Comenzamos a editar por capítulos la Parte Teórica de la «Propuesta de Unión Proletaria para el Programa Político de la Clase Obrera en España». Esta Parte Teórica fue revisada y aprobada por Unión Proletaria este mismo año 2021. Actualmente estamos en proceso de revisión de la Parte Práctica del Programa. El Programa Político es fundamental para la reconstitución del Partido Comunista, pues condensa en la política la ideología, la teoría marxista-leninista. Comenzamos por el Capitulo Primero: El Capitalismo. Podéis encontrar el programa completo en nuestra web: https: //www.unionproletaria.com/union-proletaria/programa/

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CAPÍTULO PRIMERO:

EL CAPITALISMO

 

La actual sociedad se basa en las relaciones de producción capitalistas. Hace unos quinientos años, el régimen económico y político feudal que había posibilitado hasta entonces el desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad resultó ya demasiado estrecho para la continuidad de este progreso y se abrió una época de revolución social. La burguesía surgida de los antiguos siervos libres que se instalaron en las ciudades, al margen del rígido régimen gremial de las mismas, fue imponiéndose a la propiedad territorial y al artesanado, expandiendo la producción mercantil y la libre concurrencia y, con ellas, el desarrollo de las fuerzas productivas individuales de aquellos tiempos. La expropiación en masa de los campesinos y la explotación colonial de América, África y Asia pusieron a disposición de la clase burguesa los medios materiales y humanos para multiplicar y concentrar la riqueza social en sus manos. Allí donde el régimen económico capitalista había progresado más, hace poco más de dos siglos, esta clase pudo conquistar, por medios más o menos revolucionarios, el poder político cristalizado en el Estado representativo parlamentario. En esencia, se trata de una dictadura de la burguesía cuya función es defender el modo capitalista de producción contra los obreros, los capitalistas individuales y las injerencias exteriores.

La burguesía es la clase dominante en las relaciones de producción capitalistas y no puede por menos que actuar como agente de las mismas, revolucionando incesantemente los instrumentos de trabajo y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales, primero dentro de cada nación y luego en el mundo entero. En los poco más de doscientos años que lleva dominando, la burguesía ha creado fuerzas productivas mucho más abundantes y mucho más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. En este sentido, cumple un papel revolucionario, primero sustituyendo todas las formas económicas y políticas arcaicas y, segundo, preparando involuntariamente las condiciones materiales y espirituales para el progreso ulterior de la sociedad hacia el comunismo.

 

¿Cómo funciona el capitalismo?

En el capitalismo, la mayor parte de los medios de producción y circulación de mercancías pertenece a una minoría de la sociedad formada por los capitalistas y grandes terratenientes. En consecuencia, los proletarios y semi-proletarios que forman la inmensa mayoría de la sociedad en los países de capitalismo desarrollado, se ven obligados, para poder vivir, a emplearse como asalariados de aquéllos, es decir, a venderles su fuerza de trabajo por un salario que les permite sólo reproducirse como asalariados. A cambio, sus patronos los explotan, apropiándose gratuitamente del resto del valor que los obreros han producido, bajo las diversas formas de plusvalía con las que se enriquecen (ganancia, interés y renta del suelo). La producción capitalista es un tipo de producción de mercancías cuyo objetivo es la obtención de la máxima ganancia, meta que la concurrencia en los mercados se encarga de imponer a cada capitalista individual.

Cada capitalista cumple con su función social abaratando sus mercancías para desplazar a sus competidores y, para ello, procura aumentar la explotación de sus obreros mediante una jornada de trabajo más extensa, más intensa o más productiva perfeccionando las técnicas de producción. A la larga, esto determina que la proporción del capital destinado a comprar fuerza de trabajo disminuye en relación con el capital total invertido y, por consiguiente también, se reduce la ganancia obtenida por una misma cantidad de capital. Esta tendencia a la baja de la tasa de ganancia espolea a su vez la carrera de los capitalistas por elevar sus ganancias a base de explotar más a los obreros, de conquistar nuevos mercados y de someter a sus necesidades a los países más débiles.

La preponderancia de las relaciones de producción capitalistas va extendiéndose cada vez más con el constante perfeccionamiento de la técnica, lo cual crea empresas cada vez mayores que, en la concurrencia, tienden a eliminar a los pequeños productores independientes y a los capitalistas menores, convirtiendo a una parte de ellos en proletarios y reduciendo el papel económico-social de los demás, los cuales tienden a quedar bajo la dependencia más o menos absoluta, más o menos manifiesta, más o menos despótica del capital.

Este progreso técnico permite, además, a los patronos emplear en el proceso de producción y circulación de las mercancías, en proporciones cada vez mayores, el trabajo de la mujer y del niño, como mano de obra barata en especiales condiciones de explotación. Y como, por otra parte, ese mismo progreso técnico provoca una disminución relativa de la demanda de fuerza de trabajo por los empresarios, dicha demanda queda necesariamente por debajo de la oferta. Con lo cual, una parte de la clase obrera se constituye en contingente de parados o ejército industrial de reserva, en una cuantía que depende de los vaivenes del proceso de producción capitalista. Esta situación del mercado laboral hace que los salarios tiendan a situarse por debajo del valor de la fuerza de trabajo, que aumente la dependencia de los trabajadores asalariados respecto del capital y que se eleve el grado de explotación de éstos.

 

¿Hacia dónde se encamina el capitalismo?

Desde principios del siglo XIX, el capitalismo viene sufriendo periódicamente crisis económicas causadas por la anarquía que la propiedad privada y la producción mercantil imprime a un proceso de producción cada vez más amplio y rápido. La agudización de la competencia en los mercados nacionales y en el mercado mundial se debe a que es cada vez más difícil vender las mercancías, producidas en cantidad cada vez mayor. Esta superproducción se manifiesta en forma de crisis económicas más o menos agudas, a las que siguen períodos de estancamiento industrial más o menos prolongados. Es la rebelión de las nuevas fuerzas productivas de naturaleza social contra las actuales relaciones de producción individuales, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Las fuerzas productivas sociales producidas por el capitalismo resultan ya demasiado poderosas para las relaciones capitalistas, las cuales se convierten en un obstáculo para el desarrollo de la producción. Los capitalistas vencen cada crisis destruyendo masas de esas fuerzas productivas (mercancías, industrias, técnicas, hornadas de trabajadores desempleados o muertos, etc.) y conquistando nuevos mercados, a la vez que explotan más intensamente los antiguos; todo ello, a menudo, acompañado de guerras, que son inseparables del desarrollo capitalista. En definitiva, superan cada crisis preparando nuevas crisis más extensas y más violentas, y disminuyendo los medios de prevenirlas. Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía.

Además, el capitalismo nos aboca a crisis ecológicas: aunque las fuerzas productivas ya han alcanzado un desarrollo material y cultural suficiente para que establezcamos una relación armónica con la naturaleza, no lo permite el antagonismo social que preside el modo capitalista de emplearlas y comenzamos a sufrir las consecuencias: polución, destrucción de la biodiversidad, calentamiento climático, nuevas infecciones, etc.

Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también a quienes empuñarán esas armas: los obreros asalariados, los proletarios.

Las crisis y los períodos de estancamiento industrial aceleran la ruina de los pequeños productores, la dependencia del trabajo asalariado respecto del capital y el empeoramiento relativo, y a veces absoluto, de las condiciones de vida de la clase obrera.

Por una parte, el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo conduce al crecimiento de la desigualdad social, al ahondamiento del abismo entre poseedores y desposeídos, al aumento de la pobreza, de la desocupación y de las privaciones de toda índole para masas trabajadoras cada vez más amplias. Mientras crece el número de proletarios, se les concentra en masas considerables en fábricas, polígonos industriales, barrios, ciudades, etc., y –a pesar de la tendencia contraria del capitalismo a dividirlos (subcontratación, diferentes clases de contratos, falsos autónomos, etc.)- aumenta así su fuerza. Al mismo tiempo, crece en ellos la conciencia de su fuerza, el descontento por su situación social y su lucha contra los explotadores. Las colisiones entre obreros y patronos adquieren más y más el carácter de una lucha entre dos clases. Los obreros forman sindicatos contra los capitalistas y actúan en común para la defensa de sus salarios y demás condiciones de trabajo. Su lucha recorre diversas formas y grados de combatividad, llegando a producir triunfos que son efímeros mientras sigue en pie la dominación burguesa. El resultado más importante de estas luchas es la unión cada vez más extensa de los obreros hasta adquirir una escala nacional e incluso internacional. La organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros y por las derrotas pasajeras inevitables en su histórico proceso de formación; pero acaba resurgiendo, y siempre más fuerte, más firme, más potente. En sus luchas, éstos aprovechan las disensiones intestinas de la burguesía. El movimiento político que éstas provocan, y que no puede por menos que arrastrar a los proletarios, proporciona a éstos los elementos de su propia educación política y general, es decir, armas que van a utilizar contra la clase capitalista.

Por otra parte, el desarrollo de las fuerzas productivas por el régimen burgués, al concentrar y centralizar los capitales y socializar el proceso de trabajo en cada empresa, crea la posibilidad material de sustituir las relaciones capitalistas de producción por las relaciones socialistas o comunistas, es decir, la posibilidad de realizar la revolución social del proletariado, que es la meta final a la que se orientan todos los esfuerzos del comunismo internacional, como intérprete consciente del movimiento de clase de los obreros.