CAPÍTULO CUARTO:
LA LUCHA CONTRA EL IMPERIALISMO
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El imperialismo oprime a las grandes masas de la humanidad, a las diversas clases que forman a éstas y a la mayoría de las naciones. Las consiguientes luchas de todas ellas debilitan el sistema mundial del imperialismo, además de hacerlo la rivalidad entre los monopolios y las grandes potencias. En este sentido, ayudan objetivamente a la liquidación del capitalismo y a su sustitución por el socialismo.
Pero esto no significa que todas estén interesadas en este objetivo ni que simpaticen con su realización. La lucha contra el imperialismo sólo puede alcanzar la victoria si la dirige firmemente quien esté dispuesto a erradicarlo y a superarlo.
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¿Quiénes luchan contra el imperialismo?
De todas las clases sociales que hoy se enfrentan con la burguesía imperialista, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Por todos los países, la movilización de cientos de millones de obreros forma el eje central de la resistencia y del progreso social.
Las viejas clases de pequeños propietarios y los intelectuales independientes van desapareciendo o cayendo bajo la dependencia de los monopolios capitalistas a medida que se desarrolla la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar. Los miembros de las capas medias, la pequeña burguesía y la burguesía no monopolista luchan contra el imperialismo para salvar de la ruina su existencia como sectores sociales específicos. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores e incluso reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la historia, hacia el sueño irrealizable de un capitalismo de libre competencia o de una sociedad de pequeños propietarios. Son revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su transformación inminente en proletarios,
defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros; por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.
En cuanto al lumpenproletariado (desclasados, “vividores”, etc.), puede verse arrastrado al movimiento revolucionario de la clase obrera, pero, por sus condiciones de vida, es incapaz de llevar a cabo una lucha política organizada, su solidaridad con las masas combativas es muy inestable y se muestra propenso al aventurerismo. Estas circunstancias son aprovechadas por la burguesía para reclutar del seno de este sector a esquiroles, chivatos, provocadores y componentes de las bandas fascistas.
Por el contrario, en el proletariado, las condiciones de existencia de la sociedad burguesa ya están abolidas: la propiedad privada sobre los medios de producción; las relaciones familiares patriarcales; la nacionalidad, pues el yugo del capital es idéntico en todos los países; las leyes, la moral, la religión, etc., que se le revelan a través de la experiencia como prejuicios detrás de los cuales se ocultan los intereses de la burguesía. El proletariado no puede liberarse sino liberando a las fuerzas productivas sociales del corsé que les impone la propiedad privada y liberando así a la inmensa mayoría de la humanidad de las condiciones opresivas del capitalismo.
La lucha de clase del proletariado se realiza en tres frentes: como lucha económica o sindical, como lucha política que es la principal y, además, como lucha teórica e ideológica. Para alcanzar la victoria final, el proletariado necesita desarrollar, con el progreso de estas luchas, una conciencia cada vez más exacta de sus condiciones de existencia y, por lo tanto, de las condiciones necesarias para su emancipación.
La difusión de esta conciencia en las filas de la clase obrera no es un proceso automático, exento de lucha, sino que exige combatir la influencia ideológica conservadora o reaccionaria que ejercen las demás clases sociales. En primer lugar, la ideología dominante es necesariamente la de la clase dominante, es decir, la de la burguesía. En segundo lugar, la clase obrera nutre sus filas continuamente de individuos procedentes del campesinado, de los pequeños empresarios, de sectores intelectuales, de capas medias, etc., que traen consigo concepciones adecuadas a sus anteriores intereses de clase y que sólo se librarán de ellas tras una larga experiencia y una ardua lucha del proletariado consciente contra las mismas. Entretanto, se erigen en un lastre para el desarrollo del movimiento obrero. En tercer lugar, no todas las masas del proletariado participan por igual en su lucha de clase, razón por la cual unas se convierten en vanguardia y otras permanecen políticamente atrasadas, dificultando la unidad y la consiguiente fuerza combativa de nuestra clase. En cuarto lugar, los beneficios extraordinarios que obtiene el capital imperialista le permiten sobornar a la capa superior de la clase obrera para que actúe en el movimiento proletario como agente de la burguesía y contra el desarrollo revolucionario del mismo.
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¿Qué ideología expresa los intereses fundamentales de la clase obrera?
En última instancia, las influencias de otras clases sociales sobre la conciencia de los obreros pueden calificarse de ideología burguesa, por cuanto perjudican a la clase revolucionaria favoreciendo así que se mantenga la dominación de la burguesía. No obstante, revisten formas variadas a lo largo de la historia del capitalismo y según los intereses de la clase o capa social de que proceden.
Unas se presentan abiertamente como reaccionarias -el clericalismo, el chovinismo, el fascismo-, mientras que otras presentan un carácter más ambiguo, como las creencias religiosas o el nacionalismo. Las hay que se pretenden obreras, como la ideología sindicalista, la socialdemócrata y la revisionista moderna (en Europa occidental, bajo la forma particular de «eurocomunismo»); y otras, ultrarrevolucionarias: el anarquismo, el anarco-sindicalismo, el
trotskismo, el «comunismo de izquierda», etc.
En el actual período marcado por la derrota del movimiento proletario revolucionario y por la agudización de la crisis general del capitalismo, destacan el neoliberalismo, el socialliberalismo en que ha devenido la vieja socialdemocracia y el posmodernismo populista que, bebiendo del irracionalismo, disuelve la lucha de clases en identidades parciales para recalar en el reformismo o en el neofascismo.
Frente a todas estas ideologías ajenas a los intereses fundamentales de la clase obrera, se alza en combate el socialismo científico que es la expresión teórica del movimiento proletario: le proporciona la conciencia de su misión revolucionaria histórico-universal.
Surgió en los años 40 del siglo XIX cuando se manifestaron los límites históricos del capitalismo y el proletariado se había estrenado prácticamente en la lucha de clases. Sobre esta base social, Carlos Marx y Federico Engels reelaboraron críticamente las máximas realizaciones teóricas de la época burguesa, dando lugar a la teoría revolucionaria del proletariado: el marxismo. Continuamente desarrollado con los resultados de la práctica social (producción, ciencia y lucha de clases), esta teoría proporciona a la clase obrera el conocimiento de la sociedad, de la naturaleza y del pensamiento que necesita para orientarse con acierto en su lucha por la revolución socialista. El marxismo no es pues un dogma, sino una guía para la acción.
Al entrar el capitalismo en su fase imperialista e iniciarse así la época de la revolución proletaria mundial, el marxismo experimentó un desarrollo cualitativo fundamentalmente realizado por Lenin. El dirigente del Partido Bolchevique de Rusia analizó esta nueva situación y pudo así conducir con éxito la lucha de la clase obrera. El marxismo-leninismo es pues la teoría revolucionaria del proletariado en la época del imperialismo y las revoluciones
proletarias, en la época del derrumbamiento del colonialismo y la victoria de los movimientos de liberación nacional, en la época de la transición del capitalismo al socialismo y de la construcción de la sociedad comunista.
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¿Cómo lucha el partido de la clase obrera contra el
imperialismo?
La vanguardia revolucionaria del proletariado se basa en el marxismo-leninismo para organizar primeramente el Partido Comunista, como forma superior de organización de la clase obrera en su lucha por el socialismo. El Partido Comunista se constituye como la fusión del marxismo-leninismo con el movimiento obrero. La existencia de un partido comunista curtido en el combate y constituido por los elementos mejores, más clarividentes, más activos y más valerosos de la clase obrera es una condición previa para la lucha victoriosa por el socialismo. Ha de ser una organización revolucionaria unida por una disciplina férrea y consciente cuya base de funcionamiento sea el centralismo democrático. Es necesario que sus miembros tengan una elevada conciencia, abnegación revolucionaria, aptitud para ligarse estrechamente con las masas obreras y una vocación crítica y autocrítica. El acierto en la dirección política debe ser comprobado por la experiencia de las masas.
La actividad revolucionaria de los Partidos Comunistas fue decisiva para derrotar al fascismo –la mayor agresión reaccionaria de la historia, perpetrada por el imperialismo-, alcanzar la independencia política de las naciones colonizadas y extender el socialismo a un tercio de la humanidad.
Hoy en día, se impone como tarea urgente la reconstitución revolucionaria, marxista-leninista, bolchevique, de los partidos comunistas en el mundo, teniendo en consideración por qué fueron derrotados y desnaturalizados por el revisionismo contrarrevolucionario en la mayoría de los países, esta vez incluso en países socialistas donde la clase capitalista había sido derrocada y suprimida como tal clase.
La reiterada experiencia histórica al respecto exige afianzar una concepción materialista dialéctica del partido comunista como unión de contrarios y establecer normas estatutarias para organizarlo de acuerdo con esta naturaleza suya. El desarrollo de su dirección revolucionaria que es cada vez más compleja, que exige crecientes conocimientos científicos y que destaca a los cuadros más capaces de desempeñarla, debe ser controlado y contrastado por la acción colectiva independiente de aquéllos que, por sus condiciones de existencia, están
en la vanguardia de la producción social: los obreros industriales. Empezando por el Partido Comunista, continuando por los sindicatos y demás organizaciones de masas, y acabando por el Estado socialista, el proletariado fabril debe asegurarse una capacidad de control independiente sobre sus representantes. Así, concretamente, en la organización del Partido Comunista, además de procurar la más elevada proporción de obreros a todos los niveles, los órganos disciplinarios se constituirán de abajo a arriba, elegidos exclusivamente entre los
militantes obreros no funcionarizados, los cuales habrán de reunirse regularmente para enjuiciar el rumbo que va tomando el Partido, juicio que será discutido en cada organización del mismo con vistas a la rectificación de errores y desviaciones.
El Partido Comunista determina los objetivos estratégicos de la lucha de la clase obrera en función del carácter de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción que sustentan la sociedad en cada país. Si la persistencia de rasgos precapitalistas y la dependencia exterior obstaculizan decisivamente el desarrollo del mismo, dirigirá toda su actividad hacia la realización de una revolución democrático-nacional como paso previo necesario a la revolución socialista. Si, en cambio, el modo de producción capitalista domina y se desarrolla sobre su propia base sin más límites que sus propias contradicciones, dirigirá toda su actividad hacia la realización de una revolución socialista proletaria.
Ahora bien, no basta que las condiciones económicas para la revolución esté presentes. Han de cumplirse además algunas condiciones políticas absolutamente indispensables, sin las cuales la clase obrera todavía no puede conquistar el poder para edificar el socialismo. No basta con que las masas explotadas y oprimidas tengan conciencia de la imposibilidad de seguir viviendo como viven y exijan cambios; es necesario que los explotadores no puedan
seguir viviendo y gobernando como viven y gobiernan. En otras palabras, la revolución es imposible sin una crisis nacional general (que afecte a explotados y explotadores). Por consiguiente, para hacer la revolución, hay, en primer lugar, que conseguir que la mayoría de los obreros (o, en todo caso, la mayoría de los obreros conscientes, reflexivos, políticamente activos) comprenda profundamente la necesidad de la revolución y esté dispuesta a sacrificar la vida por ella; en segundo lugar, es preciso que las clases gobernantes atraviesen una crisis
gubernamental que arrastre a la política hasta a las masas más atrasadas, que reduzca a la impotencia al gobierno y haga posible su rápido derrocamiento por los revolucionarios.
Por consiguiente, además de estar presto a aprovechar toda crisis política de la burguesía, el Partido Comunista debe procurarse una fuerza de masas suficiente para conducir a la revolución hasta la victoria. Debe tomar en consideración la situación interior y exterior concreta, la correlación de fuerzas de clase, el grado de solidez y la fuerza de la burguesía, el grado de preparación del proletariado, la posición de los elementos sociales intermedios, etc. Es fundamental esforzarse por elevar la conciencia de las masas obreras y de otros trabajadores, estudiando y asimilando la teoría revolucionaria –el marxismo-leninismo- que acreditó su validez en más de medio siglo de revoluciones proletarias triunfantes, desoyendo los “cantos de sirena” de todos sus detractores, y desarrollándola con toda la experiencia acumulada y con toda nuestra práctica actual en la lucha de clases. Al mismo tiempo, los
militantes comunistas debemos acercarnos, vincularnos y hasta fundirnos con las masas proletarias principalmente, allí donde sus intereses inmediatos entren en conflicto con el capitalismo, para convertir nuestra teoría en una política acertada.
Después de décadas de predominio oportunista y de reflujo revolucionario, hay confusión y desorientación entre los trabajadores, incluso entre los más activos políticamente. Además, entretanto, el imperialismo ha desarrollado enormemente los medios coercitivos y de control ideológico y enajenación de masas. Por estas dos razones, durante algunos años todavía, ocuparán un lugar principal la propaganda y la agitación del marxismo-leninismo, de las
realizaciones del socialismo, de los éxitos del movimiento comunista y obrero internacional, de la lucha contra el revisionismo, etc., enlazadas con la participación en la lucha de los oprimidos contra sus problemas cotidianos, orientándola con consignas y reivindicaciones parciales que aquéllos puedan asumir y que nos acerquen al objetivo revolucionario. Así, podremos sumar a los más conscientes a la construcción del Partido Comunista.
Pero, no basta que la vanguardia se convenza de la necesidad de la revolución y que se la explique a las masas de la clase obrera por medio de una política acertada: hace falta, además, que esas masas se convenzan por experiencia propia. En consecuencia, debemos partir del reconocimiento de la conciencia real de las masas proletarias y comprender las causas sociales de su retroceso para poder así intervenir en ellas impulsando el proceso de su elevación. Debido a la derrota sufrida por el movimiento obrero internacional, los trabajadores avanzados políticamente se cobijan actualmente bajo el ala izquierda de la pequeña burguesía, enfrentando las embestidas del capital a la defensiva, desde las posiciones del sindicalismo y de la democracia en general (es decir, burguesa).
Para superar esta posición de partida pequeñoburguesa, tendremos que combatir las dos desviaciones opuestas que se oponen a una política consecuentemente proletaria: el derechismo reformista y traicionero de la aristocracia y la burocracia obreras; y el “izquierdismo” de quienes no comprenden la necesidad o el modo de ganar a las masas para
el socialismo. La mayoría de los proletarios avanzados se agrupan en torno a una u otra de estas desviaciones, por lo que los comunistas debemos tratarlas dialécticamente, con pedagogía y con paciencia, elevando a la mayoría y aislando a los elementos pequeñoburgueses más recalcitrantes.
Frente a estas tendencias disgregadoras, el Partido Comunista en proceso de reconstrucción será el aglutinador de lo mejor del proletariado, en la medida en que practique una línea de masas acertada, consistente en: 1º) dar cauce organizativo a la rebeldía de las masas más explotadas de la clase; 2º) llevar la política revolucionaria a los obreros industriales –que son la vanguardia de las fuerzas productivas más modernas y la columna vertebral de la sociedad-,
organizando células en las principales empresas, como bastiones de la revolución; 3º) aplicar la táctica leninista de Frente Único, la cual consiste en combinar la propaganda independiente de los comunistas con la lucha por la unidad de todos los trabajadores contra el capital, incluidos aquéllos que todavía siguen las directrices de los jefes oportunistas.
Es con este enfoque que los comunistas participamos en los sindicatos y otras organizaciones de masas del proletariado, por más reaccionarios que los hayan vuelto sus actuales dirigentes. Únicamente mediante una labor constante en ellos y en las empresas, con objeto de defender enérgicamente los intereses de los obreros, labor acompañada de una lucha sin cuartel contra la burocracia reformista, es posible conquistar la dirección de la lucha de los trabajadores y atraer hacia el Partido Comunista a las masas proletarias. En oposición a la política
escisionista de los reformistas y de los “izquierdistas”, los comunistas defendemos la unidad sindical sobre la base de la lucha de clases.
Es así también cómo los comunistas participamos en la lucha electoral y parlamentaria a la que el imperialismo convoca a las masas laboriosas para engañarlas y reforzar así su dictadura. A no ser en los momentos álgidos del movimiento revolucionario en los que existe una fuerza de masas para imponer el boicot y la sustitución de la democracia burguesa por la democracia proletaria, debemos esforzarnos por dirigir a los trabajadores en este frente, que es uno más en la lucha de clases. Por supuesto que no lo consideramos principal ni intervenimos en él con el ánimo de “competir” por la mejor oferta de gestión del capitalismo o por la mera realización de reivindicaciones parciales o por la conquista parlamentaria del socialismo. Lo afrontamos como un aspecto secundario de la preparación revolucionaria, subordinado a las acciones de masas, en el que buscamos debilitar la dominación burguesa, desnudarla de su disfraz democrático ante los ojos de los trabajadores y demostrar a éstos con hechos que
pueden contar con representantes políticos fieles a sus intereses. En definitiva, utilizamos las elecciones de la dictadura burguesa y las tribunas parlamentarias con una finalidad de agitación y propaganda revolucionaria.
La política de los comunistas, en este período de preparación de un nuevo ascenso del movimiento revolucionario, parte pues de la satisfacción de las necesidades más sentidas por las masas obreras Por supuesto que, siendo conscientes de los intereses de nuestra clase social, vinculamos nuestras reivindicaciones a una actitud internacionalista: es decir, rechazamos la demagogia chovinista de pretender realizarlas a costa de otros pueblos, y, al contrario, propugnamos conseguirlas uniéndonos con todos ellos contra el enemigo común que es el sistema imperialista mundial.
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¿Qué aliados necesita la clase obrera para derrocar al imperialismo?
Para destruir el imperialismo, el Partido Comunista necesita reunir masas suficientes en número, medios, organización y determinación combativa. Tenemos que luchar, por tanto, contra la influencia de otras clases sobre las masas obreras y contra las tendencias disgregadoras en la lucha antiimperialista de esas otras clases.
Al mismo tiempo, el crecimiento espectacular de los medios hegemónicos y coercitivos de dominación del capital financiero dificulta la lucha de los obreros, ya de por sí debilitada por el desempleo crónico y el relativo estancamiento industrial propios del imperialismo de hoy. En estas condiciones, tenemos la obligación de aprovechar las contradicciones entre los imperialistas y también las luchas democráticas de otras clases y sectores oprimidos por el imperialismo, por muy inconsecuentes que sean, para poner en movimiento a las más amplias
masas obreras. El antiimperialismo más consecuente, socialista, de la clase obrera convierte a ésta y a su partido en el mejor representante de la mayoría de los miembros de las clases sociales intermedias. Es sobre esta base que podemos construir un frente unido del pueblo contra el imperialismo y que debemos aplicar una táctica dirigida a tal objetivo.
A escala internacional, el imperialismo de nuestros días sustenta su fuerza en la colusión entre los Estados y monopolios de Norteamérica, la Unión Europea y Japón contra la clase obrera, los países socialistas, los Estados independientes como Rusia, Irán, Venezuela, Siria, etc., y los pueblos oprimidos. Sin dejar de denunciar ante las masas las tendencias burguesas presentes en éstos, hay que apoyar el frente antiimperialista internacional que objetivamente constituyen contra el frente unido del imperialismo (OTAN, UE, etc.). Es hoy día un factor
imprescindible en favor de la paz, la democracia, la libertad y el socialismo.
A medida que el proletariado internacional se restablezca de la derrota y se fortalezca, conquistará la hegemonía y la dirección de este frente, para desarrollar las luchas populares contra el imperialismo hasta la victoria, hasta el socialismo.