CAPÍTULO QUINTO:

EL CAMINO AL SOCIALISMO EN ESPAÑA

 

En España, el capitalismo se halla plenamente desarrollado hasta su etapa imperialista.

En un principio, su desenvolvimiento fue lento, débil y subordinado al poder de los terratenientes y a las potencias extranjeras, de modo que la burguesía no fue capaz de realizar una revolución que pusiese todo el poder político en sus manos y se vio obligada a diversos compromisos con las viejas clases dominantes. Hasta la IIª República (1931-1939) e incluso muchos años después, España era un país atrasado, agrario, con supervivencias feudales en el campo (latifundios, minifundios, aparcería, renta en trabajo y en especie, etc.), con poco capital industrial sobre todo concentrado en Cataluña y el País Vasco, con escasas posesiones coloniales y sometido a la dominación política del capital financiero –básicamente bancario-, de la aristocracia latifundista, de la burocracia civil y militar y de la Iglesia católica. Estas circunstancias producían una clase obrera poco numerosa, cuya experiencia en la lucha de clases era escasa y muy dependiente de la burguesía liberal. De ahí que el reformismo burgués dominara al naciente Partido Socialista Obrero Español y a su sindicato, la Unión General de Trabajadores y que el anarquismo –superado por el marxismo en el movimiento proletario europeo- se hiciera fuerte entre los trabajadores españoles.

No obstante, era cuestión de tiempo la maduración revolucionaria de un proletariado nacido de ese pueblo español que había dado al mundo los ejemplos de heroísmo de la Guerra de Independencia y de la revolución liberal de comienzos del siglo XIX; que a lo largo de éste tomó varias veces las armas en las guerras civiles y en las barricadas en defensa de la libertad; y que en 1873 proclamó la primera República. En 1917, la joven clase obrera de España encabezó la sublevación popular para intentar derribar el poder monárquico de sus explotadores y en 1920 constituyó su Partido Comunista.

En 1931, la burguesía media, con el apoyo del proletariado y de parte del campesinado, derrocó la monarquía y proclamó la república en un intento de suprimir las trabas conservadoras que impedían la modernización económica, política y cultural de España.

Tras el triunfo electoral del Frente Popular el 16 de Febrero de 1936, la oligarquía renunció a recuperar el poder por la vía electoral y parlamentaria. Apoyada por la Alemania nazi, la Italia fascista y, de facto, por las democracias burguesas de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, derrocó la república con el golpe militar del 18 de julio y después de tres años de guerra civil. Así es como realizó su modelo alternativo de desarrollo capitalista: la instauración de un régimen fascista que, descabezando al movimiento obrero, consiguió una acumulación acelerada de capital, a través del capitalismo monopolista de Estado y el militarismo, y a costa de la más brutal explotación del proletariado y de la ruina de la mayoría del campesinado.

Tras la derrota de las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial, la oligarquía terrateniente y la gran burguesía -disfrazadas de «nacionales» y «patriotas»- siguieron entregando la soberanía de España ahora a los Estados Unidos de América (bases militares yanquis sobre suelo español y entrada del capital extranjero con inversiones estadounidenses, entre otras cesiones). Con la ayuda de éstos, acometieron una profunda reestructuración de la economía y de las clases sociales convirtiendo a España en un país capitalista desarrollado, en una potencia imperialista, aunque de segundo orden. Los grandes latifundios se fueron convirtiendo en explotaciones agrícolas mecanizadas de tipo capitalista. La industria se desarrolló, principalmente por iniciativa estatal. Los campesinos se desplazaron a las ciudades empujados por la miseria que padecían y seducidos por las posibilidades de encontrar allí empleo y bienes de consumo. Más de un millón de trabajadores españoles espoleados por la miseria tuvieron que emigrar al extranjero y sus remesas contribuyeron a financiar el desarrollo económico español. Otra fuente de desarrollo fue la conversión de nuestro país en un destino turístico para los millones trabajadores europeos cuya lucha había conquistado mejoras salariales y vacaciones pagadas. En consecuencia, desde los años 60, el proletariado ensanchó sus filas con los campesinos arruinados, convirtiéndose en la clase social mayoritaria (del 50% a casi el 80% de la población total). También se constituyó una nueva pequeña y mediana burguesía al calor del desarrollo monopolista estatal. En el otro extremo, el bloque dominante se conformaba en torno a la alta burocracia estatal, militar y eclesiástica, la banca, los terratenientes y grandes capitalistas agrarios, y el capital extranjero principalmente norteamericano pero crecientemente europeo.

La crisis internacional de los años 70 puso en evidencia que la estructura económica española seguía siendo endeble y dependiente del extranjero en cuanto a financiación, medios de producción y recursos energéticos. Este factor, unido a cierto declive de EE.UU. y al progreso de la integración imperialista en Europa, precipitaron la crisis política del régimen franquista, la cual brindó al pueblo la posibilidad de una ruptura con el fascismo por medio del derrocamiento revolucionario de la oligarquía que lo sustentaba. Con huelgas masivas y prolongadas, con manifestaciones multitudinarias, haciendo frente a la represión, volvió a conquistar derechos políticos, sindicales, aumentos salariales y otras mejoras, un mayor respeto a las diversidades nacionales, etc. Pero no pudo convertir esta lucha en ruptura revolucionaria debido a que los oportunistas como Santiago Carrillo y otros se habían adueñado de la dirección del movimiento obrero y de su partido de vanguardia, el PCE, desde la aprobación de la política de “Reconciliación Nacional” en 1956, al amparo del viraje revisionista del Partido Comunista de la Unión Soviética en su vigésimo Congreso. Esta involución que desembocaría en el «eurocomunismo» se vio favorecida por la juventud e inexperiencia de las masas recientemente proletarizadas, la sistemática represión fascista y la pérdida de miles de los mejores comunistas en la Guerra Civil española y en la II Guerra Mundial.

 

¿Cuál es la realidad de la sociedad española?

 

En España, el modo de producción capitalista se había asentado completamente y había sometido y transformado los residuos económicos feudales. Por tanto, sus contradicciones sólo puede resolverlas una revolución socialista proletaria. Las luchas sindicales o democráticas sólo pueden satisfacer sus demandas en la medida en que se dirijan a  acumular fuerzas para esta revolución.

Al no asumir esta nueva realidad ni tampoco la derrota que estaba sufriendo el proletariado internacional, los dirigentes de las organizaciones revolucionarias ayudaron a la gran burguesía española y sus aliados euro-atlánticos a resolver la crisis del franquismo por medio de reformas, sin ruptura política. Los más oportunistas de ellos desmovilizaron al pueblo a cambio de poder participar en el sistema de corrupción política parlamentaria; y los más «radicales», con sus métodos aventureros, no pudieron replegarse ordenadamente ni, por tanto, mantener su influencia política y organizativa sobre los movimientos de masas.

La transición política consagrada en la Constitución de 1978 supone una nueva victoria de la oligarquía financiera sobre las clases populares: acepta la restauración de la monarquía impuesta por Franco, mantiene intacto el poder y las propiedades derivados de los desmanes del franquismo, evita la depuración del aparato del Estado de sus fieles servidores y socios, continúa negando el derecho de autodeterminación a las nacionalidades de España cuya opresión había redoblado con saña el régimen militar, conserva las plazas coloniales que le quedaban en Ceuta y Melilla, etc. Las concesiones democráticas y socio-económicas a las clases dominadas que contiene esta Constitución sirvieron para aplacar su resistencia y para compensarlas de la traición de sus dirigentes oportunistas con ilusiones que nunca se harían realidad.

La hegemonía burguesa se recompuso a base de engaños, de descrédito de las propuestas revolucionarias y de cierta mejora en las condiciones de vida a costa de la inserción de España en el sistema internacional de expolio imperialista (Unión Europea, sin consultar al pueblo; OTAN, tras el referéndum tramposo de 1986; reconquista monopolista de América Latina y el Magreb; etc.). La reestructuración neoliberal del imperialismo a escala mundial también llegó a España:

– La reconversión industrial y agrícola de los años 80 acabó con muchas empresas y explotaciones, aumentando las ya altas cifras de desempleados.

– La involución legislativa en materia laboral iniciada ya con el Estatuto de los Trabajadores ha continuado, con la complicidad de los dirigentes oportunistas del PCE y de los sindicatos de masas Comisiones Obreras y UGT, dando lugar a más precariedad, más accidentes y enfermedades en el trabajo, merma del poder adquisitivo de los salarios, más competencia entre los trabajadores, más vulnerabilidad de éstos, etc. (la participación de los trabajadores en la renta nacional ha descendido de más del 70% a menos del 50% y la tasa de explotación de los mismos por parte de los capitalistas ha crecido un 25%)

– Se privatiza el sector público y se deslocaliza la producción hacia países con mano de obra más barata.

– Afluyen masas de trabajadores inmigrantes expulsados de sus países de origen por el expolio imperialista disfrazado de “globalización” y que aquí son perseguidos para así empeorar la situación media de la clase obrera.

– La especulación inmobiliaria que eleva los precios de la vivienda, haciendo que bajen los salarios reales; etc.

– La deuda pública se ha disparado para rescatar a los bancos y monopolios capitalistas (el doble desde 2010, hasta superar el PIB de España).

– La consiguiente resistencia de los obreros y de las nacionalidades históricas ha sido respondida por el Estado con un desarrollo de su aparato represivo.

La situación internacional de España está condicionada por la destrucción del socialismo en la URSS y Europa oriental, la creciente agresividad del imperialismo contra los Estados socialistas y los gobiernos soberanos y la debilidad del movimiento obrero y comunista internacional. A pesar de breves treguas conquistadas por la lucha democrática del pueblo, el proceso de reaccionarización política impulsado por la oligarquía financiera se seguirá imponiendo mientras el proletariado no consiga asumir la dirección de la resistencia antifascista y democrática, a la vez que combate las agresiones neoliberales, preparándose así para batallar por la revolución socialista. Será capaz de ello en la medida en que consiga reconstituir su Partido Comunista sin demora.

 

¿Cómo luchar por el socialismo en España?

 

Por el carácter capitalista desarrollado e imperialista que ha alcanzado el modo de producción en España, por las contradicciones de clase que le corresponden, no cabe otro objetivo de progreso social que la revolución socialista mediante la instauración de la dictadura del proletariado. Desde el punto de vista objetivo, determinado por los intereses fundamentales de cada clase social, el campo revolucionario está formado por el proletariado y el semi-proletariado, siendo mayoritario al abarcar a un 70% de la población; el campo contrarrevolucionario lo constituye la burguesía capitalista que apenas alcanza al 5% de la población; y, finalmente, un sector formado por la pequeña burguesía y las capas intermedias que agrupan a un 25% de la población puede ser aliado o, al menos, neutral ante la revolución.

Sin embargo, la lucha por este objetivo no puede dejar de tener en cuenta el reflujo internacional del movimiento obrero y el carácter concreto del actual Estado español moldeado por el largo período fascista.

En nuestro esfuerzo por educar a los obreros en el socialismo, debemos ser conscientes de que muchos de ellos creen todavía que los avances sociales que estamos perdiendo se debieron a la generosidad del sistema capitalista o, incluso, del paternalismo franquista. Hay que tener en cuenta que la generación presente de trabajadores no es la que conquistó esos progresos con sus luchas y sí la que recibió de ésta una herencia de derrota, traición y depresión socio-política. Es la resultante del proceso de proletarización de millones de campesinos arruinados desde los años 60; es la que viene sufriendo la falta de educación marxista-leninista por culpa del fascismo primero y del revisionismo después; y es la que ahora, además, soporta el adoctrinamiento ideológico de una burguesía armada con las más modernas técnicas de comunicación (televisión, radio, prensa, publicidad comercial, cine, Internet, redes sociales, …).

En estas condiciones actuales, la política de los comunistas debe unir la propaganda revolucionaria y la atención a las necesidades más sentidas por las masas obreras y populares: 1º) la lucha por las condiciones de vida de los trabajadores y contra las medidas neoliberales de los monopolios capitalistas; y 2º) la lucha por la democracia y contra la monarquía parlamentaria como la forma política del imperialismo español. Tal es el contenido fundamental del programa mínimo de lucha de la clase obrera que la preparará para realizar el programa máximo socialista.

 

1º) De la lucha contra el neoliberalismo a la lucha por la revolución socialista

 

En realidad, la lucha de las masas por el socialismo sólo puede empezar con su rechazo al chantaje neoliberal:

1º) Luchando por contener el deterioro y mejorar las condiciones de vida de la mayoría trabajadora a costa de los escandalosos beneficios de los grandes capitalistas.

2º) Luchando por la renacionalización de las empresas y servicios públicos privatizados y por la nacionalización de otros nuevos que permitan el control estratégico de la economía nacional por el Estado, para poder imponer el criterio de la satisfacción de las necesidades populares en lugar del criterio de la maximización de beneficios financieros.

Los comunistas ponemos en primer término, como cuestión fundamental del movimiento, la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que ésta revista. Sabemos que las nacionalizaciones por parte del Estado burgués no son socialismo sino capitalismo de Estado. Pero, a partir de aquí, se confrontan dos caminos antagónicos: la transición regresiva hacia el neoliberalismo y la transición progresiva hacia la revolución socialista. Ésta prevalecerá si, en su desarrollo, la lucha de clases avanza hacia la realización de la democracia consecuente, destruyendo el aparato estatal burgués e instaurando la dictadura del proletariado.

3º) Luchando por la salida de España de la OTAN, de la Unión Europea y de todos los tratados que someten la soberanía de nuestro país y los trabajadores a los intereses de las potencias imperialistas y de las multinacionales.

4º) Luchando pues por la democracia, a la que la ofensiva neoliberal de la burguesía ha vaciado de todo su contenido verdadero hasta expulsar de ella a la masa del pueblo. Ésta se siente ya defraudada por el actual mecanismo representativo viciado que representa la monarquía parlamentaria heredada del régimen franquista.

 

2º) De la lucha por la República Democrática a la conquista de la dictadura del proletariado

 

La monarquía es la forma política concreta del capitalismo imperialista en España, es su “clave de bóveda”. El pacto constitucional auspiciado por Juan Carlos I dio lugar a una nueva alianza de clases hegemonizada por la oligarquía financiera que se abría al resto de la burguesía, particularmente a las burguesías medias catalana y vasca, así como al “capital socialdemócrata” con dinero de los servicios de inteligencia imperialistas como la CIA y el BND alemán. Además de ser herencia del franquismo, la monarquía es de por sí una forma profundamente antidemocrática, pues a ella se le asignan privilegios y derechos especiales sobre el poder vitalicio del Estado sin elección ninguna, la herencia sobre el poder, la promulgación de las leyes, la falta de responsabilidad y una importante partida presupuestaria, entre otras. En las condiciones presentes, la lucha por la república tiene un contenido objetivamente revolucionario y el proletariado necesita participar en ella para formarse como clase revolucionaria.

Por mucho que se limiten a reivindicaciones económicas, las masas proletarias van comprobando que ninguna otra clase las realiza. Así que aspiran a conquistar el poder. Intuyen que son la mayoría de la sociedad y que, sin embargo, carecen de tal poder. Por consiguiente, son necesariamente demócratas, necesitan la democracia entendida como poder del pueblo, de la mayoría. Así empiezan a comprender que la política es la forma más importante y determinante de la lucha de clases. En ella, se revela la esencia de clase de todos los problemas sociales, los cuales sólo pueden empezar a resolverse precisamente a partir de la conquista del poder político por el proletariado.

Por eso, se equivocan quienes creen que los obreros de hoy sólo pueden entender de sindicalismo y no hay que hablarles de política, de democracia, de república, de socialismo. También les perjudican aquéllos que sólo reclaman la independencia política del proletariado y el socialismo, despreciando la lucha democrática como una causa que sólo interesa a la pequeña burguesía. ¿Cómo van los obreros a ser capaces de cuestionar a los ciudadanos capitalistas —iguales a ellos en derechos políticos— si se resignan a vivir como súbditos temerosos del rey, de la nobleza, del ejército, de la guardia civil, de la policía, de los jueces, del clero y demás estamentos intocables? Gracias a su participación en la lucha política, descubrirán el antagonismo entre el proletariado y la burguesía que hace imposible la democracia para ambas clases a la vez, comprobarán que el capitalismo no permite la democracia para los trabajadores y comprenderán que ésta exige sustituir la actual dictadura de los explotadores por la dictadura del proletariado. Mientras tanto, cuantos más derechos consigamos para el pueblo, más posibilidades de expresión y de organización obtendremos los obreros conscientes para luchar por el socialismo. Y en este proceso de lucha, nuestra clase social recobrará la confianza en sus fuerzas y los demás oprimidos la reconocerán como su dirigente necesario.

El republicanismo actual –como el movimiento democrático más consecuente que existe y que representa objetivamente la alianza entre el proletariado y la burguesía no monopolista contra el imperialismo- puede y debe conquistar la confianza de los trabajadores. Y lo hará en la medida en que los comunistas nos dirijamos al movimiento obrero, ayudándole a organizar la lucha por resolver sus problemas inmediatos, a la vez que lo educamos políticamente mediante denuncias vivas y concretas sobre la responsabilidad del régimen monárquico y del capitalismo monopolista que lo sustenta en los sufrimientos del pueblo y en el cercenamiento de la democracia necesaria para solucionarlos.

Así es como nuestra clase podrá desarrollar un amplio y poderoso movimiento popular que luche por el restablecimiento de la república, la ruptura institucional plena con el pasado franquista, la depuración del aparato del Estado de individuos fascistas, la soberanía popular efectiva con mandato imperativo y revocable sobre todos los cargos públicos, el reconocimiento del derecho de autodeterminación de las nacionalidades del Estado español, el laicismo y una política exterior de paz y solidaridad anti-imperialista.

A través de la conquista de la República Democrática o del movimiento social a favor de la misma: tal es, en las actuales condiciones, la forma de transición política de las masas obreras hacia la revolución socialista.

Al mismo tiempo, como representantes avanzados del proletariado, debemos combatir las ilusiones democrático-burguesas que se expresan inevitablemente en el movimiento republicano. No se trata de condicionar nuestra participación en él a que asuma el objetivo del socialismo, ya que espantaríamos a la pequeña burguesía y, con ella, a las masas mayoritarias de obreros que hoy confían en ella. Pero sí es un imperativo luchar contra la idealización de la república, incluso de la república democrática, pues ésta no puede satisfacer los intereses fundamentales del proletariado si no es como forma de su dictadura de clase. Cualquier vacilación al respecto puede costar muy cara en un futuro y, ahora mismo, aleja a los obreros conscientes más recelosos de las traiciones sufridas, contribuyendo así a la división de nuestra clase y a su parálisis política.

El desarrollo de tendencias ultrarreaccionarias que pugnan por hacerse con la dirección del Estado debe responderse por los comunistas con la suficiente agilidad y flexibilidad tácticas. El camino hacia el socialismo exige completar la ofensiva democrática republicana con la defensiva democrática antifascista, como demostró la experiencia histórica de los Frentes Populares y de las Democracias Populares.