Unión Proletaria

Miércoles 5 de agosto de 2020

La pandemia de la Covid-19 se agrava porque, en el modo de producción capitalista, no basta con producir lo necesario, sino que todas y cada una de las empresas necesitan ser rentables. También, por los recortes y privatizaciones que los gobiernos burgueses vienen efectuando en la sanidad pública, así como por la deslocalización de la industria (médica y otras) a lugares donde los salarios son más bajos. El confinamiento de la población necesario para frenar los contagios ha frenado también una producción capitalista que ya se dirigía por sí misma a una nueva crisis económica. Ha provocado una ola de despidos y expedientes de regulación de empleo, reduciendo el poder adquisitivo general del pueblo trabajador y aumentando consiguientemente las diferencias económicas de éste con los grandes capitalistas. El coronavirus ha avivado el egoísmo de los Estados capitalistas y la competencia entre ellos, mientras los Estados socialistas como Cuba y China vuelven a mostrar su mayor eficacia y solidaridad. Esta agudización de los antagonismos de clase obliga a la burguesía a elevar el tono de su demagogia reaccionaria: la prédica de la paz social a los oprimidos complementa el estímulo de la nostalgia fascista, del racismo, de la brutalidad policial; etc. La nueva figura jurídica de los “delitos de odio” no va dirigida contra estas bestias con camisa parda o azul, sino contra la combatividad de las masas obreras y populares.

El reciente acuerdo de la Unión Europea por la reconstrucción económica –que la pequeña burguesía reformista, hoy en el gobierno, también saluda- expresa que los grandes capitalistas europeos (la UE no es más que el contubernio de éstos) necesitan avanzar paulatinamente en su unidad frente a sus enemigos exteriores e interiores. Los externos son cada vez más acuciantes: ésta es la diferencia más relevante con la crisis anterior y con las medidas que aplicaron los burócratas de Bruselas; nada que ver con una expiación de sus anteriores pecados. El recurso a un amplio crédito y endeudamiento les permitirá ir acrecentando la explotación y pauperización de su población trabajadora, a no ser que las ideas revolucionarias acierten a conquistar las conciencias de ésta para poder impedirlo.

Ahora bien, la agudización de los antagonismos de la sociedad capitalista no significa, ni mucho menos, que la victoria del socialismo vaya a resultar exclusivamente del autodesarrollo de dicha combatividad. Desde inicios del siglo XX, vivimos en una época de transición entre el capitalismo y el comunismo: ni el capitalismo puede volver a la libre competencia (es capitalismo monopolista o imperialismo); ni el comunismo ha conseguido todavía afianzarse hasta el punto de dejar atrás su etapa inferior (el socialismo). Ambos regímenes son igualmente viables a estas alturas del desarrollo social. El capitalismo lo consigue destruyendo las fuerzas productivas que le sobran, tanto en los países donde domina como en los países donde domina el socialismo (a través de bloqueos, sabotajes, presión militar, guerras, etc.). En la etapa de transición en la que nos ha tocado vivir, el factor decisivo del avance hacia el comunismo no está en si el socialismo es económicamente viable –que lo es, como se ha demostrado en la práctica-, sino en la lucha de clase del proletariado socialista contra la burguesía capitalista. El progreso de la revolución proletaria depende de que conozcamos y utilicemos todas nuestras posibilidades, tanto para conquistar el poder político como para no perderlo una vez alcanzado.

El mayor defecto de demasiadas organizaciones comunistas actuales es que se saltan olímpicamente estas posibilidades. Y lo hacen así porque interpretan cualquier agudización de los antagonismos sociales como que el capitalismo se acerca a una crisis política, que las amplias masas populares lo repudian y que crece la conciencia socialista de éstas. Son excesivamente optimistas.

El acercamiento de una crisis política es probable, pero no implica que se resuelva de manera progresista. El rechazo al capitalismo ha crecido, pero se dirige realmente contra su expresión exterior neoliberal y tampoco es mayoritario ni muy consistente. Aun menos cierto es que exista una conciencia socialista –ni siquiera una intuición socialista-, no ya en la mayoría del pueblo, sino incluso en una minoría políticamente relevante. Así, el optimismo infundado de ciertas organizaciones comunistas actuales tiene un resultado pernicioso: en la fase álgida de la reivindicación, infla artificialmente las ilusiones de quienes simpatizan con nuestra causa, en vez de asignarles las tareas necesarias; y es esto mismo lo que los desmoraliza cuando comprueban cómo las demandas son parcialmente conseguidas o derrotadas, en vez de dar paso a la prometida revolución. Con ese optimismo tan equivocado, no es posible desarrollar una organización estable que acompañe y promueva el crecimiento del movimiento obrero y democrático.

El optimismo que aqueja a muchas organizaciones comunistas de nuestros días es objetivamente oportunista, porque beneficia a la burguesía, a pesar de la intención contraria de sus promotores. Se basa en la esperanza de que la suerte, dios o el diablo supla nuestras propias carencias: hacemos poco trabajo sindical y democrático; y, aparte de éste, no hacemos casi nada de lo que el marxismo-leninismo exige a los comunistas. Hasta qué punto no se sabe o no se quiere hacerlo, es algo que iremos descubriendo en el transcurso de la actividad conjunta, en la discusión de las divergencias y en la realización por separado de las tareas que nos diferencian.

Aunque las masas obreras pueden llegar por sí solas a intuir lo que es el capitalismo y lo que es el socialismo –por ejemplo, fabricando por su cuenta medios materiales que el mercado era incapaz de suministrar en la fase álgida de la pandemia- sólo pueden llegar a saberlo, a ciencia cierta, si los comunistas les proporcionamos una educación sistemática en la teoría y en la práctica histórica del marxismo-leninismo. Y esto se hace muy poco por parte de las actuales organizaciones comunistas.

El primer requisito para ello es estudiar seriamente la teoría revolucionaria, confrontarla con nuestros propios prejuicios con vistas a superarlos, y tratar de aplicarla íntegramente.

El segundo requisito es explicarla a las masas, principalmente obreras: en general, como tal teoría y, en particular, a través de los más diversos artículos de actualidad; explicar el capitalismo actual a través de El Capital de Marx y El imperialismo, fase superior del capitalismo de Lenin, para que las masas no se contenten con reformas; explicar la necesidad del socialismo como solución al conflicto entre las relaciones de producción privadas y el carácter cada vez más social de las fuerzas productivas, para que las masas puedan plantearse una verdadera alternativa a las reformas; explicar la teoría científica del Estado, para que las masas sepan cómo abrir camino a esta alternativa, mediante la lucha de clases, la revolución y la dictadura del proletariado; explicar lo que nos enseña la experiencia histórica del socialismo, para que las masas puedan enfrentarse a los infundios que les han inculcado y para que quienes puedan vencerlos se juramenten y se organicen con el objetivo inmediato de reconstituir el partido comunista sobre bases saneadas; explicar, a través de todo ello, la única concepción del mundo con capacidad para revolucionarlo: el materialismo dialéctico.

Si esto no se lleva a cabo, cada escaramuza o amago de lucha (la verdadera lucha es otra cosa cualitativamente diferente) podrá paliar una dolencia pero no podrá erradicar su causa. Entonces, tarde o temprano, el sufrimiento volverá y posiblemente con más fuerza aun.

Por supuesto que esta asociación en pos de paliativos es muy necesaria para las masas obreras: sin este entrenamiento, no podrán alcanzar un éxito mayor y definitivo.

Pero no es suficiente ni puede ser el punto de partida para los comunistas, los cuales tenemos la responsabilidad de aportar a las masas obreras lo que ellas no pueden llegar a reunir por su cuenta y que, sin embargo, necesitan para realizar su misión histórico-universal: conciencia revolucionaria plena, organización revolucionaria permanente y acción revolucionaria eficaz.

Con este fin, Unión Proletaria ha intentado durante varios decenios unificarse con otras organizaciones comunistas, con tanto empeño que hemos llegado a someter los principios a distintas variantes de oportunismo, de derecha y de “izquierda”, con la esperanza de poder corregir estas desviaciones sobre la marcha. Pero, al practicar así la unidad, nos veíamos imposibilitados de llevar esta lucha al resto del movimiento comunista y obrero.

El lado positivo de esta experiencia es que no se puede vencer a un enemigo si no se le conoce suficientemente, y este conocimiento sólo puede completarse en la práctica. Hemos comprobado que, al menos mientras el desarrollo de las contradicciones sociales siga siendo lento, la actual fragmentación del comunismo organizado y su separación del movimiento obrero espontáneo impiden la rectificación de los errores desde el interior de cualquiera de sus destacamentos. La unidad de acción y la lucha contra las desviaciones han de realizarse de manera abierta y pública.

También en el lado positivo, está el hecho de que las condiciones objetivas para la revolución están mejorando desde los años 70. Aunque en aquel momento hubiera más Estados socialistas, partidos comunistas más grandes y luchas de masas más contundentes, eran sobre todo rescoldos de glorias pasadas cuyos núcleos dirigentes habían capitulado y tiraban de la clase obrera hacia atrás. Desde entonces, varios Estados socialistas han resistido al tsunami contrarrevolucionario, las fracciones más avanzadas de los partidos comunistas han evitado la completa liquidación de los mismos y las masas han vuelto a ponerse en movimiento con el cambio de siglo: contra la globalización imperialista; por la soberanía nacional en América Latina; contra la Guerra de Irak; por la III República; frente a la crisis de 2008 mediante huelgas generales, 15-M y Marchas de la Dignidad; por el derecho de autodeterminación en Cataluña; por el derrocamiento de la derecha y la formación de un gobierno que incluye a la democracia pequeñoburguesa de Unidas Podemos; etc.

La mejoría en las condiciones objetivas para el progreso de la causa comunista desde hace 30-40 años también se hace sentir en las organizaciones políticas obreras y populares. El mayor obstáculo a nuestra causa revolucionaria es ahora la confusión que generan en las conciencias el reformismo y la crítica al mismo por parte del “izquierdismo”, es decir, del radicalismo pequeñoburgués.

Precisamente para despejarla, llevamos desde 2017 profundizando cualitativamente nuestro conocimiento de la experiencia histórica del socialismo. Con ello, hemos alcanzado una mejor comprensión de la teoría marxista-leninista que nos permite realizar una práctica militante que enfrente las carencias generalizadas y con la que influir en las masas y en los demás revolucionarios para enderezar su rumbo.

Basar nuevamente la política de los comunistas en el socialismo científico, difundir y defender la práctica histórica de la dictadura del proletariado, volver a debatir públicamente las causas de su derrota parcial a la luz de la experiencia posterior y, sobre todo, restablecer plenamente el materialismo dialéctico como concepción del mundo de los comunistas: éstos son nuestros retos inmediatos y más urgentes.

Hay mucho trabajo útil que hacer y hay buenas condiciones para que fructifique.