Gavroche

Lunes 18 de mayo de 2020

La responsabilidad del capital en la crisis del coronavirus (entrevistando a la obra magna de Carlos Marx)

  ¿Qué es el capital?
  ¿Por qué los empresarios presionan para que se siga produciendo, a pesar de los riesgos para la salud pública?
  ¿Qué origen tiene la plusvalía codiciada por los capitalistas?
  ¿Por qué el capital se destruye si los obreros no trabajan?
  ¿Es la plusvalía una justa retribución a los capitalistas por dar trabajo a los obreros?
  ¿Tienen razón los trabajadores cuando anteponen su salud a la producción?
  El progreso técnico del capital atenta contra la salud de los trabajadores
  El progreso técnico del capital produce desempleo y pobreza
  El capital engendra necesariamente una desigualdad social creciente
  La relación antagónica del capital con la naturaleza, posible origen de la COVID-19
  ¿Quién es culpable de la actual crisis económica? ¿La COVID-19 o el capital?
  La tendencia a la baja de la cuota de ganancia acelera y acentúa las crisis
  Las crisis son una consecuencia inevitable de las contradicciones del capitalismo
  Los remedios que agravan las crisis: el capital comercial
  Los remedios que agravan las crisis: el capital a interés
  La insuficiencia de las reformas: la redistribución de rentas
  La insuficiencia de las reformas: las nacionalizaciones capitalistas
  ¿Cómo la tendencia histórica de la acumulación capitalista conduce inexorablemente a la revolución comunista?
  Entretanto, el capitalismo monopolista o imperialismo
  El capital destruye la legitimidad de la propiedad privada
  Conclusión

La pandemia de la COVID-19 ha desatado mucho debate sobre su gestión por parte de los gobiernos: la anticipación a los contagios, los medios de protección y tratamiento, el distanciamiento entre personas frente a la continuidad de la producción y a las libertades civiles, etc.

Gestionar lo mejor posible el problema en las condiciones sociales existentes es, sin duda, algo importante y sobre todo lo más urgente. Pero no es suficiente porque este problema pone de manifiesto que las condiciones sociales impiden un óptimo aprovechamiento de los avances técnicos alcanzados. Porque no basta con administrar bien una determinada organización social cuando el fallo fundamental está en la propia organización social. Sea cual sea la gestión de la pandemia sobre la base de la organización capitalista de la sociedad, ésta impone unas servidumbres que se traducen en una mayor destrucción de vidas y de riqueza, con los medios materiales e intelectuales disponibles, que si se gestionara sobre la base de una organización socialista de la sociedad.

Esto ha quedado patente cuando se comparan los datos de los países plenamente capitalistas con los de aquellos países donde este modo de producción ha sido sustituido por el socialista (China, Cuba, Vietnam, etc.).

Cuando la evidencia reclama un análisis más radical del problema que el de la mera gestión, los fanáticos del capitalismo se lanzan a maniobras de diversión con «radicalismos alternativos». Es el caso de la teoría conspirativa sobre el origen de este coronavirus en un laboratorio del gobierno chino y de su difusión intencionada o accidental. No parece lógico que, para perjudicar a sus competidores, China propague el patógeno en su propio país, antes de «soltarlo» en Estados Unidos o Europa. Tampoco resulta lógico que necesite recurrir a un sabotaje así, cuando está ganando poco a poco en la emulación económica con éstos. Sería más lógico pensar que China ha sido víctima de un sabotaje del gobierno yanqui que no cesa de imponerle sanciones en la guerra comercial que le ha declarado. También se contradicen los que alegan que el gigante asiático ha podido minimizar sus bajas porque tiene un remedio médico contra la enfermedad que guarda en secreto, cuando acto seguido denuncian que éstas son realmente muchas más de las reconocidas oficialmente. Si la fuga del virus hubiera sido accidental, el gobierno de Beijing no habría tenido necesidad de ocultarlo, a no ser que resultara de un programa de guerra bacteriológica. En este caso, habría que reconocer la responsabilidad última del gobierno estadounidense que fue el primero en producir esta clase de armas, el único en haberlas empleado y el que mantiene una permanente hostilidad hacia todos los Estados socialistas y soberanos del mundo.

Pero, apartemos a un lado estas cortinas de humo y vayamos a los hechos probados. Salta a la vista que las consecuencias de la pandemia habrían sido menos graves sin las políticas neoliberales impuestas a partir de los años 80: privatizaciones y recortes presupuestarios sociales, que redujeron los medios humanos y materiales en los centros sanitarios y residencias; orientación del desarrollo económico desde la producción industrial a los servicios de ocio y turismo, impidiendo la rápida fabricación de respiradores y medios de protección; liberalizaciones financieras y fiscales que mermaron los recursos económicos públicos, etc. Pero, ¿por qué se han aplicado durante decenios estas medidas aparentemente insensatas? ¿Por qué se siguen aplicando, en vez de sustituirlas por otras de signo opuesto?

«Los que abogan por reformas y mejoras -explicaba Lenin- se verán siempre burlados por los defensores de lo viejo mientras no comprendan que toda institución vieja, por bárbara y podrida que parezca, se sostiene por la fuerza de determinadas clases dominantes» [1].

Por consiguiente, nos vemos obligados a investigar qué intereses se esconden detrás de estas apariencias absurdas. No debemos confundir las ideas que nos transmiten las clases dominantes con los hechos. Pero tampoco podemos comprenderlos si nos limitamos a cómo se manifiestan, a lo que perciben nuestros sentidos. Puede parecer paradójica esta afirmación de que la realidad no es siempre idéntica a las formas en que se manifiesta. «También es paradójico -advierte Marx- el hecho de que la Tierra gire alrededor del Sol y de que el agua esté formada por dos gases muy inflamables. Las verdades científicas son siempre paradójicas, si se las mide por el rasero de la experiencia cotidiana, que sólo percibe la apariencia engañosa de las cosas» [2].

En resumidas cuentas, si queremos extraer todas las enseñanzas de la actual emergencia sanitaria y de su contexto económico para mejorar nuestras vidas, no debemos conformarnos ni con las ideas de las clases dominantes, ni con comprender la realidad a través de sus fenómenos superficiales (el llamado «sentido común»). Por tanto, tenemos que esforzarnos por asumir el método científico y por aplicarlo.

Las organizaciones comunistas denunciamos con razón la responsabilidad fundamental del capitalismo, pero no nos esforzamos suficientemente en probar esta acusación. De ahí que no consigamos extender esta convicción a las capas obreras y trabajadoras que forman la mayoría de la población, las cuales nos pueden contestar legítimamente: ¿Hasta qué punto hemos de considerar al capitalismo como culpable de los sufrimientos de la población causados por una pandemia, una sequía, un terremoto, un meteorito o cualquier otra agresión de la naturaleza a la humanidad? ¿Hasta qué punto estos sufrimientos serían menores con una organización comunista de la sociedad?

Pese a que los comunistas decimos basar nuestro pensamiento y nuestra actividad en el marxismo-leninismo, conocemos poco y difundimos todavía menos la obra científica más importante de Marx: El Capital. Sólo con ella, podemos dar fundamento científico a nuestra crítica de la sociedad actual y a la revolución proletaria como único medio para superar sus contradicciones. Ciertamente, en los escritos de quienes sentaron las bases de la teoría revolucionaria contemporánea, no debemos pretender encontrar las respuestas particulares a los nuevos fenómenos. Por esto, Marx y Engels insistían en que el socialismo científico no es un dogma, sino una guía para la acción. Pero los falsos seguidores del marxismo, los revisionistas de derecha y de «izquierda», siempre han hecho caso omiso de la segunda parte de esta frase. Para que el marxismo sirva de guía práctica al movimiento obrero, debe estudiarse y difundirse íntegramente, sin amputaciones.

Engels exhortaba a los revolucionarios a «instruirse cada vez más en todas las cuestiones teóricas, desembarazarse cada vez más de la influencia de la fraseología tradicional, propia de la vieja concepción del mundo, y tener siempre presente que el socialismo, desde que se ha hecho ciencia, exige que se le trate como tal, es decir, que se le estudie» [3].

En el presente artículo, iré reproduciendo unos pocos fragmentos de El Capital, que pueden arrojar algo de luz sobre los fenómenos contradictorios observados durante la presente epidemia y la crisis económica a ella asociada. ¿En qué medida una obra escrita hace ciento cincuenta años puede revelarnos la esencia de la actual problemática social? La respuesta a esta pregunta nos la da el propio Marx en el prólogo de la misma: «Lo que de por sí nos interesa, aquí, no es precisamente el grado más o menos alto de desarrollo de las contradicciones sociales que brotan de las leyes naturales de la producción capitalista. Nos interesan más bien estas leyes de por sí, estas tendencias, que actúan y se imponen con férrea necesidad» [4]. Por tanto, en El Capital, Marx explica, no una determinada etapa histórica del desarrollo del capitalismo, sino este modo de producción en sus fundamentos, cualquiera que sea su grado de desarrollo y sus formas particulares de manifestación. De ahí su actualidad y vigencia, mientras rija el capitalismo y hasta su completa sustitución por el modo de producción comunista.

También avisa Marx de que las explicaciones de su libro no son siempre sencillas de comprender: «En la ciencia no hay calzadas reales, y quien aspire a remontar sus luminosas cumbres tiene que estar dispuesto a escalar la montaña por senderos escabrosos». Estamos acostumbrados a los métodos de análisis idealistas y metafísicos, los cuales parten de prejuicios y toman aisladamente un único aspecto de la realidad, sin su contrario también presente. En cambio, el método marxista de investigación es el materialista dialéctico, el único que permite comprender la realidad material-social tal como es, de manera completa, con las contradicciones que determinan su autodesarrollo. Sin más preámbulos, pues, entremos en materia.

¿Qué es el capital?

A diferencia de las sociedades precedentes, en el capitalismo, todos los productos del trabajo son mercancías, es decir, bienes producidos para ser intercambiados por otros bienes en el mercado. Como tales mercancías, son simultáneamente valores de uso y valores de cambio. Son valores de uso en el sentido de que son objetos útiles para ser consumidos por sus compradores. Y son valores de cambio en el sentido de que son objetos que sus poseedores pueden cambiar por otras mercancías en una determinada proporción. Esta proporción depende de la mayor o menor oferta y demanda de tales objetos. Con la creciente repetición de estos intercambios, la oferta de los vendedores y la demanda de los compradores tienden espontáneamente a igualarse. Entonces, se revela el valor de la mercancía, el cual expresa la cantidad de trabajo necesario (como media a escala de toda la sociedad) para producir esta clase de mercancías. Por consiguiente, las mercancías tienden a cambiarse por sus respectivos valores. Con el desarrollo de los intercambios, se destaca de entre todas ellas una que acaba sirviendo de medida de valor, de medio de circulación y de medio de pago: se la conoce con el nombre de dinero. Éste puede intervenir en su forma natural de oro/plata o representado por medios que gozan de reconocimiento general: monedas, billetes, talones, cheques, tarjetas, aplicaciones telemáticas, etc.

Mientras que la simple circulación de mercancías consiste en vender para comprar (Mercancía-Dinero-Mercancía o M-D-M), la circulación de capital consiste en comprar para vender (Dinero-Mercancía-Dinero o D-M-D). Además, el dueño de ese dinero inicialmente invertido obtiene al final del ciclo una cantidad mayor. «Este incremento o excedente que queda después de cubrir el valor primitivo -dice Marx- es lo que yo llamo plusvalía (…). Por tanto, el valor primeramente desembolsado no sólo se conserva en la circulación, sino que su magnitud de valor experimenta, dentro de ella, un cambio, se incrementa con una plusvalía, se valoriza. Y este proceso es el que lo convierte en capital«.

¿Por qué los empresarios presionan para que se siga produciendo, a pesar de los riesgos para la salud pública?

Con la pandemia de la COVID-19, los gobiernos han tenido que decretar un distanciamiento entre las personas y un confinamiento de las mismas en sus domicilios. Como consecuencia, hubo que reducir sustancialmente la actividad laboral y, por ende, la circulación del capital. Los propietarios de éste enseguida se mostraron reacios, sobre todo durante la quincena en la que se declaró la hibernación de la producción no esencial. ¿Cómo explicar su reacción adversa? ¿Acaso no habían obtenido y acumulado mucha plusvalía los meses y años anteriores? ¿No podían esperar unos meses para volver a obtener más plusvalía? Además, no faltaban bienes de consumo en los almacenes; y los más esenciales se seguían produciendo y vendiendo a los consumidores, proporcionando plusvalía a sus vendedores. La contradicción entre la producción y la salud se volvía antagónica: los capitalistas priorizaban la producción y los trabajadores, la salud… ¡pese a que los recursos económicos de éstos para aguantar sin trabajar son muy inferiores a los de aquéllos! ¿Cómo explica Marx esta paradoja?

En el caso de los trabajadores asalariados, la circulación simple de mercancías –el proceso de vender (su fuerza de trabajo) para comprar– «sirve de medio para la consecución de un fin último situado fuera de la circulación: la asimilación de valores de uso, la satisfacción de necesidades. En cambio, la circulación del dinero como capital lleva en sí mismo su fin, pues la valorización del valor sólo se da dentro de este proceso constantemente renovado. El movimiento del capital es por tanto, incesante. (…)

Como agente consciente de este movimiento, el poseedor de dinero se convierte en capitalista. El punto de partida y de retorno del dinero se halla en su persona, o por mejor decir en su bolsilloEl contenido objetivo de este proceso de circulación –la valorización del valor– es su fin subjetivo, y sólo actúa como capitalista, como capital personificado, dotado de conciencia y de voluntad, en la medida en que sus operaciones no tienen más motivo propulsor que la apropiación progresiva de riqueza abstracta. El valor de uso no puede, pues, considerarse jamás como fin directo del capitalista. Tampoco la ganancia aislada, sino el apetito insaciable de ganar».

¿Qué origen tiene la plusvalía codiciada por los capitalistas?

Durante la emergencia sanitaria, hemos visto lo mucho que disgusta a los capitalistas que no vayamos a trabajar a sus empresas, a pesar de las cuantiosas ayudas y créditos públicos que reciben. ¿Qué relación tenemos los trabajadores con su incesante afán de lucro? ¿De dónde extraen la plusvalía que se embolsan, si, por término medio, las mercancías se compran y venden por su valor?

La clave -explica Marx- está en que el capitalista, «dentro de la órbita de la circulación, en el mercado, descubra una mercancía cuyo valor de uso posea la peregrina cualidad de ser fuente de valor, cuyo consumo efectivo fuese, pues, al propio tiempo, materialización de trabajo, y, por tanto, creación de valor. Y, en efecto, el poseedor de dinero encuentra en el mercado esta mercancía específica: la capacidad de trabajo o la fuerza de trabajo. (…)

Para convertir el dinero en capital, el poseedor de dinero tiene, pues, que encontrarse en el mercadoentre las mercancías, con el obrero librelibre en un doble sentido, pues de una parte ha de poder disponer libremente de su fuerza de trabajo como de su propia mercancía, y, de otra parte, no ha de tener otras mercancías que ofrecer en venta; ha de hallarse, pues, suelto, escotero y libre de todos los objetos necesarios para realizar por cuenta propia su fuerza de trabajo».

La fuerza de trabajo del obrero convertida en mercancía tiene su valor de uso y su valor de cambio. Su valor de uso, su utilidad, es desplegar un trabajo productor de bienes y servicios. Su valor de cambio consiste -como para cualquier otra mercancía- en lo que cuesta producirla: el valor de los medios de consumo necesarios para que el obrero pueda seguir trabajando un día tras otro (alimentación, vestido, techo, formación de su capacidad laboral, crianza de hijos para que los capitalistas sigan disponiendo de trabajadores una generación tras otra y los complementos a estos bienes básicos conquistados por la lucha pasada y presente de los obreros como clase).

El obrero produce, durante una primera parte de su jornada laboral, un valor igual al de su fuerza de trabajo. Y, durante el resto de la jornada, está produciendo la plusvalía que se apropia el capitalista: «… la plusvalía sólo brota mediante un exceso cuantitativo de trabajo, prolongando la duración del mismo proceso de trabajo«.

¿Por qué el capital se destruye si los obreros no trabajan?

En realidad, los medios de producción (materias primas y auxiliares, herramientas, máquinas, edificios) que compra el capitalista no se convierten en la mercancía lista para la venta y preñada de plusvalía hasta que el obrero no los transforma con su trabajo. Hasta entonces, son un gasto, una carga, una pérdida para el capitalista ansioso de beneficios. De ahí, su necesidad de que el obrero no se quede confinado en casa y acuda a la empresa a fecundar esos medios de producción con su trabajo.

«El obrero no puede incorporar nuevo trabajo, ni por tanto crear valor, sin conservar los valores ya creados, pues tiene necesariamente que incorporar su trabajo, siempre, bajo una forma útil determinada, y no puede incorporarlo bajo una forma útil sin convertir ciertos productos en medios de producción de otros nuevos, transfiriendo con ello a éstos su valor. El conservar valor añadiendo valor es, pues, un don natural de la fuerza de trabajo puesta en acción, de la fuerza de trabajo viva, un don natural que al obrero no le cuesta nada y al capitalista le rinde mucho, pues supone para él la conservación del valor de su capital. Mientras los negocios marchan bien, el capitalista está demasiado abstraído con la obtención de ganancias para parar mientes en este regalo del trabajo. Tienen que venir las interrupciones violentas del trabajo, las crisis, a ponérselo de manifiesto de un modo palpable».

Los capitalistas necesitan, pues, que vayamos a trabajar, tanto para que produzcamos plusvalía, como para que no se eche a perder el valor de sus medios de producción.

¿Es la plusvalía una justa retribución a los capitalistas por dar trabajo a los obreros?

El capitalista hace trabajar al obrero más de lo que le cuesta a éste producir un valor igual a su salario. El mérito o justificación más habitual para ello, en nuestros tiempos de desempleo crónico, es el que Marx examina así:

«¿Acaso el obrero puede crear productos de trabajo, producir mercancías, con sus brazos inermes, en el vacío? ¿Quién sino él, el capitalista, le suministra la materia con la cual y en la cual materializa el obrero su trabajo? Y, como la inmensa mayoría de la sociedad está formada por descamisados de ésos, ¿no presta a la sociedad un servicio inapreciable con sus medios de producción, su algodón y sus husos, y no se lo presta también a los mismos obreros, a quienes además, por si eso fuese poco, les suministra los medios de vida necesarios? Y este servicio, ¿no ha de cobrarlo? Pero, preguntamos nosotros, ¿es que el obrero, a su vez, no le presta a él, al capitalista, el servicio de transformar en hilado el algodón y los husos? Además, aquí no se trata de servicios. Servicio es la utilidad que presta un valor de uso, mercancía o trabajo. Aquí se trata del valor de cambio. El capitalista abona al obrero el valor de 3 chelines. El obrero, al incorporar al algodón un valor de 3 chelines, le devuelve un equivalente exacto: son dos valores iguales que se cambian. De pronto, nuestro amigo abandona su soberbia de capitalista para adoptar el continente modesto de un simple trabajador. ¿Es que no trabaja también él, vigilando y dirigiendo el trabajo del tejedor? ¿Y es que este trabajo suyo no crea también valor? Su overlooker [capataz] y su manager [gerente] se alzan de hombros. Entretanto, ya nuestro capitalista ha recobrado, con una sonrisa de satisfacción, su fisonomía acostumbrada. Se ha estado burlando de nosotros, con toda esa letanía. A él, todas estas cosas le tienen sin cuidado. Para inventar todos esos subterfugios y argucias, y otras parecidas, están ahí los profesores de economía política, que para eso cobran. Él, el capitalista, es un hombre práctico, que, si no siempre piensa lo que dice fuera de su negocio, al frente de éste sabe muy bien siempre lo que hace».

En realidad, la relación del capitalista con el obrero no es de equivalencia mercantil, sino de explotación, de apropiación sin contraprestación de una parte del trabajo de éste. Le horroriza que el obrero se quede confinado en casa y le exige el cumplimiento de la mayor jornada laboral posible. «Como capitalista, él no es más que el capital personificado. Su alma es el alma del capital. Y el capital no tiene más que un instinto vital: el instinto de acrecentarse, de crear plusvalía, de absorber con su parte constante (los medios de producción) la mayor masa posible de trabajo excedente. El capital es trabajo muerto que no sabe alimentarse, como los vampiros, más que chupando trabajo vivo, y que vive más cuanto más trabajo vivo chupa».

Pero la explotación capitalista queda oculta al presentarse el salario como valor o precio, no de la fuerza de trabajo del obrero, sino del mismísimo trabajo realizado por él. «… la forma del salario borra toda huella de la división de la jornada de trabajo en trabajo necesario y trabajo excedente, en trabajo pagado y trabajo no retribuido. Aquí, todo el trabajo aparece como si fuese trabajo retribuido. (…)

Júzguese, pues, de la importancia decisiva que tiene la transformación del valor y precio de la fuerza de trabajo en el salario, es decir, en el valor y precio del trabajo mismo. En esta forma exterior de manifestarse, que oculta y hace invisible la realidad, invirtiéndola, se basan todas las ideas jurídicas del obrero y del capitalista, todas las mistificaciones del régimen capitalista de producción, todas sus ilusiones librecambistas, todas las frases apologéticas de la economía vulgar. (…)

… la forma exterior “valor y precio del trabajo o salario”, a diferencia de la realidad sustancial que en ella se exterioriza, o sea, el valor y el precio de la fuerza de trabajo, está sujeta a la misma ley que todas las formas exteriores y su fondo oculto. Las primeras se reproducen de un modo directo y espontáneo, como formas discursivas que se desarrollasen por su cuenta; el segundo es la ciencia quien ha de descubrirlo. La economía política clásica tocó casi a la verdadera realidad, pero sin llegar a formularla de un modo consciente. Para esto, hubiera tenido que desprenderse de su piel burguesa».

Por esta razón, para que la clase obrera pueda liberarse de la explotación capitalista, necesita algo más que sindicatos que organicen a sus miembros sobre la base de su conciencia espontánea, limitada por su experiencia cotidiana y por la cultura burguesa dominante. Necesita además los sólidos conocimientos científicos que ha desarrollado el marxismo más allá de lo que podían hacerlo la mayoría de los intelectuales con sus mentes prejuiciosas formateadas por la universidad y demás instituciones académicas burguesas. Necesita un partido político propio que organice a su vanguardia sobre la base de la teoría científica del marxismo-leninismo y que se la transmita a sus masas.

¿Tienen razón los trabajadores cuando anteponen su salud a la producción?

Con o sin pandemia, el capitalista conserva su afán de extraer plusvalía de los obreros prolongando la jornada de trabajo. No se conmueve ante «la perspectiva de que la humanidad llegue un día a pudrirse, ni ante la curva de desploblación que a la postre nadie podrá detener; todo esto le tiene tan sin cuidado como la posibilidad de que la tierra llegue un día a estrellarse contra el sol. Todos los que especulan con acciones saben que algún día tendrá que estallar la tormenta, pero todos confían en que estallará sobre la cabeza del vecino, después que ellos hayan recogido y puesto a buen recaudo la lluvia de oro. Après moi, le deluge [Tras de mí, el diluvio]: tal es el grito y el lema de todos los capitalistas y de todas las naciones de capitalistas. Por eso al capital le importa un bledo la salud y la duración de la vida del obrero, a menos que la sociedad le obligue a tomarlas en consideración. A las quejas sobre el empobrecimiento físico y espiritual de la vida del obrero, sobre la muerte prematura y el tormento del trabajo excesivo, el capital responde: ¿por qué va a atormentarnos este tormento que es para nosotros fuente de placer (de ganancia)? Además, todo eso no depende, en general, de la buena o mala voluntad de cada capitalista. La libre concurrencia impone al capitalista individual, como leyes exteriores inexorables, las leyes inmanentes de la producción capitalista«.

En la esfera de la producción, desaparece para el obrero la igualdad, la libertad y los Derechos del Hombre que la burguesía presume haber traído a la «sociedad civil».

«La órbita de la circulación o del cambio de mercancías, dentro de cuyas fronteras se desarrolla la compra y la venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad, el verdadero paraíso de los derechos del hombre. Dentro de estos linderos, sólo reinan la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham. La libertad, pues el comprador y el vendedor de una mercancía, v. gr. de la fuerza de trabajo, no obedecen a más ley que la de su libre voluntad. Contratan como hombres libres e iguales ante la ley. El contrato es el resultado final en que sus voluntades cobran una expresión jurídica común. La igualdad, pues compradores y vendedores sólo contratan como poseedores de mercancías, cambiando equivalente por equivalente. La propiedad, pues cada cual dispone y solamente puede disponer de lo que es suyo. Y Bentham, pues a cuantos intervienen en estos actos sólo los mueve su interés. La única fuerza que los une y los pone en relación es la fuerza de su egoísmo, de su provecho personal, de su interés privado. Precisamente por eso, porque cada cual cuida solamente de sí y ninguno vela por los demás, contribuyen todos ellos, gracias a una armonía preestablecida de las cosas o bajo los auspicios de una providencia omniastuta, a realizar la obra de su provecho mutuo, de su conveniencia colectiva, de su interés social.

Al abandonar esta órbita de la circulación simple o cambio de mercancías, adonde el librecambista vulgaris va a buscar las ideas, los conceptos y los criterios para enjuiciar la sociedad del capital y del trabajo asalariado, parece como si cambiase algo la fisonomía de los personajes de nuestro drama. El antiguo poseedor de dinero abre la marcha convertido en capitalista, y tras él viene el poseedor de la fuerza de trabajo, transformado en obrero suyo; aquél, pisando recio y sonriendo desdeñoso, todo ajetreado; éste, tímido y receloso, de mala gana, como quien va a vender su propia pelleja y sabe la suerte que le aguarda: que se la curtan. (…)

Cerrado el trato, se descubre que el obrero no es «ningún agente libre«, que el momento en que se le deja en libertad para vender su fuerza de trabajo es precisamente el momento en que se ve obligado a venderla y que su vampiro no ceja en su empeño ’mientras quede un músculo, un tendón, una gota de sangre que chupar’. Para ’defenderse’ contra la serpiente de sus tormentos, los obreros no tienen más remedio que apretar el cerco y arrancar, como clase, una ley del Estado, un obstáculo social insuperable que les impida a ellos mismos venderse y vender a su descendencia como carne de muerte y esclavitud mediante un contrato libre con el capital. Y así, donde antes se alzaba el pomposo catálogo de los ’Derechos inalienables del Hombre’, aparece ahora la modesta Magna Charta de la jornada legal de trabajo, que ’establece, por fin, claramente dónde termina el tiempo vendido por el obrero y dónde empieza aquel de que él puede disponer’, Quantum mutatus ab illo! [¡Cuánto han cambiado las cosas desde aquello!]».

Bajo el capitalismo, los trabajadores asalariados sólo podemos proteger nuestra salud mediante nuestra unión y lucha como clase, hasta obligar al Estado a promulgar leyes que limiten la explotación que sufrimos.

El progreso técnico del capital atenta contra la salud de los trabajadores

Los capitalistas disponen de otro medio para sortear la limitación legal de la jornada de trabajo. Si no pueden prolongarla (lo que llama Marx «producción de plusvalía absoluta»), alcanzan sus fines recurriendo a la «producción de plusvalía relativa», es decir, a la elevación de la productividad del trabajo. Con ella, se abaratan las mercancías, incluidos los medios de vida que necesitan los obreros. De este modo, los capitalistas pueden reducir la parte de la jornada laboral en que los obreros trabajan para sí, prolongando correlativamente la parte en que trabajan para sus explotadores. La productividad del trabajo crece con la ampliación de la escala de la producción, la cooperación de muchos obreros, la división del trabajo entre ellos, la introducción de maquinaria y el desarrollo de la industria.

«… en la producción capitalista, la economía del trabajo mediante el desarrollo de su fuerza productiva no persigue como finalidad, ni mucho menos, acortar la jornada de trabajo. (…) En la producción capitalista, el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo tiene como finalidad acortar la parte de la jornada durante la que el obrero trabaja para sí mismo, con el fin de alargar de este modo la otra parte de la jornada, durante la cual tiene que trabajar gratis para el capitalista. (…)

… la maquinaria, de por sí, acorta el tiempo de trabajo, mientras que, empleada por el capitalista lo alarga; … de suyo facilita el trabajo, mientras que aplicada al servicio del capitalismo refuerza más todavía su intensidad; … de por sí representa un triunfo del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza, pero, al ser empleada por el capitalista hace que el hombre sea sojuzgado por las fuerzas naturales; …de por sí incrementa la riqueza del productor, pero dado su empleo capitalista, lo empobrece, etc., etc. (…)

La tendencia a economizar los medios sociales de producción, tendencia que bajo el sistema fabril, madura como planta de estufa, se convierte, en manos del capital, en un saqueo sistemático contra las condiciones de vida del obrero durante el trabajo, en un robo organizado de espacio, de luz, de aire y de medios personales de protección contra los procesos de producción malsanos o insalubres, y no hablemos de los aparatos e instalaciones para comodidad del obrero. ¿Tiene o no razón Fourier cuando llama a las fábricas ’presidios atenuados’? (…)

El régimen capitalista de producción, como corresponde a su carácter contradictorio y antagónico, da un paso más y dilapida la vida y la salud del obrero, considerando la degradación de sus mismas condiciones de vida como economía en el empleo del capital constante [la parte del capital con la que se compran los medios de producción] y, por tanto, como medio para la elevación de la cuota de ganancia [la relación entre la plusvalía y el capital total]. (…)

Esta economía se traduce en el hacinamiento de los obreros en locales estrechos y malsanos, lo que en términos capitalistas se conoce con el nombre de ahorro de edificios; en la concentración de maquinaria peligrosa en los mismos locales, sin preocuparse de instalar los necesarios medios de seguridad contra los peligros; en la omisión de todas las medidas de precaución obligadas en los procesos de producción que por su carácter son atentatorios para la salud o que, como en las minas, llevan aparejados peligros, etc. Esto, sin hablar de la ausencia de toda medida encaminada a humanizar, hacer agradable o simplemente soportable para el obrero el proceso de producción. Desde el punto de vista capitalista, esto sería un despilfarro absolutamente absurdo y carente de todo fin. La producción capitalista es siempre, pese a su tacañería, una dilapidadora en lo que se refiere al material humano, del mismo modo que en otro terreno, gracias al método de la distribución de sus productos por medio del comercio y a su régimen de concurrencia, derrocha los recursos materiales y pierde de un lado para la sociedad lo que por otro lado gana para el capitalista individual».

En relación con el teletrabajo que la pandemia ha puesto de moda, Marx analiza cómo el capital hace de la industria doméstica «… una prolongación de la fábrica, de la manufactura o del bazar. Además de los obreros fabriles, de los obreros de las manufacturas y de los artesanos, concentrados en el espacio y puestos bajo su mando directo, el capital mueve ahora, por medio de hilos invisibles, otro ejército de obreros, disperso en las grandes ciudades y en el campo. (…)

La explotación adopta, en el llamado trabajo a domicilio, formas más descaradas todavía que en la manufactura, puesto que la capacidad de resistencia del obrero disminuye con su aislamiento; además, entre el verdadero patrono y el obrero se interponen aquí toda una serie de parásitos rapaces; añádase a esto que el trabajo a domicilio tiene que contender siempre en la misma rama de producción con la industria mecanizada o, por lo menos, con la industria manufacturera, que la pobreza en que vive el obrero le priva de las condiciones más indispensables de trabajo, de locales, de luz, de ventilación, etc.; que las irregularidades y fluctuaciones del trabajo florecen bajo esta forma y, finalmente, que en este último refugio a que vienen a guarecerse los obreros desalojados por la gran industria y la agricultura, la competencia de la mano de obra alcanza, como es lógico, su punto culminante, La tendencia a economizar los medios de producción, que en la industria mecanizada se desarrolla de un modo sistemático, tendencia que envuelve a la par, desde el primer momento, un despilfarro despiadado de la fuerza de trabajo y un despojo rapaz de las condiciones normales en que la función del trabajo se ejerce, presenta ahora su faz antagonista y homicida con tanta mayor fuerza cuanto menos desarrolladas se hallan en una rama industrial la fuerza social productiva y la base técnica de los procesos de trabajo combinado«.

El progreso técnico del capital produce desempleo y pobreza

Al elevar la productividad del trabajo del obrero, cada capitalista individualmente busca reducir lo que le cuesta producir sus mercancías para así desplazar a sus competidores del mercado. Pero, cuando se generalizan al resto de capitalistas los métodos por los cuales lo ha conseguido, la consecuencia es un abaratamiento general de las mercancías producidas con dichos métodos. Cuando éstas forman parte del fondo de consumo de los obreros, este movimiento significa una disminución del valor de la fuerza de trabajo de éstos y, a igual duración de la jornada de trabajo, una mayor parte de la misma dedicada a producir la plusvalía.

La acumulación del capital es la reproducción ampliada de éste, es decir, cuando parte de la plusvalía obtenida en cada ciclo se suma al capital aumentando así su cuantía. «Como un fanático de la valorización del valor, el verdadero capitalista obliga implacablemente a la humanidad a producir por producir y, por tanto, a desarrollar las fuerzas sociales productivas y a crear las condiciones materiales de producción que son la única base real para una forma superior de sociedad cuyo principio fundamental es el desarrollo pleno y libre de todos los individuos. (…)

…, el desarrollo de la producción capitalista convierte en ley imperativa el incremento constante del capital invertido en una empresa industrial, y la concurrencia impone a todo capitalista individual las leyes inmanentes del régimen capitalista de producción como leyes coactivas impuestas desde fuera. Le obliga a expandir constantemente su capital para conservarlo, y no tiene más medio de expandirlo que la acumulación progresiva».

El crecimiento de la productividad del trabajo se traduce en que los capitalistas van gastando progresivamente más en comprar medios de producción -lo que Marx llama capital constante– que en contratar obreros -lo que Marx llama capital variable-: se dice que aumenta la composición orgánica del capital. Crece más deprisa el volumen del capital y la producción que la necesidad de mano de obra. De este modo «la acumulación capitalista produce constantemente, en proporción a su intensidad y a su extensión, una población obrera excesiva para las necesidades medías de explotación del capital, es decir, una población obrera remanente o sobrante. (…)

Ahora bien, si la existencia de una superpoblación obrera es producto necesario de la acumulación o del incremento de la riqueza dentro del régimen capitalista, esta superpoblación se convierte a su vez en palanca de la acumulación del capital, más aún, en una de las condiciones de vida del régimen capitalista de producción. Constituye un ejército industrial de reserva, un contingente disponible, que pertenece al capital de un modo tan absoluto como si se criase y mantuviese a sus expensas. Le brinda el material humano, dispuesto siempre para ser explotado a medida que lo reclamen sus necesidades variables de explotación e independiente, además, de los limites que pueda oponer el aumento real de población. (…)

El exceso de trabajo de los obreros en activo engrosa las filas de su reserva, al paso que la presión reforzada que ésta ejerce sobre aquéllos, por el peso de la concurrencia, obliga a los obreros que trabajan a trabajar todavía más y a someterse a las imposiciones del capital. (…)

A grandes rasgos, el movimiento general de los salarios se regula exclusivamente por las expansiones y contracciones del ejército industrial de reserva, que corresponden a las alternativas periódicas del ciclo industrial. (…)

La superpoblación relativa es, por tanto, el fondo sobre el cual se mueve la ley de la oferta y la demanda de trabajo. Gracias a ella, el radio de acción de esta ley se encierra dentro de los límites que convienen en absoluto a la codicia y al despotismo del capital. (…)

Los últimos despojos de la superpoblación relativa son, finalmente, los que se refugian en la órbita del pauperismo. (…) El pauperismo es el asilo de inválidos del ejército obrero en activo y el peso muerto del ejército industrial de reserva. Su existencia va implícita en la existencia de la superpoblación relativa, su necesidad en la necesidad de ésta, y con ella constituye una de las condiciones de vida de la producción capitalista y del desarrollo de la riqueza. Figura entre los faux frais (gastos menores) de la producción capitalista, aunque el capital se las arregle, en gran parte, para sacudirlos de sus hombros y echarlos sobre las espaldas de la clase obrera y de la pequeña clase media. (…)

Por eso, tan pronto como los obreros desentrañan el misterio de que, a medida que trabajan más, producen más riqueza ajena y hacen que crezca la potencia productiva de su trabajo, consiguiendo incluso que su función como instrumentos de valoración del capital sea cada vez más precaria para ellos mismos; tan pronto como se dan cuenta de que el grado de intensidad de la competencia entablada entre ellos mismos depende completamente de la presión ejercida por la superpoblación relativa; tan pronto como, observando esto, procuran implantar, por medio de los sindicatos, etc., un plan de cooperación entre los obreros en activo y los parados, para anular o por lo menos atenuar los desastrosos efectos que aquella ley natural de la producción capitalista acarrea para su clase, el capital y su sifocante, el economista, se ponen furiosos, clamando contra la violación de la ley ’eterna’ y casi ’sagrada’ de la oferta y la demanda. Toda inteligencia entre los obreros desocupados y los obreros que trabajan estorba, en efecto, el ’libre’ juego de esa ley».

Todo lo anterior lleva a Marx a afirmar que, como «productor de laboriosidad ajena, extractor de plusvalía y explotador de fuerza de trabajo, el capital sobrepuja en energía, en desenfreno y en eficacia a todos los sistemas de producción basados directamente en los trabajos forzados, que le precedieron».

El capital engendra necesariamente una desigualdad social creciente

Como conclusión, Marx describe lo que llama la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista, de la siguiente manera:

«Cuanto mayores son la riqueza social, el capital en funciones, el volumen y la intensidad de su crecimiento y mayores tambiénpor tantola magnitud absoluta del proletariado y la capacidad productiva de su trabajo, tanto mayor es el ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible se desarrolla por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La magnitud relativa del ejército industrial de reserva crece, por consiguiente, a medida que crecen las potencias de la riqueza. Y cuanto mayor es este ejército de reserva en proporción al ejército obrero en activo, más se extiende la masa de la superpoblación consolidada, cuya miseria se halla en razón inversa a los tormentos de su trabajo. Y finalmente, cuanto más crecen la miseria dentro de la clase obrera y el ejército industrial de reserva, más crece también el pauperismo oficial. (…)

… dentro del sistema capitalista, todos los métodos encaminados a intensificar la fuerza productiva social del trabajo se realizan a expensas del obrero individual: todos los medios enderezados al desarrollo de la producción se truecan en medios de explotación y esclavización del productor, mutilan el obrero convirtiéndolo en un hombre fragmentario, lo rebajan a la categoría de apéndice de la máquina, destruyen con la tortura de su trabajo el contenido de éste, le enajenan las potencias espirituales del proceso del trabajo en la medida en que a éste se incorpora la ciencia como potencia independiente; corrompen las condiciones bajo las cuales trabaja; le someten, durante la ejecución de su trabajo, al despotismo más odioso y más mezquino; convierten todas las horas de su vida en horas de trabajo; lanzan a sus mujeres y sus hijos bajo la rueda trituradora del capital. Pero, todos los métodos de producción de plusvalía son, al mismo tiempo, métodos de acumulación y todos los progresos de la acumulación se convierten, a su vez, en medios de desarrollo de aquellos métodos. De donde se sigue que, a medida que se acumula el capital, tiene necesariamente que empeorar la situación del obrero, cualquiera que sea su retribución, ya sea ésta alta o baja. Finalmente, la ley que mantiene siempre la superpoblación relativa o ejército industrial de reserva en equilibrio con el volumen y la intensidad de la acumulación mantiene al obrero encadenado al capital con grilletes más firmes que las cuñas de Vulcano con que Prometeo fue clavado a la roca. Esta ley determina una acumulación de miseria equivalente a la acumulación de capital. Por eso, lo que en un polo es acumulación de riqueza es, en el polo contrario, es decir, en la clase que crea su propio producto como capital, acumulación de miseria, de tormentos de trabajo, de esclavitud, de despotismo y de ignorancia y degradación moral».

La relación antagónica del capital con la naturaleza, posible origen de la COVID-19

El capitalismo no se limita a exprimir hasta la extenuación a la mayoría obrera y trabajadora de la humanidad: se lo hace también a la propia naturaleza. En este sentido, además de ser culpable de la amplitud de los contagios por COVID-19 y de la crisis económica subsiguiente, también podría ser culpable del surgimiento de esta enfermedad entre los humanos. Así lo estima John Bellamy Foster, profesor de sociología de la Universidad de Oregon (EE.UU.) [5]. Marx expone así la esencia de esta cuestión:

«Al crecer de un modo incesante el predominio de la población urbana, aglutinada por ella en grandes centros, la producción capitalista acumula, de una parte, la fuerza histórica motriz de la sociedad, mientras que de otra parte perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra; es decir, el retorno a la tierra de los elementos de ésta consumidos por el hombre en forma de alimento y de vestido, que constituye la condición natural eterna sobre que descansa la fecundidad permanente del suelo. Al mismo tiempo, destruye la salud física de los obreros. A la vez que, destruyendo las bases primitivas y naturales de aquel metabolismo, obliga a restaurarlo sistemáticamente como ley reguladora de la producción social y bajo una forma adecuada al pleno desarrollo del hombre. En la agricultura, al igual que en la manufactura, la transformación capitalista del proceso de producción es a la vez el martirio del productor, en que el instrumento de trabajo se enfrenta con el obrero como instrumento de sojuzgamiento, de explotación y de miseria, y la combinación social de los procesos de trabajo como opresión organizada de su vitalidad, de su libertad y de su independencia individual. La dispersión de los obreros del campo en grandes superficies vence su fuerza de resistencia, al paso que la concentración robustece la fuerza de resistencia de los obreros de la ciudad. Al igual que en la industria urbana, en la moderna agricultura la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consiguen a costa de devastar y agotar la fuerza de trabajo del obrero. Además, todo progreso, realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado, es a la vez un paso dado en el agotamiento de las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad. (…)

Por tanto, la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre. (…)

… la explotación racional y consciente de la tierra como eterna propiedad colectiva y condición inalienable de existencia y reproducción de la cadena de generaciones humanas que se suceden unas a otras, es suplantada por la explotación y dilapidación de las fuerzas de la tierra. (…)

La gran industria y la gran agricultura explotada industrialmente actúan de un modo conjunto y forman una unidad. Si bien en un principio se separan por el hecho de que la primera devasta y arruina más bien la fuerza de trabajo y, por tanto, la fuerza natural del hombre y la segunda más directamente la fuerza natural de la tierra, más tarde tienden cada vez más a darse la mano, pues el sistema industrial acaba robando también las energías de los trabajadores del campo, a la par que la industria y el comercio suministran a la agricultura los medios para el agotamiento de la tierra. (…)

Considerada desde el punto de vista de una formación económica superior de la sociedad, la propiedad privada de algunos individuos sobre la tierra parecerá algo tan monstruoso como la propiedad privada de un hombre sobre su semejante. Ni la sociedad en su conjunto, ni la nación ni todas las sociedades que coexistan en un momento dado, son propietarios de la tierra. Son, simplemente, sus poseedoras, sus usufructuarias, llamadas a usarla como boni patres familias [buenos padres de familia] y a transmitirla mejorada a las futuras generaciones».

¿Quién es culpable de la actual crisis económica? ¿La COVID-19 o el capital?

Los tormentos impuestos por el capital a los trabajadores y a la naturaleza se aceleran con cada crisis de este modo de producción. En este preciso momento, se culpa de la crisis al virus; igual que, en 2008, se culpó a las «hipotecas basura». Parece como si los tropiezos de este régimen de producción siempre tuvieran causas ajenas a él. Pero no es cierto: estas causas más o menos ajenas son solamente desencadenantes de un sistema económico preñado de crisis. ¿En qué consisten?

«La enorme capacidad de expansión del régimen fabril y su supeditación al mercado mundial imprimen forzosamente a la producción un ritmo febril seguido de un abarrotamiento de los mercados que, al contraerse, producen un estado de paralización. La vida de la industria se convierte en una serie de períodos de animación media, de prosperidad, de superproducción, de crisis y de estancamiento. La inseguridad y la inconsistencia a que las máquinas someten al trabajo, y por tanto a la situación y la vida del obrero, adquieren un carácter de normalidad con estas alternativas periódicas del ciclo industrial».

Siguiendo a los economistas que le precedieron, Marx examina las condiciones que son necesarias para la continua reproducción del capital en la sociedad. Son las condiciones para que todos los sectores económicos puedan comerciar entre sí sin interrupciones: sector de producción de medios de producción y sector de producción de medios de consumo (dentro de éste, el de bienes básicos y el de bienes de lujo); obreros y capitalistas como meros consumidores; pequeños propietarios que comercian con todos ellos; etc. Y observa que las «condiciones del desarrollo normal de la reproducción,… se truecan en otras tantas condiciones de desarrollo anormal, en otras tantas posibilidades de crisis, puesto que el mismo equilibrio constituye algo fortuito dentro de la estructura elemental de este régimen de producción». En efecto, entre todos estos agentes, impera la propiedad privada y, con ella, la mutua competencia antagónica, en lugar de la propiedad colectiva y la cooperación de todos según un plan preestablecido.

¿Cuáles son las contradicciones de esta estructura económica elemental?

«Contradicción del régimen de producción capitalista: los obreros como compradores de mercancías, son importantes para el mercado. Pero, como vendedores de su mercancía –de la fuerza del trabajo–, la sociedad capitalista tiende a reducirlos al mínimum del precio. Otra contradicción: las épocas en que la producción capitalista pone en tensión todas sus fuerzas se revelan en general como épocas de superproducción, pues las fuerzas de la producción no pueden emplearse mientras se produzca más valor, sino sólo hasta el punto en que además éste pueda realizarse; pero por la venta de las mercancías, la realización del capital-mercancías y también, por tanto, de la plusvalía, se halla limitada, no por la necesidad de consumo de la sociedad en general, sino por las necesidades de consumo de una sociedad la gran mayoría de cuyos individuos son pobres y tienen necesariamente que permanecer siempre en ese estado».

Sólo se puede hacer frente a las desproporciones causadas por la propiedad privada y por los cambios bruscos en las condiciones naturales (como son las epidemias) «… mediante una continua superproducción relativa; por una parte, una cierta cantidad de capital fijo [es decir, invertido en maquinaria y edificios] que produzca más de lo directamente necesario; por otra parte, y muy concretamente, existencias de materias primas, etc., que excedan de las necesidades inmediatas anuales (cosa aplicable muy especialmente a los medios de subsistencia). Este tipo de superproducción equivale al control de la sociedad sobre los medios objetivos de su propia reproducción. Pero dentro de la sociedad capitalista sería un elemento de anarquía».

La superproducción es, en el capitalismo, un elemento de anarquía porque significa producir sin vender, interrumpiendo entonces el ciclo reproductivo del capital -la nueva compra de medios de producción y de fuerza de trabajo-, parálisis que se contagia a todos los eslabones de la cadena de compraventas insoslayables para esta forma de reproducción social. Este inconveniente desaparece en una economía comunista donde los bienes no se producen como mercancías, o incluso en una economía socialista parcialmente mercantil en la que los principales medios de producción son administrados por un sistema de planificación central.

La tendencia a la baja de la cuota de ganancia acelera y acentúa las crisis

Las proporciones entre sectores económicos necesarias para la normal reproducción del capital social se rompen por las acciones de los capitalistas individuales que persiguen contrarrestar la disminución de su cuota de ganancia, la cual expresa el grado de valorización del capital total invertido por cada capitalista. Como ya hemos observado, «es una ley de la producción capitalista el que, conforme va desarrollándose, decrezca en términos relativos el capital variable con respecto al constante y, por consiguiente, en proporción a todo el capital puesto en movimiento. (…)

… la tendencia real de la producción capitalista…, a medida que se acentúa el descenso relativo del capital variable con respecto al constante, hace que la composición orgánica del capital en su conjunto sea cada vez más elevada, y la consecuencia directa de esto es que la cuota de plusvalía se exprese en una cuota general de ganancia decreciente, aunque permanezca invariable e incluso aumente el grado de explotación del trabajo. La tendencia progresiva de la cuota general de ganancia a bajar es, simplemente una forma, propia del modo de producción capitalista, de expresar el progreso de la productividad social del trabajo».

Así, a pesar de que la masa absoluta de ganancia crece y mucho, lo hace todavía más deprisa la masa total del capital, lo cual se expresa en una cuota de ganancia decreciente que angustia a cada capitalista hasta lanzarle a las aventuras más peligrosas:

«… como la cuota de valorización del capital en su conjunto, la cuota de ganancia, constituye el acicate de la producción capitalista (que tiene como finalidad exclusiva la valorización del capital), su baja amortigua el ritmo de formación de nuevos capitales independientes, presentándose así como un factor peligroso para el desarrollo de la producción capitalista, alienta la superproducción, la especulación, las crisis, la existencia de capital sobrante junto a una población sobrante».

Lo que expresa el horror del capitalista «a la cuota decreciente de ganancia es la sensación de que el régimen de producción capitalista tropieza en el desarrollo de las fuerzas productivas con un obstáculo que no guarda la menor relación con la producción de la riqueza en cuanto tal. Este peculiar obstáculo acredita precisamente la limitación y el carácter puramente histórico, transitorio, del régimen capitalista de producción; atestigua que no se trata de un régimen absoluto de producción de riqueza, sino que, lejos de ello, choca al llegar a cierta etapa con su propio desarrollo ulterior. (…)

No debe olvidarse jamás que la producción de… plusvalía –y la reversión de una parte de ella a capital, o sea, la acumulación, constituye una parte integrante de esta producción de la plusvalía– es el fin directo y el motivo determinante de la producción capitalista. Por eso no debe presentarse nunca ésta como lo que no es, es decir, como un régimen de producción que tiene como finalidad directa el disfrute o la producción de medios de disfrute para el capitalista. Al hacerlo así, se pasa totalmente por alto su carácter específico, carácter que se imprime en toda su fisonomía interior y fundamental. (…)

La masa total de mercancías, el producto total, tanto la parte que repone el capital constante y el variable como la que representa plusvalía, necesita ser vendida. Si no logra venderse o sólo se vende en parte o a precios inferiores a los de producción, aunque el obrero haya sido explotado, su explotación no se realiza como tal para el capitalista, no va unida a la realización, o solamente va unida a la realización parcial de la plusvalía estrujada, pudiendo incluso llevar aparejada la pérdida de su capital en todo o en parte. Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas. No sólo difieren en cuanto al tiempo y al lugar, sino también en cuanto al concepto. Unas se hallan limitadas solamente por la capacidad productiva de la sociedad, otras por la proporcionalidad entre las distintas ramas de producción y por la capacidad de consumo de la sociedad. Pero ésta no se halla determinada ni por la capacidad productiva absoluta ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo a base de las condiciones antagónicas de distribución que reducen el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo susceptible sólo de variación dentro de límites muy estrechos. Se halla limitada, además, por el impulso de acumulación, por la tendencia a acrecentar el capital y a producir plusvalía en una escala ampliada.

Es ésta una ley de la producción capitalista, ley que obedece a las constantes revoluciones operadas en los propios métodos de producción, la depreciación constante del capital existente que suponen la lucha general de la concurrencia y la necesidad de perfeccionar la producción y extender su escala, simplemente como medio de conservación y so pena de perecer. El mercado tiene, por tanto, que extenderse constantemente, de modo que sus conexiones y las condiciones que lo regulan van adquiriendo cada vez más la forma de una ley natural independiente de la voluntad de los productores, cada vez más incontrolable. La contradicción interna busca una solución en la expansión del campo externo de la producción. Pero cuanto más se desarrolla la fuerza productiva, más choca con la base estrecha sobre la que están fundadas las relaciones de consumo. Partiendo de esta base contradictoria, no constituye en modo alguno una contradicción el que el exceso de capital vaya unido al exceso creciente de población, pues si bien combinando ambos factores la masa de la plusvalía producida aumentaría, con ello se acentúa al mismo tiempo la contradicción entre las condiciones en que esta plusvalía se produce y las condiciones en que se realiza».

Las crisis son una consecuencia inevitable de las contradicciones del capitalismo

«Las crisis son siempre soluciones violentas puramente momentáneas de las contradicciones existentes, erupciones violentas que restablecen pasajeramente el equilibrio roto.

La contradicción, expresada en términos muy generales, consiste en que, de una parte, el régimen capitalista de producción tiende al desarrollo absoluto de las fuerzas productivas, prescindiendo del valor y de la plusvalía implícita en él y prescindiendo también de las condiciones sociales dentro de las que se desenvuelve la producción capitalista, mientras que, por otra parte, tiene como objetivo la conservación del valor-capital existente y su valorización hasta el máximo (…)

La producción capitalista aspira constantemente a superar estos límites inmanentes a ella, pero sólo puede superarlos recurriendo a medios que vuelven a levantar ante ella estos mismos límites todavía con mayor fuerza.

El verdadero límite de la producción capitalista es el mismo capital, es el hecho de que, en ella, son el capital y su propia valorización lo que constituye el punto de partida y la meta, el motivo y el fin de la producción; el hecho de que aquí la producción sólo es producción para el capital y no, a la inversa, los medios de producción simples medios para ampliar cada vez más la estructura del proceso de vida de la sociedad de los productores. De aquí que los límites dentro de los cuales tiene que moverse la conservación y valorización del valor-capital, la cual descansa en la expropiación y depauperación de las grandes masas de los productores, choquen constantemente con los métodos de producción que el capital se ve obligado a emplear para conseguir sus fines y que tienden al aumento ilimitado de la producción, a la producción por la producción misma, al desarrollo incondicional de las fuerzas sociales productivas del trabajo. El medio empleado –desarrollo incondicional de las fuerzas sociales productivas– choca constantemente con el fin perseguido, que es un fin limitado: la valorización del capital existente. Por consiguiente, si el régimen capitalista de producción constituye un medio histórico para desarrollar la capacidad productiva material y crear el mercado mundial correspondiente, envuelve al propio tiempo una contradicción constante entre esta misión histórica y las condiciones sociales de producción propias de este régimen. (…)

Como la finalidad del capital no es satisfacer necesidades, sino producir ganancia, y como sólo puede lograr esta finalidad mediante métodos que ajustan la masa de lo producido a la escala de la producción, y no a la inversa, tienen que surgir constante y necesariamente disonancias entre las proporciones limitadas del consumo sobre base capitalista y una producción que tiende constantemente a rebasar este límite inmanente. (…)

… dentro de la producción capitalista la proporcionalidad de las distintas ramas de producción aparece como un proceso constante derivado de la desproporcionalidad, desde el momento en que la trabazón de la producción en su conjunto se impone aquí a los agentes de la producción como una ley ciega y no como una ley comprendida y, por tanto, dominada por su inteligencia colectiva, que someta a su control común el proceso de producción. (…)

No es que se produzcan demasiados medios de subsistencia en proporción a la población existente. Al revés. Lo que realmente ocurre es que se producen pocos para sostener decorosa y humanamente a la población.

No es que se produzcan demasiados medios de producción para dar ocupación a la parte de la población capaz de trabajar. Al revés. En primer lugar, se produce una parte excesivamente grande de población que en realidad no se halla en condiciones de trabajar y que tiene que vivir de explotar el trabajo de otros o de trabajos que sólo pueden considerarse como tales dentro de un mísero sistema de producción. En segundo lugar, no se producen bastantes medios de producción para que toda la población capaz de trabajar trabaje en las condiciones más productivas, es decir, para que su tiempo absoluto de trabajo se acorte por la masa y la efectividad del capital constante que durante ese tiempo de trabajo se emplea.

Lo que sí ocurre es que se producen periódicamente demasiados medios de trabajo y demasiados medios de subsistencia para poder emplearlos como medios de explotación de los obreros a base de una determinada cuota de ganancia. Se producen demasiadas mercancías para poder realizar y convertir en nuevo capital, en las condiciones de distribución y de consumo trazadas por la producción capitalista, el valor y la plusvalía contenidos en ellas, es decir, para llevar a cabo este proceso sin explosiones constantemente reiteradas.

No es que se produzca demasiada riqueza. Lo que ocurre es que se produce periódicamente demasiada riqueza bajo sus formas capitalistas antagónicas».

La producción capitalista se «paraliza, no donde lo exige la satisfacción de las necesidades, sino allí donde lo impone la producción y realización de la ganancia».

Los remedios que agravan las crisis: el capital comercial

Los factores de desproporción y desestabilización de la producción capitalista se multiplican con el desarrollo de ésta y de la división del trabajo, motivada por la búsqueda de una mayor rentabilidad que contrarreste la disminución de la cuota de ganancia. Así, los capitalistas industriales tienen que distribuir el valor y la plusvalía producidos en sus fábricas con los capitalistas comerciales, los capitalistas bancarios y los terratenientes: la ganancia industrial es la fuente de la que brota la ganancia comercial, el interés del dinero y la renta del suelo.

«Pese a su autonomía, el movimiento del capital comercial no es nunca otra cosa que el movimiento del mismo capital industrial en la esfera de la circulación. Lo que ocurre es que, gracias a su autonomía, se mueve hasta cierto punto independientemente de los límites propios del proceso de reproducción, por lo cual empuja a éste a rebasar sus propios límites. La dependencia interna y la autonomía externa lo empujan hasta un punto en que la conexión interior se restablece violentamente, por medio de una crisis. (…)

… la producción de plusvalía, y con ella el consumo individual del capitalista, pueden crecer y hallarse en el estado más floreciente todo el proceso de reproducción, y, sin embargo, existir una gran parte de mercancías que sólo aparentemente entran en la órbita del consumo y que en realidad quedan invendidas en manos de los intermediarios, es decir, que, de hecho, se hallan todavía en el mercado. Una oleada de mercancías sigue a la otra, hasta que por último se comprueba que la oleada anterior no ha sido absorbida por el consumo más que en apariencia. Los capitales en mercancías se disputan unos a otros el lugar que ocupan en el mercado. Los rezagados, para vender, venden por debajo del precio. Aún no se han liquidado las oleadas anteriores de mercancías, cuando vencen los plazos para pagarlas y los que las tienen en su poder se ven obligados a declararse insolventes o a venderlas a cualquier precio para poder pagar. Estas ventas no tienen absolutamente nada que ver con el verdadero estado de la demanda. Tienen que ver únicamente con la demanda de pago, con la necesidad absoluta de convertir las mercancías en dinero. Es entonces cuando estalla la crisis. Esta se manifiesta, no en el descenso inmediato de la demanda de tipo consuntivo, de la demanda para el consumo individual, sino en el descenso del intercambio de unos capitales por otros, del proceso de reproducción del capital».

Los remedios que agravan las crisis: el capital a interés

El negocio del banquero consiste en centralizar el dinero que no circula para prestarlo a quienes tendrán que devolvérselo con un incremento llamado interés. Los capitalistas pueden venderse unos a otros estos capitales a crédito, bajo la forma de títulos como acciones, obligaciones, etc. El crédito permite a cada capitalista superar hasta cierto punto el límite que le impone la necesidad de vender su producción: puede volver a producir sin haber vendido todavía lo anteriormente producido. La cuestión del crédito tiene una enorme importancia en la situación actual en que los poderes públicos han abierto crédito por valor de cientos de miles de millones de euros a las empresas y los Estados acumulan deudas que superan la capacidad productiva anual bruta de sus países.

«… el crédito brinda al capitalista individual o a quien pasa por capitalista un poder absoluto dentro de ciertos límites de disposición sobre capital ajeno y propiedad ajena, que es también, por tanto, un poder de disposición sobre trabajo ajeno… el capital puede considerarse mucho más como la base sobre que descansa un amplio crédito que como el límite de las operaciones de cambio de un negocio comercial cualquiera. (…) Lo que el comerciante al por mayor dedicado a la especulación arriesga es la propiedad social y no su misma propiedad. (…)

Los triunfos y los fracasos conducen por igual a la centralización de los capitales y, por tanto, a la expropiación en la escala más gigantesca. La expropiación se extiende aquí desde el productor directo hasta el modesto y mediano capitalista. Esta expropiación constituye el punto de partida del régimen capitalista de producción; el llevarla a cabo es su meta; se trata, en última instancia, de expropiar a todos los individuos de los medios de producción, los cuales, al desarrollarse la producción social, dejan de ser medios y productos de la producción privada para convertirse en medios de producción puestos en manos de productores asociados, en producto social de éstos y que, por tanto, sólo pueden ser propiedad social suya. Pero, dentro del sistema capitalista, esta expropiación se presenta bajo una forma antagónica, como la apropiación de la propiedad social por unos cuantos, y el crédito da a estos pocos individuos el carácter cada vez más marcado de simples aventureros. La propiedad existe aquí bajo forma de acciones, cuyo movimiento y cuya transferencia son, por tanto, simple resultado del juego de la Bolsa, donde los peces chicos son devorados por los tiburones y las ovejas por los lobos bursátiles. El sistema de las acciones entraña ya la antítesis de la forma tradicional en que los medios sociales de producción aparecen como propiedad individual; pero, al revestir la forma de la acción, siguen encuadrados dentro del marco capitalista, por consiguiente, este sistema, en vez de superar el antagonismo entre el carácter de la riqueza como riqueza social y como riqueza privada, se limita a imprimirle una nueva forma. (…)

Si el sistema de crédito aparece como la palanca principal de la superproducción y del exceso de especulación en el comercio es pura y simplemente, porque el proceso de reproducción, que es por su propia naturaleza un proceso elástico, se ve forzado aquí hasta el máximo, y se ve forzado porque una gran parte del capital social es invertido por quienes no son sus propietarios, los cuales lo manejan, naturalmente, con mayor desembarazo que los propietarios, ya que éstos, cuando actúan personalmente, tantean de un modo meticuloso los límites y las posibilidades de su capital privado. No hace más que destacarse así el hecho de que la valorización del capital basada en el carácter antagónico de la producción capitalista sólo consiente hasta cierto punto su libre y efectivo desarrollo, pues en realidad constituye una traba y un límite inmanentes de la producción, que el sistema de crédito se encarga de romper constantemente. Por consiguiente, el crédito acelera e desarrollo material de las fuerzas productivas y la instauración de mercado mundial, bases de la nueva forma de producción, que es misión histórica del régimen de producción capitalista implantar hasta un cierto nivel. El crédito acelera al mismo tiempo las explosiones violentas de esta contradicción, que son las crisis, y con ellas los elementos para la disolución del régimen de producción vigente.

El sistema de crédito, cuyo eje son los supuestos bancos nacionales y los grandes prestamistas de dinero y usureros que pululan en torno a ellos, constituye una enorme centralización y confiere a esta clase parasitaria un poder fabuloso que le permite, no sólo diezmar periódicamente a los capitalistas industriales, sino inmiscuirse del modo más peligroso en la verdadera producción, de la que esta banda no sabe absolutamente nada y con la que no tiene nada que ver. (…)

Cuando la producción funciona sin entorpecimiento se olvida esto. El crédito, que es también una forma social de la riqueza, desplaza al dinero y usurpa el lugar que a éste corresponde. Es la confianza en el carácter social de la producción la que hace aparecer la forma-dinero de los productos como algo llamado a desaparecer, como algo puramente ideal, como mera representación. Pero tan pronto como se estremece el crédito –fase que se presenta siempre, necesariamente, en el ciclo de la moderna industria–, se pretende que toda la riqueza real se convierta efectiva y súbitamente en dinero, en oro y plata, aspiración disparatada, pero que brota forzosamente del sistema mismo. Y toda la cantidad de oro y plata de que se dispone para hacer frente a estas desorbitadas pretensiones se reduce a los dos o tres millones guardados en las arcas del Banco. Por eso los efectos de la retirada del oro hacen resaltar palmariamente el hecho de que la producción no se halla sometida realmente al control social como una producción verdaderamente social, y lo hacen resaltar de un modo visible bajo la forma de que la forma social de la riqueza existe como un objeto situado al margen de ella. En realidad, el sistema capitalista comparte esta cualidad con otros sistemas anteriores de producción basados en el comercio de mercancías y en el cambio privado. Pero es bajo aquél donde resalta del modo más palmario y bajo la forma grotesca de una contradicción y un contrasentido absurdos, ya que 1º en el sistema capitalista es donde la producción aparece eliminada del modo más completo, la producción en función del valor de uso directo, del propio uso del productor, donde, por tanto, la riqueza sólo existe como un proceso social; 2º porque, al desarrollarse el sistema de crédito, la producción capitalista tiende a suprimir continuamente este límite metálico, a la par material y fantástico, de la riqueza y de su movimiento, pero rompiéndose sin cesar la cabeza contra él».

El hecho, «tan admirado por los economistas apologéticos, de que un hombre sin fortuna, pero con energía, seriedad, capacidad y conocimiento de los negocios, pueda convertirse así en capitalista –ya que en el régimen capitalista de producción se aprecia de un modo más o menos certero el valor comercial de cada cual–, aunque haga salir constantemente a plaza junto a los distintos capitalistas individuales que ya existen toda una serie de caballeros de fortuna poco gratos, consolida la dominación del capital mismo, amplía su base y le permite reclutar continuamente fuerzas nuevas de las entrañas de la sociedad. Exactamente lo mismo que el hecho de que la iglesia católica, en la Edad Media, alimentase su jerarquía, sin fijarse en la posición social, el nacimiento o la fortuna, con las mejores cabezas del pueblo constituía uno de los elementos fundamentales que contribuían a consolidar la dominación del clero y a oprimir a las gentes de estado laico. Una clase dominante es tanto más fuerte y más peligrosa en su dominación cuanto más capaz es de asimilarse a los hombres más importantes de las clases dominadas. (…)

El sistema bancario sustrae la distribución del capital de manos de los capitalistas privados y los usureros, como negocio particular, como función social. Pero, al mismo tiempo, los bancos y el crédito se convierten así en el medio más poderoso para empujar a la producción capitalista a salirse de sus propios límites y en uno de los vehículos más eficaces de las crisis y la especulación».

La insuficiencia de las reformas: la redistribución de rentas

«La llegada del momento de la crisis se anuncia al presentarse y ganar extensión y profundidad la contradicción y el antagonismo entre las relaciones de distribución y, por tanto, la forma histórica concreta de las relaciones de producción correspondientes a ellas, de una parte, y de otra las fuerzas productivas, la capacidad de producción y el desarrollo de sus agentes. Estalla entonces un conflicto entre el desarrollo material de la producción y su forma social. (…)

La razón última de toda verdadera crisis es siempre la pobreza y la capacidad restringida de consumo de las masas, con las que contrasta la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad. (…)

El hecho de que las mercancías queden invendibles quiere decir sencillamente que no se encuentran compradores o, lo que tanto vale consumidores solventes para ellas (lo mismo si las mercancías se destinan en última instancia al consumo productivo que si se destinan al consumo individual)».

Podría parecer que Marx está respaldando aquí el romanticismo socialdemócrata que pretende evitar las crisis aumentando las rentas del trabajo. Pero, nada más lejos de la realidad, porque advierte enseguida: «… si se pretende dar a esta perogrullada una apariencia de razonamiento profundo, diciendo que la clase obrera percibe una parte demasiado pequeña de su propio producto y que este mal puede remediarse concediéndole una parte mayor, es decir, haciendo que aumenten sus salarios, cabe observar que las crisis van precedidas siempre, precisamente, de un período de subida general de los salarios, en que la clase obrera obtiene realmente una mayor participación en la parte del producto anual destinada al consumo. En rigor, según los caballeros del santo y ’sencillo’ (!) sentido común, estos períodos parece que debieran, por el contrario, alejar la crisis. Esto quiero decir, pues, que la producción capitalista implica condiciones independientes de la buena o la mala voluntad de los hombres, que sólo dejan un margen momentáneo a aquella prosperidad relativa de la clase obrera, que es siempre, además, un pájaro agorero de la crisis».

Y es que, por mucho que las crisis y las demás lacras del capitalismo se manifiesten como un problema en la distribución de rentas, ésta es inseparable de su verdadera causa.

«Las llamadas relaciones de distribución responden, pues, a formas históricamente determinadas y específicamente sociales del proceso de producción, de las que brotan, y a las relaciones que los hombres contraen entre sí en el proceso de reproducción de su vida humana. El carácter histórico de estas relaciones de distribución es el carácter histórico de las relaciones de producción, de las que aquéllas solo expresan un aspecto. La distribución capitalista difiere de las formas de distribución que corresponden a otros tipos de producción, y cada forma de distribución desaparece al desaparecer la forma determinada de producción de que nace y a la que corresponde».

En definitiva, si se quiere acabar con la creciente desigualdad en la distribución de rentas, hay que acabar con las relaciones de producción capitalistas que la engendran.

La insuficiencia de las reformas: las nacionalizaciones capitalistas

Hay quienes creen que, para conjurar las catástrofes capitalistas, es suficiente con alcanzar la mayoría parlamentaria para formar gobierno, crear una banca pública y nacionalizar algunas empresas. Marx no niega la utilidad de tales proyectos, a condición de que signifiquen solamente la transición hacia la erradicación del capital. Según explica, «… no cabe la menor duda de que el sistema de crédito actuará como un poderoso resorte en la época de transición del régimen capitalista de producción al régimen de producción del trabajo asociado, pero solamente como un elemento en relación con otras grandes conmociones orgánicas del mismo régimen de producción. En cambio, las ilusiones que algunos se hacen acerca del poder milagroso del sistema de crédito y del sistema bancario en un sentido socialista nacen de la ignorancia total de lo que es el régimen capitalista de producción y el régimen de crédito como una de sus formas. Tan pronto como los medios de producción dejen de convertirse en capital (lo que implica también la abolición de la propiedad privada sobre el suelo), el crédito como tal no tendrá ya ningún sentido, …»

En cuanto a esos propósitos de enmienda dirigidos a «refundar el capitalismo» potenciando lo público y las nacionalizaciones, Marx advierte: «Toda idea de controlar la producción de las materias primas con métodos colectivos, imperativos y previsores ––control que, en general, es además absolutamente incompatible con las leyes de la producción capitalista y que, por tanto, queda siempre reducido a un buen deseo o se limita a unas cuantas medidas excepcionalmente colectivas en momentos de grandes peligros y de gran perplejidad inmediatos–, deja paso a la fe en la mutua acción reguladora de la oferta y la demanda».

Y Engels añade: «… si la producción necesita ser regulada, no es, evidentemente, la clase capitalista la llamada a regularla. Por el momento, estos cárteles no tienen más finalidad que velar porque los peces chicos sean devorados más rápidamente todavía que antes por los peces gordos».

El punto de vista capitalista sobre esta cuestión no puede ser otro que el siguiente:

«La división del trabajo en la manufactura supone la autoridad incondicional del capitalista sobre hombres que son otros tantos miembros de un mecanismo global de su propiedad, la división social del trabajo enfrenta a productores independientes de mercancías que no reconocen más autoridad que la de la concurrencia, la coacción que ejerce sobre ellos la presión de sus mutuos intereses, del mismo modo que en el reino animal el bellum omnium contra omnes [la guerra de todos contra todos] se encarga de asegurar más o menos íntegramente las condiciones de vida de todas las especies. Por eso la misma conciencia burguesa, que festeja la división manufacturera del trabajo, la anexión de por vida del obrero a faenas de detalle y la supeditación incondicional de estos obreros parcelados al capital como una organización del trabajo que incrementa la fuerza productiva de éste, denuncia con igual clamor todo lo que suponga una reglamentación y fiscalización consciente de la sociedad en el proceso social de producción como si se tratase de una usurpación de los derechos inviolables de propiedad, libertad y libérrima «genialidad» del capitalista individual. Y es característico que esos apologistas entusiastas del sistema fabril, cuando quieren hacer una acusación contundente contra lo que seria una organización general del trabajo a base de toda la sociedad, digan que convertiría a la sociedad entera en una fábrica».

Cuando se habla de nacionalizar tales o cuales empresas, no se debe olvidar que «… el capital no es una cosa material, sino una determinada relación social de producción, correspondiente a una determinada formación histórica de la sociedad, que toma cuerpo en una cosa material y le infunde un carácter social específico. El capital no es la suma de los medios de producción materiales y producidos. Es el conjunto de los medios de producción convertidos en capital y que de suyo tienen tan poco de capital como el oro o la plata, como tales, de dinero. Es el conjunto de los medios de producción monopolizados por una determinada parte de la sociedad, los productos y condiciones de ejercicio de la fuerza de trabajo vivo enfrente de esta fuerza de trabajo que este antagonismo personifica como capital».

Finalmente, la clase obrera puede ganar las elecciones y formar gobierno, pero ¿le obedecerá el Estado formado durante largos decenios de dominación capitalista?

«La relación directa existente entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos –relación cuya forma corresponde siempre de un modo natural a una determinada fase de desarrollo del tipo de trabajo y, por tanto, a su capacidad productiva social– es la que nos revela el secreto más recóndito, la base oculta de toda la construcción social y también, por consiguiente, de la forma política de la relación de soberanía y dependencia, en una palabra, de cada forma específica de Estado. Lo cual no impide que la misma base económica –la misma, en cuanto a sus condiciones fundamentales– pueda mostrar en su modo de manifestarse infinitas variaciones y gradaciones debidas a distintas e innumerables circunstancias empíricas, condiciones naturales, factores étnicos, influencias históricas que actúan desde el exterior, etc., variaciones y gradaciones que sólo pueden comprenderse mediante el análisis de estas circunstancias empíricamente dadas».

¿Cómo la tendencia histórica de la acumulación capitalista conduce inexorablemente a la revolución comunista?

«Conforme disminuye progresivamente el número de magnates capitalistas que usurpan y monopolizan este proceso de transformación [de la producción individual en producción social], crece la masa de la miseria, de la opresión, de la esclavización, de la degeneración, de la explotación; pero crece también la rebeldía de la clase obrera, cada vez más numerosa y más disciplinada, mas unida y más organizada por el mecanismo del mismo proceso capitalista de producción. El monopolio del capital se convierte en grillete del régimen de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados.

El sistema de apropiación capitalista que brota del régimen capitalista de producción, y por tanto la propiedad privada capitalista, es la primera negación de la propiedad privada individual, basada en el propio trabajo. Pero la producción capitalista engendra, con la fuerza inexorable de un proceso natural, su primera negación. Es la negación de la negación. Esta no restaura la propiedad privada ya destruida, sino una propiedad individual que recoge los progresos de la era capitalista: una propiedad individual basada en la cooperación y en la posesión colectiva de la tierra y de los medios de producción producidos por el propio trabajo.

La transformación de la propiedad privada dispersa y basada en el trabajo personal del individuo en propiedad privada capitalista fue, naturalmente, un proceso muchísimo más lento, más duro y más difícil, que será la transformación de la propiedad capitalista, que en realidad descansa ya sobre métodos sociales de producción, en propiedad social. Allí, se trataba de la expropiación de la masa del pueblo por unos cuantos usurpadores; aquí, de la expropiación de unos cuantos usurpadores por la masa del pueblo».

El desarrollo industrial «… al fomentar las condiciones materiales y la combinación social del proceso de producción, fomenta las contradicciones y antagonismos de su forma capitalista, fomentando por tanto, al mismo tiempo, los elementos creadores de una sociedad nueva y los factores revolucionarios de la sociedad antigua».

Entretanto, el capitalismo monopolista o imperialismo

Mientras las condiciones materiales y espirituales no se han desarrollado suficientemente para la victoria de la revolución comunista, el capitalismo opera una transformación con la socialización creciente de la producción y se convierte en capitalismo monopolista, en imperialismo. Sería Lenin quien completaría el estudio de esta nueva etapa.

Pero Engels ya observa que «… se han desarrollado, como es sabido, nuevas formas de empresas industriales que representan la segunda y la tercera potencia de las sociedades anónimas. La rapidez diariamente creciente con que hoy puede aumentarse la producción en todos los campos de la gran industria choca con la lentitud cada vez mayor de la expansión del mercado para dar salida a esta producción acrecentada. Lo que aquélla produce en meses apenas es absorbido por éste en años. Añádase a esto la política arancelaria con que cada país industrial se protege frente a los demás y especialmente frente a Inglaterra, estimulando además artificialmente la capacidad de producción interior. Las consecuencias son: superproducción general crónica, precios bajos, tendencia de las ganancias a disminuir e incluso a desaparecer, en una palabra, la tan cacareada libertad de competencia ha llegado al final de su carrera y se ve obligada a proclamar por sí misma su manifiesta y escandalosa bancarrota. La proclama a través del hecho de que no hay ningún país en que los grandes industriales de una determinada rama no se asocien para formar un consorcio cuya finalidad es regular la producción. Un comité se encarga de señalar la cantidad que cada establecimiento ha de producir y de distribuir en última instancia los encargos recibidos. En algunos casos han llegado a formarse incluso consorcios internacionales, por ejemplo, entre la producción siderúrgica de Inglaterra y de Alemania. Pero tampoco esta forma de socialización de la producción ha sido suficiente. El antagonismo de intereses entre las distintas empresas rompía con harta frecuencia los diques del consorcio y volvía a imponerse la competencia. Para evitar esto se recurrió, en aquellas ramas en que el nivel de producción lo consentía, a concentrar toda la producción de una rama industrial en una gran sociedad anónima con una dirección única. Esto se ha hecho ya en los Estados Unidos en más de una ocasión: en Eu-ropa, el ejemplo más importante de esto, hasta ahora, es el United Alkali Trust, que ha puesto toda la producción británica de sosa en manos de una sola empresa. A los antiguos propietarios de las distintas minas ––más de treinta–– se les indemnizaron sus inversiones en acciones de la nueva sociedad, al precio tasado, con un total de 5 millones de libras esterlinas, que representan el capital fijo del trust. La dirección técnica de la explotación sigue en manos de los que venían manejándola, pero la dirección de los negocios se concentra ahora en manos de la gerencia general. El capital circulante (floating capital), que asciende sobre poco más o menos a un millón de libras esterlinas, ha sido suscrito por el público. Capital total, por tanto: 6 millones de libras esterlinas. Así, pues, en esta rama, base de toda la industria química, la competencia ha sido sustituida en Inglaterra por el monopolio, preparándose así del modo más halagüeño la futura expropiación por la sociedad en su conjunto, por la nación».

Por su parte, Marx concluye que «Esto equivale a la supresión del régimen de producción capitalista dentro del propio régimen de producción capitalista y, por tanto, a una contradicción que se anula a si misma y aparece prima facie como simple fase de transición hacía una nueva forma de producción. Su modo de manifestarse es también el de una contradicción de ese tipo. En ciertas esferas implanta el monopolio y provoca, por tanto, la injerencia del Estado. Produce una nueva aristocracia financiera, una nueva clase de parásitos en forma de proyectistas, fundadores de sociedades y directores puramente nominales: todo un sistema de especulación y de fraude con respecto a las fundaciones de sociedades y a la emisión y al tráfico de acciones. Es una especie de producción privada, pero sin el control de la propiedad privada».

Engels llega incluso a anticipar las crisis cronificadas y las guerras de la época imperialista: «… se ha operado aquí un viraje desde la última gran crisis general. La forma aguda del proceso periódico con su ciclo de diez años que hasta entonces venía observándose parece haber cedido el puesto a una sucesión más, bien crónica y larga de períodos relativamente cortos y tenues de mejoramiento de los negocios y de períodos relativamente largos de opresión sin solución alguna. Aunque tal vez se trate simplemente de una mayor duración del ciclo. (…) ¿estaremos tal vez en la fase preparatoria de un nuevo crack mundial de una vehemencia inaudita? Hay algunos indicios de ello. (…) Todo esto contribuye a eliminar o amortiguar fuertemente la mayoría de los antiguos focos de crisis y las ocasiones de crisis. Al mismo tiempo, la concurrencia del mercado interior cede ante los cartels y los trusts y en el mercado exterior se ve limitada por los aranceles protectores de que se rodean todos los grandes países con excepción de Inglaterra. Pero, a su vez, estos aranceles protectores no son otra cosa que los armamentos para la campaña general y final de la industria que decidirá de la hegemonía en el mercado mundial. Por donde cada uno de los elementos con que se hace frente a la repetición de las antiguas crisis lleva dentro de sí el germen de una crisis futura mucho más violenta».

El capital destruye la legitimidad de la propiedad privada

Colocados ante su misión histórica, los obreros deben vencer un último reparo moral vinculado a su modo de vida: ¿tienen derecho a expropiar a los capitalistas sin indemnizarles por el capital que inicialmente arriesgaron?

Cualquiera que sea la magnitud del capital inicial invertido por todo capitalista, al cabo de un cierto número de años, la suma de dinero gastado en salarios la iguala. Como cualquier otro comprador, el capitalista no puede pretender poseer la mercancía que compró (la fuerza de trabajo de los obreros) y, a la vez, el dinero con que la compró. Se ha gastado pues todo su dinero y la magnitud de capital todavía en su poder es sólo fruto del trabajo del obrero que no le fue retribuido. Visto desde este otro ángulo, la suma de la plusvalía apropiada por él es igual al capital que invirtió inicialmente. Por tanto, de su capital propio -por mucho que proviniera de su trabajo y de su ahorro-, al cabo de cierto número de años, no queda ni un solo átomo de valor. Marx demuestra así que «… prescindiendo en absoluto de todo lo que sea acumulación, la mera continuidad del proceso de producción, o sea, la simple reproducción, transforma necesariamente todo capital, más tarde o más temprano, en capital acumulado o en plusvalía capitalizada. Aunque, al lanzarse al proceso de producción, fuese propiedad personalmente adquirida por el trabajo de quien lo explota, antes o después se convierte forzosamente en valor apropiado sin retribución, en materialización, sea en forma de dinero o bajo otra forma cualquiera, de trabajo ajeno no retribuido«.

Y, con mayor razón, cuando consideramos la acumulación, es decir, el capital adicional proveniente de la plusvalía arrancada al obrero, que se suma cada año a la magnitud del capital inicialmente invertida: «… en el raudal de la producción, los capitales iniciales desembolsados van convirtiéndose en una magnitud que tiende a decrecer (magnitudo evanescens, en sentido matemático), comparada con el capital directamente acumulado, es decir, con la plusvalía o el producto excedente revertidos a capital, ya funcione en las mismas manos que lo acumularon o en manos ajenas».

En resumidas cuentas, «… el capitalista cambia constantemente por una cantidad mayor de trabajo vivo de otros una parte del trabajo ajeno ya materializado, del que se apropia incesantemente sin retribución. En un principio, parecía que el derecho de propiedad se basaba en el propio trabajo. Por lo menos, teníamos que admitir esta hipótesis, ya que sólo se enfrentaban poseedores de mercancías iguales en derechos, sin que hubiese más medio para apropiarse una mercancía ajena que entregar a cambio otra propia, la cual sólo podía crearse mediante el trabajo. Ahora, la propiedad, vista del lado del capitalista, se convierte en el derecho a apropiarse trabajo ajeno no retribuido, o su producto, y, vista del lado del obrero, como la imposibilidad de hacer suyo el producto de su trabajo. De este modo, el divorcio entre la propiedad y el trabajo se convierte en consecuencia obligada de una ley que parecía basarse en la identidad de estos dos factores».

Pero, ¿acaso a los capitalistas no les queda un cierto derecho histórico, de herencia, a conservar la propiedad sobre su capital? ¿Acaso sus antepasados, los primeros capitalistas no formaron sus primeros capitales «con el sudor de su frente»? Este supuesto derecho histórico es lo que los economistas llaman «acumulación originaria», a imagen del bíblico «pecado original».

«La llamada acumulación originaria -concluye Marx después de un minucioso examen de la historia moderna- no es… más que el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción. Se la llama “originaria” porque forma la prehistoria del capital y del régimen capitalista de producción. (…)

Cuando no se limita a convertir directamente al esclavo y al siervo de la gleba en obrero asalariado, determinando por tanto un simple cambio de forma, la acumulación originaria significa pura y exclusivamente la expropiación del productor directo, o lo que es lo mismo, la destrucción de la propiedad privada basada en el trabajo. (…)

Las diversas etapas de la acumulación originaria tienen su centro, por un orden cronológico más o menos preciso, en España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. Es aquí, en Inglaterra, donde a fines del siglo XVII se resumen y sintetizan sistemáticamente en el sistema colonial, el sistema de la deuda pública, el moderno sistema tributario y el sistema proteccionista. En parte, estos métodos se basan, como ocurre con el sistema colonial, en la más avasalladora de las fuerzas. Pero todos ellos se valen del poder del estado, de la fuerza concentrada y organizada de la sociedad, para acelerar a pasos agigantados el proceso de transformación del régimen feudal de producción en el régimen capitalista y acortar los intervalos. La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. Es, por sí misma, una potencia económica. (…) el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza».

Esto es lo que los ideólogos burgueses encubren con un relato idílico sobre gentes que se enriquecieron a base de trabajo e inteligencia. Y este derecho a la violencia es el que niegan a la clase obrera para deslegitimar su misión histórica revolucionaria y tratar de evitar que la cumpla.

Conclusión

El Capital es la base científica necesaria para que la clase obrera pueda liberarse de la explotación capitalista. El sector más avanzado de la misma debe asimilarla para propagarla al resto de la clase. Para este fin, necesita unirse y organizar su acción. Esta acción va dirigida, en primer lugar, a realizar esa propaganda que permita ensanchar su propio círculo. Sin embargo, sólo por medio de la propaganda, la gran mayoría de los trabajadores no podrán vencer sus prejuicios burgueses (inculcados intencionadamente y también aprendidos espontáneamente de su participación en las relaciones de producción capitalistas) ni, por tanto, aceptarla. Para convencer a la mayoría de los trabajadores, la organización proletaria de vanguardia debe encaminarlos -mediante su programa y línea política- a una práctica que, partiendo de su actual estado de conciencia, les permita subvertir el paradigma ideológico, político y cultural que los aprisiona, asumir también la base científica del marxismo-leninismo en el mayor grado posible y practicar una lucha de clases revolucionaria.

Ésta tarea, que se abandonó prácticamente desde hace decenios, es demasiado difícil como para que la puedan acometer unos cuantos individuos sueltos o pequeñas organizaciones dispersas. Incluso las mentes geniales de Marx o de Lenin no pudieron realizarla por sí solas. Tuvieron que luchar, por supuesto, contra las ideas equivocadas de otros activistas obreros, pero siempre uniendo al mismo tiempo a los revolucionarios entre sí y con las más amplias masas proletarias e incluso populares, alrededor de los objetivos compartidos, para convocar a éstas a la lucha contra su enemigo principal.

En definitiva, la aplicación del marxismo-leninismo sólo es posible si se lucha por la unidad de los comunistas, por la unidad de la clase obrera y por la unidad popular, contra el capital y la reacción. Y la tarea más urgente es iniciar la construcción de un aparato mediático unitario a partir de los puntos de acuerdo entre las organizaciones comunistas.

GAVROCHE

Notas

[1] Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo, Lenin. http://www.marx2mao.com/M2M(SP)/Lenin(SP)/CPM13s.html

[2] Salario, precio y ganancia, Marx. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/65-salar.htm

[3] Adición de 1875 al prefacio de 1870 de La guerra campesina en Alemania, Engels. https://webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/oe2/mrxoe213.htm

[4] Todas las citas de El Capital están tomadas de la traducción de Wenceslao Roces que puede encontrarse en la siguiente dirección web: https://kmarx.files.wordpress.com/2010/08/marx-karl-el-capital-3-tomos.pdf

[5] Entrevista a John Bellamy Foster: «Capitalismo catastrófico: cambio climático, COVID-19 y crisis económica». https://observatoriocrisis.com/2020/04/03/bellamy-foster-el-capitalismo-a-fracasado-la-disyuntiva-es-la-ruina-o-la-revolucion/