Por Gavroche.
La dialéctica del progreso y la contribución de Pablo Iglesias
¿En qué medida Unidas Podemos y su ahora exlíder Pablo Iglesias representan la causa del progreso en España? La derecha maldice su progresismo y la extrema izquierda cuestiona que lo sea. Acaban de concluir unas elecciones autonómicas apasionadas en la Comunidad de Madrid, que trascienden en importancia a unos simples comicios regionales. Tanto es así que Iglesias dejó el gobierno del Estado para enfrentar y derrotar a la derecha madrileña. Y, al no conseguirlo, ha decidido dimitir de todos sus cargos[1], a pesar de que su formación política ha crecido en 80 mil nuevos votantes, ¡un 44% más que hace dos años! Esta cesión a las presiones reaccionarias -que incluyen amenazas de muerte para él (y para 26 millones de españoles, hace medio año)- ha aumentado la desmoralización de sus votantes, cuando lo que necesitamos los progresistas es elevar la moral de lucha.
Durante la campaña electoral, de todas las formaciones políticas que concurrieron con capacidad de alcanzar representación parlamentaria, Unidas Podemos ha sido la principal oposición a la deriva involucionista de la derecha, como ha demostrado el hecho de que fuera el blanco principal de los ataques de ésta. Los discursos electorales de Pablo Iglesias, particularmente el de cierre de campaña[2] (que ahora podría calificarse de testamento político), se distinguen de los del resto de candidatos, incluidos los de su propio partido, por invitar a razonar y no sólo adular los prejuicios de sus simpatizantes. Vale la pena analizar esa parte racional para distinguir los aciertos de los errores en su lucha por el progreso. Esto permitirá que la derrota global de la izquierda madrileña deje de causar desmoralización y refuerce la determinación de los cientos de miles que hicieron tres huelgas generales seguidas, que tomaron las ciudades el 15 de mayo de 2011, que organizaron las Marchas de la Dignidad y que engendraron a Unidas Podemos como su representante político.
Lo menos importante de su discurso son las alusiones emocionales destinadas a galvanizar a su audiencia, como la de unas viejecitas que levantan el puño desde su balcón en el acto electoral de Vallecas o el agradecimiento a sus colaboradores o la reiterada mención a la militancia de Yolanda Díaz en el Partido Comunista de España. Apelando más a la compasión que a la combatividad de los asistentes, califica a su sucesora en la vicepresidencia del gobierno como una “posibilidad de dirección histórica hacia la decencia en este país. Y eso es posible no solo porque Yolanda sea brillante, porque sepa mucho derecho del trabajo, porque sea una magnífica ministra y vicepresidenta que ha conseguido los ERTE que han servido para rescatar a tres millones y medio de empleos y medio millón de empresas. No tiene que ver solamente con su capacidad para gestionar, tiene que ver con que es una buena persona y eso en política no tiene precio. No es fácil lo que le viene ahora y os quiero pedir que la cuidéis no solo cuando haga las cosas bien; si alguna vez se equivoca, ese día es cuando tenéis que cuidarla más que nunca”.
No parece que la bondad y la fragilidad sean las cualidades que los luchadores más necesitan de su dirigente a la hora de acumular fuerzas contra un enemigo tan fiero como la ultraderecha. Esta apelación al sentimentalismo en vez del raciocinio no se distingue del plano de la demagogia en que aquélla se reboza.
Más útil para el progreso es la relación que Pablo Iglesias establece entre la batalla democrática contra el fascismo que representaban estos comicios autonómicos y los mensajes de solidaridad recibidos desde el extranjero por parte de Dilma Rousseff y otros representantes de la izquierda antiimperialista latinoamericana. En efecto, es importante advertir que la actual ofensiva de la derecha reaccionaria contra la democracia no se da únicamente en España sino a escala internacional y que es necesaria la solidaridad internacionalista de los pueblos para vencerla. Otra cuestión es que los actuales dirigentes del bando democrático de esta contienda sean lo bastante consecuentes -en España y fuera- como para apuntar a la raíz de la actual deriva reaccionaria: el capital y su sistema imperialista internacional sumidos en una crisis cada vez más profunda. Pero es indudable que, mientras se forman esos dirigentes más consecuentes (criticando las incoherencias y acumulando experiencia), no hay que equivocarse de bando sino contribuir a la unidad y al crecimiento de éste.
¿Materialismo o idealismo?
Llegamos por fin al meollo del análisis y de la táctica de Unidas Podemos que, según Pablo Iglesias, “en estos años ha sido una fuerza que ha sido capaz de interpretar la historia y de poner todo su patrimonio político para intentar cambiar algunas cosas”. De su análisis de la sociedad, destaca que “en España, se configuró desde el siglo XIX un bloque de poder que salió victorioso de todas las confrontaciones y que fue capaz de dirigir, de controlar, de influir sobre la dirección del Estado”.
Esto es así, pero el Estado es sólo una superestructura de la sociedad. El bloque de poder al que Pablo Iglesias se refiere no es única ni principalmente un grupo de funcionarios o una burocracia. Al contrario, esta burocracia es el brazo ejecutor de los intereses de los grandes propietarios de tierras, de industrias, de bancos, de comercios, etc., a los que está subordinada y de los que depende en última instancia. Creer que es posible acabar con esta dominación oligárquica a base de sustituir a sus representantes en la dirección del Estado, es como creer que es posible eliminar las malas hierbas cortando su tallo y dejando sus raíces intactas bajo el suelo.
Frente a esta concepción idealista, Marx explica que, para entender y cambiar el sistema político, hay que entender y cambiar su base económica: “en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas… relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general”[3].
Entonces, hay que cambiar la economía para poder cambiar la política que dirige a la sociedad desde el Estado. A esto, es de “sentido común” objetar lo siguiente: ¿cómo va a cambiar la base económica si no imponemos estos cambios a los capitalistas desde el poder político? ¿Acaso somos prisioneros de un círculo vicioso del que no podemos salir? En absoluto. Lo que nos condena a la impotencia es pretender lo imposible: construir la casa desde el tejado. En este caso, ¿cómo romper este círculo vicioso?
“Al llegar a una fase determinada de desarrollo -prosigue Marx- las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella”.
Así que la dirección política de la sociedad tiene que cambiar porque, en la base de la producción material de la misma, se está agudizando el conflicto entre las fuerzas productivas –que han adquirido una naturaleza social- y las relaciones de producción capitalistas –expresadas jurídicamente como propiedad privada-. La actual pandemia, por ejemplo, ha evidenciado la impotencia del capitalismo para contenerla, en contraste con los éxitos del socialismo (compárese a Estados Unidos, Brasil o India con China, Cuba, etc.). Lo mismo podemos observar con respecto a otros retos como el crecimiento económico, el pleno empleo, la igualdad, la calidad de vida, etc., a pesar de bloqueos y continuas agresiones externas de los Estados capitalistas contra los Estados socialistas.
Y esto, ¿qué utilidad práctica tiene? Pues, muy sencillo: los obreros, como componente subjetivo de las fuerzas productivas directamente sociales, entran en conflicto con sus patronos capitalistas. Los aspectos particulares de este conflicto son la explotación, los salarios insuficientes, las jornadas laborales excesivas, el desempleo, el empleo precario, el alto coste de la vida, el deterioro de los servicios públicos, etc., frente a los cuales los trabajadores se agrupan en sindicatos, huelgas, protestas, asociaciones y partidos políticos. En definitiva, sólo es posible cambiar el poder político si se organizan quienes necesitan cambiarlo desde la sociedad civil, especialmente desde la producción material, desde las empresas. Éste es el punto de vista materialista, científico, del progreso social, frente al punto de vista idealista, utópico, del que parte Pablo Iglesias.
Éste es el elemento central que Unidas Podemos ha descuidado, debido a que sus teóricos han confundido la actual crisis de crecimiento del marxismo con la caducidad del mismo. Este juicio precipitado los ha llevado a cuestionar a la clase obrera y a girarse hacia las clases medias, creyendo poder explotar así en beneficio de la democracia el margen de maniobra que ofrece el Estado parlamentario burgués.
Frente a lo que sostienen muchos comunistas que han vuelto a sucumbir a la enfermedad infantil del “izquierdismo”, ese margen de maniobra sí que existe y, al igual que la lucha de las clases populares por la democracia, tiene potencial en sí y para avanzar hacia el socialismo[4]. Sin embargo, Pablo Iglesias y sus colaboradores han exagerado lo que da de sí este potencial cuando el aprovechamiento del mismo no se basa en la movilización de las masas obreras. Examinemos un poco las luces y sombras de su táctica política explicada por él mismo.
Empieza por una metáfora sacada de un cómic que leyó de joven: “aparece un corredor, un atleta. Está vestido con una camiseta de tirantes de corredor, con un pantalón corto, con unas zapatillas de correr. La camiseta lleva dibujada una hoz y un martillo y está corriendo en zigzag. Y se ve después a dos tipos con prismáticos que le están mirando desde un rascacielos y uno le pregunta al otro ¿por qué corre en zigzag? El otro le dice: porque sabe que hay varios francotiradores apuntando a su cabeza y sabe que para llegar tiene que correr en zigzag”.
En esta imagen, parece tener clara la subordinación de la táctica al objetivo, pero, al pasar a la práctica, esta meta se difumina y desaparece: “Nacimos hace 7 años como fuerza política, perfectamente conscientes de cuál era la correlación de fuerzas en nuestro país, con plena voluntad de cambiarla y con todas las dificultades, con todos los francotiradores; siendo conscientes además de que en una coyuntura como ésta de lo que se trata básicamente es de asegurar que algunos de los principios sociales que recogía nuestra Constitución no fueran mera palabrería sino que sirvieran para proteger a la gente”. Ya sólo habla de cambiar (¿hacia dónde?) una correlación de fuerzas de la que pretende ser consciente.
Pero ¿es realmente consciente de ella? Como progresista, demócrata e incluso simpatizante del comunismo, si quiere cambiar la correlación de fuerzas es porque la juzga desfavorable. Su intención es positiva por cuanto se refiere a cómo se percibe habitualmente dicha correlación de fuerzas: favorable a los patronos y desfavorable a los trabajadores. Pero, constatar esta opinión general no basta para ser “perfectamente consciente”. Ser consciente es no limitarse a reconocer lo superficial de las cosas, sino comprender la esencia de éstas para desarrollar y transformar el modo en que se manifiestan. En concreto, muchos obreros votan hoy a la derecha capitalista porque ésta los engaña y atemoriza con sus poderosos medios; pero con ello no hacen más que tirar piedras contra su propio tejado, empeorando su existencia. Si les ayudamos a tomar conciencia de ella y a actuar en consecuencia, se volverá evidente que la correlación objetiva de fuerzas es favorable para la lucha de los obreros.
Pero de esto no es consciente Pablo Iglesias y, por eso, “en una coyuntura como ésta”, limita su ambición a que se cumplan aquellos preceptos legales proclamados que sirvan para proteger a la gente. ¿Cómo proteger y aliviar a la gente (de abajo, se entiende) si no es mediante su propia resistencia? ¿Qué otra fuerza puede tener Iglesias y Unidas Podemos para oponer a la opresión de la gente de arriba?
Para remate, expresiones como “nuestra” Constitución, “nuestra” democracia, “escudo social”, etc., sólo contribuyen, en unos casos, a reforzar las ilusiones engañosas sobre el régimen oligárquico vigente y, en otros casos, a repugnar a los excluidos; por regla general, a debilitar la conciencia, actitud y práctica de resistencia popular.
¿Palabras o hechos?
¿Cuál es la herramienta principal para cambiar las cosas, según Pablo Iglesias?: “Comprendimos lo que significaba la cultura, la comunicación, como principal terreno de batalla política y desafiamos muchos elementos en el lenguaje porque hacer política si no te entiende la gente no es hacer política”. Es cierto que hace falta hacerse entender. Pero a quien hay que hablar claro es a tu gente: a las clases populares y sobre todo a la clase obrera. La burguesía tiene sobrados conocimientos para entender la democracia y el socialismo, pero no los quiere por muy bien que se los expliquemos, porque van contra sus intereses. Sin embargo, lo más grave es considerar el lenguaje como lo principal en la batalla política, en lugar de los hechos. Esto es idealismo, es decir, la concepción filosófica que han abrazado todas las clases dominantes explotadoras de la historia para frenar el progreso social. La batalla política por elevar la conciencia y voluntad de cambio de los trabajadores no pasa por modificar el lenguaje, empleando términos nuevos que no hayan sido desacreditados por la ideología oficial. La batalla política necesaria y eficaz consiste en que los obreros conscientes de la realidad de los hechos y de los medios para transformarlos convenzamos a los menos conscientes, uniéndolos y organizándolos con el desarrollo de la lucha.
Eludiendo esta necesidad, Pablo Iglesias desgrana los logros de su táctica de idealismo semántico: “Hemos sido capaces de cuestionar el monopolio del Estado por parte de ese bloque de poder que llevaba mandando muchísimo tiempo…” Esto también es una exageración, porque el PSOE que es parte de ese bloque de poder es quien tiene el mando sobre el gobierno. Al mismo tiempo, sí es cierto que Unidas Podemos ha conseguido arrancarle algunos compromisos, de los que muy pocos se han cumplido, así como acceder a los entresijos del gobierno (si bien, como constataba Lenin ya en su tiempo, “las cuestiones más importantes dentro de la democracia burguesa” no se dirimen en el parlamento ni en el gobierno, sino que “las resuelven la Bolsa y los bancos”[5]). Otros logros prácticos han sido poner en jaque el bipartidismo, llevar al parlamento y al gobierno el nuevo consenso popular nacido de las movilizaciones contra la crisis financiera, condicionar las primarias dentro del PSOE, aunar fuerzas de la izquierda española e independentistas del País Vasco y Cataluña, elevar el salario mínimo a 950 euros, frenar la destrucción de empleo con los ERTE, implantar un ingreso mínimo vital, limitar los cortes de suministro eléctrico, el “sólo sí es sí”, etc. Y todo ello, esquivando los golpes del bloque de poder, como la invención de un partido ciudadanista de derechas, el intento de forzar a Unidas Podemos a apoyar la formación de un gobierno del PSOE en solitario, e incluso la difamación incesante.
“Y, entonces -prosigue Iglesias-, cualquiera que sepa un poco de historia de España, cuando de repente el bloque de dirección de Estado empieza a cambiar, los que siempre odiaron la democracia, empiezan a reconocer abiertamente que efectivamente la democracia les da igual. (…) Lo que ha ocurrido en Estados Unidos con Donald Trump es una amenaza la democracia y todos sus imitadores como Ayuso no son más que enemigos de la democracia porque no creen en ella. ¿Qué es la ultraderecha? La ultraderecha no es más que el mecanismo del poder para cuestionar la democracia cuando los resultados democráticos no le son favorables”. Esto está muy bien dicho, salvo que les dé igual la democracia: en realidad, la aprecian como mecanismo para que el interés general de su clase prevalezca sobre el interés de capitalistas particulares y sobre el interés del resto del pueblo; es la democracia de la burguesía y para la burguesía.
Democracia y clase obrera
Pablo Iglesias sólo condena a los capitalistas cuando se saltan las reglas del juego de la democracia formal para pasarse al fascismo, al tiempo que identifica los intereses de la mayoría trabajadora con esa democracia. No comprende que el nuevo ascenso del fascismo es una reacción de clase de los capitalistas frente al temor de que se vuelva a avivar la resistencia obrera y popular que brotó en la primera mitad de la década pasada. Con ello, además, limita las expectativas de la clase obrera a defender la democracia formal, en vez de aspirar también a transformar las relaciones de propiedad.
A esto ayuda también que el exlíder de Podemos confunda las reglas del juego político y las condiciones sociales en que se practican: “Sabemos que en las democracias las reglas no son iguales para todos. Es mucho más difícil hacer política cuando te apoya un sindicato que cuando te apoya el Ibex 35. Es mucho más difícil hacer política cuando te apoya Tele K que cuando te apoya Atresmedia o Mediaset”.
Esta desigualdad económica es perfectamente compatible con la democracia política, con la igualdad ante la ley. Ahora bien, aceptar que pueda haber democracia sin que las reglas sean iguales para todos es una falsedad y una concesión intolerable a la deriva reaccionaria actual. Las democracias sólo lo son en la medida en que establecen precisamente la igualdad ante las leyes. La vulneración creciente de la igualdad jurídica en la etapa monopolista del capitalismo justifica la vigencia de la lucha democrática, porque, como bien dice Iglesias “La democracia es un movimiento histórico que sirve para que las mayorías sociales puedan hacer política”.
Y ¿qué significa “hacer política”? Según Pablo Iglesias, “la política es un patrimonio de los de abajo para poner límites a los de arriba”. Sin embargo, éstos también hacen política precisamente explotar y oprimir cada vez más a los de abajo. ¿Y qué ofrece a éstos el fundador de Podemos? Solamente el consuelo de que “un barrendero sea alcalde de Alcorcón… gente como nosotros pueda estar en el Consejo de Ministros… el hijo de unos trabajadores de Vicálvaro pueda llegar a ser alcalde, pueda llegar a ser ministro, pueda llegar a tener más títulos universitarios que los hijos de la gente con apellidos compuestos y títulos nobiliarios… la soberanía –y esto hay estoy que decirle en un dos de mayo- no descansa en el rey de España; descansa en el pueblo español”. Éste es el mismo programa democrático de la burguesía desde la Revolución francesa de 1789. Es un punto de partida necesario, pero también favorecedor de una concentración de riquezas tal que engendra su contrario: el capital monopolista y el fascismo. ¿Qué interés tienen los trabajadores en que uno de los suyos pueda ser alcalde, ministro o catedrático si los demás siguen dejándose la vida para enriquecer a los más ricos y si este advenedizo se conforma con su suerte o mérito individual?
Para la clase obrera, hacer política democrática tiene otra utilidad: le permite aprender que, para alcanzar la igualdad social, para acabar con la división de la sociedad en clases y con la esclavitud asalariada, no basta la democracia política: hace falta expropiar a los capitalistas y convertir los medios de producción en propiedad social para que ya no haya “los de arriba y los de abajo”, es decir, clases. Pablo Iglesias nada dice de este objetivo, de que los obreros necesitan liberarse de la esclavitud capitalista.
Ni el socialismo como meta, ni la revolución como medio indispensable para vencer el obstáculo que le opone el Estado de los capitalistas. Contra toda la evidencia histórica y empírica, afirma que “la clase trabajadora encarna el Estado, encarna la institución, encarna la soberanía frente a las élites que se llevan creyendo que el Estado es suyo. Pues no, el Estado es de la gente corriente”. No por afirmar las convicciones, éstas expresan la realidad.
Reincidiendo en este tipo de error subjetivista, concluyó el mitin asegurando que la rabia de la derecha era “directamente proporcional a la cercanía de la victoria” de la izquierda. No quiso contemplar la hipótesis de que la saña con que le han atacado podía ser simplemente un escarmiento por su molesta osadía solitaria, por cuestionar el monopolio político de la oligarquía sin un respaldo de masas (éstas se habían empezado a desmovilizar antes de que surgiera Podemos). Sus expectativas desorbitadas le han llevado a interpretar un progreso electoral de su formación política como una derrota. Le honra su valor, pero ha sido víctima de sus propias fantasías.
Pablo Iglesias se había acercado a la clase obrera, partiendo del superficial movimiento democrático del 15-M que negaba la lucha de clases, como negaba también a la izquierda y sus banderas roja y tricolor. Pero no ha llegado a asumir la posición de clase del proletariado. Se ha quedado a medias. Y ha dejado en el camino a miles de comunistas y obreros combativos que se dejaron seducir por sus precarios éxitos y que ahora están expuestos a los cantos de sirena de una burguesía que alienta una “sensata moderación” del discurso político de Unidas Podemos.
En esta nueva derrota obrera y popular, los comunistas no estamos exentos de responsabilidad. No sólo nuestra fragmentación ha impedido ofrecer a aquellos miles una alternativa política más solvente, sino que algunos han tenido una actitud excesivamente hostil hacia Unidas Podemos (que incluye su base social obrera) y otros no hemos sido capaces de desarrollar una perspectiva superadora.
Esta perspectiva nos convoca a reivindicar, tanto la audacia combativa de Pablo Iglesias, como el acervo teórico del marxismo-leninismo que -no siendo un dogma sino una guía para la acción- condensa el interés general de la clase obrera con la experiencia revolucionaria de decenas de generaciones de proletarios de todos los países. Sobre esta base, ¡unámonos para ir a los explotados, ayudándoles a elevar su conciencia y a organizarse! Recordemos que no son los tribunos, sino las masas quienes hacen la historia.
Gavroche.
[1] https://www.antena3.com/noticias/espana/discurso-completo-dimision-pablo-iglesias-malos-resultados-elecciones-madrid-video_202105056091c9e186bd6a0001d7e78c.html
[2] https://www.youtube.com/watch?v=8Ou7Sy9ofIU
[3] Prólogo a la “Contribución a la crítica de la economía política”, Marx. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm
[4] https://www.unionproletaria.com/la-republica-democratica-y-el-socialismo/
[5] https://proletarios.org/books/LENIN-La_rev_proletaria_y_el_renegado_Kautsky.pdf