En el nuevo año que ahora comienza, las expectativas sólo son buenas para una ínfima minoría que se hace todavía más rica con el deterioro de la economía y con la pandemia. Esto significa que se van a agudizar más y más los conflictos entre la burguesía y el proletariado, hacia cuyas precarias condiciones de existencia se precipitan además las capas sociales intermedias. Y, como las contradicciones reales sólo se resuelven por medio de su agudización, el pronóstico a largo plazo es excelente para la humanidad: se van acumulando las fuerzas necesarias para abolir la propiedad privada; es decir, para poner la producción al servicio de los trabajadores.
A corto plazo, en este mismo año 2022, también podemos tomar decisiones que aceleren este proceso y que reduzcan sustancialmente los errores, las derrotas y los sufrimientos. Todo depende de que mantengamos la perspectiva revolucionaria de la emancipación social y de que actuemos en consonancia con nuestra experiencia.
… las contradicciones reales sólo se resuelven por medio de su agudización, el pronóstico a largo plazo es excelente para la humanidad
En cada lucha por el empleo, por el mantenimiento del poder adquisitivo de los salarios, por las pensiones, por los servicios públicos, contra la restricción de las libertades democráticas, por la paz y la soberanía de los pueblos agredidos por los imperialistas, por el respeto a la naturaleza, etc., vamos aprendiendo a distinguir qué acciones, qué formas de organización y qué dirigentes son los mejores para nuestros intereses colectivos. Pero esta lucha entre el proletariado y la burguesía no ha comenzado ahora, sino que se viene desarrollando desde que se formaron ambas clases sociales, hace un par de siglos. Y, si ignoramos esta historia o confiamos en cómo nos la cuenta la ideología dominante, peor para nosotros y mejor para los capitalistas que la tienen muy presente en cada batalla que libran contra los obreros.
El pasado año 2021, hemos tenido ocasión de rememorar, 150 años después, lo que nos enseñó la Comuna de París de 1871, la primera revolución obrera que triunfó efímeramente.
El presente año 2022 será el del centenario de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la obra de la primera revolución obrera que se consolidó y la principal impulsora de los mayores avances que ha conocido la población trabajadora en toda la historia universal: la supresión de las clases poseedoras y, con ellas, del hambre, del paro y de las crisis económicas; el crecimiento continuo de la producción por vez primera en beneficio de los trabajadores; el triunfo sobre las agresiones del capitalismo internacional, en particular de su ariete nazi-fascista; la descolonización de los pueblos oprimidos; y unas concesiones nunca antes vistas a los trabajadores dentro de los países capitalistas.
Cada lucha parcial entre el proletariado y la burguesía reviste formas nuevas, pero también confirma unas leyes generales que nuestra clase necesita dominar para vencer. Así es desde la revolución de 1848 en Francia, que fue la primera gran prueba que experimentó el movimiento obrero, en la que se manifestaron algunas de esas enseñanzas generales imprescindibles.
Cada lucha parcial entre el proletariado y la burguesía reviste formas nuevas, pero también confirma unas leyes generales que nuestra clase necesita dominar para vencer.
Francia había vivido un intenso y convulso período previo, en el que se sucedieron la Gran Revolución antifeudal de 1789 a 1794, el directorio burgués, el imperio napoleónico, la restauración de la monarquía absoluta en 1814 y las tres jornadas revolucionarias de 1830 (retratadas por Víctor Hugo en Los miserables) que dieron paso a la monarquía parlamentaria de Luis Felipe de Orleans. El dominio de la burguesía todavía era inestable, acosado por la reacción feudal y por el naciente movimiento proletario. Las deplorables condiciones de vida de las masas y las descarnadas luchas políticas forjaron en ellas un carácter revolucionario, combativo, sacrificado, heroico.
Son circunstancias muy diferentes de las nuestras. Actualmente, en España, la mayoría de los trabajadores todavía disfruta de mejoras conseguidas en dura lucha contra el fascismo por las generaciones obreras que nos precedieron; mejoras que los capitalistas nos están arrebatando poco a poco. Todo ello, en un contexto de paz, de estabilidad política y de cultura de masas que ensalza el modo burgués de vida y que denigra al comunismo, precisamente en el momento en que éste se halla más débil por la profunda derrota que ha sufrido en los últimos decenios. Tales circunstancias no pueden por menos que producir una enorme confusión en la conciencia de los obreros. La reanudación de la revolución proletaria exige de los comunistas una propaganda y una táctica que clarifiquen lo turbio, mientras promueven la unidad de las masas laboriosas en su resistencia cotidiana al capitalismo.
La reanudación de la revolución proletaria exige de los comunistas una propaganda y una táctica que clarifiquen lo turbio, mientras promueven la unidad de las masas laboriosas en su resistencia cotidiana al capitalismo.
Marx se asignó la tarea de consignar las lecciones de aquella primera revolución obrera en su obra Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850[1]. Había vivido de cerca los acontecimientos que precipitarían la caída de la monarquía, residiendo bajo continuos arrestos y persecuciones en Bruselas, Colonia y París, hasta su exilio en Londres en 1849. Además de su bagaje filosófico, ya había estudiado a los autores socialistas y a los economistas clásicos. Tenía asimismo un conocimiento detallado sobre la situación económica y política de la Francia de aquellos años.
Su método de análisis es profundo, dinámico y, por tanto, esclarecedor para las masas, en contraste con el método superficial y estático que es el más empleado hoy en día, también desgraciadamente entre los comunistas.
Engels explica en su introducción a esta obra cómo los marxistas debemos profundizar desde los fenómenos políticos hasta la esencia económica que los determina en última instancia. “Cuando se aprecian sucesos y series de sucesos de la historia diaria, jamás podemos remontarnos hasta las últimas causas económicas”. Por consiguiente, “el método materialista tendrá que limitarse, con harta frecuencia, a reducir los conflictos políticos a las luchas de intereses de las clases sociales y fracciones de clases existentes determinadas por el desarrollo económico, y a poner de manifiesto que los partidos políticos son la expresión política más o menos adecuada de estas mismas clases y fracciones de clases”.
El error “izquierdista” que se ha hecho habitual entre los comunistas de nuestros días consiste en indignarse moralmente contra quienes estafan y traicionan a los obreros, calificándolos de “viejos y nuevos socialdemócratas”, “oportunistas”, “revisionistas”, etc., pero descuidando lo más importante que es el preciso carácter de clase de éstos y de las masas a las que realmente representan. Para estos comunistas huérfanos de marxismo-leninismo, todos los demás partidos políticos son burgueses por igual y sólo se distinguen entre sí por el papel que se han asignado en una tragicomedia urdida de común acuerdo contra el pueblo. Esta reducción de la política a mera conspiración alimenta en los obreros una paranoica desconfianza general y un individualismo pequeñoburgués que merma su capacidad para unirse, organizarse, destacar jefes apropiados y también modular las oportunas relaciones con aquellas capas medias, sin las cuales no podrán vencer al capitalismo. En definitiva, perjudica la lucha de los proletarios como clase.
En cuanto al carácter dinámico o histórico de su análisis, los conocimientos filosóficos, políticos y económicos de Marx ya le habían llevado a la convicción de que la clase obrera engendrada por el modo de producción capitalista era el sujeto que iba a emancipar a la humanidad. Pero, bajo la siguiente consideración explicitada así en su obra de 1845 La Sagrada Familia: “No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aun el proletariado íntegro, se propone momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo con su ser.” De ahí que su análisis de los sucesos de 1848-49 destaque las reivindicaciones y acciones de los obreros que se corresponden con su misión histórica y que expresan un proceso de diferenciación con respecto a otras clases del pueblo. En definitiva, lo que centra su interés es el movimiento por el que el proletariado se va diferenciando del resto del pueblo hasta asumir su dirección como condición indispensable para que se libere de sus enemigos.
Frente a esta dialéctica marxista, el cuadro que los comunistas actuales pintan a las masas es demasiado a menudo el de un círculo vicioso en el que están condenadas a fracasar una y otra vez hasta que hagan caso a su propaganda demasiado abstracta, superficial y repetitiva.
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La revolución proletaria como un proceso
Es a partir de esta obra de Marx que la revolución obrera dejará de concebirse como una mera explosión, una insurrección, y se tratará como un proceso con altibajos. Como diría Engels en su introducción de 1895, “había comenzado el gran combate decisivo y (…) este combate había de llevarse a término en un solo período revolucionario, largo y lleno de vicisitudes, pero que sólo podía acabar con la victoria definitiva del proletariado”.
A pesar de su rigor científico, Marx y Engels se habían hecho ilusiones sobre las posibilidades revolucionarias de la Francia de mediados del siglo XIX: “La historia nos ha dado un mentís, a nosotros y a cuantos pensaban de un modo parecido. Ha puesto de manifiesto que, por aquel entonces, el estado del desarrollo económico en el continente distaba mucho de estar maduro para poder eliminar la producción capitalista”. ¡Todo un ejemplo de autocrítica a seguir para los comunistas de hoy!: desde los que calificaban al revisionismo jruschovita como “desarrollo creador del marxismo-leninismo”, hasta los que se unieron a la jauría imperialista contra el socialismo enfermo de revisionismo.
Esta conclusión a la que llegaron en otoño de 1850, les valió a ambos “el ser proscritos y anatematizados como traidores a la revolución”, por los “izquierdistas” de aquel momento. Sin embargo, pasado el tiempo, se ha demostrado que tenían más razón y eficacia revolucionaria que éstos.
De nada sirve entrar en pánico ante las expresiones extremas de la contrarrevolución burguesa, como son el fascismo, las guerras imperialistas o el apocalipsis nuclear: el desarrollo del movimiento revolucionario del proletariado internacional es su único antídoto.
Marx escribe Las luchas de clases en Francia cuando la revolución ha sido aparentemente derrotada. Empieza explicando que, en realidad, lo que han sido derrotados han sido “los tradicionales apéndices prerrevolucionarios” y que la revolución madura gracias a “una serie de derrotas” que generan la más sólida contrarrevolución burguesa, la cual a su vez obliga a los subversivos a convertirse “en un partido verdaderamente revolucionario”.
Actualmente, sufrimos una derrota parcial de ese único “período revolucionario” mucho más prolongada, y tenemos que enfrentarla asimilando esta dialéctica de resolver las contradicciones reales por medio de su desarrollo. De nada sirve entrar en pánico ante las expresiones extremas de la contrarrevolución burguesa, como son el fascismo, las guerras imperialistas o el apocalipsis nuclear: el desarrollo del movimiento revolucionario del proletariado internacional es su único antídoto.
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Carácter burgués de la revolución de Febrero de 1848
Hasta 1848, no es la burguesía como clase quien domina en Francia, sino una fracción parasitaria de la misma: la “aristocracia financiera”, caracterizada por Marx como “renacimiento del lumpemproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa”. El resto de la sociedad, que incluye a esa fracción central y progresiva de la burguesía que son los capitalistas industriales, se subleva entre el 23 y el 25 de febrero y sustituye la monarquía parlamentaria por un gobierno provisional. Y es la movilización del proletariado la que obliga a éste a proclamar la república, el sufragio universal y otras reformas democráticas.
Esta aristocracia financiera sólo se parece en el nombre a la fracción burguesa que domina en España y en todo Estado imperialista: la oligarquía financiera. Ésta se forma por la fusión del capital monopolista industrial y bancario. Por tanto, aquí, la fracción central y progresiva de la burguesía tiene el poder en sus manos, ya ha revolucionado la vieja sociedad en correspondencia con sus intereses, ha completado su misión histórica progresiva y ha hecho así de su clase entera el sujeto de la reacción y de la contrarrevolución. Esto no excluye ni mucho menos la posibilidad de contradicciones en el seno de la burguesía, pero sólo en circunstancias excepcionales podría el proletariado revolucionario encontrar en ella aliados siquiera puntuales. Estratégicamente, sólo puede contar con apoyos en la pequeña burguesía y en capas sociales intermedias a menudo asalariadas, a medida que el proceso de la lucha de clases ponga de manifiesto la necesidad de esta alianza.
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El proletariado aparece por primera vez en la historia como partido independiente
“El proletariado, al dictar la República al Gobierno provisional y, a través del Gobierno provisional, a toda Francia, apareció inmediatamente en primer plano como partido independiente, pero, al mismo tiempo, lanzó un desafío a toda la Francia burguesa. Lo que el proletariado conquistaba era el terreno para luchar por su emancipación revolucionaria, pero no, ni mucho menos, esta emancipación misma.”
Marx dice también que “la República de Febrero, al derribar la corona, detrás de la que se escondía el capital, hizo que se manifestase en su forma pura la dominación de la burguesía.”
Al hilo de los acontecimientos siguientes, va concretando esta idea: la república, concedida por el gobierno provisional para “arrullar el sueño del león proletario”, “puso al desnudo la cabeza del propio monstruo, al echar por tierra la corona que la cubría y le servía de pantalla”. “Su república no tenía más que un mérito: el de ser la estufa de la revolución.”
Tal es la realidad y la importancia, para la clase obrera, de la república como forma de gobierno de sus enemigos de clase. Por consiguiente, se equivocan tanto los comunistas que idealizan la república como aquéllos que se oponen a ella por ser una forma de dominación de la burguesía. La clase obrera necesita tanto su independencia para luchar por el socialismo frente al resto del pueblo, como su participación en la lucha de éste por una república burguesa democrática como el mejor terreno político para vencer a la burguesía.
La clase obrera necesita tanto su independencia para luchar por el socialismo frente al resto del pueblo, como su participación en la lucha de éste por una república burguesa democrática como el mejor terreno político para vencer a la burguesía.
Ahora bien, la concreción de esta ley general en la Francia de 1848 no era la misma que la nuestra. En ambos casos, la masa de la gran burguesía es antirrepublicana. Pero aquí sólo hay un pretendiente al trono. Mientras que, en aquella Francia, las fracciones bonapartista, legitimista y orleanista tenían cada una al suyo. Sólo la república permitía la dominación común de la burguesía.
Aunque “cada una de sus fracciones, tomada aisladamente, era monárquica, el producto de su combinación química tenía que ser necesariamente republicano; (…) la monarquía blanca y la azul tenían necesariamente que neutralizarse en la república tricolor. Obligadas —por su oposición contra el proletariado revolucionario y contra las clases de transición que se iban precipitando más y más hacia éste como centro— a apelar a su fuerza unificada y a conservar la organización de esta fuerza unificada, cada una de ambas fracciones del partido del orden tenía que exaltar —frente a los apetitos de restauración y de supremacía de la otra— la dominación común, es decir, la forma republicana de la dominación burguesa.
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Las clases medias: con la burguesía y contra la clase obrera
Con la aprobación del sufragio universal, “los propietarios nominales, que forman la gran mayoría de Francia, los campesinos, se erigieron en árbitros de los destinos del país”.
En los actuales países de capitalismo desarrollado como España, los campesinos y pequeños empresarios ya son sólo una minoría, pero poderosa en relación con una mayoría asalariada poco o nada asociada, de la que los obreros industriales son sólo una pequeña proporción. El proletariado tiene que vérselas con las viejas clases intermedias y con las nuevas capas superiores de asalariados.
Los obreros franceses creían poder cambiar la sociedad a partir de la inclusión en el gobierno provisional de un ministerio del trabajo que, según Marx, “tenía que ser necesariamente el ministerio de la impotencia, el ministerio de los piadosos deseos” (como ahora el de la comunista pequeñoburguesa Yolanda Díaz, obligado a velar por la buena marcha de la economía capitalista porque el gobierno de coalición la ha mantenido intacta).
El gobierno maniobró hábilmente contra el proletariado al poner en funcionamiento los Talleres Nacionales que proyectaba el socialista Louis Blanc, pero de una manera totalmente tergiversada: empleaba en ellos a los parados en trabajos improductivos a cambio de un jornal. “¡Una pensión del Estado por un trabajo aparente: he ahí el socialismo! (…) Y nadie se mostraba más fanático contra las supuestas maquinaciones de los comunistas que el pequeño burgués, que estaba al borde de la bancarrota y sin esperanza de salvación”. Algo así se repite ahora con el llamado Ingreso Mínimo Vital, tildado por la reacción burguesa como “paguita” para excitar el odio de las clases medias hacendosas contra los estratos más pobres del proletariado.
Aquel gobierno provisional se enfrentaba sobre todo a una enorme deuda agravada por la crisis de superproducción capitalista. Estableció entonces un recargo en los impuestos engañando al proletariado con que gravaba a la gran propiedad territorial. “Pero, en realidad, iba sobre todo contra la clase campesina, es decir, contra la gran mayoría del pueblo francés. Los campesinos tenían que pagar las costas de la revolución de Febrero; de ellos sacó la contrarrevolución su principal contingente. (…) Desde este momento, la república fue para el campesino francés el impuesto de los 45 céntimos y en el proletario de París vio al dilapidador que se daba buena vida a costa suya.”
Así, las elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente que se celebraron el 24 de abril fueron ganadas por la burguesía. El 4 de mayo se reunió dicha Asamblea a través de la cual, según Marx, “toda Francia se constituyó en juez del proletariado de París. La Asamblea rompió inmediatamente con las ilusiones sociales de la revolución de Febrero y proclamó rotundamente la república burguesa como república burguesa y nada más.”
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La Insurrección de junio de 1848: la primera revolución proletaria de la historia
A mediados de mayo, fueron detenidos los jefes más enérgicos del proletariado (Barbès, Albert, Raspail, Sobrier, Blanqui) y, el 22 de junio, los obreros no tuvieron otra alternativa a morir de hambre que lanzarse a la lucha, “con aquella formidable insurrección en que se libró la primera gran batalla entre las dos clases de la sociedad moderna. Fue una lucha por la conservación o el aniquilamiento del orden burgués. El velo que envolvía a la República quedó desgarrado.
… los obreros, con una valentía y una genialidad sin ejemplo, sin jefes, sin un plan común, sin medios, carentes de armas en su mayor parte, tuvieron en jaque durante cinco días al ejército, a la Guardia Móvil, a la Guardia Nacional de París y a la que acudió en tropel de las provincias. (…) la burguesía se vengó con una brutalidad inaudita del miedo mortal que había pasado, exterminando a más de 3.000 prisioneros.”
… la etapa del mejoramiento de la situación de los obreros… ha coincidido con la de sus éxitos en la lucha por el poder político y en la ulterior edificación del socialismo. Inversamente, su continuo empeoramiento de los cuatro últimos decenios coincide con la desnaturalización de muchos partidos comunistas coronada con la restauración del capitalismo en la URSS y en Europa Oriental.
El proletariado pudo comprobar “que hasta el más mínimo mejoramiento de su situación es, dentro de la república burguesa, una utopía; y una utopía que se convierte en crimen tan pronto como quiere transformarse en realidad”; que sus reivindicaciones han de ceder “el puesto a la consigna audaz y revolucionaria: ¡Derrocamiento de la burguesía! ¡Dictadura de la clase obrera!”
A muchos les parece hoy que esta conclusión de Marx ha sido desmentida por el curso de la historia. Sin embargo, examinando la cuestión de manera más completa, se constata que la etapa del mejoramiento de la situación de los obreros –mal calificada como “Estado del bienestar”- ha coincidido con la de sus éxitos en la lucha por el poder político y en la ulterior edificación del socialismo. Inversamente, su continuo empeoramiento de los cuatro últimos decenios coincide con la desnaturalización de muchos partidos comunistas coronada con la restauración del capitalismo en la URSS y en Europa Oriental.
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El aprendizaje político de las clases populares
La derrota de Junio de 1848 enseñó a los obreros franceses que “no podían dar un paso adelante, no podían tocar ni un pelo del orden burgués, mientras la marcha de la revolución no sublevase contra este orden, contra la dominación del capital, a la masa de la nación —campesinos y pequeños burgueses— que se interponía entre el proletariado y la burguesía; mientras no la obligase a unirse a los proletarios como a su vanguardia. Sólo al precio de la tremenda derrota de Junio podían los obreros comprar esta victoria.”
En efecto, “una vez eliminado provisionalmente de la escena el proletariado y reconocida oficialmente la dictadura burguesa, las capas medias de la sociedad burguesa, la pequeña burguesía y la clase campesina, a medida que su situación se hacía más insoportable y se erizaba su antagonismo con la burguesía, tenían que unirse más y más al proletariado. Lo mismo que antes encontraban en el auge de éste la causa de sus miserias, ahora tenían que encontrarla en su derrota.”
Detrás de la lucha aparente entre buenos y malos, entre ingenuos y traidores, entre revolucionarios y reformistas, están los intereses de diversas clases. El proletariado sólo podrá desenvolver con éxito su lucha como clase cuando se libere de esta apariencia engañosa para descubrir tras ella a qué clase representan realmente los distintos partidos y sus dirigentes.
Marx analiza cómo la situación económica del campesinado mayoritario que estaba formado por pequeños propietarios sólo podía empeorar. Y esto acabaría desengañándolos del espejismo, del talismán, del pretexto de seguir siendo propietarios privados; aunque por sí solos los considera incapaces “de ninguna iniciativa revolucionaria”.
He aquí un modelo de análisis materialista dialéctico: cómo de entre los enemigos que hoy atacan a la clase obrera surgirán futuros aliados que ésta necesita estratégicamente y, por tanto, sobre los que necesita aplicar una táctica precisa y diferente en cada fase de este proceso. Nada que ver con el utopismo moralista, en el fondo idealista, que todavía predican muchos comunistas de hoy en día. Detrás de la lucha aparente entre buenos y malos, entre ingenuos y traidores, entre revolucionarios y reformistas, están los intereses de diversas clases. El proletariado sólo podrá desenvolver con éxito su lucha como clase cuando se libere de esta apariencia engañosa para descubrir tras ella a qué clase representan realmente los distintos partidos y sus dirigentes. Así es como podrá delimitar sus intereses con respecto a los de otras clases y derrotar a unas con el apoyo de otras hasta completar su misión histórica.
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La dialéctica internacional de la revolución proletaria
En el resto del continente, el desenlace de Junio en Francia inclinó la lucha a favor de las monarquías feudales contra las revoluciones nacionales burguesas. Como ahora ocurre con Palestina, el Sáhara y los demás países oprimidos, Marx dedujo que “¡El húngaro no será libre, ni lo será el polaco, ni el italiano, mientras el obrero siga siendo esclavo!” Es verdad que la clase obrera se ha desarrollado en este tipo de países haciendo posible la victoria revolucionaria en algunos de ellos, pero la mayoría sigue dependiendo del auge del proletariado revolucionario, al menos en los países más desarrollados y dominantes.
Marx sostiene que la solución de las tareas del obrero “no puede ser alcanzada en ninguna parte dentro de las fronteras nacionales; la guerra de clases dentro de la sociedad francesa se convertirá en una guerra mundial entre naciones. La solución comenzará a partir del momento en que, a través de la guerra mundial, el proletariado sea empujado a dirigir al pueblo que domina el mercado mundial, a dirigir a Inglaterra. La revolución, que no encontrará aquí su término, sino su comienzo organizativo, no será una revolución de corto aliento. La actual generación se parece a los judíos que Moisés conducía por el desierto. No sólo tiene que conquistar un mundo nuevo, sino que tiene que perecer para dejar sitio a los hombres que estén a la altura del nuevo mundo”.
El paso del capitalismo a su etapa imperialista ha modificado un poco el orden de este proceso internacional, pero todo lo demás sigue vigente a escala histórica.
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Las clases intermedias necesitan comprobar su impotencia para apoyar revolución proletaria
Al quebrarse la fuerza revolucionaria de los obreros, lo hizo también la influencia política de la democracia pequeñoburguesa. Y, con ellos, les llegó el turno a los republicanos burgueses que habían aplastado al proletariado revolucionario.
La Constitución aprobada el 4 de noviembre dio marcha atrás a muchas de las reformas posteriores a febrero, pero mantuvo el sufragio universal.
Las primeras elecciones presidenciales celebradas el 11 de diciembre de 1848 con la nueva Constitución dieron la victoria al sobrino de Napoleón, por el respaldo que obtuvo de los campesinos y de las masas mayoritarias de las demás clases, y con 6 veces más votos que los republicanos burgueses. Así, la Asamblea Nacional Constituyente se veía empujada a la insurrección contra el presidente de la república y éste, al golpe de Estado que lo aupara al título de emperador.
La parte avanzada del proletariado presentó su propio candidato: “Fue –dice Marx- el primer acto con que el proletariado se desprendió, como partido político independiente, del partido demócrata.”
“La revolución había ido alzando al Poder, en veloz sucesión, a todos los viejos partidos de la oposición para que se viesen obligados a renegar de sus viejas frases y a revocarlas, no con sus hechos, sino incluso con la misma frase. Y, por último, reunidos en repulsivo montón, fueron arrojados todos juntos por el pueblo al basurero de la historia.”
El partido de la pequeña burguesía democrática, La Montaña, cedió el protagonismo de la lucha a la burguesía republicana, mostrando así “su falta de energía revolucionaria y de inteligencia política”. Marx condensa así la actitud de la democracia pequeñoburguesa: “continuamente atormentada por veleidades revolucionarias, buscaba afanosa y no menos continuamente posibilidades constitucionales y cada vez se encontraba más en su sitio detrás de los republicanos burgueses que delante del proletariado revolucionario”.
La contrarrevolución burguesa se completó en la política exterior, con la expedición militar a favor del papa contra la revolución romana. Todas las clases poseedoras necesitaban al papa.
En la campaña electoral para la Asamblea Nacional Legislativa que comenzaba en marzo de 1849, se enfrentaron principalmente dos partidos: el partido del orden -coalición de los orleanistas y legitimistas- y el partido demócrata-socialista o partido rojo.
“El partido del orden disponía de recursos pecuniarios enormes, organizaba sucursales en toda Francia, tenía a sueldo a todos los ideólogos de la vieja sociedad, disponía de la influencia del gobierno existente, poseía un ejército gratuito de vasallos en toda la masa de pequeños burgueses y campesinos que, alejados todavía del movimiento revolucionario, veían en los grandes dignatarios de la propiedad a los representantes naturales de su pequeña propiedad y de los pequeños prejuicios que ésta acarrea”.
El partido del orden se alzó con la victoria, enviando una gran mayoría a la Asamblea Legislativa.
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La alianza obligada entre el proletariado y la pequeña burguesía
“Frente a la clase burguesa contrarrevolucionaria coligada, aquellos sectores de la pequeña burguesía y de la clase campesina en los que ya había prendido el espíritu de la revolución tenían que coligarse naturalmente con el gran portador de los intereses revolucionarios, con el proletariado revolucionario. (…) las derrotas parlamentarias empujaron a los portavoces demócratas de la pequeña burguesía en el parlamento, es decir, a la Montaña, hacia los portavoces socialistas del proletariado, y (…) la brutal defensa de los intereses de la burguesía y la bancarrota empujaron también a la verdadera pequeña burguesía fuera del parlamento, hacia los verdaderos proletarios”.
El proletariado, “obligado por la espantosa derrota material de Junio a levantar cabeza de nuevo mediante victorias intelectuales y no capacitado todavía por el desarrollo de las demás clases para empuñar la dictadura revolucionaria, tenía que echarse en brazos de los doctrinarios de su emancipación, de los fundadores de sectas socialistas”.
“Frente al partido del orden, tenían que pasar a primer plano, ante todo, los reformadores de ese orden, medio conservadores, medio revolucionarios y utopistas por entero”.
La descripción que hace Marx de aquellos acontecimientos se ajusta bastante a lo que ha llevado aquí -desde la incorporación del 15-M pequeñoburgués en el movimiento proletario de las Marchas de la Dignidad- a la formación del gobierno de coalición, exceptuando el hecho de que el flujo combativo que protagonizaron las masas hace una década no fue una revolución: no olvidemos que la inmensa mayoría de los obreros de los países imperialistas todavía no está dispuesta a una revolución, puesto que le oprime una añoranza romántica -conservadora, o incluso reaccionaria- de años recientes en que prosperaba materialmente.
… la inmensa mayoría de los obreros de los países imperialistas todavía no está dispuesta a una revolución, puesto que le oprime una añoranza romántica -conservadora, o incluso reaccionaria- de años recientes en que prosperaba materialmente.
Ante el bombardeo anticonstitucional del ejército francés contra Roma, el 12 de junio de 1849, “el proletariado arrastró a la Montaña a la calle, aunque no a la lucha, sino a una procesión callejera simplemente. Basta decir que la Montaña iba a la cabeza de este movimiento para comprender que el movimiento fue vencido y que el Junio de 1849 resultó una caricatura tan ridícula como indigna del Junio de 1848”.
Lo que la Montaña intentó “fue «una insurrección dentro de los límites de la razón pura», es decir, una insurrección puramente parlamentaria.” Si se la compara con la de Junio de 1848, cada una de estas insurrecciones fue “la expresión clásica pura de la clase que la emprendía. Sólo en Lyon se produjo un conflicto duro y sangriento. Aquí donde la burguesía industrial y el proletariado industrial se encuentran frente a frente, donde el movimiento obrero no está encuadrado y determinado, como en París, por el movimiento general”.
El partido demócrata pequeñoburgués pretendía “romper el poder de la burguesía sin desatar al proletariado o sin dejarle aparecer más que en perspectiva; así se habría utilizado el proletariado sin que éste fuese peligroso”.
En opinión de Marx, “Los delegados proletarios hicieron lo único racional. Obligaron a la Montaña a comprometerse, es decir, a salirse del marco de la lucha parlamentaria, en caso de ser rechazada su acta de acusación. Durante todo el 13 de junio el proletariado guardó la misma posición escépticamente expectante, aguardando a que se produjera un cuerpo a cuerpo serio e irrevocable entre el ejército y la Guardia Nacional demócrata, para lanzarse entonces a la lucha y llevar la revolución más allá de la meta pequeñoburguesa que le había sido asignada. Para el caso de victoria, estaba ya formada la Comuna proletaria que habría de actuar junto al Gobierno oficial. Los obreros de París habían aprendido en la escuela sangrienta de Junio de 1848”.
Vemos cómo el movimiento obrero, lejos de limitarse a las proclamas y lejos de negarse a los compromisos, va aprendiendo de su propia experiencia a medir sus fuerzas y a emplear las tácticas apropiadas.
“En junio de 1849 –observa Marx- no fueron vencidos los obreros, sino abatidos los pequeños burgueses que se interponían entre ellos y la revolución. (…) El partido del orden había vencido; era todopoderoso. Ahora tenía que poner de manifiesto lo que era”.
Sus matanzas y deportaciones “esta vez no se dirigían sólo contra París, sino también contra los departamentos; no iban sólo contra el proletariado, sino, sobre todo, contra las clases medias.”
“Con la Asamblea Nacional legislativa se completó la formación de la república constitucional, es decir, de la forma republicana de gobierno en que queda constituida la dominación de la clase burguesa…”
Se abrió un período ya no solo contrarrevolucionario, sino reaccionario. Algo parecido al que hoy se va dibujando, en el cual se manifiesta la rebeldía aristocrática de los Trump, Bolsonaro, Salvini, QAnon, Vox, etc., contra lo políticamente correcto y, por supuesto, tachando cualquier veleidad democrática con el insulto de “comunista”. Este período, dice Marx, “no se caracteriza por la explotación de la victoria en el terreno de los hechos, sino en el terreno de los principios; no por los acuerdos de la Asamblea Nacional, sino por la fundamentación de estos acuerdos; no por la cosa, sino por la frase; ni siquiera por la frase, sino por el acento y el gesto que la animaban. El exteriorizar sin pudor ni miramientos las ideas monárquicas, el insultar a la república con aristocrático desprecio, el divulgar los designios de restauración con frívola coquetería, en una palabra, la violación jactanciosa del decoro republicano dan a este período su tono y su matiz peculiares”.
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La hegemonía del proletariado sobre la pequeña burguesía
Pero, simultáneamente, crecían en extensión y actividad las sociedades secretas. “El 13 de junio se llevó de un tajo las cabezas oficiales de los diversos partidos semirrevolucionarios; las masas que se quedaron recobraron su propia cabeza. Los caballeros del orden intimidaban con profecías sobre los horrores de la república roja; pero los viles excesos y los horrores hiperbóreos de la contrarrevolución victoriosa en Hungría, Baden y Roma, dejaron a la «república roja» inmaculadamente limpia. Y las descontentas clases medias de la sociedad francesa comenzaron a preferir las promesas de la república roja, con sus horrores problemáticos, a los horrores de la monarquía roja, con su desesperanza efectiva”.
Es lo que también sucederá en un futuro si no arriamos nuestras banderas y explicamos a nuestras masas lo que no han podido conocer directamente debido a la lejanía geográfica y temporal: lo que realmente fue el socialismo en los tiempos de Lenin y Stalin en contraste con la caricatura que hacen de él la burguesía y sus agentes revisionistas. Y el resultado de esta radicalización no será el de un movimiento de masas y un partido idealmente homogéneos, sino similar al que explica Marx a continuación.
… explicar a las masas lo que realmente fue el socialismo en los tiempos de Lenin y Stalin en contraste con la caricatura que hacen de él la burguesía y sus agentes revisionistas.
Mientras en la Francia de 1849 “la contrarrevolución centralizaba violentamente, es decir, preparaba el mecanismo de la revolución, … unos tras otros, los campesinos, los pequeños burgueses, las capas medias en general, se iban colocando junto al proletariado, (…) eran empujados a una oposición abierta contra la república oficial y tratados por ésta como adversarios. Rebelión contra la dictadura burguesa, necesidad de un cambio de la sociedad, mantenimiento de las instituciones democrático-republicanas como instrumentos de este cambio, agrupación en torno al proletariado como fuerza revolucionaria decisiva: tales son las características generales del llamado partido de la socialdemocracia, del partido de la república roja.”
Este partido era “también una coalición de diferentes intereses, ni más ni menos que el partido del orden. Desde la reforma mínima del viejo desorden social hasta la subversión del viejo orden social, desde el liberalismo burgués hasta el terrorismo revolucionario: tal es la distancia que separa a los dos extremos que constituyen el punto de partida y la meta final” de este partido.
“La marcha de la revolución había hecho madurar tan rápidamente la situación, que los partidarios de reformas de todos los matices y las pretensiones más modestas de las clases medias veíanse obligados a agruparse en torno a la bandera del partido revolucionario más extremo, en torno a la bandera roja.”
Sin embargo, por muy diverso que fuese el socialismo de los diferentes grandes sectores que lo integraban “—según las condiciones económicas de su clase o fracción de clase y las necesidades generales revolucionarias que de ellas brotaban—, había un punto en que coincidían todos: en proclamarse como medio para la emancipación del proletariado y en proclamar esta emancipación como su fin. Engaño intencionado de unos e ilusión de otros, que presentan el mundo transformado con arreglo a sus necesidades como el mundo mejor para todos, como la realización de todas las reivindicaciones revolucionarias y la supresión de todos los conflictos revolucionarios”.
Bajo estas frases socialistas generales, se escondía el socialismo burgués, “que, más o menos consecuentemente, quiere derrocar la dominación de la aristocracia financiera y liberar a la industria y al comercio de las trabas que han sufrido hasta hoy. Es éste el socialismo de la industria, del comercio y de la agricultura, cuyos regentes dentro del partido del orden sacrifican estos intereses, por cuanto ya no coinciden con sus monopolios privados. De este socialismo burgués, que, naturalmente, como todas las variedades del socialismo, atrae a un sector de obreros y pequeños burgueses, se distingue el peculiar socialismo pequeñoburgués, el socialismo (…) [por excelencia]. El capital acosa a esta clase, principalmente como acreedor; por eso ella exige instituciones de crédito. La aplasta por la competencia; por eso ella exige asociaciones apoyadas por el Estado. Tiene superioridad en la lucha, a causa de la concentración del capital; por eso ella exige impuestos progresivos, restricciones para las herencias, centralización de las grandes obras en manos del Estado y otras medidas que contengan por la fuerza el incremento del capital. Y como ella sueña con la realización pacífica de su socialismo —aparte, tal vez, de una breve repetición de la revolución de Febrero—, se representa, naturalmente, el futuro proceso histórico como la aplicación de los sistemas que inventan o han inventado los pensadores de la sociedad, ya sea colectiva o individualmente. Y así se convierten en eclécticos o en adeptos de los sistemas socialistas existentes, del socialismo doctrinario, que sólo fue la expresión teórica del proletariado mientras éste no se había desarrollado todavía lo suficiente para convertirse en un movimiento histórico propio y libre.
Mientras que la utopía, el socialismo doctrinario, que supedita el movimiento total a uno de sus aspectos, que suplanta la producción colectiva, social, por la actividad cerebral de un pedante suelto y que, sobre todo, mediante pequeños trucos o grandes sentimentalismos, elimina en su fantasía la lucha revolucionaria de las clases y sus necesidades, mientras que este socialismo doctrinario, que en el fondo no hace más que idealizar la sociedad actual, forjarse de ella una imagen limpia de defectos y quiere imponer su propio ideal a despecho de la realidad social; mientras que este socialismo es traspasado por el proletariado a la pequeña burguesía; mientras que la lucha de los distintos jefes socialistas entre sí pone de manifiesto que cada uno de los llamados sistemas se aferra pretenciosamente a uno de los puntos de transición de la transformación social, contraponiéndolo a los otros[2], el proletariado va agrupándose más en torno al socialismo revolucionario, en torno al comunismo, que la misma burguesía ha bautizado con el nombre de Blanqui. Este socialismo es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, para la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales.”
Ante esta situación, el gobierno veía su salvación en un motín de sus enemigos que le permitiera decretar el estado de sitio y reconducir a su favor las elecciones en curso. “El proletariado no se dejó provocar a ningún motín porque se disponía a hacer una revolución.”
Mientras al frente del partido del orden se puso necesariamente a la cabeza la aristocracia financiera, en el partido rojo o de la “anarquía” como decían sus adversarios, pasó a primer plano el proletariado. Este partido presentó por París tres candidatos que “representaban a las tres clases coligadas: a la cabeza, el insurrecto de Junio, el representante del proletariado revolucionario; junto a él, el socialista doctrinario, el representante de la pequeña burguesía socialista; y finalmente, el tercero, representante del partido burgués republicano, cuyas fórmulas democráticas habían cobrado, frente al partido del orden, una significación socialista y habían perdido desde hacía ya mucho tiempo su propia significación. Era, como en Febrero, una coalición general contra la burguesía y el Gobierno. Pero, esta vez estaba el proletariado a la cabeza de la liga revolucionaria.”
En las elecciones del 10 de marzo de 1850 celebradas para cubrir los puestos de los diputados represaliados tras la manifestación de Junio de 1849, vencieron estos candidatos socialistas. Este resultado era la revocación de todos los actos contrarrevolucionarios desde Junio de 1848. Como dice Marx, “era una revolución. Detrás de las papeletas de voto estaban los adoquines del empedrado.”
Esta situación significaba que “… la gran propiedad está perdida, porque su vasallo, la pequeña propiedad, va a buscar su salvación al campo de los que no tienen propiedad alguna”.
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La burguesía rompe con la legalidad…
Entonces, el partido del orden decidió saltarse la Constitución y aniquilar el sufragio universal.
Marx examina el significado dialéctico, cambiante, contradictorio, del sufragio universal bajo la dominación de la burguesía: la Constitución, “mediante el sufragio universal, otorga la posesión del poder político a las clases cuya esclavitud social debe eternizar: al proletariado, a los campesinos, a los pequeños burgueses. Y a la clase cuyo viejo poder social sanciona, a la burguesía, la priva de las garantías políticas de este poder. Encierra su dominación política en el marco de unas condiciones democráticas que en todo momento son un factor para la victoria de las clases enemigas y ponen en peligro los fundamentos mismos de la sociedad burguesa. Exige de los unos que no avancen, pasando de la emancipación política a la social; y de los otros que no retrocedan, pasando de la restauración social a la política”.
“El sufragio universal les dio la razón el 4 de mayo de 1848, el 20 de diciembre de 1848, el 13 de mayo de 1849 y el 8 de julio de 1849. El sufragio universal se quitó la razón a sí mismo el 10 de marzo de 1850. La dominación burguesa, como emanación y resultado del sufragio universal, como manifestación explícita de la voluntad soberana del pueblo: tal es el sentido de la Constitución burguesa. Pero desde el momento en que el contenido de este derecho de sufragio, de esta voluntad soberana, deja de ser la dominación de la burguesía, ¿tiene la Constitución algún sentido? ¿No es deber de la burguesía el reglamentar el derecho de sufragio para que quiera lo que es razonable, es decir, su dominación? Al anular una y otra vez el poder estatal, para volver a hacerlo surgir de su seno, el sufragio universal, ¿no suprime toda estabilidad, no pone a cada momento en tela de juicio todos los poderes existentes, no aniquila la autoridad, no amenaza con elevar a la categoría de autoridad a la misma anarquía? Después del 10 de marzo de 1850, ¿a quién podía caberle todavía ninguna duda?
La burguesía, al rechazar el sufragio universal, con cuyo ropaje se había vestido hasta ahora, del que extraía su omnipotencia, confiesa sin rebozo: «nuestra dictadura ha existido hasta aquí por la voluntad del pueblo; ahora hay que consolidarla contra la voluntad del pueblo». Y, consecuentemente, ya no busca apoyo en Francia, sino fuera, en tierras extranjeras, en la invasión.”
Tal desenlace se ha repetido sistemáticamente desde entonces, siempre que los partidos burgueses han perdido las elecciones por ellos mismos organizadas.
El 31 de mayo de 1850, salió aprobada la ley que suprimía el sufragio universal.
Este ataque al sufragio universal daba a la nueva revolución un pretexto general, es decir, unificador de las voluntades de las tres fracciones de la Liga revolucionaria.
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… pero la prosperidad de la economía capitalista impidió una nueva tentativa revolucionaria
Pero no fue suficiente: “Un ejército de 150.000 hombres en París, las largas que le habían ido dando a la decisión, el apaciguamiento de la prensa, la pusilanimidad de la Montaña y de los diputados recién elegidos, la calma mayestática de los pequeños burgueses y, sobre todo, la prosperidad comercial e industrial, impidieron toda tentativa de revolución por parte del proletariado.
El sufragio universal había cumplido su misión. La mayoría del pueblo había pasado por la escuela de desarrollo, que es para lo único que el sufragio universal puede servir en una época revolucionaria. Tenía que ser necesariamente eliminado por una revolución o por la reacción.”
La causa decisiva de la derrota de la revolución fue la recuperación económica en 1848 y sobre todo en 1849.
En esta cuestión, Marx hace una importante reflexión sobre el carácter internacional del capitalismo y de la revolución proletaria: “… aun cuando las crisis engendran revoluciones primero en el continente, la causa de éstas se halla siempre en Inglaterra. Es natural que en las extremidades del cuerpo burgués se produzcan estallidos violentos antes que en el corazón, pues aquí la posibilidad de compensación es mayor que allí. De otra parte, el grado en que las revoluciones continentales repercuten sobre Inglaterra es, al mismo tiempo, el termómetro por el que se mide hasta qué punto estas revoluciones ponen realmente en peligro el régimen de vida burgués o hasta qué punto afectan solamente a sus formaciones políticas”.
«Una nueva revolución sólo es posible como consecuencia de una nueva crisis. Pero es también tan segura como ésta» (Marx).
Hoy nos corresponde concretar este razonamiento a una situación en que las economías dominantes están en Norteamérica, Europa y Japón, pero en compleja interdependencia con la República Popular de China.
Bajo una prosperidad general, “en que las fuerzas productivas de la sociedad burguesa se desenvuelven todo lo exuberantemente que pueden desenvolverse dentro de las condiciones burguesas, no puede ni hablarse de una verdadera revolución. Semejante revolución sólo puede darse en aquellos períodos en que estos dos factores, las modernas fuerzas productivas y las formas burguesas de producción incurren en mutua contradicción. Las distintas querellas a que ahora se dejan ir y en que se comprometen recíprocamente los representantes de las distintas fracciones del partido continental del orden no dan, ni mucho menos, pie para nuevas revoluciones; por el contrario, son posibles sólo porque la base de las relaciones sociales es, por el momento, tan segura y —cosa que la reacción ignora— tan burguesa. Contra ella rebotarán todos los intentos de la reacción por contener el desarrollo burgués, así como toda la indignación moral y todas las proclamas entusiastas de los demócratas. Una nueva revolución sólo es posible como consecuencia de una nueva crisis. Pero es también tan segura como ésta.”
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Actualización por parte de Engels, medio siglo después
Cuando Engels escribe su introducción, en 1895, parecía que la Comuna de París iba a ser el último alzamiento revolucionario del proletariado. Pero fue al revés. La Comuna dio un empujón al movimiento obrero, aunque fuera de manera más o menos pacífica durante tres decenios, hasta la I Guerra Mundial y la Revolución rusa.
Se había producido un gran viraje en el arte militar. Se hacía “imposible toda otra guerra que no sea una guerra mundial de una crueldad inaudita y de consecuencias absolutamente incalculables. De otra parte, los gastos militares, que crecieron en progresión geométrica, hicieron subir los impuestos a un nivel exorbitante, lo cual echó las clases pobres de la población en los brazos del socialismo”.
Hoy, las cosas son parecidas, menos el auge del socialismo… salvo quizás allí donde resisten las revoluciones, en países de América Latina, en el crecimiento pasajero del “populismo” pequeñoburgués en Grecia, España, Francia, Italia y en el crecimiento que continúa experimentando el Partido del Trabajo de Bélgica.
Los obreros alemanes se pusieron en vanguardia del movimiento proletario internacional utilizando con inteligencia el sufragio universal. Engels lo concibe como un medio más eficaz que la barricada.
“Una insurrección con la que simpaticen todas las capas del pueblo, se da ya difícilmente; en la lucha de clases, probablemente ya nunca se agruparán las capas medias en torno al proletariado de un modo tan exclusivo, que el partido de la reacción que se congrega en torno a la burguesía constituya, en comparación con aquéllas, una minoría insignificante. El «pueblo» aparecerá, pues, siempre dividido…”
“La época de los ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado. Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos cincuenta años. Y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante”.
«Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos cincuenta años. Y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante” (Engels).
Pero Engels no descarta ni mucho menos las revoluciones, la violencia revolucionaria: “desde 1848, las condiciones se han hecho mucho más desfavorables para los combatientes civiles y mucho más ventajosas para las tropas. Por tanto, una futura lucha de calles sólo podrá vencer si esta desventaja de la situación se compensa con otros factores. Por eso se producirá con menos frecuencia en los comienzos de una gran revolución que en el transcurso ulterior de ésta y deberá emprenderse con fuerzas más considerables. Y éstas deberán, indudablemente,… preferir el ataque abierto a la táctica pasiva de barricadas”.
Esto fue corroborado por todas las revoluciones del siglo XX y lo será muy probablemente por las del siglo XXI.
La táctica de apoyarse en el sufragio universal, propuesta por Engels, fue acertada y produjo el resultado previsto por él: forzar a la burguesía a romper ella misma con la legalidad constitucional, como ya había hecho en 1850 (lo cual se saldaría con los triunfos revolucionarios que sucedieron a la Segunda Guerra Mundial). Ante el progreso del movimiento obrero impulsado por la revolución rusa, la parte decisiva de la clase capitalista decidió romper sus propias reglas de la manera más radical recurriendo al fascismo, a la guerra de aniquilación de una parte del pueblo contra la otra, de unos pueblos contra otros. Fue, y se vislumbra que volverá a ser, tan terrible como Engels pronosticó: “el desarrollo normal se interrumpiría; no se podría disponer tal vez de la fuerza de choque en el momento crítico; la lucha decisiva se retrasaría, se postergaría y llevaría aparejados mayores sacrificios”.
Aunque debemos recordar con Marx que el proletariado es “invencible, porque su existencia es la condición de la propia vida de la burguesía”.
… el proletariado es “invencible, porque su existencia es la condición de la propia vida de la burguesía” (Marx).
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Frustrado el asalto electoral a los cielos que nos prometió, la democracia pequeñoburguesa de Unidas Podemos se conforma ahora con resistir a la presión de los poderes fácticos y con unas pequeñas mejoras a menudo más aparentes que efectivas. Sin revolución, todo progreso para los trabajadores sólo puede ser meramente coyuntural dentro de una tendencia general al deterioro de su situación.
Por esto, los proletarios revolucionarios, los comunistas, debemos divulgar y defender sin concesiones la historia revolucionaria de los obreros, al tiempo que apoyar sus iniciativas actuales combatiendo las pretensiones perniciosas de las clases intermedias, hasta que puedan forjar una alianza con ellas para derribar la dominación burguesa e instaurar su dictadura con la que subvertir todas las relaciones sociales.
… los comunistas, debemos divulgar y defender sin concesiones la historia revolucionaria de los obreros, al tiempo que apoyar sus iniciativas actuales combatiendo las pretensiones perniciosas de las clases intermedias, hasta que puedan forjar una alianza con ellas para derribar la dominación burguesa e instaurar su dictadura con la que subvertir todas las relaciones sociales.
Se trata de un proceso dinámico de maduración de la clase obrera, que es inevitable siempre que lo permitan las condiciones materiales. Y ya nadie duda de que éstas se desarrollan hacia una nueva crisis económica, una confrontación internacional y una desigualdad crecientes; en definitiva, hacia la agudización del antagonismo entre el capital monopolista y la clase obrera.
A nuestra clase le urge pues organizarse: necesita su propia organización independiente, ante todo su propio partido político para aprovechar el momento álgido del conflicto y acometer la transformación de la vida a escala de toda la sociedad.
La revolución no la puede decretar una minoría, por muy organizada que esté; pero sí la puede preparar y catalizar. Esto es lo que hicieron Marx y Engels con las dos primeras Internacionales y con la formación de los partidos socialistas. Y esta labor fue completada por Lenin con la creación del Partido de nuevo tipo, a partir de la organización disciplinada de los revolucionarios marxistas en estrecha unión con los obreros a partir de sus reivindicaciones inmediatas.
… hoy se puede contrarrestar el individualismo que dificulta la acción de clase, si las organizaciones comunistas dan el ejemplo: si se atreven a juntarse para debatir, acordar y ejecutar las acciones que estimen pertinentes.
El insuficiente desarrollo actual del movimiento obrero no ha permitido todavía que salten a la escena política personalidades revolucionarias tan completas como Marx, Engels y Lenin. Pero hoy se puede contrarrestar el individualismo que dificulta la acción de clase, si las organizaciones comunistas dan el ejemplo: si se atreven a juntarse para debatir, acordar y ejecutar las acciones que estimen pertinentes. Con ello, la clase obrera dispondrá de un Marx o un Lenin colectivo que sumará las fortalezas y neutralizará los defectos de cada fracción, para forjar la línea y la organización revolucionaria proletaria en el fragor de la lucha de clases.
Ciertamente, los obreros en su mayoría están todavía muy lejos de tener conciencia, organización y disposición para acometer una revolución. Por eso, es necesario que su organización revolucionaria tenga una gran flexibilidad táctica para ajustarse a las posibilidades reales de progreso del movimiento proletario general. Pero esta gran flexibilidad táctica degenerará necesariamente en tacticismo oportunista si no parte de un núcleo de militantes sólidamente formados en la teoría marxista-leninista y bregados en la lucha práctica de masas. De ahí que la prioridad actual deba ser la reunión de dicho núcleo firme en la estrategia para poder transmitirla a las masas con la máxima flexibilidad táctica. Valgan como ejemplos el del Partido Comunista de China y el del Partido del Trabajo de Bélgica: abstracción hecha de sus defectos, si hoy cosechan los mayores progresos de entre las fuerzas obreras y democráticas (que sólo lo serán realmente en la medida en que fomenten la determinación socialista del proletariado internacional), es gracias a que partieron de núcleos consolidados en un período suficiente de firmeza estratégica.
… la prioridad actual debe ser la reunión de dicho núcleo firme en la estrategia para poder transmitirla a las masas con la máxima flexibilidad táctica.
Tal es el camino que conduce al objetivo principal al que debemos subordinarlo todo: la reconstitución del Partido Comunista.
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[1] https://webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/50lcf/index.htm
[2] ¡Cuánto se parece esta descripción del socialismo utópico o doctrinario a la actual situación de división del comunismo, justificada en nombre del marxismo y de la clase obrera!