realidad de forma metafísica y maniquea. En el desarrollo de los movimientos sociales de respuesta a las consecuencias de la crisis y en su conformación posterior en partido político, en Podemos, hay, entre otras, dos expresiones del mito de la conspiración muy difundidas, una en el plano de la crítica negativa que trae el pesimismo y otra en el de el fanatismo que conlleva una ilusión cuasi-religiosa.

La primera de ellas está formulada mayoritariamente desde un punto de vista sectario. En ella se desarrolla todo una confabulación, perfectamente planificada, de la oligarquía financiera para organizar grandes movilizaciones como el 15M, las Marchas de la Dignidad, las Mareas,…, con un carácter interclasista y ambiguo, fomentadas mediáticamente y organizadas, para imposibilitar el cercano estallido revolucionario de la clase obrera. Y, posteriormente, fomentaron y organizaron la creación de Podemos para acabar de canalizar los descontentos y que, a la vez, pudiese servir de recambio como nuevo partido de la oligarquía si fuese necesario. Seguro que en algún punto se le encuentra la razón a esta argumentación, pero es no querer ver la realidad el plantear la posibilidad de un estallido revolucionario de la clase obrera, cuando ni estaba ni está organizada como clase; cuando el movimiento obrero en el plano sindical tiene gran debilidad; cuando el socialismo está a la defensiva; y cuando no está aún disponible la herramienta principal del movimiento obrero, el Partido Comunista. Cierto es que la burguesía siempre prepara programas de contención frente al comunismo, aunque ahora mismo le basta con las políticas de concertación con el movimiento sindical. Posiblemente cierto es también que Podemos haya sido apoyado por algún oligarca, como Lara y su grupo mediático, pero más que para contener a la clase obrera sería para contener al nacionalismo catalán, dando una nueva alternativa política española. Pero el beneplácito de un oligarca no significa el apoyo de la oligarquía financiera ni que sea un proyecto de ésta, principalmente porque el carácter de clase de esta formación no se corresponde con la fracción dominante de la burguesía, ni siquiera con la burguesía. Pero esto lo veremos más adelante.

La segunda expresión del mito conspiratorio, como decíamos, se enmarca dentro de las esperanzas y las ilusiones de militantes de Podemos que esperan una transformación revolucionaria con una fe ciega en sus ídolos y contando con la gran masa popular que arrastran. De esta manera, se aferran a argumentar ante cualquier crítica (indefinición, reducción del programa, aceptación de instituciones del gran capital, cambios de discurso, etc.) que lo único importante es ganar las elecciones y conseguir el gobierno, da igual tener que amoldarse a los medios y a las circunstancias, lo fundamental es llevar a Pablo Iglesias a La Moncloa. La explicación es cuanto menos ilusoria: cuando se llegue al gobierno tendremos el poder y ya podremos hacer las verdaderas transformaciones sociales y acabar con el capitalismo. Es posible que sea verdad que las intenciones de los dirigentes de Podemos sean o hayan sido mayores que las que actualmente pregonan, pero no es real que consiguiendo un gobierno se tenga automáticamente el poder. Son dos categorías distintas, relacionadas pero distintas, sobre todo si no dispones de la fuerza social destructiva suficiente y necesaria de las relaciones sociales en las que se asienta el sistema capitalista. Esta fuerza social solamente puede ser la clase obrera organizada y concienciada, la que está implicada directamente en la relación de producción y sin la cual el capitalismo no podría existir. Pero el carácter de clase de Podemos no se corresponde con la clase obrera en su conjunto, ni siquiera con una fracción de ella.

Señalamos estas teorías por la importancia que tiene realizar un análisis adecuado de los movimientos de las diversas clases y de los procesos, analizando sus bases materiales y la esencia de los fenómenos, sus contradicciones esenciales o coyunturales, sus contradicciones antagónicas y no antagónicas. Solamente así podremos abrir la lata del conocimiento de la realidad para poder transformarla de manera revolucionaria.

De fuerza social a partido

Vamos a exponer una tesis: Podemos representa políticamente los intereses de la parte más democrática y que desea un cambio de las capas medias de la formación social española (pequeña-burguesía, profesionales, funcionarios, técnicos,…). Vamos a verlo.

Durante los gobiernos de Felipe González y José María Aznar, hubo un desarrollo importante y rápido de la oligarquía financiera española: generación de monopolios con grandes fusiones bancarias e industriales, una gran exportación de capitales, participación en los centros económicos, políticos y militares del imperialismo mundial (OTAN, UE,…), participación militar para reparto de mercados y concesiones, dominio económico de los monopolios españoles sobre América Latina, etc. En estos momentos de expansión económica, España se afianzaba como potencia imperialista. Sobre esta base de sobreexplotación de países dependientes, construía el llamado “estado de bienestar”, que no era más que concesiones y medidas paliativas hacia la clase obrera y las capas populares para mantenerlas en un estado de sumisión. De todas formas, el mantenimiento de la mayoría de esos derechos sociales y económicos se consiguieron a base de luchas obreras, pues el gran capital y sus representantes no renunciaban a derogarlos o limitarlos para poder obtener mayores beneficios. Así, por ejemplo, antes de la crisis de 2008, se produjeron 6 grandes reformas laborales, con pérdidas de derechos para la clase obrera, y otras tantas huelgas generales defensivas (además de una incontable lista de huelgas sectoriales o de empresa). A pesar de mantener el “estado social y de derecho”, la clase obrera veía mermados sus derechos laborales y económicos.

De cualquier manera, el mantenimiento de las concesiones y la expansión internacional, el mantenimiento del “estado de bienestar”, provocaba una situación cercana al consenso político. Así, el gran capital, la burguesía media, la mayoría de la pequeña-burguesía y las capas intermedias (que llevaban a remolque a la clase obrera ideológica y políticamente) se veían representados por los dos partidos de la oligarquía financiera (el bipartidismo: PP-PSOE). Por eso, estuvieron sacando en las elecciones generales una media del 80% de los votos.

En 2008 se produce la crisis económica del sistema capitalista, como réplica de la destructiva crisis del petróleo de 1973. Una nueva crisis de sobreproducción que requiere por parte de la capa dominante de la burguesía, la oligarquía financiera, y sus representantes la destrucción de fuerzas productivas para poder recomponerse. Para ello, los representantes en el gobierno de la oligarquía, golpean tanto a su aliado principal, la burguesía media (por ejemplo, la catalana y la vasca), como a la pequeña-burguesía, a las capas intermedias y, sobre todo, a la clase obrera. El gobierno de Zapatero, y después el de Rajoy, rescata con decenas de miles de millones a los bancos españoles, mientras aumenta el paro por millones, se congelan las pensiones y se aumenta la jubilación a los 67 años, se rebaja el sueldo a los funcionarios y se aumenta la jornada laboral, se hacen una tras otra modificaciones en las leyes laborales contra los derechos de los trabajadores. Efectivamente, la oligarquía a la ofensiva en la lucha de clases se ceba principalmente con la clase obrera a la defensiva, sin organización, sin conciencia de clase y sin partido político.

Pero la pequeña-burguesía se ve afectada y golpeada profundamente. El proceso de concentración hunde a las pequeñas empresas, se sube el IVA, se eliminan desgravaciones fiscales, se cierran los créditos, etc. Por otro lado, los funcionarios pierden salarios, derechos laborales y 400.000 empleados públicos. Los estudiantes se quedan sin futuro y además les imponen el Plan Bolonia que degrada los estudios y los mercantiliza. Muchos profesionales y técnicos se ven abocados al desempleo. En esta situación, salen más que nunca a la luz un chorro de casos de corrupción que provocan la desconfianza hacia los representantes políticos. A la vez, comienza el desmantelamiento de la educación, la sanidad y de otros servicios públicos que afecta a todas las capas populares.

La crisis económica, produce en la clase obrera unos gravísimos daños, cuya respuesta se produce en el plano defensivo con ciertas huelgas y movilizaciones, pero fundamentalmente situadas en la realidad concreta sectorial. La clase obrera pierde, pero las capas medias pierden algo transcendente para su carácter de clases intermedias: la posibilidad de convertirse en burgueses o, en otros casos, la posibilidad de conseguir un trabajo y un salario acorde con su nivel social (con la idea ilusoria de haberlo conseguido tras unos estudios); sus aspiraciones se ven quebradas y su miedo a la proletarización se confirman. En este momento se produce una ruptura con su antigua representación política oligárquica, se liberan políticamente y se produce la crisis ideológica y de representación.

Entonces ante un llamamiento ambiguo a la movilización, eclosiona el 15M, en 2011, y, espontáneamente, centenares de miles de personas se instalan en las plazas con el lema “no nos representan”, con el principal carácter de prioridad de la individualidad, sin organización (asamblea y consenso), sin ideología, sin propuestas y objetivos claros; con el rechazo a los partidos y a los sindicatos; rechazando la caracterización en clases sociales, sustituyéndolo por el concepto de “gente”; una multitud de singularidades que las unen los sentimientos, la indignación, el rechazo a la corrupción, a la gestión ineficiente y, en el plano positivo, la defensa de los servicios públicos y las emergencias sociales. Posteriormente a este movimiento le les unen las Mareas de empleados públicos, que desde conflictos laborales en la educación y en la sanidad, pasan a la defensa de los servicios públicos.  De esta manera se convierte la indignación de las capas medias en fuerza social.

Puede objetarse a este planteamiento que en estos movimientos también participaba una buena parte de la clase obrera (sobre todo en las Marchas de la Dignidad) y tendremos que dar la razón, pero hay que tener en cuenta un elemento de diferencia: la clase obrera actuaba en estos movimientos de manera individualizada, sin actuar como clase, pues el carácter de la clase obrera para convertirse en fuerza social solamente puede ser la fuerza del colectivo consciente como clase social antagónica a la capitalista, de otra manera no se puede considerar que esté activa; en cambio la condición de las capas intermedias es idéntica al planteamiento individualista, ambiguo, liberal, oscilando entre definiciones ideológicas, que movilizaba al movimiento de los indignados. Se puede asegurar que los obreros participantes en el 15M y similares estaban condicionados y a la cola de las aspiraciones de esas capas medias de la sociedad, evidentemente con una buena parte de intereses comunes.

Un tiempo después, sabiendo leer el momento, un grupo de intelectuales académicos que habían participado en los movimientos, toman postura y conforman, lo que llamaron un movimiento político, que transformarían pronto en partido político recogiendo elementos básicos de las inquietudes de los indignados (capas populares afectadas por las políticas de austeridad) para alcanzar la hegemonía política mediante las elecciones. Si con el 15M las capas medias se convertían en fuerza social por la crisis económica, social y de representación, con la constitución de Podemos se estructuran en partido político.

Aspectos ideológicos y políticos que definen a las capas medias

Tal cual es la pequeña-burguesía, en Podemos se conforma un diálogo político ambiguo y de difícil definición ideológica. Estas capas sociales no tienen una ideología propia, pero sí un subproducto ideológico influenciado principalmente por la burguesía, a la que está ligada por la propiedad y el elitismo; pero también, sobre todo en momentos de lucha, está unida a la clase obrera por su condición de trabajadores y su tendencia a la proletarización. Si bien esto es cierto, también es verdad que al constituirse como fuerza social define sus propios componentes ideológicos (nos referiremos a unas acertadas consideraciones de Poulantzas) ligados a sus intereses como clase (o, más bien, como capas sociales, ya que estamos tratando de encontrar lo común que une a la pequeña-burguesía comercial y productora, a los profesionales, funcionarios, trabajadores intelectuales, técnicos y profesionales, que son en su conjunto los que hicieron posible su constitución como fuerza social primero y como partido político después).

En primer lugar su planteamiento ideológico tiene un componente antimonopolista. Los monopolios destruyen la pequeña propiedad, monopoliza la cultura, restringe la libertad, mercantiliza la educación y condena a todos estos agentes sociales a la proletarización. Se manifiesta contra las grandes fortunas, pero defiende su propiedad y la necesidad de aplicar una involución social hacia la competencia justa de los tiempos iniciales del capitalismo. En definitiva quiere cambios, pero que no cambie el sistema y así aboga por la distribución del poder político mediante el sistema parlamentario que pueda conducir a una redistribución a través del estado.

El segundo aspecto, es el miedo a la proletarización y la rebeldía ante ello. Aspiran a ser burgueses individualmente y la pérdida de la posibilidad de poder serlo, les lleva a apostar por la renovación de las élites corruptas e incompetentes, para promocionar a los más capaces, a los mejores técnicos y a los mejores gestores que se encuentran en sus filas como profesionales, técnicos y estudiosos universitarios, todo ello, sin que cambie la sociedad, y convirtiendo el la expresión o fenómeno de la corrupción y de la gestión exclusivamente en un problema ético.

Y el tercer aspecto, es el elemento fundamental de detener la decadencia del Estado. Aspiran a que el Estado solucione sus problemas, pues lo ven como neutro, sin carácter de clase, y como estado neutro en la lucha de clases se identifican con él, porque ellos también se consideran los intermediarios entre los conflictos antagónicos de clase (entre burguesía y proletariado), por eso, tienen la creencia de que ellos deberían estar a cargo del Estado, llegando a un pensamiento estadolátrico. En este sentido abogan por “recuperar la democracia”, por nacionalizaciones y remunicipalizaciones sin contenido de clase. Solamente poniendo los servicios y los presupuestos en manos de los más capaces los problemas sociales tendrán solución, evidentemente sin necesidad de cambiar el sistema. Pero estas masas también necesitan líderes, que se conviertan en ídolos, pues sólo con una individualidad (o un pequeño grupo de individualidades) singular y con carisma puede agruparse a unas capas sociales actuantes en individualidad. Y así organizaron el partido los dirigentes de Podemos: alrededor de un líder que une voluntades.

Podemos, aunque no solamente este partido, representa estas tendencias que pueden devenir en un sostenimiento de la democracia actual parlamentaria, poniendo cierto freno a los monopolios, o devenir en involución reaccionaria si quiebran los dirigentes actuales de tradición democrática y de izquierda socialdemócrata o incluso comunista. Resumimos: Podemos es actualmente y principalmente un partido de las capas medias que confronta con la oligarquía financiera y sus representantes e, igual que volubles son estas capas sociales, también lo es su partido, que si llega al gobierno podrá consensuar un pacto con la oligarquía pues hay aspectos que les unen (estadolatría, elitismo, corporativismo, nacionalismo,…); incluso, si no llega al gobierno este pacto puede concebirse como recambio o válvula de escape ante la crisis de los partidos del régimen o/y para el mantenimiento del status quo,

También en Europa hay reacción social a la crisis

La crisis no solamente arrasó los derechos sociales, económicos y políticos en España. La clase obrera y las capas intermedias también han respondido en estos países, también se han formado fuerzas sociales y políticas de masas. Pero la identificación política es muy dispar, oscilando entre la extrema derecha nazi-fascista y la izquierda aglutinadora antimonopolista. Solamente en pocos casos los partidos comunistas han mantenido o fortalecido su influencia como partidos de la clase obrera y, en una política acertada de ganarse a las masas, han conseguido atraerse a parte de las capas intermedias, en lugar del resto de los casos en los que las capas intermedias arrastran detrás a la clase obrera. Como decimos, las respuestas defensivas  son dispares: en la mayoría de los sitios ha sido la pequeña-burguesía la que ha confrontado, aunque en otros lugares el polo de dirección lo pusieron en marcha o parte de la oligarquía o la burguesía nacional. De esta manera, a lo largo de Europa podemos distinguir, en el plano general, las siguientes tendencias:

La apuesta por la extrema derecha de diferente pelaje (euroescépticos, nacionalistas, ultraliberales y fascistas). Es un bloque amplio y significativo, pues la extensión de la extrema derecha a lo largo de toda Europa después de la crisis de 2008, es preocupante. Solamente hace falta ver los resultados de las últimas elecciones en Francia que situaron al frente Nacional como partido más votado; pero también a UKIP en Inglaterra con 4 millones de electores; en Parido Popular Danés, segunda fuerza del país; el Partido de la Libertad Austriaco, con el 20% de los votos; Verdaderos Finlandeses, con el 17% de los sufragios; Jobbik de Hungría, con el 20% de los votos; Liga Norte de Italia, Demócratas de Suecia, Todo por Letonia, Orden y Justicia de Lituania, Amanecer Dorado de Grecia, Vlaams Belang de Bélgica o el Partido Nacionaldemócrata de Alemania. Son respuestas antimonopolios con la principal característica común del ultranacionalismo y la xenofobia, pero que a la vez realizan propuestas para salvar las emergencias sociales.

Una segunda tendencia es la de la unidad popular sobre la base de la izquierda reformista, que tampoco pretende el cambio social revolucionario, sino un cambio evolutivo a base de reformas. Esta tendencia ha cogido calado en Portugal con el Bloco de Esquerda, pero principalmente con Syriza, que ha conseguido el gobierno de Grecia. Estas organizaciones son lo más parecido a una coalición de organizaciones de izquierda a la que responden las masas populares afirmativamente ante una situación de extrema gravedad con la ilusión de poder vencer a las políticas de la troika y a la oligarquía financiera, no estando todavía preparadas en organización y conciencia para una ruptura revolucionaria. El gobierno de Syriza, sin querer quebrar con las estructuras de unificación imperialistas, quiso enfrentarse con una política de reformas a la troika y tuvo que plegarse a sus exigencias. Esto demuestra los límites de la conquista de un gobierno con todo su aparato capitalista sin preparar a la clase obrera y las capas populares para la toma del poder. En esta tendencia podríamos situar a IU-UP de España y, en cierta medida, por algunas afinidades programáticas y personales, a Podemos.

Y una tercera tendencia sería la populista. Su representante en Europa más significativo en el Movimiento 5 Estrellas de Italia (fundado en 2009), de Beppe Grillo, que obtuvo en las últimas elecciones generales de 2013, el 25,5% de los votos y quedó como segunda fuerza en las elecciones regionales de julio de 2015.  Se presenta como una “libre asociación de ciudadanos”, aboga por la democracia directa, por el libre acceso a internet, hablan al corazón de la gente, renuncian sus representantes a parte del salario y a las subvenciones, no son “·ni de izquierdas ni de derechas” (decía Grillo que “no existen ideas de izquierdas ni de derechas, sino ideas inteligentes e ideas estúpidas”), desde el principio empezó a hablar de la “gente” y de la “casta” y definen su política como una propuesta ética (“Nuestra verdadera revolución es la de ser honestos en medio de un sistema corrupto”). Parece que hablasen por su boca gente conocida de nuestro país. Salvando las distancias, no ya por las intenciones sino por su discurso, los gestos y las formas espectáculo, sería la tendencia que más encajaría con Podemos, aunque Podemos todavía se sitúa con la izquierda (aunque no lo digan) en el Grupo de la Izquierda Europea y, en cambio, el Movimiento 5 Estrellas en el grupo Europa por la Libertad y la Democracia Directa, junto a los ultraliberales ingleses de UKIP o los Demócratas de Suecia. A no ser que haya un nudo de unión a través de las nuevas gramáticas, los microrrelatos y los significantes vacíos entre estas tendencias y las de posizquierda; en este caso, mucho cuidado de no acercarse demasiado a dicho nudo porque, a pesar de la voluntad, puede llegar un momento de no retorno.

Derrota de la clase obrera

            Pero, todo marxista se preguntaría ¿por qué en esa especie de unidad popular generada no se encuentra al frente la clase obrera y sí la pequeña-burguesía?

            Si atendemos a los postulados de los intelectuales de la llamada “nueva izquierda”, de la que beben las “metafísicas post” (como acertadamente las define Néstor Kohan), nos referimos por supuesto a los intelectuales de la posmodernidad de se postulan desde la izquierda, sin duda existen motivos suficientes para que la clase obrera no sea partícipe y menos aún vanguardia de ningún movimiento transformador. Por ejemplo, ya Wrigt Mills, en 1948, exponía que la clase obrera había renunciado a su papel opositor al sistema y se había reconciliado con el capitalismo, llamando a la responsabilidad de los intelectuales; también Marcuse afirmaba que la clase obrera había sido asimilada y estaba imposibilitada para ser sujeto de la revolución, sustituyéndolo por los desclasados; al igual que se formula en el Llamamiento de la Sorbona de 1968, poniéndose a sí mismos los estudiantes como el sujeto de la revolución. En 1960, el sociólogo neoliberal Daniel Bell enuncia “el fin de la ideología”, como Lyotard recrea el “fin de los grandes relatos” y otro neoliberal, Fukuyama, “el fin de la historia”.  A partir de aquí, el socialismo marxista ya no tiene sentido, así señala Bobio (“el comunismo histórico ha fracasado”) o Badiou (“el marxismo, el movimiento obrero, la democracia de masas, el leninismo, el Partido del proletariado, el Estado socialista, todas estas destacadas creaciones del siglo XX, ya no son realmente útiles”); y la clase obrera desaparece en Laclau o en Negri, sustituyendo el sujeto revolucionario por una amalgama informe, inidentificable y amorfo, como las particularidades en la multitud, coronada por un mito, el cognitariado. Claro, y como estamos en una era peculiar del capitalismo (o ni siquiera del capitalismo), en la sociedad posindustrial, en el posfordismo, y en la era en la que impera el conocimiento y la información (teorías desarrolladas también por el neoliberal Bell), el capitalismo ya no tiene nada que ver con las formulaciones de Marx y Engels. Con estas teorías crecen en las universidades los intelectuales de Podemos y de la izquierda en España, incluso los viejos eurocomunistas se adaptan a la moda.

            Parece que no hay una visión muy distinta en las academias donde se educan neoliberales y posmodernos. Ambos identifican la parte de la contradicción antagónica del capitalismo a la que hay que suprimir ideológicamente: a la clase obrera y a la teoría revolucionaria; dejando incólume a los capitalistas, su base económica, su Estado “democrático”, sus valores universales y si ideología. En verdad que este cierre de filas de los intelectuales sí que representa una conciliación con el capitalismo monopolista y dejar desarmadas a las masas populares inhabilitándolas para la transformación social.

            ¿Por qué entonces la clase obrera no actúa como clase? La clase obrera internacional entró en crisis tras la derrota del socialismo, sobre todo en los países desarrollados. 1989 fue un momento importante, se acabaron muchas esperanzas y un movimiento obrero ya débil se escondió en lo sectorial. Pero la debilidad de la clase obrera venía ya de largo, se había ido paulatinamente desarmando ideológicamente desde 1956, cuando dio entrada a la vía pacífica y parlamentaria, al partido de todo el pueblo y al Estado de todo el pueblo, dando un golpe traicionero a la lucha de clases. El movimiento comunista internacional de rompió en mil pedazos, los partidos de masas occidentales acogieron el eurocomunismo, aceptando el paradigma burgués de valores universales y de conciliación de clases. La teoría revolucionario se vio impregnada de ese paradigma burgués, con sus categorías y sus conceptos. Fueron los momentos en que, a falta de lucha de clases en el terreno de la teoría, los intelectuales desencantados buscaron novedades y sofisticaciones que encontraron fuera del marxismo. Así el posmodernismo, el posestructuralismo, el posmarxismo, derivados de la ideología dominante del consumo de masas, desde ahí a teorizar la “inutilidad del marxismo”.

            La clase obrera, exclusivamente a expensas de un movimiento sindical adaptado a la dinámica de la lucha económica y la conciliación (pues no puede salir de las reformas dentro del sistema sin la teoría revolucionaria, sin partido comunista implantado en los sindicatos), sin teoría ni propaganda comunista, sin partido comunista, estaba y está imposibilitado temporalmente para actuar como clase revolucionaria. De esta manera, la influencia de las capas medias, de su reclamación de reformas, al convertirse en fuerza social y en partido político, no es de extrañar que arrastre a los obreros sin organizar como clase.

Recuperar el marxismo

            Los constructores de Podemos han acogido como las metafísicas post como base filosófica y de actuación política. A pesar de sus buenas intenciones y de su proyecto de reforma democrática, esta adecuación ideológica tiene importantes peligros. Renuncian al marxismo, aunque recogen interesadamente sus partes inocuas para el sistema, los puntos que le acercan, eliminando toda referencia y estudio de todo el cuerpo teórico fundamental sobre las bases materiales en las que se asienta el capitalismo, la explotación de la clase obrera, eliminan también la lucha de clases, la teoría del Estado y la teoría de la revolución, y, por supuesto, toda su base dialéctica. Además la carencia teórica marxista en nuestra Estado, provoca que el acercamiento al marxismo sea habitualmente a través de otros intelectuales que se han dicho marxistas o posmarxistas.

            En cambio, se pasa de puntillas por Marx (y no digamos ya a Engels o Lenin, a los que muestran generalmente un rechazo absoluto), y toman como referencia todo el conjunto de pensadores post, relativistas, eclécticos e irracionalistas. No es extraño así que la idea de progreso sea cuestionada, apelando a que el progreso destruye la vida (sin tener en cuenta que el progreso puede ser constructivo en lugar de destructivo si se acaba con el sistema capitalista y se construye el socialismo), acogiéndose a la biopolítica (Foucault), una derivación de la filosofía de la vida de Nietzsche, Schopenhauer y el existencialismo. Al fin y al cabo, las metafísicas post no dejan de ser una forma nueva de irracionalismo,  filosóficamente reaccionario y peligroso al formularlo políticamente, como ya ha demostrado la historia del siglo XX.

             A los intelectuales de Podemos no les gusta el capitalismo monopolista, pero tampoco del gusta el socialismo por anticuado y muerto, entonces buscan sus anhelos en la política, en la democracia y en la economía, más allá, en los albores de la burguesía moderna, cuando los villanos de las ciudades todavía actuaban con un peso social. En esta búsqueda encuentran a Tocqueville, como referencia de la democracia; a Spinoza, como inspirados de la multitud y los apegos; y a Maquiavelo como referente de táctica de gobierno y de conquista de las multitudes. A la vez que postulan un nuevo sistema productivo y con referencias a la extinción del trabajo productivo, con la elevación a mito de la producción inmaterial y con el apoyo al emprendimiento como actividad autónoma y creativa. Marx y Engels al hablar en el Manifiesto Comunista del contenido socialismo pequeño-burgués (con su referente en Sismondi) decían: “…bien en su anhelo de restablecer los antiguos medios de producción y de cambio y con ellos las antiguas relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien en querer hacer entrar por la fuerza los medios modernos de producción y de cambio en el marco estrecho de las antiguas relaciones de propiedad, que ya fueron rotas,, que fatalmente debían ser rotas por ellos. En uno y otro caso, este socialismo es a la vez reaccionario y utópico”.

Podemos tiene sus innegables valores democráticos y de mejorar cierto bienestar, hoy posiblemente necesarios, en este período de indefiniciones y de guerra de clases en la que solamente una de ellas posee armas de destrucción masiva y las utilizan a diario, mientras la clase obrera carece hasta de herramientas; Podemos puede realizar una importante labor de freno, pero es insuficiente para la gran tarea de transformación social que todavía está pendiente de acometer.

            Es preciso recuperar el socialismo científico, recuperar el marxismo-leninismo, para afrontar, no una parodia de juego parlamentario del gato y el ratón, sino la lucha organizada de la clase obrera. Es preciso analizar los entresijos del modo de producción capitalista, del imperialismo monopolista, es necesario ir a la raíz de las bases materiales, recapitular sobre las contradicciones y los antagonismo, reencontrarse con el sujeto revolucionario. Es preciso volver al marxismo porque si no es así cualquier cambio profundo será una quimera. Los intelectuales tienen una responsabilidad, tienen la responsabilidad de revolucionar sus conciencias, de tomar partido entre las clases antagónicas y no quedarse en medio, conciliando, sobre todo si tienen un ánimo transformador. Es necesario estudiar el socialismo científico y reconstituir el Partido Comunista.

Pepe Sánchez.