Unión Proletaria
Miércoles 22 de mayo de 2019
En las recientes elecciones generales, las masas obreras y populares hemos conseguido evitar, por ahora, un gobierno de la burguesía imperialista más retrógrada y liberticida, como la que gobierna en la Junta de Andalucía (el “trifacha” de PP, Cs y Vox). Y esto, gracias a una movilización de votantes superior a la de la reacción. En cifras, los electores de izquierdas han sido medio millón más que los de unas derechas compitiendo entre sí por el voto chovinista español. En este sentido, podemos sentirnos satisfechos o, al menos, aliviados.
Las izquierdas han podido ganar porque han crecido en un millón y medio de votos, pero las derechas también han crecido, incluso con la debacle del PP, en unos centenares de miles de votos. Por lo tanto, la ofensiva ideológica y política reaccionaria de los últimos años les ha dado réditos, a pesar de la movilización electoral antifascista.
Además, los partidos a la izquierda del PSOE habrían perdido un millón de votos si no fuera por el crecimiento en medio millón de los independentistas de ERC y EH Bildu. Crece más de un 50% el apoyo a las candidaturas comunistas, pero suman poco más de 40.000 votos.
Aun considerando el bajo nivel de conciencia y organización de la clase obrera, el resultado electoral podría haber sido más favorable: a saber, si el PSOE hubiera necesitado el apoyo de las fuerzas parlamentarias a su izquierda para formar gobierno frente al PP. Muchos opinan que una situación así habría obligado a los de Pedro Sánchez a hacer una política más respetuosa con los derechos laborales y democráticos. Otros, como los comunistas, recordamos que la socialdemocracia hace mucho que se ha convertido en un partido de los capitalistas que engaña a millones de trabajadores con su disfraz socialista, obrero y progresista. En cuanto a Izquierda Unida y Podemos, si bien no han llegado a este punto, salta a la vista que vacilan constantemente entre la fidelidad a las masas progresistas y el afán de gobernar. Su creencia en la imparcialidad de las instituciones democrático-burguesas los aboca a someterse a los intereses fundamentales de los capitalistas, en contra de sus intenciones presuntamente favorables a las capas trabajadoras.
De ahí que el electorado progresista no se haya movilizado porque confíe en esta izquierda parlamentaria, sino por miedo a unas derechas agresivas. En tales condiciones, la victoria del PSOE y la desbandada de las derechas producen en el pueblo un efecto de desmovilización y de euforia anestesiante. El miedo no suele ayudar a resolver los problemas sino, como mucho, a aplazarlos.
Poco más darán de sí las próximas elecciones autonómicas y municipales. En cuanto a las europeas, lamentablemente todos los partidos con posibilidad de obtener diputados apoyan la Europa unida y, por consiguiente, la del gran capital, pues no hay otra. Los sueños de otra Europa social, la de los trabajadores, la de los pueblos, etc., solo ayudan a los imperialistas a encerrarnos en una madeja de instituciones y leyes que cercenan toda soberanía popular y nacional y que empeoran nuestras condiciones de vida. El interés de la clase obrera exige votar, en este momento, por candidaturas que propugnan la salida de España de la UE pero que no tendrán los apoyos suficientes para llevar su lucha al Parlamento europeo; o bien a aquéllas que, al menos, denunciarán allí la naturaleza imperialista de la política europea, como hizo Javier Couso en la última legislatura.
No tardaremos en ver cómo el próximo gobierno “socialista” continúa ayudando a los empresarios a exprimir a los trabajadores, sobre todo a medida que empeora la coyuntura de la economía capitalista internacional. Y, desgraciadamente, no va a necesitar para ello a la democracia pequeñoburguesa de Unidas Podemos, la cual quedará a salvo del desgaste que sufra el gobierno y seguirá confundiendo a las masas sobre la posibilidad de gobernar en beneficio de todos, de los explotados y de los explotadores a la vez. Además, ese desprestigio de la “izquierda” gobernante hará que la reacción vuelva a la carga con más fuerza y eficacia. Así pues, evitemos que se repita a peor lo ocurrido desde la pasada crisis económica a la que las masas respondieron con el movimiento social confuso del 15-M, como alternativa a un movimiento obrero encorsetado por las burocracias sindicales al servicio del capital. ¿Cómo?
En la etapa política que ahora comienza -gracias a la victoria electoral sobre la reacción-, el interés inmediato de las masas obreras se alinea con su interés final: quien quiera evitar lo peor a la vuelta de la esquina, ya no se puede seguir conformando con el mal menor. Hay que avanzar decididamente hacia la solución revolucionaria, dedicando todas nuestras fuerzas a organizarla. En estas nuevas condiciones, tenemos que elevar la conciencia, la movilización y la organización del proletariado, muy especialmente mediante la crítica socialista y democrática revolucionaria (es decir, republicana) a los partidos reformistas. Por supuesto que esto no debe entenderse de manera sectaria, es decir, como negativa a toda unidad con estas fuerzas, porque, entonces, seríamos los revolucionarios quienes dificultaríamos el paso de millones de sus seguidores a nuestras posiciones políticas. Se trata de promover toda unidad con estas fuerzas que vaya dirigida a movilizar a las masas contra el capital y la reacción, al mismo tiempo que ponemos al descubierto las insuficiencias, las vacilaciones y las traiciones de los reformistas (reveladoras de su carácter de clase pequeñoburgués) y que propugnamos la lucha de clase del proletariado guiada por el marxismo-leninismo como único camino seguro de progreso.
Para cumplir esta tarea, los comunistas también debemos disipar la confusión política en nuestras filas, porque es la causa principal de nuestra división y de nuestra debilidad. Las masas comunistas tampoco son inmunes a la influencia que la burguesía y la pequeña burguesía ejercen sobre la población obrera, y más después de que el PCUS y el PCE «aburguesaran» el marxismo-leninismo y de que esta tergiversación condujera a la restauración del capitalismo en la URSS y en varios países socialistas. Las diferentes organizaciones comunistas debemos apoyarnos en lo que compartimos para potenciar su repercusión entre las masas proletarias. Y es en ese mismo crisol donde necesitamos resolver nuestras diferencias mediante el debate racional y los resultados de la práctica revolucionaria. Nos esforzaremos por que lo comprendan quienes creen en el falso atajo de pretenderse los únicos comunistas. Mientras tanto, Unión Proletaria está participando en un foro de encuentros, discusiones y acciones conjuntas, junto a Iniciativa Comunista, el PCE(m-l), el PCPE y Red Roja (abierto a la participación de las demás organizaciones que se consideren marxistas-leninistas y que también comprendan la necesidad de un trabajo paciente por la unidad comunista).
El principal obstáculo a vencer para realizar la necesaria revolución cultural de las masas proletarias es el escepticismo instalado entre los comunistas acerca de nuestra capacidad para resolver nuestras discrepancias mediante el debate. Esta desconfianza se expresa en reflexiones tales como:
- No hay condiciones para competir en unas elecciones mientras no haya un tejido social, una organización de las masas, en que apoyarnos.
- Nuestros desacuerdos serán resueltos por el curso de los acontecimientos, por la vida, por la práctica.
Se comprende que la primera reacción contra el engaño del reformismo sea la de poner en tela de juicio eso que se llama ahora “buenismo”, es decir, la creencia ingenua en que los problemas sociales se pueden resolver mediante el debate y el convencimiento mutuo, sin lucha ni violencia. Entonces, se acude al análisis materialista de la sociedad, advirtiendo que el antagonismo de intereses entre las clases sociales no puede suprimirse razonando entre ellas. Pero esta verdad no invalida todo racionalismo.
El proletariado no debe esperar resolver sus conflictos con la burguesía por medio de la razón, sino por medio de la fuerza. Pero no puede conseguir este objetivo si, en su seno, no resuelve racionalmente sus contradicciones, si no unifica sus fuerzas alrededor de esta solución. Con la burguesía no puede conseguirlo así, porque los intereses de ésta se oponen a la verdad; en cambio, en el seno de nuestra clase sí es posible porque los intereses de la misma coinciden con la verdad. Y tengamos por seguro que la verdad es revolucionaria.
El marxismo no es un simple materialismo cualquiera, sino un materialismo consecuente: el materialismo dialéctico. El retroceso al viejo materialismo llevó a los líderes de la socialdemocracia a traicionar al movimiento obrero, poniéndose al servicio del imperialismo.
Marx explica por qué es tan importante la resolución teórica racional de las contradicciones sociales y su difusión a las masas obreras: “El defecto fundamental de todo el materialismo anterior -incluido el de Feuerbach- es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo. (…) Por tanto, no comprende la importancia de la actuación ‘revolucionaria’, ‘práctico-crítica’. (…) La teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación, y de que por tanto, los hombres modificados son producto de circunstancias distintas y de una educación modificada, olvida que son los hombres, precisamente, los que hacen que cambien las circunstancias y que el propio educador necesita ser educado.” (Tesis sobre Feuerbach).
Engels advertía al final de su vida contra la tendencia de algunos marxistas a reducir el materialismo a su solo aspecto básico: “Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta —las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas— ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma.” (Carta a Bloch de 1890).
Por consiguiente, que la práctica sea el criterio de la verdad no significa que el debate de ideas sea innecesario o estéril. Al contrario, con él se delimita la verdad, a la vez que se comprueba mediante su puesta en práctica. El nacimiento del Partido Bolchevique fue posible precisamente gracias a la lucha de Lenin contra esta tendencia al pragmatismo, al seguidismo de la práctica espontánea de las masas. Mientras no se comprenda que la delimitación de la teoría revolucionaria a través del debate racional es la primera condición para que exista movimiento revolucionario, el “problema candente” del movimiento obrero seguirá siendo el que Lenin expuso y resolvió en aquel momento en su obra ¿Qué hacer?
De ahí que la tarea principal de los comunistas de España en esta nueva etapa política sea resolver cuanto antes nuestras diferencias más importantes, debatiéndolas hasta reducirlas al interés de clase del proletariado, y difundir entre las masas obreras el programa político que así vayamos construyendo para organizar las fuerzas en función de su ejecución. La puesta en marcha de un medio de difusión conjunto de nuestras discusiones y de nuestros acuerdos se convierte así en la primera de las necesidades de la clase obrera.